Una vez que dejamos atrás los glaciares la carretera fue adentrándose poco a poco en la civilización. Ahora ya no teníamos que compartir carril con los que venían de frente en los puentes y, excepto los metros que fueron arrasados por la erupción del volcán Grimsvötn hace unos meses, la carretera era notablemente mejor que los días anteriores.
A parte de comprar el típico jersey islandés en la fábrica de Vik a menor precio que en el resto de tiendas, en esta localidad es imprescindible el paseo por su negra playa para ver los famosos trolls. Éstos no son más que tres grandes rocas en medio del mar pero según la leyenda se trata de unos trolls a los que pilló desprevenidos el sol y quedaron petrificados. Con la de meses de noches casi constantes y el clima generalmente lluvioso, a cualquiera le habría pillado por sorpresa el sol.
Los que aquel día soleado, o el que fuimos nosotros, estaban en Skogar pudieron contemplar uno de los paisajes más impresionantes del planeta: la caída de 60 metros de la cascada de Skogafoss, sin una nube en el cielo y con doble arcoíris en la base. Cuenta la leyenda que tras la cascada hay un tesoro oculto pero este día estaba bien visible.
Aunque menos espectacular, la cascada de seljalandfoss se puede ver de frente y también pasar por detrás de ella en un resbaladizo paseo. Muy cerca de aquí está el volcán Eyjafjallajökull, el más famoso de Islandia, al menos para los que allá por abril del año pasado intentaban coger un avión.
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