![]() ![]() 15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA ✏️ Blogs de Sudáfrica
VIAJE DE 15 DIAS VISITANDO BLYDE RIVER CANYON, KRUGER, CAPE TOWN Y ALREDEDORES, Y LA GARDEN ROUTEAutor: Espitoni Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (23 Votos) Índice del Diario: 15 DIAS DE NOVIEMBRE DE 2012 POR SUDAFRICA
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Etapas 7 a 8, total 8
A la Garden Route le teníamos reservados tres días enteros. A toro pasado diría que es lo mínimo que se merece. Un par de días más no hubieran estado mal.
Esto implicaba dormir cuatro noches en la zona. A la vista de que las distancias entre lo que queríamos visitar no eran muy grandes, optamos por dormir las cuatro noches en el mismo sitio. Nuestra elección fue el Ebb & Flow Rest Camp. Un campamento en el interior del Wilderness Nacional Park. Esta elección se basó en tres motivos. El primero fueron las fotos de las cabañas que nos parecieron muy chulas. El segundo fue que se encuentra a unos escasos 20 kilómetros del aeropuerto de George, donde teníamos que coger un vuelo el último día a primera hora. Y el tercero y definitivo, fue el precio. Cuatro noches nos costaron la friolera de R1418. Unos 35 euros diarios. Eso sí, sin desayuno. ![]() Nos alojamos en una cabaña chulísima de madera. Como en todos los campamentos que visitamos, se puede llegar con el coche hasta la misma cabaña y aparcar al lado. La cabaña es enorme. Con baño propio. Y está justo delante del río. Es un auténtico lujazo despertarse por la mañana y empezar el día con esas vistas. Mucho mejor que cualquier hotel. Yo lo tengo claro. El mejor sitio para alojarse en la Garden Route son los campamentos que hay dentro de los parques nacionales. Son lugares privilegiados, en los que uno no necesita tantos lujos. Solo el poder estar allí ya es una gozada. Operativamente hubiera resultado más cómodo alojarse dos días en Wilderness y otros dos en Tsitsikamma. ¡Pero estuvimos tan a gustito en nuestra cabañita!. Nuestro primer día en la Garden Route empezó a las siete y media. No teníamos prisa, pero cuando estoy de vacaciones me crujo si no empiezo a hacer la cabra desde primera hora. Así que dejé a mi mujer en la cama y me fui a recorrer el campamento. Es pequeño pero muy coqueto. Tan solo cuenta con unas cuantas cabañas de madera y un sitio preparado para acampar. Todo rodeado de césped y plantas. Un lugar precioso para pasar unos días de relax. ![]() A las ocho y media estaba de vuelta en la cabaña. Mi mujer ya se había levantado también. Al no haber restaurante en el campamento tuvimos que ir a desayunar al pueblo. Como siempre nos metimos en el primer sitio que vimos, The Blue Olive. Tenían lo típico, sándwiches, y platos combinados a base de huevos, bacon, tomates al horno, tostadas, y mermeladas. Nos cobraron R111. Raciones abundantes. Y ya que estábamos en el pueblo aprovechamos para comprar en el supermercado. Fiambres, queso, pan de molde, agua, y un par de chucherías, por R176. Esa iba a ser nuestra comida. Una vez resuelto el problema del avituallamiento volvimos al campamento. Ese día se lo íbamos a dedicar por completo a conocer el Wilderness Nacional Park. Y nada mejor para empezar que su recorrido más conocido, el Half Collared Kingfisher Trail. El recorrido puede hacerse íntegramente a pie. Pero también existe la opción de alquilar una canoa doble para hacer primer tramo. El precio del alquiler es de R280, lo que permite disponer de la canoa entre 3 y 5 horas. Las canoas disponen de unos bidones donde meter la mochila, la cámara o cualquier cosa que queráis proteger del agua. Por hacer algo diferente nos decantamos por esta opción. Fuimos remando por el río unos 45 minutos. Es un paseo tranquilo, sin corrientes que creen problemas. Resulta muy sencillo y al alcance de cualquier persona. No hace falta ser David Cal para hacer este recorrido. Además el rió tiene muy poca profundidad, por lo que tampoco hay peligro de morir ahogado. Eso sí, el agua es de un color marronuzco. No apetece nada bañarse. El recorrido es precioso, con las laderas de la montaña a ambos lados cubiertas de vegetación. Los árboles llegan hasta el mismo río, sobre el que cuelgan. Y con el sonido de los pájaros haciendo compañía durante todo el camino. Es muy bonito. Pero que muy bonito. Lo del paseo en canoa es una opción muy recomendable. Hay que tomárselo con calma e ir remando despacio y dejar descansar los remos de vez en cuando para disfrutar del lugar, del maravilloso cuadro que se abre detrás de cada curva. ![]() Llega un momento en el que no se puede seguir avanzando con la canoa. Hay que dejarla en la orilla y continuar andando. La pregunta del millón es cómo saber donde hay que dejar la canoa. La respuesta es muy sencilla. Cuando ya no se pueda seguir avanzando montado en la canoa, ese es el lugar. O te paras y la dejas allí, o te la cargas sobre el hombro hasta encontrar una nueva zona navegable. No vi a nadie que decantase por la segunda opción. Tranquilos sabréis donde parar sin que nadie os lo diga. Salta a la vista. El río se estrecha y se llena de rocas. Por mucho que uno se lo proponga, no puede pasar por allí. Otra pregunta que os haréis cuando estéis dejando la canoa. ¿y si me la roban?. Tienes dos opciones, o robar tú otra canoa y tonto el último, o volver caminando. Cuando te entregan la canoa, no controlan cual te llevas, por lo que si al final del día les falta una, dudo mucho que sepan de quien era. De todas formas, no creo que nadie os la robe. Allí sólo hay turistas y no creo que ninguno tenga intención de robar una canoa para llevársela como equipaje de mano en el avión. La podéis dejar sin miedo. ![]() La segunda parte del recorrido es un agradable paseo a través de un bosque de fymbos. Casi todo el rato se camina por una pasarela de madera. Y en los tramos en que ésta desaparece hay que seguir por un pequeño sendero. No hay pérdida. Y la exigencia física es mínima, se encuentra al alcance de cualquier persona. El camino se encuentra totalmente cubierto de una vegetación muy espesa que lo cubre todo, y apenas deja ver nada a través de ella. Tan sólo se oía el ruido del agua corriendo a la izquierda, el piar de los pájaros, y nuestras pisadas. La pasarela va subiendo y bajando suavemente para adaptarse a las exigencias del terreno. En ocasiones la vegetación clarea dejando ver más allá. Las vistas del valle con el río son preciosas. Naturaleza pura. Pero lo mejor son los tramos en los que el camino discurre por abajo, junto al río. Los helechos son tan grandes y los árboles tan altos, con lianas colgando por todas partes que se tiene la sensación de ir caminando por la selva. Parecía que en cualquier momento iba a aparecer Tarzán saltando entre los árboles. Es precioso. ![]() El camino desemboca en una zona rocosa más amplia en la que hay dos pequeñas cascadas. Es un lugar con mucho encanto, pero no tanto por las cascadas como por el conjunto. El contraste entre la roca gris y el agua de las cascadas. O entre el verde de las paredes cubiertas de plantas y el color marrón del río que discurre por el fondo del valle. Está claro que el objetivo de todo esto no es ver las cascadas sino el paseo en sí. Disfrutar de esa vegetación tan exuberante; del paisaje. El paseo a pie nos llevo casi una hora. Pero el tiempo nos paso volando. Ni nos enteramos. Junto a las cascadas había unas cuantas personas sentadas. Un grupo por aquí. Otro por allí. Nada que rompiese el encanto del lugar. Elegimos un lugar apartado del resto, al pie de la cascada que está más arriba y nos tumbamos sobre una roca. ¡Que bueno!. Dejar pasar el tiempo de esa manera. Sin hacer nada. Sin preocuparse de nada. En un lugar precioso. En silencio, con el ruido de fondo del rumor del agua. Son momentos impagables. ![]() El paseo es de ida y vuelta. O sea que hay que volver por el mismo camino por el que se ha hecho la ida. El lugar es tan bonito que no nos importó repetir. Hasta los agradecimos. Y sin darnos cuenta, estábamos de nuevo junto a la canoa. La vuelta por el río, es el remate de la excursión. Es lo mimo que a la ida, pero se ve de manera diferente. Al menos nosotros lo vimos de otra manera. Con más pausa, más relajados. La belleza del lugar nos fue ganando poco a poco. Y tras descansar junto a las cascadas, parecía que todo se había detenido, que el tiempo no importaba. Por eso la vuelta en la canoa fue diferente. Nos habíamos liberado de