El mismo ritual del día anterior aunque más temprano, pues el tren salía a las 6.30 de la mañana... De nuevo salió puntual y llegó puntal a Venezia Santa Lucia dos horas y media después. Este fue el único día del viaje que tuvimos un sol esplédido, y la verdad fue el mejor día para tenerlo. Venecia es una ciudad muy cara, sobretodo el transporte público. Hay tarjetas y bonos para ahorrar en los distintos monumentos, y algunos lugares tienen entradas comunes, como el Palacio Ducal y el museo Cívico. Como yo ya había estado, no entramos en muchos sitios, y de hecho solo teníamos idea de pagar dos entradas, la del campanario de San Giorgio, y la de la Fenice, esta última frustrada... por lo que no miramos tarjetas para descuentos (el carné de estudiante sirve). Nada más bajarnos del tren, compramos un bono del Vaporetto para doce horas, que nos costó 18 euros (!!!!!), carísimo, aunque con tres veces que te montes ya se amortiza... Además el paseo por Gran Canal merece la pena...
Cogimos el Vaporetto y nos bajamos en Rialto para dar un paseo por el pintoresco mercado de Rialto (donde se venden frutas, pescados y souvenirs).
Desde allí fuimos hasta el Gran Canal para hacer unas fotos a la bella fachada gótica de la Ca d’Oro, llamada así por tener incrustaciones doradas (ya no las tiene). Hoy es un museo en el que no he estado.
Tras atravesar el puente y sus abarrotadas tiendas de souvenirs (ideales para comprar casi cualquier chorrada), nos encaminamos hacia San Marcos, he hicimos lo mejor que se puede hacer en Venecia, perdernos... callejuelas, callejuelas y más callejuelas y acabamos en el tranquilo barrio de Castelo, uno de los barrios en los que los venecianos hacen su vida normal.
No tardamos en dar con la calle Larga de San Marco (llena de tienditas de cristal de Murano) y por fin con la grandiosa Plaza de San Marcos. La verdad es que por estas callejuelas de Castelo nos encontramos con un montón de pequeños restaurantes super baratos... lástima que fueran las diez de la mañana...
Napoleón dijo de la Plaza de San Marcos que era el salón más bello de Europa, y a mi modesto entender, no debía equivocarse mucho.
Esta hermosa plaza está enmarcada por los dos edificios renacentistas de las Procuratio, que hoy acogen el Museo Cívico y dependecias administrativas (no entramos) y la torre del Orologgio. Enfrente, la Basílica de San Marcos, la catedral de Venecia, un singular edificio de estilo bizantino (de los pocos que se conservan íntegros) y planta de cruz griega, construído en el siglo XI.
Todo su interior está decorado con mosaicos dorados, que entre las 11:30 y las 12:30 se iluminan (el interior es bastante oscuro). La entrada es gratuita, pero las colas son kilométricas. Para evitarlas, tenemos dos opciones: la primera es reservar por internet por 1 euro; la segunda, es llevar una mochila y dejarla en la cosigna de la calle San Basso (plaza Leoncini) para que nos den un resguardo que nos permite entrar directamente (porque solo te guardan la mochila una hora...). Sí que hay que pagar para ver la Pala d’Oro, un retablo de oro, plata y piedras preciosas (2 euros), y para el tesoro, donde se guardan los caballos originales (griegos, procedentes del Hipódromo de Constantinopla) y se puede acceder a la terraza (4 euros).
Frente a la basílica, se alza el Campanile, de 99 metros de altura y desde el que se tienen inmejorables vistas (nosotros no subimos). El que vemos es una reconstrucción del que se derrumbó en 1902. En la Piazzeta de San Marco, anexa a la anterior, se encuentra el Palazzo Ducale, obra maestra del gótico civil construído en el siglo XV (no entramos porque yo ya lo había visto). El palacio está unido a las prisiones por el famoso Ponte dei Suspiri, el único cubierto de Venecia, que se llamaba así no por los enamorados, sino por los suspiros de los presos que veían Venecia por última vez... La visita merece la pena.
