La idea de ver Bérgamo vino de que el avión aterrizaba allí a las 8 de la mañana y de que había leído que era una ciudad muy bonita, de modo que dedicamos la mañana para verla. El único problema fue que cogimos un día gris y feo y creo que la ciudad perdió parte de su encanto para nosotros por ese motivo... Bérgamo es una ciudad de unos 120000 habitantes situada a 40 kilómetros de Milán, de modo que su aeropuerto actúa de aeropuerto secundario de ésta. Está dividida en dos, Ciudad Alta, que es la parte medieval amurallada y la Ciudad Baja, la parte moderna que carece casi de atractivo. Nada más aterrizar cogimos un autobús que por 2.10 nos llevó a la Cittá Alta, a las cercanías del funicular que nos permite subir a las ruinas de San Vigilio, en la Porta de San Alessandro. Atravesamos la Piazza de la Cittadella, donde se encuentra el Museo Arqueológico y el Museo de Historia Natural. En los soportales medievales del Museo Arqueológico había un pequeño mercadillo gastronómico (nos dieron a probar un queso buenísimo) Tomamos la Via Coleoni, donde entramos en la iglesia de Santa Agata, (muy bonita, barroca aunque muy oscura) y continuamos hasta el lugar más emblemático de Bérgamo, la Piazza Vecchia.
Se trata de una preciosa plaza medieval en la que podemos ver el Palacio de la Ragione, del siglo XII y reconstruído por el venecianos en el XVI, la Torre Cívica o Campanone, que cada noche repica 100 veces para recordar el toque de queda o la fuente, regalada por el podestá Contarini en el siglo XVIII. Fotos de rigor, y atravesamos las arquerías del Palacio de la Ragione hasta la Plaza del Duomo, donde nos encontramos con la catedral, la iglesia de Santa Maria Maggiore, la Capilla Coleoni y el Baptisterio. Primero entramos en la Capilla Coleoni, del siglo XV, una joya del Renacimiento lombardo, con una fachada de mármol de diversos colores. Entrar es gratis, pero no permiten hacer fotos. A su lado se encuentra el Baptisterio, que solo se abre para bautizos.
Despues nos encaminamos a la basílica de Santa Maria Maggiore, un bello templo fruto de diversas remodelaciones y ampliaciones que lo convierten en una fusión de estilos, del románico al barroco. Su interior es muy bello, aunque algo recargado. Entrar es gratis y se pueden hacer fotos.
Por último, entramos en la catedral, barroca, con un bonito interior blanco y dorado, muy luminosa. Aquí nos encontramos con un hombrecito muy amable (no sé si era el cura o algo), que por gestos nos llevó hasta una bellísima capilla, la del Santo Crucifijo, y que cuando nos íbamos nos dió un mapa de Bérgamo.
A la salida comenzó a llover, pero por suerte no duró. Vista la plaza, nos dispusimos a pasear por la agradable Via Gombito, muy comercial.
Desde ella se tiene acceso a la Rocca Viscontea, un castillo veneciano del siglo XIV desde el que se tiene una bonita vista de la ciudad baja y que hoy pertenece al ejército...
Con el día malo, que no mejoró, pues la verdad es que no apetecía mucho pasear, de modo que iniciamos el regreso a la Estación de Trenes. Eso sí, antes no comimos en inmensa galleta con virutas de chocolate que compramos en una pastelería cercana a la Piazza del Mercado Nuovo, buenísima. Sobre la una y media del mediodía cogimos el tren a Milán (compramos el billete en unas máquinas expendedoras por 5,40 euros. Por cierto, es imprescindible validar el billete antes de subir al tren).
Cerca de las 14:30 llegamos a la Estación Central de Milán y nos quedamos boquiabiertos nada más bajarnos del tren. La Estación Central de Milán es un mastodóntico edificio de estilo art – decó y art – noveau inaugurado en 1931, un inmenso espacio en el que no es difícil perderse. Está completamente decorada con esculturas, mosaicos y anuncios publicitarios.
Salimos de la estación y en tres minutos llegamos al hotel, hicimos el check in y decidimos descansar un ratito, pues arrastrábamos muchísimo cansancio.
Cuando salimos del hotel, el día no había mejorado. Volvimos a la estación para comer unas porciones de pizzas en uno de los bares, y nos dispusimos a coger el metro (en esta parada hay multitud de pedigüeños que quieren sacarse unos cuartos “ayudando” a los turistas a sacar el billete) y dirigirnos hacia mi meta personal de este viaje: El Duomo de Milán. Nada más salir del metro, la catedral se alzaba sobre nosotros, inmensa, blanca..., una de las catedrales más bellas que he visto nunca.
El Duomo de Milán es la tercera catedral más grande del mundo (caben 40000 personas en su interior), fue iniciada en el siglo XIV en estilo gótico francés y no se terminó hasta principios del XX. Posee más de 2000 estatuas en su exterior, y tiene las vidrieras más grandes del mundo (las de la cabecera, que se ven mejor por la noche desde fuera). Entrar es gratis, y su interior es un tanto oscuro aunque muy bonito. Atención a la estatua gore de San Bartolomé desollado...
Se puede subir al tejado, pero preferimos dejarlo para el último día a ver si teníamos mejor tiempo. En la Plaza del Duomo se encuentra la monumental entrada de las Galerías Victorio Enmanuel II, construídas en el siglo XIX, antes plagadas de tiendas pijas, aunque ahora también aloja alguna que otra cadena de comida rápida.
Del otro lado, la Plaza de la Scala, en cuyo centro se alza un monumento a Leonardo da Vinci, y el famosísimo Teatro alla Scala, a la que no pudimos entrar...
Después de hacer fotos en la plaza nos dimos un paseo por el agradable barrio de Brera, donde se encuentra la famosa Pinacoteca de Brera, en la que no entramos.
Pero al final nos venció el cansancio, y decidimos volver a la Plaza del Duomo para ver la catedral iluminada (bien lo merece). De ahí, a la cama, que al día siguiente había que madrugar...