las prisas por llegar a todos los sitios, de la ansiedad por verlo todo. Al principio la vuelta en canoa resulta más sencilla que la ida. El río es totalmente manso. Pero evidentemente el agua fluye. Y en este caso lo hace a favor a la vuelta. No es mucho, pero una ayudita siempre viene bien. Por desgracia al final se levantó una ligera brisa que soplaba en contra equilibrando las cosas. La falta de costumbre hizo que acabáramos un poco cansados. Pero mereció la pena. Tanto el paseo en canoa como la caminata. Los dos nos encantaron. Es una de esas cosas que no hay que dejar de hacer en la Garden Route. ![]() Para que os hagáis una idea del tiempo que necesitamos. Salimos a las diez y cuarto y devolvimos la canoa pasadas las dos menos cuarto. Todo a un ritmo tranquilo y relajado, incluyendo un descanso de unos quince minutos junto a las cascadas. El recorrido empieza y finaliza en el mismo campamento. Así que no tardamos mucho en llegar a nuestra cabaña. Nos sentamos en la terraza, frente al río, con unos patos nadando en el agua, y unos pájaros parecidos al faisán pero con la cabeza azul, comiendo en el césped. De vez en cuando pasaba una canoa por el río. Era gente que empezaba o que volvía de hacer la misma excursión que habíamos hecho nosotros. Nos preparamos unos sandwiches de jamón y queso, y nos los comimos allí sentados. En silencio. Disfrutando de la tranquilidad del lugar. De verdad que eso que hay que vivirlo para saber lo gratificante que resulta. Cuando viajo, me gusta aprovechar el tiempo. Ver el mayor número de cosas posibles. Por eso me cuesta mucho relajarme y disfrutar de momentos como este. Normalmente siento que estoy perdiendo el tiempo. Pero en Wilderness lo conseguí. La magia de la cabaña de madera en un paisaje idílico hizo efecto. No solo me relajé sino que hasta disfrute de ello. La comida fue muy frugal, pero a nosotros nos supo a gloria bendita. Me gustó esa tranquilidad. Pero tampoco hay que abusar. Lo bueno si breve, dos veces bueno. Por la tarde nos esperaba otro paseo, el Pied Kingfisher Trail. Es un camino totalmente llano, abierto en medio de la vegetación. Tampoco tiene pérdida. Simplemente hay que seguir el camino. No hay bifurcaciones ni cruces que puedan inducir a error. Además hay unas señales que indican que se va por el camino correcto. ![]() Primero se atraviesa una zona de matorral. No hay árboles. Pero aún así sólo se ve el camino y las plantas que te rodean. Las matas son tan altas como una persona, y no dejan ver más allá. Se nota que es un camino muy poco transitado. En medio del camino crece la hierba, señal inequívoca de que por allí pasa poca gente. Después la vegetación cambia y las matas son sustituidas por juncos. Se nota la cercanía del agua. Y ésta no tarda en hacer acto de presencia. Se cruza un riachuelo por un pequeño puente, desde donde se obtiene una bonita panorámica del conjunto. Es el punto con mayor encanto del recorrido. y se gira para iniciar el regreso. El camino no tarda en desembocar en una carretera de tierra. La vuelta se hace por esa carretera. A la izquierda los juncos que habíamos atravesado antes. A la derecha la vía del tren, y detrás la ladera de la montaña cubierta de árboles. No es un camino, es una carretera, y como tal por allí pasan coches. En concreto pasaron dos, levantando una gran polvareda. Eso fue lo único negativo del paseo. Tardamos una hora en hacer todo el recorrido. Es corto y sencillo. Y resulta bastante agradable, sobre todo la zona de los juncos y la del puente que cruza el riachuelo. El camino de vuelta por la carretera asfaltada carece de encanto. Pero que se le va a hacer. De lo que no hay duda es de que no está al nivel del Half Collared Kingfisher Trail. Si sólo de dispone de tiempo para un recorrido sin duda el elegido debe ser el Half Collared. El Pied Kingfisher Trail, sólo hay que hacerlo si se tiene la intención de pasar un día entero en Wilderness. Si lo hacéis os gustará, pero si no lo hacéis tampoco pasa nada. ![]() De nuevo en el campamento nos sentamos en la terraza de la cabaña. Relax absoluto. Ese sitio es una auténtica maravilla. Estábamos en la gloria, sentados en la terraza frente al río. A las seis y media salimos hacia el pueblo. Un poco antes de llegar, nos dejamos llevar por el instinto, y giramos hacia la playa. Una playa enorme de arena, larga y de una anchura considerable. Pero con el problema de todas las playas que visitamos en Sudáfrica, el fuerte oleaje. Por suerte nosotros sólo queríamos disfrutar de la puesta sol, así que el oleaje no nos molestaba. Es más, le daba un punto interesante. Si, la playa es preciosa. ![]() Extendimos unas toallas en la arena y nos dispusimos a disfrutar de la puesta de sol. Pero esta vez no lo hicimos a palo seco. Estábamos perfeccionando el sistema. Íbamos provistos de una bolsa de patatilla y un sprite. Resulta un poco más cutre que los canapés y la copa de vino típicos de la gente del lugar. Pero que se puede esperar de un par de guiris. Enfrente el mar. A la izquierda la arena. Y al fondo a la derecha, las montañas, hacia las que avanzaba el sol. Estuvimos sentados en la arena viendo como descendía el sol y se escondía detrás de las montañas. Viendo como las nubes que se perfilaban en el horizonte iban cambiando de color, amarillas, naranjas, rojas, lilas, para acabar engullidas por la oscuridad. Escuchando únicamente el sonido del mar. La playa estaba prácticamente desierta. En todo el tiempo que estuvimos allí sólo vimos pasar a par de personas. Y siempre lejos, muy lejos. ![]() Durante el día había hecho bastante calor. Pero al ponerse el sol la temperatura bajó varios grados. Y en la playa, al atardecer, hacía fresco. Tuvimos que abrigarnos con una chaqueta para no pasar frío. Fue una bonita puesta de sol. Muy relajante. No nos quedaba nada más que hacer. Turísticamente hablando, claro. Lo primero fue parar a poner gasolina. Lleno, R336, a R11’81 el litro. Como en todas las gasolineras en las que paramos, pudimos pagar con tarjeta. Y mientras nos ponían gasolina nos limpiaron el parabrisas. No sé si a cambio esperaban una propina. Por si acaso siempre les dimos R5. Fuimos a cenar al restaurante en el que habíamos desayunado por la mañana, el Blue Olive. Pedimos tres tapas; una de mejillones, una de calamares y otra de verduras con feta; un brownie, tres bolas de helado y un agua grande Nos cobraron R185. La cena estuvo muy buena. Esa noche decidimos acabar con una duda que nos llevaba intrigando desde el primer día. Le preguntamos a la camarera porque siempre traían un bolígrafo con la cuenta. Nos contestó que para apuntar la propina que se quería dar. Por lo visto, la costumbre es anotar la propina en la cuenta y sumar el total al final. Lo habitual es dejar entre un 10% y un 15% del importe de la factura. Nos quedaban pocos días para acabar el viaje. Pero a partir de ese momento empezamos a seguir la costumbre. Lo malo es que hasta ese día los camareros de los sitios donde habíamos comido se habían cagado en nosotros por no sumar nada en la cuenta. Empezamos ese mismo día dejando los R15 para redondear la cifra. Y con esto dimos por finalizado el día. A las seis y media me levanté. Tenía la intención de hacer una caminata matutina. Mi mujer me dijo que ella se quedaba durmiendo un rato más, así que salí solo de la cabaña y me dirigí hacia el inicio del Giant Kingfisher Trail. Se encuentra en el campamento norte, al otro lado del río. Pero al llegar allí me encontré con una sorpresa. El camino esta cerrado. ¿Y ahora qué?. No se me ocurrió nada mejor que hacer andando el tramo del Half Collared Kingfisher Trail que el día anterior habíamos hecho en canoa. El recorrido es el mismo, con la insignificante diferencia de que en lugar de ir por en medio del río hay que ir caminando por la orilla. Aunque supongo que eso ya os lo habíais imaginado. Caminar por en medio del río no hubiera resultado nada fácil. Y sobre todo muy húmedo. Demasiado húmedo. ![]() El paseo sigue el margen izquierdo del río. Empieza junto al puente que separa los dos campamentos, y tras unos pocos metros aparece una pasarela que se eleva para dejar al descubierto unas vistas preciosas. No deja de ser lo mismo que vimos el día anterior. Pero al adoptar una posición elevada, parece diferente, parece otro lugar. El camino vuelve a descender hasta alcanzar de nuevo el nivel del río. Primero se avanza junto a la orilla. Pero la vegetación es tan densa