Milán
Día 1. Jueves 14/08/08
Día 1. Jueves 14/08/08
A las siete de la mañana, temprano, y puntual, despega el avión rumbo a Madrid, donde me juntaré con Elena y Adrián, que vienen de pasar unos días familiares en Santander. Dos horas después estoy en la capital. Barajas es un aeropuerto novísimo, moderno, eficaz y bonito. Me gusta mucho, tanto en su diseño externo e interno como en su funcionalidad. Da idea del progreso que ha realizado España en estos últimos años (quién lo diría hace 25 años). Y como puerta de entrada a nuestro país es un buen recibimiento para el visitante. Uno se siente orgulloso de esta obra, y del esfuerzo colectivo de los españoles que hay detrás. He oído quejas y críticas que no comparto sobre su funcionalidad. La señalización para moverte de una terminal a otra, o de unas puertas de embarque a otras, es buena, y están señalados también los tiempos estimados que se tarda de unas a otras. Esto contribuye a que el visitante pueda moverse con celeridad, y no entre en ansiedad por miedo a no llegar a tiempo a su enlace. El metro interior, sin conductor, es muy silencioso y rápido. El aeropuerto está muy limpio, es luminoso, espacioso, nada agobiante, con techos altos y grandes cristaleras.
la luz en barajas
Recuerda a las catedrales góticas, en su altura y en su búsqueda de la luz. Barajas es un torrente de luz natural, y este es su gran acierto, porque le hace más amable, al tiempo que alegra el ánimo del viajero.
la luz en barajas
Recuerda a las catedrales góticas, en su altura y en su búsqueda de la luz. Barajas es un torrente de luz natural, y este es su gran acierto, porque le hace más amable, al tiempo que alegra el ánimo del viajero.
Ya juntos los tres, embarcamos rumbo a Milán. Desde el aire España es marrón. La meseta es ancha y plana, arañada por cauces y caminos, como una piel torturada por mil surcos. Árida y seca. Pronto aparecen los montes y las montañas, que la llenan de pliegues y relieves. En apenas dos horas alcanzamos Milán. La vieja Europa. En contraste con España, la región de Milán es un enorme llano verde, muy verde, y moteada de continuo por manchas de bosques. La tierra está muy trabajada, con los campos perfectamente parcelados y rodeando los pueblos. Si, Milán es verde, en todas las tonalidades imaginables.
Malpensa nos recibe con un calor sofocante, húmedo, con un aire caliente que se pega al cuerpo. El aeropuerto tiene ya sus años. Resulta muy gris en su concepción de hormigón.

Elena y Adrián en Malpensa
Es grande, enorme, pero me resulta viejo, anticuado, casi decrépito. He despegado de Bajaras, y la comparación se hace inevitable. Tras recoger las maletas nos dirigimos a la búsqueda del coche.[/align]
Me faltan ojos para observar todo a mí alrededor. Estoy invadido por la excitación que produce el inicio de un viaje, que el viajero conoce bien; es la excitación por lo nuevo, por lo desconocido, por lo diferente, por la aventura que comienza. Me siento abierto y receptivo a las nuevas sensaciones, eufórico, lleno de incertidumbre y ávido por conocer nuevas gentes y nuevos lugares. Nunca se vuelve a mirar un sitio tan intensamente como se mira cuando se pisa por primera vez y al comienzo de un viaje. Me siento alegre, ¡ya hemos iniciado el viaje, estamos en el camino!
