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Llegamos a Río, cargados de energía aunque con ciertas dudas de como sería el departamento y si nos habían estafado o no por internet.
De entrada, el chofer que nos tenía que buscar en el aeropuerto no fue. Después supimos que el propietario se había olvidado de avisarle. Los brasileros son así, un encanto de personas, pero despistados a mas no poder.
Tomamos un taxi que nos dejó en la puerta del edificio en menos de los que dura un rayo. Si bien el aeropuerto no queda tan lejos de la ciudad, el chofer que nos tocó en suerte (o desgracia), era un viejito que manejaba de costado, tirándoseme encima y con un olor a transpiración insoportable. Imaginense todo el día trabajando en el aeropuerto con 40º. Con la ventana abierta a pleno aún así se hacía difícil ignorar esta pintorésca moléstia.
Bueno, el tema es que este querido señor, le gustaba meter pata al acelerador. La autopista en lugares no tenía luz y de pronto íbamos en linea recta a 120 km x hora y a lo lejos divisábamos un curva en la mas completa oscuridad y el no bajaba pata. La cosa es que del miedo que me agarró en ese momento, no me atrevía a moverme para ponerme el cinturón de seguridad.
Por suerte llegamos sanos y salvos y el dueño del departamento estaba esperándonos.
Resultó se un holandés acaudalado, que luego nos contó, tiene mas de 60 departamentos en alquiler en Río.
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El lugar nos quedaba grande. Habíamos alquilado para 6 personas y a último momento y por cuestiones familiares que no viene al caso comentar, Julio y Uku debieron quedarse en Buenos Aires.
Las habitaciones enormes, con unas camas muy confortables, aire acondicionado y ropa de cama impecable y de primera, 3 baños, un living room para armar un baile, la cocina equipada con todo lo que se nos ocurra y un lavadero con tenders por todos lados, lavarropa y demás. Para nuestra sorpresa y sin saberlo, habíamos alquilado un piso, al que se accedía por ascensor a un palier privado.
Encantados con nuestro palacio, nos empezamos a preparar para la noche. Ya eran las 21hs y queríamos salir a callejear.
Listos con ropa liviana, porque la temperatura no bajaba, salimos a nuestro primer encuentro con la ciudad.
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En este punto quiero comentar algunas cosas respecto a Río de Janeiro. Se ha dicho que es una ciudad caótica, sucia, con inseguridad y que la gente es peligrosa. No hay nada mas opuesto a todo.
En ningún momento me sentí con temor por una situación incómoda. Tampoco tengo nada que decir de su gente, que siempre responde con una sonrisa y están dispuestos a ayudar en lo que esté a su alcance. La ciudad es hermosa, llena de matices y si bien su arquitectura no es de lo mas notable (salvo en contadas ocasiones), se ve prolija, bastante limpia y con características propias de los cariocas. A saber, un poco ruidosa, kitch y muy estimulante.
Nuestra primera caminata por Copacabana resultó ser la mejor carta de presentación. Si bien es una de las playas mas populares, está un poco venida a menos en cuanto la consideración popular. Ipanema es mas fashion y muchos la prefieren, pero Copacabana de noche es inigualable.
La gente anda mucho a pie, en bicicleta, corriendo, en la playa, en los bares, en fin, se dedican a disfrutar todo con plenitud. Si no te entienden lo que les decís, pelan una sonrisa de oreja a oreja y te dicen "si" alegremente.
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Hay restaurantes a montones, ferias de artesanías, hoteles, músicos ambulantes, de todo un poco y uno se la pasa genial.
Esa noche el cuerpo nos respondía, filtrados por el viaje que duró 7 horas con una escala interminable en San Pablo, los nervios y contratiempos y una noticia de Buenos Aires que nos empañó un poco la salida. No obstante estábamos fascinados y disfrutamos de caminar en la arena, tomar unas caipirinhas y aspirar el yodo del mar que inundaba nuestros pulmones.