que apenas se ve el agua. Tan solo se oye. En esa zona predomina la vegetación tipo bosque, con árboles y matorral. Después el camino se separa del río y la vegetación se hace más selvática, con predominio de helechos gigantes. De vez en cuando se abre y deja al descubierto una perspectiva preciosa. Ya casi al final del recorrido viene lo divertido. Hay que cruzar el rió sobre una plataforma de metal con unos bidones azules. Hay que tirar de unas cuerdas que unen ambas orillas para que la plataforma que se mueva. Y así se llega a la otra orilla. Aunque parezca lo contrario, la plataforma es muy estable, no se balancea. Cruzar sobre ella resulta muy seguro. Un rato más caminando junto a la orilla, y me encontré en el lugar donde dejamos la canoa el día anterior. Era el momento de dar media vuelta. El resto del camino ya la había hecho el día anterior. Y además no disponía de más tiempo. La vuelta la hice por el mismo camino. ![]() La parte que recorrí esa mañana es muy parecida a la que hicimos el día anterior. Y es que todo el recorrido es sencillamente genial. Tanto a pie como en canoa. Es uno de los puntos fuertes de la Garden Route. Además el hacerlo a una hora tan temprana, tuve una ventaja añadida, no me cruce con nadie en todo el recorrido. Estuve solo. O casi solo. Me acompañaron algunos pájaros y unos pocos gusanos. Asquerosos gusanos. Ida y vuelta me llevaron poco más de una hora. Un tiempo muy bien empleado. No hay mejor manera de empezar el día que con un paseo matutino por el paraíso. A las nueve menos cuarto empezábamos la jornada. Lo primero es el desayuno. No es cuestión de que nos peque un bajón de azúcar en medio de una caminata. Paramos en el Blue Olive. Pedimos unas tostadas con mermelada y con paté de anchoas, un sándwich de queso, un café y un zumo. R70. ![]() Nuestro primer destino era Nature’s Valley. Pero primero disfrutamos de la carretera. Antes de llegar a Knysna pasamos junto a tres lagos. Los dos primeros se ven bastante bien desde la carretera. Las vistas sobre ambos son muy bonitas. El tercero, no resulta tan interesante, ya que la carretera se encuentra al mismo nivel que el lago, por lo que no puede verse en toda su amplitud. El tramo de carretera que une Wilderness con Knysna es muy bonito. Es la Garden Route en estado puro. Pero no hay que equivocarse con el nombre. La zona no es un jardín. Son bosques que cubren amplias extensiones de terrenos. Pero no por eso deja ser bonito. Antes de llegar a la ciudad de Knysna hay que cruzar el lago de mismo nombre. Es el lago más grande de todos los que vimos por la zona. Hay que cruzarlo por un puente muuuuuuuy largo. Después la carretera lo bordea hasta llegar a la ciudad. La ciudad no nos pareció muy interesante. Había mucho movimiento, pero aún así le faltaba algo. Tal vez demasiadas tiendas. Siempre he pensado que las tiendas le restan naturalidad a cualquier lugar. Seguro que los que la conocen a fondo, dirán que es una ciudad muy interesante. Que se puede ver no se que, o hacer no se cuanto. Pero la verdad es que en la Garden Route hay cosas mucho más interesantes que Knysna. Como os podéis imaginar, no nos paramos. Hasta Plettenberg, la carretera sigue siendo agradable, pero no tiene tanto encanto. Y desde Plett en adelante predominan las plantaciones de confieras destinadas a la producción maderera. Resulta demasiado artificial. Tras tomar el desvío a Nature’s Valley, la carretera inicia un descenso vertiginoso, con continuas curvas, y lo que es peor, sin que se tengan vistas. No teníamos claro donde teníamos que ir. Nos metimos en el pueblo. Resulta sorprendente. Son unas pocas calles muy largas, en las que no se tiene la sensación de estar en un pueblo ya que no se ven las casas. Si se mira hacia adelante solo se ven árboles y plantas a ambos lados del asfalto. Pero cuando se gira la cabeza a un costado, aparece una casa semicamuflada detrás de los árboles. Todo son casas unifamiliares, bastante grandes. Muchas son de madera. Nade de alambradas. Ni tan siquiera hay vallas. Los jardines que rodean las casas están abiertos a la carretera. No hay ni rastro de la psicosis de miedo de las grandes ciudades. Es un pueblecito encantador, y como ya he dicho, muy sorprendente. El campamento de Nature’s Valley está como a un kilómetro del pueblo. No había nadie en la entrada. Aparcamos el coche frente a la recepción y entramos a preguntar sobre las rutas a realizar. Inmediatamente nos sacaron un sencillo mapa con las diferentes rutas que se pueden hacer en esa zona. Nos recomendaron el Kalanderkloof Trail. Nos dijeron que era muy bonito y que estaba bien señalizado. En teoría unas dos horas y media. Muchas gracias. Como que gracias, son R5 por el mapa. Ah, perdón. Pero no tenían cambio, así que al final no nos lo cobraron. ![]() La ruta empieza justo enfrente del campamento. Simplemente hay que cruzar la carretera asfaltada y seguir el letrero. Se empieza caminando por un camino de tierra que atraviesa un bosque. Recuerda al bosque mediterráneo; árboles y matorral. El sendero está perfectamente delimitado. Este tramo resulta muy sencillo. No se tarda mucho en llegar a un punto donde el camino se bifurca en dos. Aquí surgieron las primeras dudas. En la recepción nos dijeron que debíamos doblar a la derecha. Sin embargo un letrero indicaba que había que seguir recto. ¿Qué hacemos? La única respuesta que obtuve fue un silencio sepulcral. Optamos por seguir las indicaciones del letrero. Y como no, ¡la cagamos!. A la vuelta nos dijeron que es mejor hacer la ruta al revés. Girar a la derecha en la bifurcación. Cuando le dijimos a la chica de la recepción que había un letrero que indicaba lo contrario, se quedó muy sorprendida. Pero bueno, volvamos al recorrido. Sin darnos cuenta nos vimos en medio de la nada. El sendero desapareció y nos dejábamos llevar más por el instinto que por otra cosa. Incluso hubo un momento en que nos perdimos. Llegamos a un punto en el que no se podía pasar. Media vuelta siguiendo nuestros pasos durante unos metros para recuperar el camino correcto. No lo tenía nada claro. No había camino, no había letreros indicadores. Lo único que nos animaba a seguir era que se veían placas con los nombres de los árboles. Si colgaban esos letreros sería por algo. No los iban a colgar en un lugar por el que no pasa nadie. Avanzábamos por en medio de los árboles, por donde veíamos un hueco. Sin darnos cuentan nos vimos caminando por un torrente seco. Al menos teníamos algo que seguir. ![]() Estaba convencido de que nos habíamos perdido. y ante una situación como esa mejor dar la vuelta cuanto antes. Le pregunté a mi mujer si quería que volviéramos. Yo esperaba un sí rotundo. Pero para mi sorpresa me dijo que no, que podíamos seguir. “Pues nada como tu quieras”, y seguimos adelante. Pero yo seguía sin estar convencido. Además el camino se había complicado bastante. Al tener que caminar por un torrente ya no caminábamos a pie plano. Había rocas y piedras por todas partes. Teníamos que ir sorteándolas. E incluso en ocasiones teníamos que salir del cauce y caminar por el exterior. En todos los sitios que habíamos visitado, los caminos estaban perfectamente señalizados. No era normal que aquí no lo estuvieran. Cuando tenía medio convencida a mi mujer para dar media vuelta, oímos el sonido de un coche no muy lejos. Según el plano que nos habían dado, el camino corría paralelo a la carretera. No la veíamos, pero si oíamos un coche es porque estaba allí. Y si la carretera estaba allí, es que íbamos bien. Nada, sigamos. A ratos por el torrente, a ratos por un sendero muy estrecho que aparecía a un lado, a ratos por ……, por donde podíamos. Y así hasta que nos encontramos de frente con unas rocas que bloqueaban el paso, y un pequeño salto de agua de apenas dos metros. “Ya te decía yo, que no íbamos bien. Teníamos que haber dado la vuelta”. Pero mi mujer estaba en plan Indiana Jones. “No, el camino sigue detrás de estas rocas”. Efectivamente el torrente apareció detrás de unas rocas. Y con el torrente también apareció un hilo de agua que corría por el mismo. Nos subimos a las rocas y seguimos caminando. Por lo menos con el agua apareció una especie de camino. Y así seguimos, saltando de un lado al otro del torrente para poder ir esquivando los obstáculos del camino. No nos bastó cruzar ni una, ni dos, ni tres veces. Tuvimos que hacerlo en muchas más ocasiones. Cada vez había más agua, por lo que para cruzar