Torres del Paine
Nuestro siguiente destino, Puerto Natales, no tiene aeropuerto, así que cogimos un avión desde Puerto Montt hasta Punta Arenas para recorrer después la distancia entre Punta Arenas y Puerto Natales en autobús de línea regular. No estaba prevista la visita de Punta Arenas, pero durante las tres horas de espera hasta la salida del autobús pudimos descubrir el centro de la ciudad -su casco histórico- con algunos edificios interesantes, testimonio de un pasado más esplendoroso. Uno nos llamó particularmente la atención. Primero por encontrar en aquellas latitudes -última ciudad del sur de Chile- un palacete estilo art nouveau, y segundo porque su propietario era, nada más y nada menos, que un paisano nuestro: José Menéndez, nacido en Avilés, conocido como el Rey de la Patagonia, tal como reza en la placa de la casa y en la estatua destinada a su memoria en la Plaza de Armas.
Y desde allí, travesía de la Patagonia chilena castigada por el viento: enormes llanuras, paisaje árido, rala vegetación, árboles retorcidos y atormentados. Prácticamente desértico. De cuando en cuado alguna “estancia”. Más allá algunos animales. A lo lejos los Andes.
Los más de 200km entre Punta Arenas y Puerto Natales se recorren en tres horas. Llegamos al hotel a las nueve, ya sin tiempo de conocer la ciudad que tampoco parecía muy interesante. Sin embargo, nos encantó el hotel frente al lago (Hotel Weskar), con bonitas vistas, un hotel rústico con mucho encanto y buena calefacción porque hacía frío. Sobre todo a las siete de la mañana cuando vinieron a buscarnos para ir al Parque Nacional de las Torres del Paine.
El día amaneció radiante y se mantuvo así hasta media tarde. Parece ser que es una suerte tremenda poder ver las Torres con una visibilidad perfecta. Pero, a pesar del sol, el viento helado, tan fuerte que te desequilibraba, producía una sensación térmica bajísima.
Sobre todo en el “salto grande” una preciosa catarata que vierte con fuerza aguas verde jade, como muchos de los lagos de estas regiones de glaciares.
Sabíamos del incendio del Parque poco tiempo antes de nuestro viaje, pero no conocíamos exactamente cuál sería su alcance. Ciertamente el incendio afectó bastante, y se nota, pero el parque es enorme, así que no deja de ser sólo una zona.
Y, por otra parte, los colores de los lagos son tan rotundos que no tuve la impresión de que desentonase el paisaje parduzco, como volcánico, que los rodeaba. Casi hacía más contraste.
Porque el parque no son sólo macizos de montañas majestuosas llenas de glaciares. Son además los lagos, numerosos, extensos y tan diferentes entre sí como el lago Sarmiento de un color azul azulete espléndido, el lago Pehoé con sus aguas verde jade o el lago Grey de aguas verdejabonosas. Todos los matices del verde y el azul en cada uno de ellos.
Nos quedamos dos días en la Hostería del lago Grey, en un sitio fantástico, frente a las Torres del Paine, al borde del lago Grey y con el glaciar Grey a su izquierda. Nos dijeron que gracias al cambio del viento el incendio se paró a pocos metros de allí, cuando ya lo habían desalojado completamente. Un milagro. O sea que allí no había restos del incendio.
Además tuvimos suerte de que nos dieran una habitación frente a las Torres, cambiantes dependiendo del ángulo de visión como una arquitectura desmontable, y frente al lago, una vista preciosa.
Es importante, porque hay habitaciones que dan al jardín y no es lo mismo. Fueron dos días estupendos con paseos por la ruta de los témpanos de un intenso color azul cielo, desgajados del glaciar Grey y arrastrados por la corriente,
o por las pequeñas lagunas de los alrededores. Paisajes fantásticos y tranquilidad absoluta.
El último día gran madrugón para ir otra vez hasta Puerto Natales a coger el autobús de línea regular que nos llevaría hasta El Calafate. Así que atravesamos el Parque mientras iba amaneciendo. Una buena despedida.