Se trata de una preciosa plaza medieval en la que podemos ver el Palacio de la Ragione, del siglo XII y reconstruído por el venecianos en el XVI, la Torre Cívica o Campanone, que cada noche repica 100 veces para recordar el toque de queda o la fuente, regalada por el podestá Contarini en el siglo XVIII. Fotos de rigor, y atravesamos las arquerías del Palacio de la Ragione hasta la Plaza del Duomo, donde nos encontramos con la catedral, la iglesia de Santa Maria Maggiore, la Capilla Coleoni y el Baptisterio. Primero entramos en la Capilla Coleoni, del siglo XV, una joya del Renacimiento lombardo, con una fachada de mármol de diversos colores. Entrar es gratis, pero no permiten hacer fotos. A su lado se encuentra el Baptisterio, que solo se abre para bautizos.

Despues nos encaminamos a la basílica de Santa Maria Maggiore, un bello templo fruto de diversas remodelaciones y ampliaciones que lo convierten en una fusión de estilos, del románico al barroco. Su interior es muy bello, aunque algo recargado. Entrar es gratis y se pueden hacer fotos.

Por último, entramos en la catedral, barroca, con un bonito interior blanco y dorado, muy luminosa. Aquí nos encontramos con un hombrecito muy amable (no sé si era el cura o algo), que por gestos nos llevó hasta una bellísima capilla, la del Santo Crucifijo, y que cuando nos íbamos nos dió un mapa de Bérgamo.

A la salida comenzó a llover, pero por suerte no duró. Vista la plaza, nos dispusimos a pasear por la agradable Via Gombito, muy comercial.

Desde ella se tiene acceso a la Rocca Viscontea, un castillo veneciano del siglo XIV desde el que se tiene una bonita vista de la ciudad baja y que hoy pertenece al ejército...

Con el día malo, que no mejoró, pues la verdad es que no apetecía mucho pasear, de modo que iniciamos el regreso a la Estación de Trenes. Eso sí, antes no comimos en inmensa galleta con virutas de chocolate que compramos en una pastelería cercana a la Piazza del Mercado Nuovo, buenísima. Sobre la una y media del mediodía cogimos el tren a Milán (compramos el billete en unas máquinas expendedoras por 5,40 euros. Por cierto, es imprescindible validar el billete antes de subir al tren).
Cerca de las 14:30 llegamos a la Estación Central de Milán y nos quedamos boquiabiertos nada más bajarnos del tren. La Estación Central de Milán es un mastodóntico edificio de estilo art – decó y art – noveau inaugurado en 1931, un inmenso espacio en el que no es difícil perderse. Está completamente decorada con esculturas, mosaicos y anuncios publicitarios.

Salimos de la estación y en tres minutos llegamos al hotel, hicimos el check in y decidimos descansar un ratito, pues arrastrábamos muchísimo cansancio.
Cuando salimos del hotel, el día no había mejorado. Volvimos a la estación para comer unas porciones de pizzas en uno de los bares, y nos dispusimos a coger el metro (en esta parada hay multitud de pedigüeños que quieren sacarse unos cuartos “ayudando” a los turistas a sacar el billete) y dirigirnos hacia mi meta personal de este viaje: El Duomo de Milán. Nada más salir del metro, la catedral se alzaba sobre nosotros, inmensa, blanca..., una de las catedrales más bellas que he visto nunca.

El Duomo de Milán es la tercera catedral más grande del mundo (caben 40000 personas en su interior), fue iniciada en el siglo XIV en estilo gótico francés y no se terminó hasta principios del XX. Posee más de 2000 estatuas en su exterior, y tiene las vidrieras más grandes del mundo (las de la cabecera, que se ven mejor por la noche desde fuera). Entrar es gratis, y su interior es un tanto oscuro aunque muy bonito. Atención a la estatua gore de San Bartolomé desollado...

Se puede subir al tejado, pero preferimos dejarlo para el último día a ver si teníamos mejor tiempo. En la Plaza del Duomo se encuentra la monumental entrada de las Galerías Victorio Enmanuel II, construídas en el siglo XIX, antes plagadas de tiendas pijas, aunque ahora también aloja alguna que otra cadena de comida rápida.

Del otro lado, la Plaza de la Scala, en cuyo centro se alza un monumento a Leonardo da Vinci, y el famosísimo Teatro alla Scala, a la que no pudimos entrar...

Después de hacer fotos en la plaza nos dimos un paseo por el agradable barrio de Brera, donde se encuentra la famosa Pinacoteca de Brera, en la que no entramos.

Pero al final nos venció el cansancio, y decidimos volver a la Plaza del Duomo para ver la catedral iluminada (bien lo merece). De ahí, a la cama, que al día siguiente había que madrugar...