Nos estaban esperando en Avis. El chico chapurrea el español, y el italiano no es difícil de entender. Contrato el seguro a todo riesgo. Como me habían dicho por correo, supone unos 200 euros por los 25 días de coche, y me anotan el recargo por gasolina. El coche está en buen estado, aunque tiene rayones y raspaduras en los cuatro lados, que ya están anotadas en el papel que firmamos a su recepción. Lo revisamos bien, para evitar sorpresas posteriores, pero no detectamos nada que no esté recogido en el papel. Colocamos las dos maletas grandes y el bolsón, que se acoplan perfectamente, y nos ponemos en la carretera, hacia Milán, primera parada del camino. La autopista serpentea entre bosques, y cuando este desaparece, igual tenemos siempre árboles y prados a la vista, un camino siempre verde, con la hierba aprovechando cualquier resquicio que le deja el asfalto para reclamar lo que es suyo de natural. El trayecto de Malpensa a Milán es largo, el aeropuerto está muy alejado de la ciudad, 50 km. y hay que ir con tiempo para cubrir eventuales atascos o accidentes. La alternativa de Bérgamo como aeropuerto de llegada o de salida está muy bien, porque la distancia es similar y la ciudad es encantadora.
Viajamos sin gps, pero el mapa que me había impreso de google en casa me llevó directo y sin error hasta el hotel que teníamos reservado, lo que tiene merito, porque Milán es enorme, y tuvimos que hacer muchos giros hasta llegar al hotel. Google me resolvió la papeleta estupendamente. He hecho todo el viaje con mapas, sin gps. Se puede viajar perfectamente con los mapas de toda la vida. A mí me gustan mirarlos, y hacerme una idea general del terreno por el que viajo. Pero para las ciudades es muy útil, se gana tiempo con él, porque callejear en una ciudad no es fácil, y si encima es extranjera, menos todavía. Por mi experiencia, es muy recomendable llevar un gps para entrar en las ciudades y buscar direcciones concretas.
El hotel, Novotel “nord ca granda” (Viale Suzzani 13) es nuevo, y la habitación está muy bien, espaciosa y confortable, con una cama enorme, “king size” y otra supletoria. Desde luego 89 euros por esta habitación es muy buena oferta. Adrián no pierde el tiempo, y se va a la piscina del hotel a bañarse. Seguimos en estado de euforia, muy contentos, y ávidos de empezar a ver cosas y empaparnos de Italia. Decidimos que cenaremos en el centro, así que tras una ducha refrescante y un breve descanso nos encaminamos hacía el corazón de Milán.
El calor sigue siendo sofocante. Nos indican como podemos ir en tranvía al centro. Muy cerca del hotel pasan varias líneas, y por ellas circulan vagones muy diferentes. Los más curiosos son los más antiguos, de color naranja, y que viajan en unidades individuales. El problema es el billete.
Tranvía cerca del hotel
Es por la tarde, víspera de festivo, y está todo cerrado. Le preguntamos a un conductor donde comprarlo, a ver si nos deja pasar sin billete, por eso de ser turistas, pero nos dice que él no los vende y que esperemos al siguiente. En el siguiente ocurre lo mismo, así que decidimos caminar para encontrar algún estanco donde comprar los dichosos billetes. Llegamos a una placita donde sólo hay un café abierto. No venden billetes, pero nos dice el chico, en un guiño de complicidad, que nos colemos en el autobús, que no habrá problemas, y vayamos hasta la estación central, donde podremos comprarlos, porque andando nos queda un largo trecho. El calor es mucho, y Adrián ya se está quejando, así que decidimos hacerle caso. En la parada de la guagua hay un señor, con pinta de trabajar en la línea. Ante la posibilidad de que sea el revisor, y por si las moscas, le preguntamos como ir hasta la estación central, y que no tenemos billete. Nos responde muy amable, y dice que en el bus no nos lo venderán, y que está todo cerrado. Que sólo quedan dos paradas hasta la estación central, pero que andando es un buen trecho. Resulta que es el conductor, que va a hacer el cambio de turno con el que viene. Así que nos subimos, y si viene el revisor, pues ya veremos, él desde luego no nos ha dicho nada y sabe que viajamos sin billete.