Frente al palacio, la Biblioteca Marciana. Vista la basílica, fuimos hacia la fondamenta de San Zaccaria, para coger un vaporetto que nos llevara a la Isla de San Giorgio, frente a la dársena. En la isla se encuentra la iglesia de San Giorgio Maggiore, obra maestra de Palladio, con un campanario a imagen del de San Marcos y al que sí subimos (5 euros, se sube por ascensor). Unas vistas magníficas.
De regreso a San Marcos, paseamos por los puestos y la marea humana de la Riva Degli Schiavoni. Sinceramente, esto es lo que me parece peor de Venecia: la cantidad de gente y la masificación en todas partes...
Nuestro objetivo era llegar al Teatro la Fenice, que yo tenía ganas de ver... y con ganas me quedé, no porque estuviera cerrado, sino porque el precio de la entrada es absurdamente caro, 11.50 euros si queremos hacer fotos, 8.50 si no... por un teatro del año 2004... ni siquiera el Teatro Olímpico de Vicenza es tan caro...
Total, que con el chasco nos fuimos a comer, a un restaurante llamado Torino, en una plaza cercana al teatro. Lo elegimos porque no cobraban cubierto, y la pizza y la lasaña eran normalitas. Con el estómago lleno, encaminamos nuestros pasos de nuevo hacia Rialto, para ver el puente iluminado por el sol.
Hechas las fotos de rigor, nos dirigimos hacia la basílica de Santa Maria della Salute. La idea era ver las vistas desde el puente della Accademia, pasear por los tranquilos canales de Dorsoduro, mucho menos masificados, y ver la mastodóntica iglesia.
Las vistas desde el puente della Accademia me parecen las mejores, pues se ven la desembocadura del canal, la basílica, la Dogana di Mare y algunos palacios muy bonitos.
Aquí, en Dorsoduro se encuentran los dos museos más importantes de la ciudad, aunque no entramos en ninguno, la Galleria della Accademia, dedicada a pintores venecianos, y la colección Peggy Gugenheim, de arte moderno. La basílica della Salute, por su parte, es un majestuoso edificio barroco construído para agradecer a la Virgen el fin de una epidemia. Se construyó sobre más de un millón de pilotes de madera (nada menos). Entrar es gratis, y su interior octogonal es muy bonito aunque algo vacío (sí hay que pagar para ver la sacristía, que tiene un par de cuadros importantes).
Desde allí, fuimos a San Marcos, para hacer las últimas fotos, y coger el vaporetto de vuelta a Santa Lucía, recorriendo el Gran Canal para ver todos los palacios, un paseo muy agradable.
Una pequeña vuelta por Canareggio, hasta el mercadillo, unos bocadillos para cenar, y dos horas y media de tren para llegar a nuestro merecido descanso...
Cogimos el Vaporetto y nos bajamos en Rialto para dar un paseo por el pintoresco mercado de Rialto (donde se venden frutas, pescados y souvenirs).
Desde allí fuimos hasta el Gran Canal para hacer unas fotos a la bella fachada gótica de la Ca d’Oro, llamada así por tener incrustaciones doradas (ya no las tiene). Hoy es un museo en el que no he estado.
Tras atravesar el puente y sus abarrotadas tiendas de souvenirs (ideales para comprar casi cualquier chorrada), nos encaminamos hacia San Marcos, he hicimos lo mejor que se puede hacer en Venecia, perdernos... callejuelas, callejuelas y más callejuelas y acabamos en el tranquilo barrio de Castelo, uno de los barrios en los que los venecianos hacen su vida normal.
No tardamos en dar con la calle Larga de San Marco (llena de tienditas de cristal de Murano) y por fin con la grandiosa Plaza de San Marcos. La verdad es que por estas callejuelas de Castelo nos encontramos con un montón de pequeños restaurantes super baratos... lástima que fueran las diez de la mañana...
Napoleón dijo de la Plaza de San Marcos que era el salón más bello de Europa, y a mi modesto entender, no debía equivocarse mucho.
Esta hermosa plaza está enmarcada por los dos edificios renacentistas de las Procuratio, que hoy acogen el Museo Cívico y dependecias administrativas (no entramos) y la torre del Orologgio. Enfrente, la Basílica de San Marcos, la catedral de Venecia, un singular edificio de estilo bizantino (de los pocos que se conservan íntegros) y planta de cruz griega, construído en el siglo XI.