necesitábamos hacerlo sobre alguna piedra. Y eso que estábamos en época seca. En época de lluvias cuando el torrente lleve agua de verdad no debe ser posible hacer este recorrido. Para ser sincero, este tramo resulta más sencillo que el anterior. El hecho de que aparezca un sendero facilita las cosas. Y siempre que lo necesitábamos encontrábamos rocas para cruzar al lado contrario. Aquello podía ser cualquier cosa, pero una ruta turística seguro que no lo era. ![]() El torrente finaliza o empieza, según se miré, junto a una pequeña pasarela de madera. Unos metros a la derecha aparecen unos escalones que ascienden por la ladera de la montaña. En ese momento me di cuenta de que no estábamos perdidos. La pasarela de madera me lo dejó claro. Pero sobre todo un nuevo indicador que señala que el camino seguía por esos escalones. Hasta este punto, el camino es de una dificultad media. No es un alegre paseo por el campo, pero tampoco hay que escalar ni trepar por lugares imposibles. Más que la dificultad, el problema fue la sensación de estar perdidos, de no saber si aquello conducía a algún lado. Lo que es innegable es que el lugar es precioso. Salvaje, lleno de vegetación. En un principio parece un bosque. Pero cuando el camino desaparece y se empieza a caminar por el torrente empiezan a predominar los helechos y los árboles enormes, altísimos, con gruesos troncos. Parece el escenario de una película de dinosaurios. Quién sabe, nosotros sólo vimos ranas y unos cangrejos rojos. Pero tal vez detrás de uno de esos helechos gigantes esté escondido un velociraptor. Todo este tramo es muy, pero que muy bonito. Sobre todo por lo auténtico que resulta. La vegetación es tan espesa que lo cubre todo. Apenas pasan algunos pocos rayos de sol. Por eso se realizada todo el recorrido a la sombra. En aquel momento no lo aprecié verdaderamente. Estaba demasiado preocupado pensando que nos habíamos perdido. Una vez de vuelta, tras revisar las fotos del viaje, creo que fue la caminata más espectacular que hicimos. Al menos este primer tramo. ![]() Además se nota que por allí pasa muy poca gente. El estado del camino y la casi nula señalización, dejan muy claro que son muy pocos los que se aventuran a meterse por esos andurriales. Y eso le da un toque especial. Nosotros no nos cruzamos con nadie. Por eso es importante que antes de hacer el camino aviséis en la recepción. Al menos alguien sabrá donde estáis si pasa algo. Más tranquilo, sabiendo que no estábamos perdidos, nos dispusimos a iniciar el ascenso por las escaleras. Son escalones de tierra reforzados con un tronco clavado el suelo para darles forma. O simplemente rocas. Los escalones son irregulares. Los hay muy altos, otros muy bajos. Sin ningún orden ni criterio. La escalera sube en vertical. Nada de subir en zigzag para suavizar la pendiente. Directa para arriba. En ocasiones era necesario ayudarse de las manos. Eso hace que la subida sea una auténtica tortura. ![]() Al pie de la escalera, la vegetación es tan densa que no deja ver la altura que tiene. En cuanto la escalera supera la altura de los árboles, la ladera de la montaña se queda pelada. Solo quedan matas bajas. Pero se sigue sin ver el final. Y así subimos, y subimos, con la esperanza de que ya faltaba poco para llegar a la cima. Pero siempre había más escalones. La puñetera escalera es larguísima. No se acaba nunca. Y como los árboles desaparecieron enseguida, hicimos todo el ascenso bajo un sol abrasador. Tuvimos que detenernos en varias ocasiones para recuperar el aliento. Aquella subida fue un calvario. De haberlo sabido habríamos vuelto por el mismo camino por el que habíamos llegado hasta allí. Y también entendimos porque en la recepción nos habían dicho que hiciéramos el recorrido en sentido contrario. Para evitar esa subida. Aunque bajarla tampoco debe ser muy divertido. Las escaleras ascienden tan en vertical, que cuando te paras y miras hacia abajo sientes vértigo. No me quiero ni imaginar lo que debe ser hacer toda la bajada con esa sensación. Llegamos a la cima con el corazón saliéndonos por la boca. Una vez arriba la panorámica es fantástica. Se puede ver todo el valle con una playa al fondo. Pero por muy bonitas que sean las vistas, el esfuerzo para llegar hasta allí es excesivo. Al contrario que las vistas, la vegetación es más bien fea. Arbustos de la altura de una persona, pero bastante secos. Y sin ninguna sombra para cobijarse. El camino a seguir está claro. Al menos hasta que vuelve a aparecer una bifurcación, un camino más ancho y otro más estrecho. Con la paliza que llevábamos no nos podíamos permitir el lujo de equivocarnos y caminar a lo tonto para acabar volviendo atrás. Optamos por el camino estrecho, ya que el otro parecía estar preparado para vehículos, lo que nos hizo creer que debía ser más largo. Creo que acertamos. Pero lo curioso era que en este cruce un letrero indicaba que el camino era en dirección contrario; por donde habíamos venido. Pero no decía nada para los que íbamos en la otra dirección. Creo que deberían revisar la señalización de este recorrido, resulta un poco confusa. ![]() A partir de ahí el camino empieza a descender. Primero suavemente, después de una manera mas acentuada por unos escalones. De nuevo se suaviza y así va alternando. Pero en ningún momento resulta tan exagerado como la subida por la escalera. Ni por aproximación. La vegetación también va cambiando a medida que se va descendiendo. Primero matorral alto adaptado a la escasez de agua. Después van apareciendo árboles bajos. Un poco más adelante empieza el matorral más verde, y los árboles empiezan a ser más altos, para acabar en una zona boscosa. Finalmente el camino de bajada llega al punto donde vimos el primer letrero indicador. El que señalaba mal la dirección. Tras hacer todo el recorrido, nos quedó bastante claro que lo normal es hacerlo a la inversa.. Subir por donde habíamos bajado y bajar por la escalera. Un poquito más y volvíamos a estar en el campamento. Pero aún nos quedaba una última sorpresa. Justo antes de salir a la carretera nos encontramos con dos waterbucks. Desaparecieron enseguida. No me dio tiempo a armar la cámara. Pero los vimos. ![]() Llegamos destrozados. Preguntamos en la recepción si había algún restaurante cerca. Nos enviaron al pueblo. Nos dijeron que sólo había un restaurante. Que siguiésemos los indicadores, que no tenía pérdida. Y así lo hicimos. Encontramos el restaurante sin demasiados problemas. No me fije en el nombre, pero como sólo hay uno, no hay confusión posible. Comimos una hamburguesa con salsa de champiñones, una baguette de atún y dos aguas. Nos cobraron R111. La comida fue sencilla pero apetitosa. Después de comer compramos dos helados en una tienda que hay al lado y fuimos a comérnoslos en la playa. Está justo enfrente. Como todas las playas de por aquí, es preciosa. Larga, con un buen tramo de arena. Y detrás solo se ven dunas con la típica vegetación costera baja. Son preciosas. Pero como en todas, no se puede nadar. Las olas son tan altas y golpean con tanta fuerza que si alguien intenta meterse, lo más probable es que lo arrastre la corriente. En esta playa, unas rocas formaban una especie de pequeña piscina. Era el único sitio donde uno podía aventurarse a mojarse un poco en la orilla, al resguardo de las rocas. ![]() Sentados en la playa dimos por finalizada la visita a Nature’s Valley. Salimos en dirección a Stormss River Mouth. Tomamos la N2. Hasta Tsitsikamma la carretera no tiene demasiado encanto. y encima hay un peaje en Tsitsikamma Plaza en el que hay ue pagar R36. Se puede evitar dando un rodeo por una carretera secundaria. Pero eso supone hacer unos 50 kilómetros por carreteras secundarias. La verdad por 3 euros y medio, prefiero pagar y circular por una buena carretera. Antes de llegar a Tsitsikamma la carretera cruza tres puentes altísimos. No paramos en ninguno, ya que no había zonas para aparcar. Sólo un vistazo desde el coche, sin parar, y ya sentí un mareo de vértigo. Aunque sólo fuese de refilón, se veían unos cañones preciosos. Lástima que no hubiese un sitio para parar y verlos mejor. El último puente es el Boukrans. El del famoso salto de 216 metros. El desvio para llegar hasta allí está unos cuantos metros más adelante. No teníamos ninguna intención de saltar. Pero nos picaba la curiosidad. Así que fuimos a verlo de cerca. ![]() Lo que más nos sorprendió fue la cantidad de coches que había