Florencia ✏️ Diarios de Viajes de Italia

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El martes 25, después de desayunar en el hotel, nos fuimos hacia la estación. El trayecto de bajada es mucho más rápido que el de subida, por supuesto y antes de lo que calculamos ya estábamos esperando nuestro tren a Florencia.

Hora y media de viaje, para recrearse con los colores de la Toscana.

Florencia es una pequeña gran ciudad. Estoy seguro que ningún estudiante de arte, se deja esta visita por realizar. Solo tiene un inconveniente. Hay colas para todo. O para casi todo. Da igual la época del año que se visite. Las esperas están garantizadas; aunque como en todas las cosas, siempre se pueden encontrar “atajos”.

El tren nos dejó en la estación de Santa Maria Novella. Una enorme estación con muchísima actividad, y donde no hay que descuidar en ningún momento las maletas. Unas galerías subterráneas con infinidad de tiendas, nos sirvieron para salir de la estación y adentrarnos por las calles Florentinas.

Florencia es una de las principales ciudades artísticas del mundo con museos, galerías, iglesias y palacios llenos de pinturas, de frescos, estatuas y objetos de valor únicos. Los nombres de Dante, Maquiavelo, Miguel Ángel, Galileo y muchos otros, están relacionados de una u otra forma con la ciudad. Florencia ha presumido siempre de ser un mundo aparte, una ciudad poseedora de una belleza inigualable.

Florencia es enorme. Pero a la vez es pequeña. Todo lo que se merece ver, esta en una misma zona, pudiéndose desplazarse a pie y en un par de días, tener una mínima idea de la ciudad. Claro que el empacho brutal por tanta condensación de arte en pocas horas, es motivo más que suficiente para quedarse unos días más o volver con algo más de tiempo.

Nuestro hotel estaba en una zona inmejorable. En la Vía Del Calzaiuoli. Una arteria principal que en menos de dos minutos nos conducía al Duomo. Estábamos en el centro, centro de la ciudad.
Pero al llegar a la calle, en medio de un gentío increíble, tuvimos un susto. Nuestro hotel no aparecía. Y es que en Florencia hay una doble numeración de las calles. Unos números en rojo, indican cualquier tipo de comercio. Los números en azul, corresponden a los domicilios particulares. Y como nuestro hotel estaba en un piso, ni vimos su fachada y nos equivocamos con la numeración. Tuvimos que preguntar a los guardias que patrullaban por la zona, para que nos indicasen.

Al final, después de varias vueltas llegamos al hotel Axial. Un tres estrellas que estaba en el primer piso de un edificio, y que lo mejor que tenia era su ubicación y su precio. En Florencia los hoteles son caros y encontrar gangas, es bastante complicado.
Detrás mismo de nuestro hotel estaba la Piazza Della Repubblica. Esta plaza es la más grande de Florencia. Lo que más sobresale en ella es el Arco del Trionfo. El arco fue erigido en honor de la ciudad de Florencia, cuando paso a ser la capital de toda Italia entre los años 1865 y 1871. Un tío vivo en medio de la plaza, da un toque bucólico a un lugar atestado de bares y restaurantes.

Tras registrarnos y dejar las maletas, decidimos empezar a descubrir la capital Toscana. Y como que lo teníamos más cerca era el Duomo, pues a él fuimos.

Decir que por fuera impresiona, es poco. Impresionante, increíble, maravilloso, espectacular, etc... etc... cualquier calificativo se queda corto. La catedral de Santa Maria del Fiore, es un punto de referencia en Italia. Su exterior es poesía en piedra.
Los puristas de arte, menosprecian la fachada por ser demasiado llamativa. Quizás, esto sea para un neófito en arte como yo, uno de sus mayores encantos. La Catedral data del siglo XIV, pero no su fachada actual, que es de finales del siglo XIX. Sobre la puerta principal hay un mosaico precioso. Me quede bastante rato contemplando todo el edificio desde el exterior, recreándome los ojos con todo lo que veía. Lastima que era tanta la cantidad de gente que pululaba por los alrededores que hacían que el lugar perdiera parte de su encanto.
La entrada a la Iglesia es gratis, y después de hacer unos minutos de cola y sortear a unos cuantos pedigüeños, entramos dentro.
Y si se espera encontrar un interior acorde con la belleza de su exterior, sé esta en un error. Los 153 metros de longitud, de la que hace tiempo fue la mayor iglesia del planeta, son mejores por fuera que por dentro.

