Salimos disparados a coger el tranvía a las 8 de la mañana, despues del desayuno. Queremos llegar unos minutos antes de las 9, hora de apertura, a las taquillas del Palacio de Topkapi, con la presunción de que a primera hora no habrá colas, y que quizás podremos recorrerlo con menos reatas de turistas, porque muchos de ellos estarán todavía de pie delante de la tostadora, esperando que arroje las rebanadas de pan de molde. Acertamos, porque a las 9 menos 5, somos tres o cuatro los que estamos plantados en las taquillas. Cotizamos las 20 liras de la entrada más la 15 liras extras de la del Haren, y cruzamos felices la Puerta de la salutación (central), al segundo patio del complejo palaciego, donde se inicia el recorrido. El horario de invierno de 9 a 5 de la tarde, todos los días excepto el martes, con cierre de taquillas una hora antes.
VIDEO EN ESPAÑOL DEL PALACIO DE TOPKAPI: http://www.artehistoria.jcyl.es/obrmaestras/videos/23.htm
La primera ronda, la hacemos por la sala del Divan, en un saliente extremo izquierdo del patio. El Divan, consejo supremo de estado y de justicia, algo así como un consejo de ministros de ahora, pero más cabrón todavía, estaba formado por un gran visir, los pachás que eran jefes militares o gobernadores, y unos pocos civiles en funciones de ministros, o sea la flor y nata del infierno, que en esta sala recibían a los embajadores extranjeros, y celebraban ceremonias oficiales, aparte de joder al personal.

El haren tiene su puerta estratégicamente situada, al ladito de la sala anterior, en la misma esquina izquierda del patio, y da nombre a la punta del promontorio que domina el encuentro del Mármara y el Bósforo, denominada "la punta del serrallo". El harén, que siempre ha propiciado lo novelesco y derroches de fácil imaginación, era regentado por la Reina Madre, y en el residían Don Sultán y su familia, las concubinas, sus criadas (odaliscas), y los eunucos. En sentido estricto el Haren era la residencia destinada a las mujeres en cualquier palacio musulmán.

Evidentemente, la cantidad de concubinas que se “favorecía” el Sultán, variaba según lo semental que fuera el tipo en cuestión, y por la “dedicación” a las cuestiones de estado. En el haren, había establecida una estricta pirámide femenina, en cuya cima estaba la mamita del Sultán. Tras ellas, en los escalones inferiores se iban sucediendo las demás féminas, en función de la “utilidad” al macho de la casa: esposa del primogénito sucesor, esposas, madres de los otros hijos aspirantes al trono, y madres de las hijas. Todas las anteriores formaban la “familia”. Por debajo de ellas, las esclavas, no musulmanas puesto que ningún seguidor del Islam puede ser esclavo, generalmente llamadas odaliscas (mujeres de cámara). Entre ellas, estaban situadas en primer lugar las concubinas favoritas, luego las no elegidas, seguían las criadas privilegiadas, y en último lugar las rasas o recien llegadas que eran simples sirvientas.

El salto en el escalafón por lógica, venía dado por las mismas razones por las que estaba establecida la pirámide. De esa manera, las concubinas que tenían un hijo, podían convertirse en esposas, y aquellas en las que se fijaba el soberano, se convertían en aspirantes a favoritas.
Todas ellas, desde que entraban por la puerta del recinto, estudiaban música, canto, danza, poesía, sexualidad, e idiomas turco y persa, ya que la mayoría procedían del Cáucaso.
Al servicio del harén habia dos clases de eunucos, los negros y los blancos. Los negros eran esclavos africanos para el servicio exclusivo de las mujeres, y estaban bajo el mando de un cortesano negro, con gran poder. Los eunucos blancos servían en la escuela de palacio enseñando a los niños elegidos que se preparaban para ser oficiales o a formar parte de los jenízaros, temible caballería de élite del Sultán, o servían al Sultán, convirténdose algunos de ellos en asesores de gran influencia, o incluso en altos cargos.

