El domingo el grupo se separó entre los que decidieron no ver más mercadillos y los que quisimos investigar en Camden Town. Todo un acierto por parte de los que fuimos de nuevo a un mercadillo, pues la comparación con Portobello hace que, desde nuestro punto de vista, salga ganando Camden.
Tomamos el Metro hasta Camden Town, comprobando que la estación estaba cerrada y el metro nos llevaba hasta la siguiente parada. No hubo problema en recorrer el mercado en dirección opuesta.
El primer mercado que te encuentras es Stables. Se trata de unos antiguos establos remodelados, pero que siguen teniendo las puertas de las caballerizas en un edificio precioso. En cada uno de los cubículos, una tienda. Realmente nunca sabes dónde acaba Stables y empieza Camden Canal, ya que sales y entras de un edificio en otro, subes y bajas escaleras y sigues viendo tiendas y puestos de todo tipo. Artesanía (pintura, bisutería… de todo), juguetes, ropa, regalos en plan guiri y muchos sitios para comer mientras caminas… en un muy buen ambiente. Camden Canal es otro mercado cruzado por uno de los canales.
El tercero es Camden Lock, destinado sobre todo a ropa. Se me antoja un mercadillo como cualquier otro en España, sólo que encuentras cosas extravagantes, entre lo mismo de siempre.
Y al final, llegando al Metro (Camden Town), atraviesas el propio mercado de Camden Town, que no es más que un popurrí de tiendas a ambos lados de la calle. Lo mejor de esta parte son las fachadas, en las que puedes encontrar todo tipo de artilugios colgados.

Aquí empezó nuestra excursión para cometer uno de los errores más sonados del viaje. Nuestra (el matrimonio obliga) intención era ir a ver el andén de Harry Potter. Si se conoce la historia, para ir al colegio debe coger el tren que sale desde el andén 9 ¾ de cierta estación. En la estación de King’s Cross se ha instalado un carrito para conmemorar el tema. Pues bien, lo más cutre que he visto en mi vida. Un trozo de carro moderno, en medio de unas obras… buffff… una desilusión tremenda (la parte interesada, ya que yo no paraba de descojonarme de lo cutre de la situación) y una caminata por una parte feísima de Londres para ir a ver el dichoso carrito.
De ahí a Trafalgar, a reunirnos y comer con el resto del grupo. Esta vez elegimos un pub inglés en Whitehall. Todo un acierto, ya que comimos muy bien por poco precio (enorme filete en su punto… recordad el “blue rare” y una pinta bien fresquita).
Aprovechamos la tarde para visitar la National Gallery, encontrando obras magníficas, aunque mi reconocida ignorancia absoluta y mi escaso interés por este arte (de pintura me atraen pocas obras conocidas).
Para ser el último día, no podíamos dejar pasar la oportunidad de volver a ver alguno de esos sitios que nos encantaron, así que el grupo se volvió a dividir entre los que no podían con su alma debido al cansancio y los que sin poder con ella, decidimos arrastrarnos hasta la ribera del río primero, para tener una última panorámica del parlamento y el Big Ben, y después hasta Tower Hill para sentarnos en un banco y ver atardecer frente al Puente de la Torre (aquí, mi parte matrimonial obligó a la otra a patear medio Londres para hacer tres fotos...).

Antes de caer el sol, subimos al autobús de la línea 15, junto a la Torre de Londres y finalizamos, después de un largo (aunque encantador) viaje a través de los puntos clave de Londres, en Oxford Circus. Una ducha en el hotel y a cenar.
Domingo, última hora (más allá de las 21:00), poca oferta. Escogimos dar una vuelta por la parte oeste de Oxford Street y esperar alguna buena propuesta. En una callejuela junto al cruce de Oxford Circus encontramos un pub inglés que, a punto de cerrar, nos dieron bien de cenar, acompañando por supuesto las viandas con una pinta de lager y una de ale. Increíbles ambas que me hicieron dormir como un bendito.