Lo que en el exterior es color y ornamentación, en el interior es espacio y austeridad. En algún momento produce la sensación de ser una nave vacía. Pero esto es tan solo la primera impresión. Un gran reloj situado encima de la entrada marca la llamada hora Itálica, que coincide con la hora solar. El interior de la Catedral, esta también lleno de estatuas, pinturas y mosaicos, que aunque no sean de una gran belleza, aunque en esto cada gusto es diferente, merecen ser vistos. Estaba un poco desilusionado. Me esperaba un Duomo más espectacular. Y por ello, no le dedicamos quizás todo el tiempo que deberíamos. Lo mejor de la Iglesia, su cúpula a la cual se puede acceder, si sé esta dispuesto a soportar una larga cola.

Salimos del Duomo para contemplar el otro edificio singular de Florencia. El Battistero.
El Battistero de San Giovanni, es el edificio más antiguo de Florencia. Y de nuevo, el exterior es más bonito que el interior. La entrada cuesta 3 euros y dentro hay un majestuoso techo cubierto de mosaicos del siglo XIII. Hay que sentarse en las sillas y dedicar un buen rato a observar y descubrir pasajes de la vida de Cristo. También vale la pena contemplar las columnas de granito, y el pavimento de mármol. Pero igual que en el Duomo, lo mejor está en el exterior. Y son las puertas.

El Battistero de San Giovanni, tiene 3 puertas hechas de bronce, que son realmente impresionantes. Los artistas pisanos eran los que más fama tenían en la elaboración de trabajos artísticos con el bronce, por lo tanto no es de extrañar que las puertas del Battistero, sean de una belleza incomparable. La puerta sur tiene 20 relieves que reflejan la vida de San Juan Bautista. La puerta norte contiene escenas del Nuevo Testamento. Para su elaboración fueron necesarios más de 20 años. Y la puerta este, a mi juicio la mejor de todas, y eso que la elección es difícil, representa episodios del Antiguo Testamento. 27 años hicieron falta para completarla. La puerta este es una reproducción pues el original se encuentra en el Museo dell’ Opera del Duomo, en Florencia. Había tantos turistas haciendo fotos a las puertas, como a la fachada de la Catedral. Impresionantes. De nuevo los calificativos se quedan cortos ante tanta belleza.

Después del Battistero, quisimos subir al campanario de la Catedral, el Campanile di Giotto. El precio, 6 euros por cabeza. Subir los más de 400 escalones que llevan hasta lo más alto de la torre, 85 metros, es cansado. Pero la recompensa merece la pena. Las impresionantes vistas que se obtienen de toda Florencia, de sus tejados y de las colinas cercanas, no tiene parangón. Desde las alturas, se puede jugar a descubrir los rincones de la ciudad, planear los paseos por Florencia y detectar edificios que sin un mapa pasarían desapercibidos.

En lo alto de la torre, un puesto de primeros auxilios; por sí acaso. De todas maneras se puede subir a paso tranquilo y descansar en cualquiera de las estancias que hay durante la subida. Un buen ejercicio para las piernas. Lo que me sorprendió es que el otro edificio alto de la ciudad, la cúpula del Duomo, tuviera tanta cola para subir, y este, apenas hubiese que esperar. Y los dos tienen escaleras.

Después de descansar en lo alto de la torre y de tomar decenas de fotos de Florencia emprendimos el descenso para irnos ahora hacia otro lugar increíblemente bello de la ciudad: La Piazza Della Signoria.
Nuestro hotel estaba a dos minutos a pie del Duomo y a dos de la Piazza. Mejor ubicados imposible. Al llegar a la plaza, reconozco que dije una exclamación de asombro. No por la plaza en si, sino por las obras de arte que alberga.