No hace falta decir que no estaba permitido a ningún hombre, bajo pena de decapitación, cruzar el umbral del Haren, el cual constituía, independientemente del absolutismo del Sultán, un centro de intrigas, de influencia política y de poder real.
Tras la visita al haren, cruzamos el patio para meternos en las cocinas reales, donde se guarda parte de la cacharrería y vajilla acumulada por los sultanatos. Como no podía ser de otra manera, los duralex de palacio, son una colección de valor incalculable, de porcelanas de diversas dinastías de sonoridad china, ang,eng,ing,ong, sólo apreciables por expertos o ladrones especializados, y de cristaleria turca. En las cocinas reales, laboraban alrededor de un millar de personas, entre cocineros, reposteros, carniceros, camareros, etc. La sala se visita rápido, a pesar de que está considerada una de las exposiciones más importantes del mundo en la categoría.

Para las siguientes salas, se ha de traspasar la puerta de la Felicidad, también llamada de “los eunucos blancos”, y acceder al tercer patio. El sistema de patios era una simple cuestión de filtro, de manera que fuera aumentando la privacidad a medida que se iba cruzado de uno a otro. De tal manera, el primer patio era el de acceso más público, y el cuarto, llamado “de la intimidad”, totalmente restringido y de uso exclusivo del sultán, junto con el haren, que estaba considerado un edificio independiente.
En este tercer patio, el primer recinto a la derecha es la antigua escuela de pajes, denominada “devshirme”, de hecho una universidad en la que se licenciaban los alumnos, como jenízaros o como integrantes del gobierno otomano. En la actualidad, alberga el guardarropa imperial. A la hora de la visita a esta sala, la concurrencia es ya considerablemente más nutrida, y nos encontramos haciendo el recorrido, siguiendo a grupos de niños escolares de 7 u 8 años, que vuelven locos a los vigilantes y a sus maestros, que tratan en vano de que mantengan un utópico orden en la fila para ver los escaparates. No está permitido hacer fotos, pero la lucha de los vigilantes con los niños, me permite hacer al despiste un par de fotos de unas interesantes camisas talismánicas que eran de uso frecuente por los sultanes.

En el libro de la autora turca Hülya Tezcan, “Las camisas mágicas del Palacio de Topkapi” en el que indaga en la importancia de estas camisas, después de haberse ocupado de la restauración de muchas de las 87 del museo, cuenta sobre el monógamo sultán Murad III, que nunca estuvo muy interesado en las mujeres, a pesar de tener un harén con cientos de concubinas, y que solo tenía una mujer y cuatro hijos, dos de ellos varones, que tras la muerte de uno de ellos, la corte comenzó a preocuparse por la sucesión al trono. Por ello, la madre de Murad III, la poderosa sultana Nurbanu decidió tomar cartas en el asunto encargando una camisa mágica para su hijo. Tejida con delicadeza, sobre ella había escrito versos del Corán y símbolos astrológicos. Por la camisa o no, en el momento de su muerte, 14 años más tarde, Murad III tenía 19 hijos.

Las camisas tenían la facultad de proteger a los sultanes contra el mal de ojo, hacerles invisibles en las batallas o simplemente preservar su buena salud. "Los sultanes también tenían gorros de dormir, collares, y útiles con inscripciones del Corán" explica Tuzcan. "Estas prendas nos permiten evaluar hasta que punto las supersticiones de la Corte Otomana afectaban la política del Imperio" asegura.Según Tuzcan, durante el Imperio Otomano las camisas talismánicas era una prenda de uso común. Su calidad aumentaba en la medida en que lo hacía la posición social de su dueño. Para las del sultán eran necesarios tres años de trabajo, que se iniciaba cuando los astrónomos de la corte señalaban la fecha propicia. Una vez determinada, los religiosos elegían los versículos del Corán apropiados y los calígrafos reales los escribían sobre el paño de algodón. Finalmente los costureros unían los lienzos y creaban la camisa. "El artista a veces también escribía en la prenda una petición a Alá o al sultán" explica Tuzcan. "Después se le entregaba a la madre que era la encargada de hacer el regalo".

