El primer día de este viaje comenzó muy pronto. Nuestro vuelo hacia Praga salía a las 9.30 de la mañana del aeropuerto del Prat, así que tuvimos que hacer de tripas corazón y asumir un madrugón considerable para coger a eso de las 5, el autobús que nos llevaría hasta el aeropuerto.
Sobre las 6 y media ya estábamos allí, y ahora tocaba la parte que más me preocupaba…pasar la maleta como equipaje de mano. El tema era el siguiente, volábamos con la compañía de bajo coste Wizzair. La verdad es que antes de comprar los billetes, nunca habíamos oído hablar de ella, y cuando nos informamos, los comentarios no eran demasiado alentadores

Y al final no fue para tanto, ni siquiera nos miraron la maleta, así que para adentro………la bola de mi estómago se desvanece…..

El vuelo salió a su hora, y la verdad es que fue de lo más tranquilo, de hecho uno de los mejores que he tenido.
Sobre las 12.15 llegamos al aeropuerto de Ruzyne. Hacía un día perfecto.
Una vez fuera del avión nos dispusimos a buscar un cajero para sacar dinero, ya que habíamos decidido no llevar coronas desde España.
Para llegar hasta la ciudad, tomamos uno de los minibuses de la compañía Cedaz. En realidad se trata de furgonetas Volkswagen blancas, en las que habría unas 12 plazas. Se pueden coger en una parada que hay nada más salir del aeropuerto, y puedes comprar el billete o bien en un mostrador o directamente en la parada. El precio realmente era bueno, ya que salía por persona a 120 coronas checas (de ahora en adelante CZK), vamos unos 4,5 €. La verdad es no dejó de ser una experiencia un tanto extraña. Cuando llegó la furgoneta que nos iba a trasladar, se bajo de ella un tipo de lo más misterioso, con semblante serio y sin hablar ni pizca de inglés (bueno, en realidad no habló en ningún idioma), nos cobró los billetes y todos a la furgoneta, la cual cerró con nosotros dentro. En fin, a todos los que íbamos en la furgoneta (todos españoles) nos dio la risa, pensando en si tal personaje nos llevaría sanos y salvos a nuestro destino, o si al final nos iba a acabar mordiendo en el cuello

El servicio de Cedaz, nos dejó en una parada de la calle V celnici, no demasiado lejos de nuestro hotel.
Empezamos a caminar, y enseguida vimos La Torre de la Pólvora (Prašná Brána) en la calle Na Příkopě y que atravesaríamos un millón de veces en los siguientes días. A su lado La Casa Municipal (Obecní Dům) en Náměstí Republiky. Se trata de un edificio art Nouveau, con cristaleras y mosaicos increíbles.


Nos dirigimos hasta nuestro hotel caminando por la calle Hybernská, hasta Seifertova, Milíčova, y por fin Prokopova, hasta llegar al Hotel Gloria. Realmente estaba bastante bien, habitaciones amplias y limpias, lo suficiente para descansar después de las caminatas que nos esperaban, y todo por un precio bastante asequible. De la calle en que estaba situado el hotel, ya hablaremos largo y tendido en otro episodio.
Como ya era la hora de comer y habíamos madrugado un montón, estábamos hambrientos, así que nos fuimos a buscar un sitio donde reponer fuerzas.
Enseguida llegamos al centro neurálgico de Praga, la Plaza de la Ciudad Vieja (Staroměstské Náměstí). Después de ver este lugar en infinidad de fotos, resulta extraño encontrarse realmente allí, en mitad de un lugar que me impresionó profundamente. Mires donde mires, encontrarás algo que nunca olvidarás.
Podrás apreciar el famoso espectáculo del Reloj Astronómico de la torre del ayuntamiento, los numerosos estilos arquitectónicos de las distintas fachadas góticas, renacentistas o barrocas, la Iglesia gótica de San Nicolás, y por supuesto, uno de los lugares más hipnóticos que encontraréis en vuestra vida, la Iglesia de Nuestra Señora de Týn, paradigma del corazón de Praga, alzándose hacia el cielo con sus irrepetibles agujas góticas y que te sumergirá en un auténtico cuento de hadas.


Comimos en la misma plaza, de lo cual nos arrepentimos toda la vida, porque sufrimos uno de los mayores atracos de la historia cuando vimos la cuenta

Después de comer, decidimos acercarnos hasta el famoso Puente Carlos (Karlův Most). Para ello, recorrimos el laberíntico enjambre de calles empedradas que nos condujo hasta la calle Karlova, la cual lleva directamente hasta la Torre del Puente de la Ciudad Vieja, ennegrecida por el paso del tiempo.
El puente Carlos comunica las dos orillas del Moldava( Staré Město y Malá Strana) a través de 516 metros de largo y dieciséis pilares. El puente se encuentra adornado con las estatuas de numerosos santos, de entre los cuales destaca San Juan de Nepomuceno, santo patrón de Bohemia, del que dice la leyenda que si tocas te concede un deseo, así que ya os imaginaréis lo desgastado que está ya el pobre hombre, aunque yo por si las moscas también toqué.
Mientras recorres el puente, puedes observar como discurre el río Moldava (Vltava, en checo) y el paisaje de postal de sus orillas, en su orilla derecha, la isla de Kampa, y en la orilla izquierda y en las alturas, el castillo de Praga.
Tuvimos la suerte de cruzar el puente cuando ya atardecía, disfrutando de una luz genial, que creaba una atmósfera fantástica. Recuerdo que me encantó el resplandor con que iluminaban las viejas farolas, ya que daba la sensación de que tuviesen dentro pequeñas antorchas.





Después, para cenar, volvimos a la plaza de la ciudad vieja, y comimos una pizza en un restaurante italiano, justo debajo de la Iglesia de Nuestra Señora de Týn. El sitio era realmente bonito, la comida no era excesivamente cara, y además aprendimos a decir propina en inglés………que más se puede pedir.
Después volvimos paseando hasta el hotel, aunque lo de paseo fue sólo al principio, conforme avanzábamos, descubrimos que la Praga que habíamos visto hasta ahora, era la de las guías de viajes, y que la verdadera Praga, escondía una verdad muy distinta.