Una copia del David, de Miguel Ángel, que si me hubiesen dicho que era el autentico me lo hubiese creído, me recibe. Me quedo de nuevo sin palabras. A su lado la fuente de Neptuno. Cualquier calificativo se queda de nuevo corto. Y además un inmenso manto de flores con el emblema de la ciudad en el lateral del Palazzo Vecchio, terminan de adornar aun más la estampa del lugar.
Pero siempre hay más. A mi derecha, frente al Palazzo, la Loggia Della Signoria, repleta de estatuas, cada una más hermosa que la otra.
Me quedo sorprendido por la estatua de El Rapto de las Sabinas. Protegiéndola, una docena más de estatuas a su alrededor, cada una increíble. No es de extraño que tanto arte al aire libre tenga una vigilancia especial, y tanto de día, como de noche, hay un guardia vigilando el lugar. Y aunque sea al aire libre, esta prohibido fumar en la Loggia.
Me hubiese podido quedar aquí, todo el resto del día, contemplando las estatuas, contemplando como los rayos de sol le van dotando de diferentes colores. Pero debía seguir. Florencia me seguía reclamando.

Dejamos atrás el Duomo, para adentrarnos en las calles adyacentes que nos condujeron a la Basílica de San Lorenzo. En los alrededores de la iglesia hay un importante mercadillo de souvenirs de todo tipo. Es tanta la aglomeración de puestos y personas que uno se puede perder entre las calles, y saltarse la entrada a la iglesia. Entrar cuesta 3.50 euros por persona, pues incluye una visita al museo del tesoro y a la Vieja Sagristia. Es la iglesia más antigua de Florencia, fundada a finales del siglo IV.
Su interior sin estar tan recargado como otras que habíamos visto, era precioso. Quizás la falta de ornamentación era el motivo que la hacia agradablemente diferente.
A parte de un par de pulpitos con relieves de bronce que se deben contemplar, lo mejor de la iglesia son los frescos de sus paredes, el claustro exterior y la Sagristia vieja, muy parecida a la Capilla Pazzi, que veríamos más tarde. La familia Médicis, tuvo bastante que ver en la posterior decoración y mantenimiento de la iglesia.

Cerca de la iglesia, casi pared con pared, esta La Capilla de los Médicis.
No teníamos en principio intención de entrar, pero al ver que la entrada era gratis, optamos por acercarnos. Y menos mal que lo hicimos. La Capilla, era aquella joya que se encuentra en todas las ciudades, en todos los viajes.
Al entrar hay una gran sala llena de estatuas que se suelen ver a corre prisa. Unas escaleras al fondo llevan a la Capella Dei Principi. Impresionante. Y eso que la capilla estaba en restauración y varios andamios cubría gran parte de la sala. Pero contemplar la capilla, aunque tan solo sea una parte de ella, es imprescindible. En la capilla están varias tumbas de los Médicis, con una decoración algo llamativa. En las paredes están los escudos de las 16 principales ciudades toscanas que eran gobernadas por los Médicis.
Un pasillo conduce a la Sagrestia Nuova. Esta Sagristia diseñada por Miguel Ángel, contiene varias estatuas de una belleza sin igual. Las alegorías de El día y La noche, y la de El crepúsculo y La aurora, son impresionantes. Me apoyé en una esquina de la sala, para contemplarlas hasta la saciedad. Y menos mal que se nos ocurrió entrar. Sin duda una joya de lugar. No hay que perdérselo.

Nuestro siguiente destino fue la Iglesia de Santa Croce. Esta iglesia está considerada la más majestuosa de Florencia, no tanto por su decoración, que también es remarcable, sino porque dentro de ella, están las tumbas de Miguel Ángel, Galileo, Maquiavelo y varios personajes más ilustres. La orden Franciscana que hacía votos de pobreza, se gastó enormes sumas de dinero en la construcción de esta iglesia, dinero que proveía en gran medida de las donaciones que realizaban las familias más influyentes de Florencia. Tenían la esperanza de que cuanto más colaborasen con la orden religiosa, más fácil les seria el ser enterrados en la iglesia, y más directo tendrían el camino al cielo.
La entrada a la Santa Croce es un billete combinado para poder visitar también el Museo Dell’ Opera di Santa Croce y la Capella del Pazzi. El coste, 5 euros por cabeza.