En la sala se exponen otras ropas : collarines, capas, turbantes, plumas, ingeniosamente abultadas con el fin de aumentar el tamaño del sultán y hacerlo parecer más poderoso a los ojos de sus súbditos.
La puerta del recinto adyacente es la del famoso y valioso tesoro del imperio, donde la visita se hace costosa, puesto que todos los visitantes arriman los ojos a los escaparates, atraidos por la luz que despiden las piedras y metales preciosos expuestos en formato individual o engarzados en cantidades industriales en cualquier objeto o mueble.

El tesoro acumulado a través de botines de guerra, trofeos, regalos, y piezas elaboradas por los orfebres palaciegos, incluye algunas como el trono de Mahmut I, pedazo de sillón de oro con incrustaciones de todo tipo, el puñal Topkapi, el más caro del mundo, una cuna de oro y piedras preciosas para los bebes, y el objeto más valioso del tesoro, el diamante Kasikci en forma de pera, rodeado de 2 hileras de brillantes, y tercero más grande del mundo.

No me extiendo más para que no se convierta esto en un tocho de libro más que en un diario. El palacio de topkapi es entretenido e interesante, y el recorrerlo tanto por el exterior como por los recintos interiores, es imprescindible si se visita Estambul. La decoración de las salas alicatadas de azulejos azules, su arquitectura, las ventanas, las puertas, las vistas impresionantes del Mármara y el Bósforo, los objetos de uso cotidiano y los tesoros, merecen bien bien unas horas, que amortizan más que de sobra el coste de las entradas.

Al salir, decidimos irnos a la orilla de enfrente, Uskudar, para contrarrestar tanto esplendor y opulencia. Los ferrys salen del embarcadero de Eminonu, con horario de autobús, por lo que no hay problema de espera, y las fichas billete cuestan 2 liras como el resto del transporte, que se extraen igualmente en las famosas jetonmatik. En un cuarto de hora se cruza al otro lado. El recorrido se puede hacer por el paseo marítimo en ambas direcciones, pero nosotros nos metemos hacia el interior, subiendo la colina, para eludir en lo posible cualquier cosa que no sean viviendas normales, y la vida cotidiana de un barrio cualquiera. La atmósfera es relajada en la calle, y nada turística. Damos una vuelta hasta una plaza central a media subida, y volvemos a bajar de nuevo en dirección a la orilla, por una gran avenida que desemboca en una plaza más pequeña, en la que en una esquina, está el mercado diario. La zona está concurrida por paisanos con la bolsa de la compra, jubilados sentados en los bancos junto a gente que se para a descansar, y niños jugando.
Alrededor del mercado, como siempre, hay muchos sitios para comer, entre los cuales elegimos uno, con el comedor acristalado en el primer piso, que permite disfrutar del vaivén de la calle. Para comer, aunque lo típico en el lugar son los bocadillos de carne, repetimos con el conocido y fiable Iskender, y unos tes. La cuenta sale barata, y nosotros salimos inmediatamente, de vuelta al ferry, para ir primero al hotel a reposar un rato, y luego a echar un primer vistazo al Gran Bazar.
El gran bazar (Kapaliçarşi) al que entramos a las 6 de la tarde, puesto que no queremos comprar sino solo dar una vuelta, abre de lunes a sábado, de las 8 h a las 19 h. Está situado en Beyazit, pero tiene 22 puertas, por lo que las opciones de entrada son variadas. Usualmente, siempre entro por los callejones que conducen al descubierto Bazar de los libreros, a los que se accede por detrás de la mezquita de Beyazit, en la explanada de la universidad.
Aparecemos por la calle de los joyeros, y caminamos rápido y prácticamente sin detenernos, haciendo eses y viendo la repetición sinfín de mercancía, sin recibir demasiadas interrupciones, supongo que porque los comerciantes están preparándose para cerrar. Una vez cruzado al lado opuesto, derivamos por calles cuesta abajo, viendo como los comerciantes del histórico bazar de Mahmutpaşa, bajan las persianas de las tiendas, apilan cartones, o charlan tomando un té mientras acaban la jornada. Las multitudes a esta hora ya se han disuelto, y las aceras están semivacías por lo que es fácil transitar. Sin esfuerzo, llegamos a las calles traseras del Bazar egipcio, límite del mercado de Mahmutpaşa por abajo, y como dias anteriores, regresamos al hotel por la avenida del tranvía.