aparcados. No nos imaginábamos que esa atracción atrajese a tanta gente. Justo al lado del parking está la oficina donde se venden los tickets, que por cierto no son nada baratos. Un salto cuesta R750. El segundo salto, siempre que se realice el mismo día cuesta R550. Y un poco más adelante hay un mirador desde donde se ve la zona de salto. Tuvimos la suerte de ver tres saltos. En realidad dos, porque al tercero más que saltar lo empujaron. Debajo del puente tienen montado todo el cotarro. Con música a todo meter. Para llegar hasta allí hay que ir andando por una pasarela que han colocado debajo del puente. Verlo desde enfrente ya acojona. Da vértigo, la altura que hay allí. No entiendo como hay locos que se tiran. Y lo peor no es el salto. Después se quedan colgados cabeza abajo mientras esperan que los suban. Y al mismo tiempo otro tipo baja colgado de una cuerda para estabilizarlo y ayudarlo a girarse a media subida. Una auténtica locura. No me tiraba ni aunque fuera gratis. Que digo gratis, ni aunque me pagasen. Todo es un negocio. Si se quiere acompañar a los que van a saltar hasta debajo del puente, pero sin saltar, hay que pagar R10. Y lo que nos hizo más gracia fue un letrero en las taquillas que ponía que no se devolvía el dinero. Creo que más de uno se ha arrepentido en el último momento y no ha saltado. Hay que verlo para entenderlo. Por cierto, las vistas hacia el otro lado del puente son preciosas. Aunque solo sea por esas vistas merece la pena pararse. ![]() Continuamos nuestro camino hasta Stormss River Mouth. En la entrada enseñamos la Wild Card, pero nos dijeron que no hacía falta. Como si los visitantes de un día no pagaran tasas de conservación. Por lo visto, es lo común en todos los parques de la zona. Antes de llegar a la recepción vimos varias zonas de acampada, así como otras con varias cabañas junto al mar. Parece un lugar precioso para pasar un par de días. Wilderness resulta mucho más relajado, con la paz que dan las aguas mansas del río y los pájaros piando por todas partes. Stormss River Mouth resulta mucho más salvaje con las olas rompiendo ruidosamente a escasos metros de las cabañas. En la recepción nos dieron un pequeño mapa y nos indicaron por donde se empezaban las dos caminatas que queríamos hacer. Mi mujer todavía estaba cansada de la paliza de la mañana. Prefirió quedarse en el coche, mientras yo me iba a hacer el primer recorrido, el Suspensión Bridge. Se trata de una caminata sencilla por una pasarela de madera. No tiene pérdida. Se inicia cruzando la pequeña playa que hay junto a la recepción. La pasarela va siguiendo las ondulaciones del terreno. Resulta muy sencilla y suave. Apta para todo el mundo. La vegetación es muy tupida. Lo cubre todo. Unos árboles altísimos, helechos enormes, y un montón de lirios blancos en flor, que le dan un toque de color. Es muy bonito. Parece una especie de jardín botánico. Llegando al final se tienen unas vistas de la costa muy bonitas. ![]() Finalmente se desciende hasta los puentes. Son muy chulos. El primero separado en dos tramos de 39 y 50 metros. Y el segundo de 77 metros. Al pasar por encima se mueven ligeramente. Los dos puentes sobre la desembocadura forman una imagen preciosa. Desde el segundo puente se ve el cañón que forma la desembocadura. Me quedé boquiabierto ante esa imagen. Es espectacular. De lo mejorcito de la Garden Route. Hay que ir a verlos obligatoriamente. ![]() Tras los puentes hay una pequeña cala, y desde aquí un camino que empieza junto a un pequeño salto de agua, asciende hasta un mirador. Decidí subir pensando que sería un camino corto. Nada de eso. Es una subida bastante larga. Con tramos bastante empinados con escalones irregulares, a veces formados por troncos clavados en el suelo, y a veces sólo por piedras. Estuve tentado de dar media vuelta en un par de ocasiones. Pero y si el mirador está junto después de este tramo. Y así me acabé metiendo una nueva paliza. Quería hacerla rápido para volver a buscar a mi mujer. Por eso me lacé hacia arriba como un loco. Casi corriendo. Llegué sin aliento, sudando como un loco. Las vistas son espectaculares. Tanto de la desembocadura con los puentes colgantes; cono de la costa o del campamento un poco más allá. Al final la subida tiene su recompensa. ![]() La vuelta se hace por el mismo camino. Hay que bajar hasta los puentes colgantes, atravesarlos, y volver a recorrer la pasarela para acabar en el aparcamiento junto a la recepción. Es un paseo muy agradable. Perfecto para hacerlo tranquilamente disfrutando del maravilloso camino, y de la espectacularidad de los puentes colgantes en la desembocadura del Stormss River. La subida la mirador es más pesada. Pero hasta los puentes, el paseo es muy sencillo, por lo que no hay excusa para no hacerlo. Con el coche nos dirigimos a un aparcamiento que hay junto a las oceanettes. Allí empieza la otra ruta a la que le habíamos echado el ojo, la Waterfall Trail. No es una ruta muy larga, pero un letrero avisaba de que tenía un grado de dificultad elevado, por lo que no era conveniente iniciar el recorrido más tarde de las tres. Eran las cuatro y media. Sabíamos que no teníamos tiempo de hacerlo en su totalidad. Pero si que nos daba tiempo a hacer un trozo. ![]() El camino va recorriendo la costa. A la izquierda se ven las rocas golpeadas por el agua con mucha fuerza. Aquí fue donde la vimos golpear con más fuerza. Y a la derecha la ladera de una montaña cubierta de vegetación. El camino va alternado tramos abiertos al mar en los que se disfruta de una costa salvaje, con otros en los que se adentra unos metros hacia el interior y queda cubierto por la vegetación. En ocasiones la vegetación se abre y deja al descubierto una amplia extensión cubierta de flores amarillas con la ladera de la montaña al fondo cubierta de árboles altísimos, con ramas torturadas, retorcidas. Son lugares preciosos. Y cuando se combinan todos los elementos, mar, flores, y colinas cubiertas de árboles, ya es el no va más. Caminamos en torno a una hora. Creo que hicimos algo así como la mitad del recorrido. Nos paramos cuando vimos que la cosa se empezaba a complicar. Preguntamos a una pareja que volvía y nos dijeron que todavía quedaba un poco. Que a partir de allí el camino se complicaba, ya que había que ir avanzando sobre las rocas y no resultaba nada fácil. Pero que era muy divertido. Nosotros no teníamos tiempo y no queríamos castigar más las piernas. Dimos media vuelta en ese punto. Justo allí había dos gacelas pastando, y un macho con cuernos unos metros más hacia el interior. La vuelta la realizamos por el mismo camino. Un paseo precioso. El tramo que realizamos nosotros, aproximadamente la mitad, no presenta ninguna dificultad. Es un camino de tierra perfectamente claro, sin pérdida y prácticamente llano. Es muy sencillo. Después parece que la cosa se complica y que hay que ir caminando sobre las rocas. Creo que merece mucho la pena hacer este recorrido. Muy recomendable. ![]() Volvimos a Wilderness por la N2, previo pago de un peaje de R36. Teníamos la intención de parar en Breton on the Sea, para ver las vistas, pero cuando llegamos al desvío ya era de noche. No tenía sentido parar. En Widerness compramos comida preparada en el restaurante; pollo, ensalada de patatas, donuts, y agua. R63. Calentamos la comida en el microondas de la cabaña, cenamos tranquilamente en casita, y a dormir. Era nuestro último día en la Garden Route. Nos levantamos a las ocho. Como ya era costumbre, fuimos a desayunar al Blue Olive. Un sándwich de queso, y un desayuno con huevos, bacon, champiñones y tostadas; un zumo y un café. R94. A las nueve y media salíamos hacia Brenton on the Sea. De camino paramos en los dos primeros lagos que hay junto a la carretera. El primero, pertenece al Wilderness Nacional Park, es el Island Lake. Probablemente el más bonito de los tres lagos. Con una isla en medio del lago. Paramos en un punto elevado. Pero las vistas no eran buenas. Delante había matas y varias casas. Nos metimos por un sendero que descendía hacia el lago. Pero a media bajada nos topamos con varias chabolas. No nos pareció oportuno continuar. Mejor no tentar a la suerte. Dimos media vuelta y volvimos al coche. Unos metros más adelante, justo al final del lago vimos un mirador. Desde allí sí que se veía con claridad. Solo unos minutos para disfrutar de las vistas. También paramos junto al segundo lago. De nuevo unos pocos minutos y a