La fachada no es tan espectacular como el Duomo, pero merece la pena contemplarla. Además, la Piazza de la Santa Croce, está siempre llena de gente, de tenderetes de recuerdos y de infinidad de palomas.
Al entrar en la iglesia, seguimos el itinerario recomendado por nuestra guía de viajes, y empezamos a recorrerla por el lado derecho, contemplando todos los frescos que inundan las paredes. Al final de la nave, está la tumba de Miguel Ángel. Preciosa. Su ubicación es la que el mismo artista pidió. Las estatuas que la decoran, parece que cobren vida. De verdad que es preciosa. Enfrente de ella, en el otro lado de la nave, está la tumba de Galileo. No tan hermosa como la de Miguel Ángel, pero aun así recomendable de ver.
“Ningún epitafio iguala a tan gran nombre”. Este es el epitafio, en latín que figura en la tumba de Maquiavelo, cerca de la anterior. No seré yo el que diga más palabras de las justas.
Pinturas de Donnatello, de Giotto y de varios artistas más terminan de decorar el interior de la iglesia.
Por una puerta lateral, se accede al claustro y a la Capilla Pazzi. Esta capilla, de aspecto sencillo y austero, fue en tiempos de su construcción una especie de estandarte de decoración. Una galería conduce al Museo, cuyas obras más destacables son unos cuantos crucifijos de madera, bellamente pintados.

Decidimos irnos hacia el Palazzo Pitti, en la otra orilla del río Arno. El Palazzo Pitti, que fue propiedad de la familia Médicis, es un conjunto laberíntico de estancias en cuyo interior se encuentra una increíble colección de pinturas.

Queríamos entrar primero a los jardines, pero no nos dejaron porque los cerraban en pocos minutos. Por lo cual entramos en el Palazzo. Y sorpresa agradable. La entrada era gratis.
Estábamos en la Semana Cultural Europea, por lo cual la mayoría de museos tenían la entrada gratis.

Al Palazzo Pitti, tiene que ser el único museo que se visite en un día, pues la gran concentración de pinturas, de salones decorados increíblemente, de objetos, etc., hace que se deba dedicar casi una mañana o una tarde entera, para poder verlo y apreciarlo. El Palazzo tiene varios museos dentro de él, siendo el más importante, La Galleria Palatina que alberga gran parte de la colección de arte de los Médicis. Hay también salas de objetos de plata, de cerámica, de carrozas...

En todas las salas hay información sobre las obras allí expuestas. Unas grandes cartulinas, describen los cuadros de la sala, su ubicación y su autor. Y naturalmente, ante tanta concentración uno se dedica a buscar los nombres de los pintores famosos y contemplar solo estos, descantando injustamente el resto.
Los nombres de Rafael, Miguel Ángel, Leonardo da Vinci, Caravaggio, Donnatello, Rubens, Ticiano... etc... etc... Descubrí cuadros que perdérmelos, hubiese sido un pecado.
Un solo consejo doy. No os olvidéis de mirar los techos. Si las obras de arte eran preciosas, ya no sé que calificativo puedo dar a los techos. La sala de Saturno, de Neptuno, de Apolo, de Venus, de Marte... Los frescos del techo, que en la mayoría de las veces representan escenas mitológicas, juntamente con los ornamentos de las esquinas, merecerían por ellos solos, estar en un museo aparte, y dedicar todo el tiempo que se disponga en contemplarlos. Hay que sentarse en las sillas que hay en cada sala y quedarse allí, un rato, unos minutos, unas horas... IMPRESIONANTES. Para mí, quizás lo mejor de Florencia, artísticamente hablando.

Salimos del Palazzo Pitti, y nos dirigimos bordeando el río Arno, hacia otro de los lugares míticos de la ciudad. El Ponte Vecchio. Enclavado en el lugar más estrecho del río, el Ponte ha resistido inundaciones, guerras, bombardeos... para terminar siendo una concentración de turistas y joyerías.
Construido a mitades de siglo XIV, “El puente viejo”, conserva tiendas con una antigüedad de más de 400 años.
Lo que más sorprende al atravesarlo es que está lleno de tiendas, sí, pero solo de joyerías. Únicamente joyerías a ambos lados de la calzada. En uno de los ventanales o pórticos que asoman al río, se pueden ver decenas de cerrojos atados a una cañería. Esto es debido a la imitación que hacen algunas personas de una escena de una famosa película romántica italiana.

Cruzar el puente esta bien, pero lo mejor es observarlo en la distancia, contemplarlo majestuoso, o quizás sentarse a tomar un café en uno de los varios cafés y restaurantes que hay cerca de él.

Después del puente, las joyerías dejan paso al resto de las tiendas más tradicionales. Un chico nos dio un panfleto de un concierto gratuito de un coro de universitarios americanos, que se iba a dar en una pequeña iglesia de la Piazza del Pesce. Nos acercamos para oírlo unos instantes. Un coro de más de 50 jóvenes cantó varias piezas en una iglesia semi vacía. Estuvo bien.