Tranvía cerca del hotel
Es por la tarde, víspera de festivo, y está todo cerrado. Le preguntamos a un conductor donde comprarlo, a ver si nos deja pasar sin billete, por eso de ser turistas, pero nos dice que él no los vende y que esperemos al siguiente. En el siguiente ocurre lo mismo, así que decidimos caminar para encontrar algún estanco donde comprar los dichosos billetes. Llegamos a una placita donde sólo hay un café abierto. No venden billetes, pero nos dice el chico, en un guiño de complicidad, que nos colemos en el autobús, que no habrá problemas, y vayamos hasta la estación central, donde podremos comprarlos, porque andando nos queda un largo trecho. El calor es mucho, y Adrián ya se está quejando, así que decidimos hacerle caso. En la parada de la guagua hay un señor, con pinta de trabajar en la línea. Ante la posibilidad de que sea el revisor, y por si las moscas, le preguntamos como ir hasta la estación central, y que no tenemos billete. Nos responde muy amable, y dice que en el bus no nos lo venderán, y que está todo cerrado. Que sólo quedan dos paradas hasta la estación central, pero que andando es un buen trecho. Resulta que es el conductor, que va a hacer el cambio de turno con el que viene. Así que nos subimos, y si viene el revisor, pues ya veremos, él desde luego no nos ha dicho nada y sabe que viajamos sin billete.
Llegamos hasta la estación sin problema. La amabilidad y la complicidad que nos han mostrado este hombre y el chico del café será una constante en Italia. Nuestra experiencia es que los italianos son muy amables y comunicativos, y se han esforzado en ayudarnos cuando ha habido ocasión. Los idiomas son parecidos, y la comunicación fácil, y salvo casos aislados, nos atenderán en todos los sitios muy amablemente, y se esforzarán en hacerse entender. En esto Italia se lleva un nueve.
La estación central es muy grande. Está en una gran plaza, y allí hay multitud de líneas de autobús y tranvía. Hay mucha gente pululando, y eso que es ya tarde. En horario normal debe ser una locura. Al fin encontramos el estanco de la estación donde comprar el billete. La señora, muy rancia, dice que no nos entiende, y de malas maneras dice que sólo habla italiano. Al final nos vende tres tickets de 24 horas, con una actitud muy desagradable. Luego resultará que el niño no paga en el tranvía, por ser menor de 11 años, pero esta lista nos encasqueta el billete igual. Es de los pocos “percances” que hemos tenido. Su actitud se explica por la cantidad de inmigrantes que vimos en la estación, y en el norte de Italia en general. Ella trabaja diariamente rodeada de ellos, y supongo que siente que está compitiendo directamente con estos inmigrantes, y les percibe como una amenaza, lo que le habrá creado animadversión hacia lo extranjero. Así que al oír nuestro acento foráneo, se puso hecha un basilisco, y nos “timó” en lo que pudo. En fin, gajes de viajero, que no desluce el buen trato que nos han ofrecido los italianos.
La estación es un edificio enorme, de estilo neoclásico, bonita. Actualmente está en reformas, con vallas y telas que deslucen su presencia. Con todo, sus altos techos imponen respeto. En la plaza hay mucho movimiento, a pesar de la hora que es. Gente que va y viene, mucho inmigrante, y tranvías en todas direcciones, que con su traquetear ponen música al anochecer milanés. Son de todos los tipos, como ya señalé, pero los antiguos, de color anaranjado y amarillo, son los que más encanto tienen. Parecen sacados de las postales de blanco y negro, y vete a saber si no son anteriores incluso a las postales. Pequeñitos, transitan en unidades individuales en algunas líneas, y son de madera por dentro. Nos hacemos unas fotos dentro cuando subimos, por lo curiosos que resultan, tan antiguos y tan pequeños.
Ya es de noche cuando llegamos al centro Caminamos por Sottovia Mercanti, una preciosidad de calle que conduce a la plaza del Duomo. Antes de llegar, a la izquierda hay un palacio, Della Ragione, de ladrillo rojo, precioso, construido sobre 27 columnas, entre las cuales una librería ha montado unas largas mesas y expone cientos de libros, y a pesar de lo tarde que es, aún se puede pasear entre ellas y comprar, si se tercia, algún libro. Me resulta mágico encontrar estas mesas al aire libre, repletas de libros, en medio de la noche, entre columnas centenarias, medievales. Es magnífico.