continuar. En el tercero lago no paramos. Definitivamente, la carretera entre Wilderness y Knysna es muy bonita. ![]() El desvío hacia Brenton on the Sea se encuentra un poco antes de llegar a Knysna. En la subida hay dos miradores. Uno antes llegar a la cima, hacia el lago y Knysna. Las vistas son buenas, pero al estar todo tan edificado pierde parte de su gracia. El otro mirador está un poco más arriba, nada más iniciar el descenso hacia la costa por la otra cara. La verdad es que las vistas no son muy buenas. La carretera atraviesa el pueblo y acaba junto a una playa de arena kilométrica. La playa es muy bonita. En cambio el pueblo no tiene demasiado interés. Un pueblo costero más, sin nada que llame la atención. Viviendas individuales, muchas de madera, todas con jardín y separadas las unas de las otras. Son sitios muy tranquilos. ![]() Volvimos atrás y atravesamos Knysna. Era el segundo día que pasábamos por ese pueblo, y la sensación fue la misma, no nos decía nada. No teníamos ningún motivo para parar. ![]() Tomamos el desvío hacia Valley of Ferms (Valle de los Helechos). La carretera atraviesa un township. No es que se pase por dentro del township. Lo que ocurre es que la carretera lo parte en dos. Al tener una posición más elevada que el township se convierte en eso, en una barrera, no parte del mismo. Los habitantes del township la atraviesan continuamente. Por todo hay gente que cruza de un lado a otro. Perros sueltos. Hasta vacas. Es una sensación extraña conducir junto a esas viviendas. Se ven tiendas y bares. Auténticas chabolas junto a viviendas de ladrillo. Si os movéis en coche veréis muchos townhips. Toda ciudad medidamente grande tiene el suyo. Pero esta fue la vez en que lo vimos más de cerca. No tanto como para decir que estuvimos en uno, pero si más cerca de lo que es habitual. De todos modos no me hubiera metido dentro por nada del mundo. Creo que entrar en un township con un coche de alquiler, la mochila a la espalda y la cámara de fotos colgando del cuello es la mejor manera de conseguir que te atraquen. Y luego denuncia a la policía y visita al médico. Eso debe de requerir un papeleo del copón. ¡Qué pereza!. Mejor lo dejamos para otra ocasión en que tengamos más tiempo. Al principio la carretera hacia Valley of Ferms es de asfalto. Pero a los pocos kilómetros el asfalto desaparece y pasa a ser de tierra. Todavía faltaban 20 kilómetros para llegar a nuestro destino. Seguimos un par de kilómetros con al esperanza de que se tratase de algo momentáneo, de que el asfalto apareciese de nuevo. Pero no, la carretera seguía igual. No tardamos en dar media vuelta. Demasiada tierra para ver no sabíamos bien el qué. 20 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, a una media de 30 kilómetros por hora, nos parecieron demasiados. Además el tiempo estaba muy feo. Parecía que en cualquier momento iba a empezar a llover. De hecho esa era la predicción meteorológica para ese día. Y solo nos faltaba eso, una tormenta en medio de una carretera de tierra. Barro por todas partes. Esta vez acertamos. A los pocos minutos de dar la vuelta empezó a llover. No parecía un chaparrón que fuese a pasar al poco rato. Al contrario, daba la sensación de que iba para largo. Nos quedaba por hacer una caminata. La visita a Robberg Nature. Pero con ese tiempo no apetecía. Al agua se unió el viento. Caminar en esas condiciones no era lo más recomendable. Para hacer tiempo decidimos improvisar algo. Nos acercamos hasta el Birds of Eden. El precio de la entrada es de R15 por persona; R24 si se compra la entrada combinada con Monkeyland. Las entradas a los dos sitios están una al lado de la otra. Lo de los monos no nos interesaba. Bueno, lo de los pájaros tampoco, pero algo teníamos que hacer. Y nos decidimos por la pajarera gigante. Para llegar hasta allí lo único que hay que hacer es seguir la N2, y tomar el desvío a la derecha cuando aparezca el letrero. ![]() Y es que en el fondo, Birds of Eden, no es más que eso, una pajarera gigante. Es enorme. Mucho más de lo que nos habíamos imaginado. E incluso más de lo que parecía por fuera. Tras pagar la entrada, se accede a un recinto acotado por redes. Una vez dentro lo único que hay que hacer es caminar por las pasarelas de madera que hay dentro del recinto. Lo más sorprendente es que no se tiene la sensación de estar en un recinto cerrado. Es tan grande, y sobre todo tan alto, que las redes casi no se ven. Sólo se notan cuando te acercas mucho a ellas. El camino es una pasarela de madera. Un par de puentes colgantes sirven para sortear varias corrientes de agua. Sólo hay que seguir la pasarela y disfrutar de lo que vas encontrando. Han reproducido un espacio selvático con plantas y árboles por todas partes. Lianas colgando, helechos enormes. Muy bonito. Al principio el camino va descendiendo, hasta llegar al fondo del recinto. En ese primer tramo se ven pocos pájaros. Tan solo palomas y algún loro pequeño. No sé nada en absoluto de pájaros. Por eso cuando digo loro, me refiero a cualquier pájaro exótico que pueda asemejarse a un loro, con independencia de su tamaño y de su color. Cuando se llega abajo, se empiezan a ver más pájaros. Sobre todo aves de tierra, no voladoras. Vimos una especie de gallinas o faisanes de unos colores muy vivos, amarillos, rojos y ocres. Muy llamativas. Si bien los pájaros son la atracción, el resto también merece mucho la pena. Corrientes de agua. Los árboles más altos que he visto nunca. Hasta un salto de agua. Para que os hagáis una idea, afuera seguía lloviendo pero hay tantas plantas que cuando estás en el fondo no te mojas. La vegetación no deja pasar el agua. ![]() El sitio es bonito, pero fallaba algo, nos faltaba ver más bichos. Poco a poco nos dimos cuenta que no había que buscar los pájaros entre los árboles. Resultaba mucho más práctico pararse en un lugar donde la vegetación clarease y esperar un poco. De esta manera podíamos verlos pasar volando de un lado para otro. Pasaban muy rápido y casi no se distinguían, pero al menos veíamos algo. A medida que la pasarela empieza a ascender los pájaros van apareciendo. Hay comederos cada pocos metros, y por lo general siempre hay algún pájaro comiendo en ellos. Lo normal es que haya unos cuantos. Y si no están en el comedero no andan muy lejos. Empezamos a ver pajaritos y pajarracos por todas partes. De todos los tamaños y colores. Azules, verdes, amarillos, rojos, blancos. Pero mi favorito fue un pájaro negro, con el buche de colores vivos y un pico negro muy largo. No lo había visto antes, ni en foto. Y sigo sin saber que era. Me recordaba a Rockefeller, el muñeco del Moreno. Eso si que era lo esperábamos. Pájaros a gogo. Los animales se concentran en la parte superior. La mayoría de los comederos están en esa zona. Algo tendrá que ver. Lo que más abundan son los loros de diferentes tipos y tamaños, y unos bichos parecidos a palomas. O tal vez eran palomas. La belleza del lugar unida a la gran cantidad de aves que se ven hacen que la visita sea muy entretenida. Paseando por allí me convencí de que había merecido la pena entrar. ![]() A medio camino nos encontramos con unos pequeños loros verdes muy atrevidos. No se asustaban de la gente, incluso se acercaban a las personas. Sin darme cuenta uno se me subió al hombro. Tenía su gracia. Así que me quede con el bicho en el hombro durante un rato. Al animalillo no se le ocurrió otra idea que entretenerse mordiendo una pieza de plástico de la chaqueta. Yo me reía. Mi mujer también. Hasta que vimos que se había cargado la pieza de plástico. ¡Qué cab…n!. Fuera bicho. Pero en vez de asustarse. Va e intenta morderme. Será ……. Pasamos un rato divertido con el loro. Y los daños colaterales tampoco fueron muy graves. Al final del recorrido hay varios estanques. La vegetación deja de tener un aspecto tan selvático, y el agua pasa a ser el centro de todo. En ese punto se concentran los pájaros acuáticos. Patos de varios tipos, tamaños y colores, cisnes blancos y negros, flamencos, garzas, y otros bichos que no se que eron. Entre ellos unos de color rojo brillante. Desapercibidos no pasaban. En medio del camino había dos flamencos apoyados sobre una pata. La otra estaba escondida y ni se veía. Inevitable sacarles una foto. Al ir a pasar entre ellos, nos amenazaron estirando el cuello. Como diciendo, no te acerques demasiado que soy peligroso. ![]() Son dos ambientes totalmente diferentes, pero igual de interesantes. En