En unos pocos minutos llegamos a nuestro hotel, descansamos unos minutos, cambio de ropa y a cenar. Hoy tenía una cena sorpresa con unos amigos. Y como estos trajeron a otros amigos que vivían en la ciudad, nos llevaron a uno de esos restaurantes que son poco conocidos por los turistas y sin embargo muy aprovechados por los florentinos. Nos fuimos a cenar a la zona de Oltrarno, a un restaurante llamado Peppa Fiore, donde cenamos increíblemente bien en un ambiente tranquilo y poco turístico. Después de cenar, nuestros amigos nos llevaron a la Piazza Michelangelo en la cima del Monte alle Croci. Una reproducción del David, sobresale en este espléndido mirador de la ciudad. A nuestros pies las luces de Florencia, se mezclaban con los reflejos del río Arno. Las vistas de la ciudad desde este lugar son impresionantes. Vale la pena subir hasta aquí, sea de día o de noche.

Empezaba a llover, por lo cual terminamos la contemplación de la ciudad algo más rápido y regresamos a nuestro hotel. Nuestros amigos nos dejaron en el lado sur del Ponte Vecchio. Lo volvimos a cruzar, igual que horas antes. Pero los cientos de turistas, habían sido sustituidos por unas maceteras gigantes apostadas a ambos lados de la calzada del puente. Perfectamente iluminado, pasear por él, a estas horas, era sumamente romántico.
Antes de llegar al hotel, tuvimos aun tiempo de encontrar otro símbolo de la ciudad.
Subiendo por la Vía Porta Rossa, se llega al Mercato Nuovo. Y en la entrada de él hay una figura de un jabalí. Dice la tradición, o la imaginaria popular, o las ganas de tomar el pelo, que si sé dejar caer una moneda desde el hocico del jabalí al suelo, y que cuando caiga entre dentro de una rejilla que conduce a la alcantarilla, el regreso a Florencia esta garantizado. Me imagino la cantidad de monedas que algún avispado, o bien el ayuntamiento, recogerá todos los días en este lugar. De noche estaba desierta, pero de día, había que hacer cola para tirar la moneda y hacerse la foto.

El día de hoy había sido perfecto. Mañana tocaban museos y más museos.

Después de desayunar y como la hora de entrada a los Uffizi era más tarde, primero de todo nos dirigimos al Museo Nazionale del Bargello. Un edificio precioso con un patio medieval repleto de escudos de armas en sus paredes y en el cual tenían lugar las ejecuciones de los presos, nos recibe. El Museo Bargello, posee la colección de esculturas góticas y renacentistas más importantes de toda Italia. Y algunas de una belleza increíble. La primera sala que se visita nada más entrar está repleta de obras de Miguel Ángel. Hay varias obras de bronce, sobresaliendo por encima de todo la estatua de Apolo, de Juan de Bolonia. El recorrido del museo, puede durar todo lo que uno quiera, pero como siempre, vamos descartando unas y nos centramos en otras. En una sala, pudimos ver como el personal del museo, estaba restaurando una estatua a la vista de todos. Recomendable visitarlo, sin duda alguna.

Salimos del museo, y callejeamos por las calles adyacentes al Bargello. Cerca, en la Vía Santa Margherita, haciendo esquina con la Vía Dante Alighieri, se encuentra la denominada Casa de Dante, convertida en un museo del autor. Lo cierto es que ni nació, ni vivió en esa casa, aunque se cree que lo hizo en alguna cercana. En la pequeña plaza que hay delante de la casa, es frecuente ver a un actor representar fragmentos de la Divina Comedia, su obra más famosa.
A escasos metros de la casa de Dante, esta la Iglesia de San Martino, donde se cuenta la trágica historia de amor de Dante por la bella Beatriz.

El tiempo pasaba y ahora nos fuimos a ver a uno de los museos más visitados de toda Italia.
La Galleria degli Uffizi. Al llegar a la Piazza de la Signoria, quisimos entrar en el Palazzo Vecchio, pero como la cola era muy grande, y además teníamos ya hora programada para entrar a la Galleria, lo dejamos estar. El Palazzo Vecchio, es la sede del ayuntamiento de la ciudad, y hay varias salas que se pueden visitar. La mayor curiosidad de este edificio, está en su exterior. En un extremo de la pared, casi escondido e imperceptible, se encuentra una cara esculpida en la pared, que según la leyenda fue esculpida de espaldas, por el mismo Miguel Ángel, retando así a un escultor local a imitarlo.