Al fin llegamos a la plaza del Duomo. La catedral nos deslumbra, con su fachada triangular, remedo de la trinidad, su lograda verticalidad y sus estilizados pináculos rascando el cielo, en la búsqueda de Dios.
Il Duomo en la noche
Resalta su blancura recién restaurada en medio de la noche, y la iluminación le da un aspecto majestuoso, brillante. Es extraordinaria, en todos los sentidos. Puro arte. Aún hay dos pequeñas porciones de la fachada cubiertas por telones que no impiden apreciar y disfrutar por entero la catedral. Ante ella se abre la gran plaza, que sigue animada a estas horas de la noche. Paseamos indolentes a lo largo de la plaza, curiosos, fisgoneando en los kioscos y tiendas.

Il Duomo en la noche
Resalta su blancura recién restaurada en medio de la noche, y la iluminación le da un aspecto majestuoso, brillante. Es extraordinaria, en todos los sentidos. Puro arte. Aún hay dos pequeñas porciones de la fachada cubiertas por telones que no impiden apreciar y disfrutar por entero la catedral. Ante ella se abre la gran plaza, que sigue animada a estas horas de la noche. Paseamos indolentes a lo largo de la plaza, curiosos, fisgoneando en los kioscos y tiendas.
Cuando nos entra hambre buscamos un restaurante que aparece en la guía trotamundos, detrás de la catedral. No damos con ella, porque en su búsqueda, topamos con una pizzería que se llama “Flash”. No está lejos del Duomo, es grande, bien iluminada, está llena de italianos y pocos turistas, lo cual es buena señal, y los precios son muy buenos, así que decidimos entrar. Las pizzas las hacen al horno, son gigantescas y están buenísimas. Nos atienden con mucha amabilidad, y nos llama la atención que la mayoría de los camareros son orientales. En medio de la cena nos llevamos el gran susto. Adrián se atraganta con el queso fundido, y se queda sin respiración, paralizado, tratando de respirar. Trato de sacárselo con los dedos, pero no llego. Tiene los ojos fuera de la orbitas, me pongo de pies y me dispongo a apretarle por debajo del esternón para que pueda expulsar el aire y con ello la comida, pero en ese preciso momento él sólo consigue echar el queso, y respira. Está blanco. Le tranquilizamos. Al rato, ya sereno, se va al baño. Yo me he asustado mucho también, y al relajarme, lloro, por la tensión y el susto que me he llevado. Cuando vuelve del baño, me abraza y se recuesta en mi hombro. ¡Que susto nos hemos llevado todos!
Hemos comido una gran ensalada, dos pizzas gigantescas, con las bebidas y cafés, 38 e. incluye el pan y el servicio (1,5 e cada uno), así que está muy bien. Porque Italia es cara, y el centro de Milán, más todavía. (Pizzeria-griglieria Flash, via Bergamini 1–angolo via Larga, tel. 02.58304489).
Tras la cena, damos un largo paseo atravesando nuevamente la plaza del Duomo, la vía Mercanti, encantadora, donde siguen vendiendo libros en medio de la noche, y nos incorporamos a la vía Dante, en cuyo final se yergue, señorial, la alta torre de la puerta del castillo. La gente pasea, mira escaparates y entra en las tiendas que aún siguen abiertas. Hay montones de tiendas de helados, y es fácil caer en la tentación, y por supuesto, caemos. Riquísimos. Llegamos a la plaza del castillo y tomamos el tranvía de vuelta. Es cabecera de línea, y junto al conductor sube el revisor. Al comprobar nuestros billetes nos informa amablemente de que Adrián no tiene que pagar. En fin, ya está comprado, así que da igual. La impresión de Milán por la noche ha sido muy buena. Veremos que nos parece mañana, a la luz del día.

Un pequeñísimo mini en el cento de Milán