La capital del norte, Akureyri, es, con sus 18.000 habitantes, la segunda ciudad más grande de Islandia. Un paseo de una hora por su calle principal, la iglesia y el puerto es más que suficiente para conocer una ciudad cuyo principal atractivo es verla de lejos para percibir plenamente el paisaje en la que se enmarca. Aunque las tiendas de productos turísticos contribuyen a darle ambiente es mejor dejar las compras para otros sitios menos abusivos. Una opción para los guantes y gorros de lana y los peluches típicos es el supermercado que se encuentra en el centro comercial de las afueras. Literalmente, a mitad de precio.
Desde el momento en que salimos de Reykjavic no pasaron más de unos pocos kilómetros sin ver agua en el interior de la isla, cayendo desde los glaciares y nieves perpetuas alojados en los picos más altos o en forma de ríos y lagos. Con gran esfuerzo nos contentamos con ver todos aquellos chorros de agua desde el coche y dejar las paradas más amplias para las cataratas “con nombre”. Las más accesibles son las Godafoss, con una anchura de 30 metros y una caída de 12. Allá por el año 1.000 de nuestra era, Porgeir Ljósvetningagodi decidió que Islandia sería cristiana y acto seguido arrojó por esta catarata los ídolos y estatuas de los dioses paganos. De ahí el nombre (God en islandés, al igual que en inglés, significa Dios).
Siguiendo la carretera principal hacia el este llega un momento en que el paisaje se transforma radicalmente para dar paso a algo que a nosotros nos recordó más a las imágenes tomadas en la Luna o Marte que a las del planeta Tierra: pseudocráteres, esculturas de lava, grutas naturales con aguas a 45º C y fumarolas hasta donde alcanza la vista. Es el paisaje del lago Myvatn, el mayor del país. Aunque se puede recorrer entero a pie, nosotros decidimos acceder a los principales atractivos en coche y luego realizar cada una de las rutas que partían de esos puntos para poder conocerlo a fondo en un solo día. Para empezar, dimos un paseo de una hora entre los pseudocráteres de Skútustadagígar. Después le llegó el turno al campo de esculturas de lava de Dimmuborgir (sí, el grupo Heavy coge el nombre de aquí). De las tres rutas, cogimos la más larga, la de la iglesia, de una hora y media aproximadamente. Entre las grietas del suelo que discurre entre las formaciones de lava encontramos algunos agujeros sin fin de los que no nos habríamos extrañado que salieran dinosaurios o que llegaran al centro de la tierra.
La lava de Dimmuborgir fue expulsada por el volcán Hverfell, a cuyo cráter de un kilómetro de diámetro se puede subir en unos 30 minutos. Y para terminar, un nada refrescante baño bien en las aguas a 45 grados de la gruta natural de Grjótagjá o en las piscinas naturales de Myvatn.
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