los dos lados vimos muchas aves. Y los dos están muy bien logrados. Para acabar la visita, un loro rosa nos despidió junto a la puerta de salida. Un color muy curioso para un loro. Parecía que estaba allí como diciendo, aprovecha para hacer la última foto. Fuimos al Birds of Eden, como solución de emergencia. El tiempo no nos permitió cumplir con lo que teníamos previsto, así que nos metimos en el primer sitio que se nos ocurrió. Y la verdad que estuvo muy bien. Aún así. Creo que la Garden Route es naturaleza, y la mejor manera de disfrutarla es conociendo los diferentes parques naturales que la componen. En una visita de tres días, el Birds of Eden no debería tener cabida, salvo en casos de mal tiempo, como fue el nuestro. También sería una visita interesante si se viaja con niños. En este caso si que habría que hacer un hueco para visitarlo. ![]() En la calle seguía lloviendo. Flojito, pero lo suficiente para mojarse. Nos acercamos hasta Plett, el pueblo más cercano a Robberg Nature. Nos metimos en el pueblo y paramos a comer en el primer restaurante que vimos abierto, el Lemon Grass. Parecía carillo, pero con ese tiempo tampoco era plan de ir buscando sin rumbo. Lo raro es que al vernos entrar con la pinta de pordioseros que llevábamos no nos sacasen a patadas. Si el restaurante llega a ser mío, y veo entrar a dos individuos con las pintas que llevábamos nosotros, o los saco a patadas, o directamente abro la caja y les doy el dinero para que no me hagan daño. Por lo visto allí tienen menos prejuicios que nosotros. Comimos un pescado del día y un plato de pasta con verduras, un agua, un sprite y un tiramisú. 264R. Los dos platos muy abundantes y excelentes. Un poco más caro de lo que estábamos acostumbrados, pero el lugar lo merecía. Comimos sentados frente a una cristalera, con vistas a la playa. Viendo a tres surferos intentar pillar alguna ola buena. Por cierto lo del surf me pareció un poco aburrido. Aquellos tres chavales se pasaban más rato sentados en la tabla, que cogiendo olas. No sé si es porque las olas buenas no abundan o si es porque tenía más ganas de hablas que de montar. Cuando llegamos al restaurante parecía que el día quería abrirse un poco. Pero mientras comíamos se puso a llover con fuerza. Al salir seguía lloviendo. Estaba claro que ese día no íbamos a poder hacer ninguna caminata. Así que tomamos la N2 y rumbo a casa. Entre el restaurante y el desvío a Robberg Nature no hay más de diez minutos. En ese tiempo recé, lloré, maldije, me encomendé a todos los santos que conocía, a las divinidades paganas, me hice adorador del diablo. Pedí de todas las formas posibles y a cualquiera que quisiera escucharme que hiciese que dejase de llover. Pero ese día debía de ser festivo en el cielo, en el olimpo, o donde quiera que esté toda esa gente. Nadie me hizo caso. Siguió lloviendo a pesar de todas mis suplicas. Y la verdad es que mejor así. Le pedí ayuda a tanta gente, que si al final deja de llover no hubiera sabido a quien agradecérselo. Pasamos lo que quedaba del día en nuestra cabaña. Dentro, ya que afuera llovía, hacia frío y mucho viento. Menos mal que la cabañita era una monada y dentro de los males, pasar una tarde allí recogidos, era el menor. Con ese tiempo daba pereza hasta salir a cenar. Cenamos de las cuatro cosas que nos quedaban y a dormir temprano, que al día siguiente volábamos temprano. Nos levantamos a las siete menos cuarto. A las siete y veinte salíamos por última vez del campamento. Nuestro destino, el aeropuerto de George. De camino llenamos el depósito de gasolina, R360. Al reservar el coche nos habían dicho que la oficina de alquiler no abría hasta las ocho y media. No me acaba de convencer eso de dejar el coche sin tener la confirmación de que todo estaba correcto. Pero esta vez no tuve elección. Todas las compañías me habían dado la misma respuesta. Sin embargo cuando llegamos al aeropuerto a los ocho menos diez, ya estaban trabajando. Y menos mal que estaba abierto, porque si no hubiéramos tenido problemas. Al repasarlo nos dijeron que tenía un rasguño en el parachoques delantero. Nos sacaron un parte de accidentes y nos pidieron que lo rellenásemos. Le contestamos que no hacía falta, que teníamos seguro a todo riesgo sin franquicia. El tipo de no se fió de nosotros. Hizo un par de comprobaciones, una llamada y un poco contrariado nos dijo que era verdad, pero que aún así teníamos que firmar el parte. Por no discutir más lo firmé, pero le pedí una copia por si acaso. Etapas 7 a 8, total 8
Nuestro último día en Sudáfrica.
El vuelo desde George hasta J’burg salió puntual. A las 11 estábamos en la capital. Habíamos reservado un coche para ese día de nuevo a través de Aboutaroundcars. Esta vez nos han enviaron a First. A la hora de recoge el coche se les estropeó el ordenador y nos tuvieron enredados en la oficina un buen rato. Tampoco nos importó mucho. Ese día no teníamos nada previsto. Nos dieron un Chevrolet Spark, muy pequeño, sin A/C y con todo manual. El precio fue de R311 con seguro a todo riesgo sin franquicia. Este último día me llevó de cabeza durante la preparación del viaje. No sabía como enfocarlo. Si quedarnos hasta la tarde en George y coger un avión a última hora hacia J’burg. Eso nos hubiera dado un día más en la Garden Route, pero nos arriesgábamos a perder el vuelo de vuelta a casa si teníamos algún problema en el aeropuerto de George. O por el contrario coger el vuelo a primera hora y llegar por la mañana a J’burg, lo que nos daba un buen margen de tiempo en caso de tener problemas con el vuelo, pero nos obligaba a pasar un día en J’burg, ciudad que no nos hacía ilusión visitar. Optamos por esta segunda opción. El miedo a perder el vuelo de vuelta a casa decidió el asunto. Sudáfrica nos gustó mucho, pero no tanto como para quedarnos a vivir allí. Una vez en J’burg elegimos nuestro destino por descarte. Sun City y Pilanesberg estaban demasiado lejos para ir volver en el mismo día. Los zoos tipo Lion Park no nos parecieron interesantes después de haber pasado cinco días en el Kruger. El centro de la ciudad, ¿pero hay algo allí que realmente merezca la pena verse?. Soweto, aunque haya gente que ya se atreve a entrar por su cuenta, nos pareció demasiado peligrosa para nosotros dos solos. Somos de los que prefieren minimizar riesgos. Nos quedaba el museo del Apartheid. Y hacia allí que nos fuimos. Esta a unos 30 kilómetros del aeropuerto. Con tráfico fluido no tardamos mucho en llegar. Enfrente está al parque de atracciones Gold City. De hecho comparten el parking. Al entrar al parking nos dieron una tarjeta azul, que teníamos que devolver a la salida. Es como un comprobante para demostrar que no has robado el coche. Aunque parezca obvio, insisten en que hay que llevar la tarjeta azul encima, y bajo ningún concepto dejarla en el coche. ![]() La entrada al museo cuenta R60. También incluía la entrada a una exposición temporal sobre Nelson Mandela. La puerta de entrada está pensada para impresionar. A semejanza de lo que ocurría en tiempos del apartheid, hay dos puertas, una para blancos y otra para no blancos. El ticket te dice por cual tienes que entrar. Y tienes que entrar por esa obligatoriamente. Si intentas entrar por la otra no funciona. Para que impacte de verdad en la gente, siempre la separan a la hora de entrar. Nosotros tuvimos que entrar uno por cada puerta. Y una vez dentro, una verja impide que te reúnas enseguida. Tuvimos que recorrer por separado un pasillo con ampliaciones de documentos de identificación de aquella época. La idea es buena, al menos a mí no me dejó indiferente. ![]() Al final de la sala me pude reunir con mi mujer. Antes de acceder al museo hay que subir por una rampa con espejos, con la imagen grabada de los descendientes de gente que fundó J’burg. Al final de la rampa, desde una terraza, se puede ver la ciudad al fondo. Y después ya se entra al museo. Primero se visita la exposición temporal de Mandela. Se repasa toda su vida, desde sus orígenes hasta la fecha actual, pasando por como se convirtió en líder del movimiento antiapartheid, sus años de encarcelamiento, y los años posteriores a su liberación y los avances sociales logrados durante su mandato. Con paneles explicativos, fotos y videos. Hay tanta información que resulta imposible asimilarla toda. Pero si que sirve para hacerse una idea más real de lo que Mandela significó para ese país. A continuación se pasa al museo en si. Sigue