Todo su interior está decorado con mosaicos dorados, que entre las 11:30 y las 12:30 se iluminan (el interior es bastante oscuro). La entrada es gratuita, pero las colas son kilométricas. Para evitarlas, tenemos dos opciones: la primera es reservar por internet por 1 euro; la segunda, es llevar una mochila y dejarla en la cosigna de la calle San Basso (plaza Leoncini) para que nos den un resguardo que nos permite entrar directamente (porque solo te guardan la mochila una hora...). Sí que hay que pagar para ver la Pala d’Oro, un retablo de oro, plata y piedras preciosas (2 euros), y para el tesoro, donde se guardan los caballos originales (griegos, procedentes del Hipódromo de Constantinopla) y se puede acceder a la terraza (4 euros).
Frente a la basílica, se alza el Campanile, de 99 metros de altura y desde el que se tienen inmejorables vistas (nosotros no subimos). El que vemos es una reconstrucción del que se derrumbó en 1902. En la Piazzeta de San Marco, anexa a la anterior, se encuentra el Palazzo Ducale, obra maestra del gótico civil construído en el siglo XV (no entramos porque yo ya lo había visto). El palacio está unido a las prisiones por el famoso Ponte dei Suspiri, el único cubierto de Venecia, que se llamaba así no por los enamorados, sino por los suspiros de los presos que veían Venecia por última vez... La visita merece la pena.
Frente al palacio, la Biblioteca Marciana. Vista la basílica, fuimos hacia la fondamenta de San Zaccaria, para coger un vaporetto que nos llevara a la Isla de San Giorgio, frente a la dársena. En la isla se encuentra la iglesia de San Giorgio Maggiore, obra maestra de Palladio, con un campanario a imagen del de San Marcos y al que sí subimos (5 euros, se sube por ascensor). Unas vistas magníficas.
De regreso a San Marcos, paseamos por los puestos y la marea humana de la Riva Degli Schiavoni. Sinceramente, esto es lo que me parece peor de Venecia: la cantidad de gente y la masificación en todas partes...
Nuestro objetivo era llegar al Teatro la Fenice, que yo tenía ganas de ver... y con ganas me quedé, no porque estuviera cerrado, sino porque el precio de la entrada es absurdamente caro, 11.50 euros si queremos hacer fotos, 8.50 si no... por un teatro del año 2004... ni siquiera el Teatro Olímpico de Vicenza es tan caro...
Total, que con el chasco nos fuimos a comer, a un restaurante llamado Torino, en una plaza cercana al teatro. Lo elegimos porque no cobraban cubierto, y la pizza y la lasaña eran normalitas. Con el estómago lleno, encaminamos nuestros pasos de nuevo hacia Rialto, para ver el puente iluminado por el sol.
Hechas las fotos de rigor, nos dirigimos hacia la basílica de Santa Maria della Salute. La idea era ver las vistas desde el puente della Accademia, pasear por los tranquilos canales de Dorsoduro, mucho menos masificados, y ver la mastodóntica iglesia.
Las vistas desde el puente della Accademia me parecen las mejores, pues se ven la desembocadura del canal, la basílica, la Dogana di Mare y algunos palacios muy bonitos.
Aquí, en Dorsoduro se encuentran los dos museos más importantes de la ciudad, aunque no entramos en ninguno, la Galleria della Accademia, dedicada a pintores venecianos, y la colección Peggy Gugenheim, de arte moderno. La basílica della Salute, por su parte, es un majestuoso edificio barroco construído para agradecer a la Virgen el fin de una epidemia. Se construyó sobre más de un millón de pilotes de madera (nada menos). Entrar es gratis, y su interior octogonal es muy bonito aunque algo vacío (sí hay que pagar para ver la sacristía, que tiene un par de cuadros importantes).
Desde allí, fuimos a San Marcos, para hacer las últimas fotos, y coger el vaporetto de vuelta a Santa Lucía, recorriendo el Gran Canal para ver todos los palacios, un paseo muy agradable.
Una pequeña vuelta por Canareggio, hasta el mercadillo, unos bocadillos para cenar, y dos horas y media de tren para llegar a nuestro merecido descanso...