La Galería de los Uffizi, es una de las mejores galerías de arte del mundo. Tiene una colección de pinturas que alberga todos los pintores de renombre mundial. Pero como siempre ocurre con semejantes museos, se empieza muy bien, saboreando las salas y las pinturas, y se termina a la carrera, con una sensación de empacho pictórico. Imposible detenerse el tiempo necesario en todas de las más de 2000 obras que hay expuestas. Se pueden reservar las entradas por teléfono, y ello conlleva un coste de 3 euros por entrada. La ventaja es que se ahorran las terribles colas que se forman para entrar. El único inconveniente, es que tienes día y hora de entrada adjudicada. Además estábamos en la semana cultural europea, por lo cual, el museo era gratis, y las colas aun más abundantes.

El museo esta dividido en 45 salas, distribuidas en dos alas, o enormes pasillos. Resaltar algunas pinturas sobre otras, es difícil, pero no hay que perderse, por supuesto, la sala de Giotto, La Primavera y el Nacimiento de Venus, ambas de Botticelli, la Adoración de los Reyes Magos de Leonardo o la Batalla de San Romano de Paolo Uccello. Las salas siempre están llenas de gente, por lo cual, lo mejor es hartarse de paciencia, e intentar evitar los grupos de turistas con guía, que cuando entran en una sala, la colapsan.
En el ala Oeste, destacan la Venus de Urbino de Tiziano, y la Condesa de Chinchón, de Goya. Claro que hay más cuadros destacables y recomendables, pero son tantos, y de tantos estilos y pintores, que lo mejor es hacerse con una buena guía del museo y detenerse en los que más interesen. Hacia el final del recorrido hay varias salas interesantes como las de Rubens, Rembrandt o Caravaggio. Paciencia y calzado cómodo.

Salimos del museo, cansados, y nos fuimos por las calles más tranquilas que están situadas detrás de la Piazza Della Signoria. Comimos en un restaurante que nos habían recomendado, nada turístico y frecuentado por trabajadores de la ciudad; albañiles, ejecutivos, amas de casa y unos turistas como nosotros. Trattoria Anita, en la Vía del Parlascio 2. Buen menú a buen precio.

Después de comer, tocaba seguir la ruta. Dejamos a nuestra amiga y nos fuimos hacia otro lugar emblemático de la ciudad. La Galleria dell’ Accademia. Y de nuevo hicimos el mismo ritual que por la mañana. Teníamos la entrada reservada para ahorrarnos la cola, pero esta vez no nos salió tan bien. Pagamos los 3 euros de la entrada, para luego comprobar que no había masificación para entrar, y que al ser la Semana Cultural, la entrada también era gratis.

La Galería de la Academia, es tan solo el David de Miguel Ángel. La galería fue la primera escuela de arte de Europa. Cierto que antes de llegar a él se pasa por una sala con estatuas y pinturas magnificas, pero todo ello queda empequeñecido cuando se observa por primera vez a David. Mas de 5 metros de altura de perfección, de belleza.
Podría contar infinidad de cosas sobre la estatua; desde su elaboración, las discusiones sobre su ubicación, o sobre sus formas exageradas en algunos detalles... etc... etc. Pero creo que hay que verlo, disfrutarlo, recrearse con él, dejar pasar el tiempo y observar, mirar... No está permitido hacer fotos, y varios guardias están constantemente vigilando por toda la sala para evitarlo. Cerca de la estatua, hay un ordenador con el que se puede hacer un recorrido virtual por toda la obra. Impresionante es poco.