el mismo esquema; paneles, fotos, documentos gráficos, y videos. Primero se habla de los orígenes de J’burg. Con referencias a personas que de alguna manera participaron en la fundación o en el desarrollo de la ciudad. Muchas de ellas, personas anónimas, personas normales que no tuvieron una especial trascendencia. Después se repasan los orígenes de los movimientos discriminatorios. Los motivos por los que aparecieron, y porque fueron tomando fuerza hasta desembocar en el terrible régimen del apartheid. ![]() Como no, el fuerte del museo, es la explicación del régimen del apartheid. Se repasan las diferentes etapas por las que atravesó. La imposición del régimen en los años 50, y el apuntalamiento del sistema dictando normas discriminatorias. Los años 60, la época de mayor fuerza y apogeo del sistema. Los inicios del movimiento antiapartheid durante los años 70 y el desarrollo de un sentimiento antisistema entre la población negra. Y finalmente las revueltas y la lucha abierta con manifestaciones masivas para conseguir la libertad de los años 80. Se sigue con explicaciones sobre la caída del sistema, con la liberación de los presos políticos, y las difíciles negociaciones que condujeron a una Sudáfrica democrática y libre. Y se finaliza con el complicado proceso de la reconciliación y los duros años posteriores dedicados a la reconstrucción del país. Es un museo impresionante, y sobre todo impactante. Ir leyendo los diferentes paneles toca la fibra de cualquiera. Es increíble ver lo que sucedió en ese país y como fueron capaces de solucionarlo de una manera tan ejemplar, casi sin derramamiento de sangre. Es una visita indispensable. A nosotros nos llevó dos horas y media recorrer todo el museo, incluyendo una parada de 20 minutos para ver un video en inglés (estaba subtitulado en el mismo idioma, por lo que leyendo se entendía casi todo) sobre el convulso periodo de los 80. Con los movimientos estudiantiles y obreros, el toque de queda, y finalmente las concesiones del gobierno que finalizaron con la abolición del sistema. No somos muy aficionados a los museos, pero éste nos toco la fibra. Sin duda alguna es uno de los mejores museos que hemos visitado. No tanto por lo que hay expuesto, sino por lo que te hace sentir. En este sentido es único. Comimos en la cafetería del museo. Unos macarrones vegetarianos, y una hamburguesa de avestruz, un agua y un sprite. R146. Barato para ser el restaurante de un museo. Pero caro para la calidad de la comida, que resultó muy flojita. Si hubiera visto alguna oficina de información turística o alguna agencia de viajes, hubiera contratado la visita a Soweto. Hasta ese momento no me había ni planteado visitar un township. Pero tras la visita al Museo del Apartheid me picó la curiosidad. Por desgracia no había nadie por allí con quien contratar la visita. Y aunque está a tan solo 10 kilómetros del museo, decidimos no aventurarnos por esa zona. No teníamos muy claro que resultase seguro entrar por nuestra cuenta en Soweto, y ante la duda mejor no arriesgar. No era cuestión de meternos en un fregado el último día. No sabíamos que hacer. Teníamos toda una tarde por delante. Muchas horas y ninguna idea para gastarlas. Le sugerí a mi mujer que le parecería ir a dar una vuelta por Pretoria. Sabía que no le apetecía pasear por J’burg, el tema de la inseguridad le preocupaba mucho. Pero Pretoria era otra cosa. No tenía tan mala fama como J’burg. Un inciso para tratar el tema de la seguridad. Sudáfrica tiene fama de país peligroso. Mejor dicho, de muy peligroso. No seré yo quien contradiga a las estadísticas y diga que eso no es cierto. Pero tampoco es para tanto. Si se toman las debidas precauciones no tiene porque ocurrir nada extraño. Los lugares más peligrosos son las grandes ciudades. Nosotros sólo estuvimos en Cape Town. Durante el día, todo el centro, y las zonas turísticas resultan tan seguras como puede resultarlo cualquier ciudad europea. Hay mucha seguridad privada por las calles. Y gente por todas partes. En ningún momento nos sentimos en peligro. Ni tan siquiera incómodos. Por la noche la cosa cambia. La seguridad privada desaparece y el ambiente es un poco más turbio. Mejor no pasearse mucho a esas horas. Nosotros llegamos a alejarnos unos 500 metros del hotel buscando un restaurante por la noche. En tan poco espacio tuvimos que sortear a dos sujetos que nos pedían algo de dinero. No pasó nada, pero resultó algo incomodo. Fuera de las grandes ciudades, no se tiene sensación de inseguridad en ningún momento. Ni por la noche. Así que aparcad vuestro miedo. Cautela sí, pero sin psicosis. Dicho esto, podemos volver al interior de nuestro coche. Íbamos en dirección a Pretoria. La autovía estaba casi vacía. Aún así recorrer los 60 kilómetros que separan ambas ciudades nos llevó cerca de una hora. Una vez que llegamos a Pretoria nos dirigimos hacia el centro. Había muy poca gente por la calle. Eso a mi mujer le dio mala espina, así que dimos una vuelta por la ciudad sin bajar del coche. Pasamos por Church St, Church square y las calles de los alrededores. Feo, feo, feo. Lo único que podría salvarse de la quema es Church square. Una plaza enorme con varios edificios históricos alrededor. El resto no tenía nada interesante. Nada que mereciese el esfuerzo de intentar convencer a mi mujer de que no había peligro. De que podíamos dar una vuelta caminando por la ciudad. Antes de abandonar la ciudad pasamos por delante de la casa de Paul Kruger. Paramos delante, pero no parecía gran cosa. Es una casa de madera. Pequeña. Y además según la guía tampoco tenía nada demasiado interesante en su interior. Seguimos circulando un rato más, pero nos cansamos pronto. Dar vueltas sin sentido y sin ver nada interesante llega a ser aburrido. Así que al cabo de una hora volvimos a salir en dirección al aeropuerto. Unos 50 kilómetros. Como a la ida, el tráfico era fluido. Supongo que el hecho de que fuera domingo hizo que no encontráramos los temidos atascos de J’burg. Pusimos gasolina en la gasolinera del aeropuerto para llenar el depósito. En tan poco tiempo no habíamos consumido mucho combustible. Solo entraron R80. Devolvimos el coche sin problemas. Nos dijeron que todo estaba correcto, por lo que nos fuimos tranquilos. Al cabo de unos días llegó la sorpresa, me cargaron R51 en concepto de repostaje. Como si el depósito no estuviera lleno. Primero me cabreé y pensé reclamar ese importe. Con el paso de los días se me pasó, y he pasado del tema. Total sólo eran 5 euros. Como a la ida, volamos con Bitish Airways. Salimos puntuales a las 21:40. En el avión teníamos pantallas individuales, con películas en varios idiomas. Si, en castellano también. Vimos una película, una cena bastante malilla, y a dormir. Esta vez, por lo menos pude dormir algo, por lo que el viaje se me hizo más llevadero. Por la mañana nos sirvieron un desayuno, más malo que la cena. Parecía difícil, pero lo consiguieron. En Londres tuvimos que pasar de nuevo el control de pasaportes y la aduana. Por lo menos en esta ocasión no se dedicaron a rebuscar en el bolso de mi mujer. El tránsito fue rápido y sin contratiempos El vuelo de Londres a Madrid lo operaba Iberia. Y como no podía ser de otra manera, salió con retraso. Exactamente una hora. Durante el vuelo recuperó algo de tiempo y llegó con tan solo 45 minutos de retraso. Pero como nos sobraba el tiempo no tuvimos que preocuparnos. Bajamos al metro. Compramos dos pases de un día (8 euros cada una), y fuimos a comer a Madrid. Eran más de las tres cuando salíamos por la boca del metro. Estábamos en la Gran Vía. Y nos metimos en el primer restaurante que vimos. Se llama 44 Tapas. Pedimos un menú (incluía una bebida, postre, y una tosta de jamón con tomate y otra de solomillo con brie), y dos tapas normales de huevos rotos con angulas y gambas, y unas patatas bravas. Todo por 25,50 euros. Todo bastante bueno. Aunque un poco justito para dos personas. Otra tapa no nos hubiera caído mal. Empezamos a pasear por la Gran Vía, pero al poco rato empezó a llover. No nos apetecía volver mojados al aeropuerto y hacer el último vuelo empapados. Así que entramos en el metro y nos dirigimos al aeropuerto. A las cinco estamos en la puerta de embarque. En esta ocasión Iberia se portó, y salió puntual, a las 19:10. A las 20:15 estábamos en Palma. Y colorín colorado este viaje se ha acabado. Etapas 7 a 8, total 8
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