El hotel no sólo es confortable y moderno sino que nos sorprende con unos desayunos opíparos. La comida para nosotros más importante del día resulta ser buenísima y muy variada, lo que nos ayudará a aguantar el tute que nos espera en esta jornada.
Llegamos al Museo del Prado con nuestras entradas ya adquiridas por Internet. Hacer cola además de aburrido es muy cansado, y no podemos permitirnos el lujo de desperdiciar nuestras energías porque las necesitaremos para recorrer el Museo.

Una vez dentro, y pertrechados con las imprescindibles audio-guías, nos paseamos con auténtico placer por la Historia del Arte con mayúsculas: desde los magníficos primitivos flamencos pasando por el Renacimiento italiano hasta los comienzos del siglo XX español. Imposible enumerar la cantidad de obras maestras que desfilan ante nuestros ojos, son tantos los nombres de los artistas que han hecho historia y que se encuentran aquí representados que se hará necesaria, dentro de un tiempo, una segunda visita.
La ausencia de mi ídolo Caravaggio, actualmente en el Hermitage de San Petersburgo en préstamo, la supero deleitándome con Las Meninas de Velázquez. Me hipnotizan su profundidad, la iluminación y tantos otros detalles indescriptibles. Todas las obras merecen especial atención, pero siempre hay una que destaca sobre las otras, y para mí fue ésta; es posible que si esa segunda visita se materializa algún día será otra la elegida.
Agotados tras cuatro horas de recorrido museístico llega el momento de reponer fuerzas. Tras tomar un tentempié y descansar un rato, nos acercamos hasta el Parque del Retiro dando un rodeo por el Paseo del Prado. Aprovechamos la tranquilidad de este idílico rincón madrileño para tomarnos con calma la tarde. Mucha gente patinando, corriendo, paseando, disfrutando en una palabra de este viernes no muy soleado pero con temperatura agradable. Pasito a pasito salimos a la Puerta de Alcalá y efectivamente, ahí está viendo pasar el tiempo. Nos acercamos hasta la Plaza Cibeles y entre que llevamos un ritmo relajado y que nos entretenemos haciendo todas las fotos posibles, empieza a anochecer. La tarde no se puede calificar de intensa, más bien ha sido relajada, pero entre que aún nos dura el cansancio de la mañana y que al día siguiente tendremos más dosis de arte, preferimos acercarnos tranquilamente hasta la zona de la Plaza Mayor para cenar y acto seguido ir a descansar.