Después del David, decidimos ir a la Basílica de San Miniato al Monte, que estaba unos metros más arriba de donde estuvimos ayer por la noche, en lo alto de toda Florencia. Para subir a la montaña, no sabíamos que autobús coger, y después de varias peripecias, de sortear carteristas que se acercan a este lugar algo alejado en busca de victimas, (ojo con ellos), llegamos a la Basílica. Pero sorpresa. Una verja mantenía la entrada cerrada. No obstante nosotros veíamos gente, por lo cual hicimos un pequeño rodeo por unos caminos a mano izquierda de la entrada principal y después de otra subida, llegamos a una entrada que nos conducía a la Iglesia.
Dicen que es la iglesia románica más bella de toda la Toscana. Quizás sea cierto. Su fachada exterior de mármol blanco y verde es deslumbrante, única. Y si por fuera gusta, por dentro aun más. Hay que resaltar el pavimento de mármol, con unas figuras fantasiosas; el altar repleto de frescos y sobre todo su cripta, la parte más antigua de la iglesia y donde se cree que está enterrado San Miniato. Una de las iglesias más bonitas de este viaje. Sin duda.
En el exterior, volvíamos a obtener unas imágenes de Florencia preciosas. Toda la ciudad a nuestros pies. Y dando un toque bohemio al lugar, un pequeño cementerio. Vale la pena subir a esta colina. De día y de noche.
Decidimos bajar a pie, y así pasear por un camino lleno de árboles y flores. El camino nos llevó cerca de donde cenamos por la noche anterior. Caminamos por calles que no conocíamos, cruzamos de nuevo el río, y nos fuimos hacia el hotel. Tocaba descansar algo y prepararse para ir a cenar.
Estaba en Italia, y aun no había comido ninguna pizza, y hoy me apetecía. Nos metimos en el restaurante Tremerli, en la Vía de Fopi 12. Una pizzería algo más turística pero lo suficientemente grande, como para no tener que esperar demasiado. Recomendable. Mañana teníamos excursión a un pequeño pueblo Toscano.

Para ir a San Gimignano desde Florencia, se puede ir en tren hasta Poggibonsi y allí tomar un autobús hasta el pueblo, o también se puede ir en bus, pero teniendo también que hacer trasbordo en Poggibonsi. Optamos por ir en bus. El precio del viaje, 5, 90 euros. Y ese día nos equivocamos.
No habíamos hecho ni 15 kilómetros por la autopista, cuando nos paramos. Estuvimos mas de una hora y media detenidos en la autopista, dentro del autobús, o avanzando lentamente. Un camión se había incendiado en la carretera y estaba causando un atasco monumental. Habíamos perdido una hora y media de pasear por las calles de uno de los pueblos más coquetos y preciosos de toda la Toscana.

El día amenazaba lluvia, pero se aguanto.

Enclavado entre campos y viñedos, sobre una pequeña colina a 324 metros sobre el nivel del mar, el pueblo de San Gimignano, es una joya. Declarada por la UNESCO, como patrimonio de la humanidad, la ciudad medieval se puede recorrer de punta a punta en poco más de 10 minutos. Pequeña, pero rica en detalles, en lugares, en esquinas para detenerse a contemplarla, a observarla...
Sus 14 altísimas torres cuadrangulares, de distintos diámetros y alturas, son su señal más característica. Antiguamente la ciudad tenia 71 torres, pero las guerras y el paso del tiempo han dejado tan solo estas pocas, que junto con su muralla, hacen de la ciudad una perfecta ciudad medieval amurallada.

Los buses que llegan a la ciudad, te dejan en la puerta de San Giovanni. Y desde aquí se entra a la ciudad por la Vía del mismo nombre. A mitad de la calle, los restos de la Iglesia de San Francesco, son utilizados ahora como una tienda de productos típicos de la zona. Él más característico es la Vernaccia de San Gimignano, un vino blanco suave que se puede degustar en esta tienda. La oferta de vinos, quesos y salamis, era enorme. Detrás de la tienda hay unas vistas espléndidas de las colinas toscanas. Unos metros mas arriba llegamos a un arco medieval; el Arco Dei Becci, que da paso a la primera de las dos plazas de la villa, que están conectadas entre sí. Hoy había mercado ambulante, aunque a esas horas, era más del mediodía, los puestos estaban empezando a recoger.

La primera plaza, la Piazza Della Cisterna, esta rodeada de torres, edificios medievales y cafés. En medio de la plaza, un pozo, una cisterna de agua, que da nombre a la plaza. En las piedras alrededor del pozo, aun se pueden ver los surcos dejados por las cuerdas para subir los cubos de agua. A escasos metros la Piazza del Duomo alberga los edificios más importantes de la ciudad: la Collegiata, el Museo Cívico y el Museo d’ Arte Sacra.

El museo cívico, ubicado en el Palazzo Comunale, está dividido en dos secciones. Después de pagar los 5 euros de la entrada, se accede a una sala donde está la Sala del Consiglio, llenas de pinturas de artistas locales. En varias de ellas se representa al santo local San Gimignano, venciendo a Atila. Hay varias salas más con abundantes pinturas religiosas y cruces de madera pintadas. Si se quiere obtener unas vistas inmejorables de la ciudad, se debe subir a la Torre Grossa. Desde lo alto de la torre, se tiene una vista de toda la ciudad increíble. Las colinas toscanas se muestran imponentes resguardadas de una vegetación extensa y bien cuidada. Hacia aire en lo alto de la torre, pero no subir, hubiese sido un error. Imprescindible.

Al salir del Palazzo, nos fuimos hacia La Collegiata. Los 3.50 euros de la entrada, se ven sobradamente amortizados por las pinturas que alberga. Escenas del paraíso, del infierno, del juicio final, un fresco sobre el martirio de San Sebastián y varios conjuntos pictóricos sobre las escenas de Antiguo y del Nuevo testamento.
Me sorprendió, el que en una iglesia tan pequeña, en un pueblo tan pequeño, albergara obras de tal belleza. Y eso que de obras de arte, empezaba ya a estar algo lleno, pero no ver la Iglesia de la ciudad seria de nuevo, imperdonable. Antes de salir del Duomo, hay que detenerse en la capilla de Santa Fina, que nació aquí, e intentar adivinar su vida, observando los frescos de la capilla. Fueron 3 euros muy bien aprovechados.

Saliendo de la Collegiata, nos dedicamos a pasear por las tranquilas calles de San Gimignano. Encontramos fuentes, tiendas de ropa, calles desiertas y una sensación de paz, de tranquilidad.
La hora de partir, se acercaba, y justo cuando nos dispusimos a irnos a coger el autobús que nos llevaría de nuevo a Poggibonsi, empezó a llover. La lluvia había respetado la visita.
Llegamos a Poggibonsi, esperamos al otro bus que nos llevaba a Florencia, y esta vez, sin atascos, hicimos el trayecto en poco más de una hora.

Seguía lloviendo cuando llegamos a Florencia. El autobús nos dejó en la estación de tren y aprovechamos para intentar averiguar si había alguna compañía de bus, que nos llevara directamente al aeropuerto de Pisa. Y preguntando conseguimos averiguar que hay una empresa, Terravision, que tiene su oficina en el bar “María”, en el lado opuesto a la entrada principal de la estación Santa María Novella y que hacia el trayecto Florencia-Aeropuerto de Pisa, directamente por autopista y sin paradas. Comprobamos horarios y precios, que eran parecidos a los del tren y nos dedicamos a callejear por los alrededores de la estación. Estuvimos buscando una tienda de alimentación, un súper, para comprar queso Parmesano y embutidos, pero o los Florentinos no comen, o los supermercados están muy escondidos. Todo eran tiendas de recuerdos, de ropa y las pocas tiendas de alimentación que encontrábamos eran de productos básicos de primera necesidad. Lo dejaremos para mañana.

Descansamos un poco en el hotel y nos fuimos a cenar, por otra zona en la que no habíamos estado aun. Cerca de la Piazza Goldoni, hay varias callejuelas con infinidad de restaurantes. Optamos por uno que parecía menos turístico y al fin pude probar el entrecot a la fiorentina; un pedazo enorme de carne, muy tierno.
Mañana regresábamos a Barcelona.

El Viernes, optamos por ir a Pisa en bus, pero antes de llegar a la estación nos detuvimos en el mercado central para comprar queso parmesano y embutidos. Sobre las 9.30 de la mañana nos despedíamos de Florencia, para regresar a la estación central de Pisa. Desde allí, un tren nos llevaría en pocos minutos al aeropuerto.
El aeropuerto de Pisa, es pequeñito, pero aun hay algunas tiendas donde comprar un buen Chianti, o un trozo de queso.
Había visitado 5 villas de la Toscana, 5 rosas de un ramo de flores llamado Italia. De recuerdo me llevo paisajes, monumentos y rincones únicos.
Y por fin pude dar mi opinión a la eterna pregunta... ¿Roma o Florencia?... pero eso, es otra historia.

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