30/06/13 San Petersburgo ✏️ Diarios de Viajes de Cruceros y Mares

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Nuestro segundo día en San Petersburgo comienza pasando de nuevo por inmigración, hoy todo mucho más ágil y nos reunimos en la entrada con la guía para esperar al resto del grupo. Esta vez somos 13 personas, tenemos la baja de una mujer argentina.
La primera parada de hoy será el subte. Eugenia nos reparte unas fichas metálicas que parecen monedas para introducir en los tornos y poder pasar a la estación. Estos curiosos billetes de metro son reutilizables, aunque también se utilizan tarjetas como abono transporte.

*** Imagen borrada de Tinypic ***

Sergei detiene la furgoneta frente a la estación, que más bien tiene pinta de palacete, con grandes columnas en la entrada. Unas pronunciadas escaleras mecánicas nos conducen bajo tierra y allí descubrimos lo ornamentadas que están las paredes, con mosaicos en las esquinas, lámparas de hierro y columnas revestidas de cristal tallado.

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Montamos todos juntos en uno de los vagones y bajamos en otra estación, cubiertas esta vez las paredes de mármol, con alguna estatua en las esquinas.

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Salimos al exterior y nos vamos a Peterhof, para visitar los jardines de palacio y admirar la belleza de las numerosas fuentes del lugar, que funcionan durante el verano sin motor, tan sólo con la presión del agua. De camino, Eugenia nos pone una canción que se puede encontrar en internet titulada “qué difícil es hablar el español” y echamos unas risas viendo las curiosas diferencias que tiene nuestro idioma en los distintos países puesto que, no es lo mismo coger el autobús, que coger en el autobús, decía algún argentino.

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El día está más nublado que la jornada anterior pero la temperatura es agradable. Entramos en el recinto y pronto vemos el edificio blanco con cúpulas doradas y mucha gente alrededor de los jardines. A las 11h comienza el espectáculo de las fuentes y todos nos aproximamos para verlo de cerca.

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Bajamos unas escaleras para continuar con el paseo por los jardines y, en un momento, dos mujeres se despistan del grupo. Nos detenemos y alguien las ve al fondo entre los árboles; mi pareja sale al encuentro de Eugenia, que se había ido a buscarlas, para comentar que ya estaban localizadas. Una vez estuvimos juntos de nuevo nos dirigimos a una parte del jardín donde el gracioso de Pedro I, que debía ser muy bromista, ideó unas divertidas fuentes que, al acercarte te mojaban por sorpresa. Flores que, al acercarte a olerlas, echaban agua. Nos entretuvimos cruzando de un lugar a otro mojándonos y refrescándonos.

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Fuentes con diferentes formas, amplios caminos, frondosos árboles, el jardín se veía bonito.
De nuevo a la furgoneta y paramos en otra tienda estatal para más compras, tomar agua o ir al lavabo.
Llegó la hora de la comida y, en esta ocasión comemos en un restaurante más grande, con pinta de transformarse en discoteca o sala de fiestas y con billares en la parte de arriba. La comida fue típica, típica, típica. Pero en lugar de filete ruso, como el día anterior, comimos muslo de pollo ruso. La famosa sopa, que no falte, y la ensaladilla por supuesto. De postre tomamos una especie de crep.

Nuestra siguiente parada sería el Hermitage, uno de los museos más grandes y destacados del mundo junto con el Louvre, la National Gallery de Londres y el Prado madrileño, claro.
Cuando nos dirigíamos hacia allí descubrimos que se está corriendo un maratón y vimos algún corredor español. Debido a esto parte de las calles estaban cortadas pero Sergei enseguida buscó la forma de acercarnos.

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Antes paramos en la plaza de San Isaac, donde destaca la catedral del mismo nombre, la más suntuosa y grandiosa de las iglesias de San Petersburgo. Su cúpula dorada alcanza los 102 metros de altura y dicen que se observa desde los aviones con facilidad. Las cuatro portadas están formadas por columnas monolíticas de granito y se puede subir hasta el tambor de la cúpula donde vemos a gente asomada que, seguramente, tendrán una vista magnífica de la ciudad.
En el centro de la plaza está la estatua ecuestre de Nicolás I y vemos salir hacia ella, para hacerse fotos, a una pareja de recién casados.
El museo Hermitage se formó con la colección privada que fueron adquiriendo los zares durante varios siglos y a principios del siglo pasado se declaró como museo estatal. La colección ocupa un complejo formado por seis edificios situados a la orilla del rio Neva, con la fachada en tonos verde y blanco. El más importante de estos pabellones es el palacio de invierno, residencia oficial de los antiguos zares.

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La guía reparte las entradas y unos auriculares para poder seguir mejor sus explicaciones, pues el museo está muy concurrido y, aunque vamos siempre juntos, en algún momento siempre queda alguien rezagado.

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Pasamos por el pequeño Hermitage, viendo varios salones y estancias amplísimas, muy decoradas. Pronto entramos en las galerías de escultura y pintura. Antes vemos un pavo real hecho en oro, con un mecanismo especial que hace que se mueva y, en esencia, es un reloj. Pero nos explicaron que no se utiliza pues no existe documentación sobre su elaboración y si se estropea no sabrían cómo arreglarlo.

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Dejamos al pavo en su urna y seguimos recorriendo salas con varios objetos expuestos y decidimos no centrarnos en los impresionistas y ver los cuadros de Rembrandt.
Vimos también el cuadro de Leonardo Madonna Litta, mientras observábamos al pasar a las mujeres que vigilaban las salas, medio dormidas o dormidas enteras, sobre sus sillas.
Desde las ventanas se podía ver la plaza con el edificio del estado mayor. Hacia la mitad se encuentra un arco que tiene encima una escultura en bronce de un carro guiado por seis caballos, que da paso a la plaza del palacio.

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Invertimos unas 3 horas en visitar el museo y, tras pasar por el “pipiroom” salimos al exterior para devolver los auriculares. Nuestra visita a la ciudad llega a su fin, de camino al puerto Eugenia organiza una especie de concurso-examen, del que nos había informado el primer día. En el grupo había una profesora de historia así que se llevaba todos los premios por contestar correctamente a las preguntas de la guía.
De nuevo en el puerto, bajamos de la furgoneta y nos despedimos de la guía y del conductor que nos han hecho pasar una estancia muy agradable en su país y han aguantado las, a veces inoportunas preguntas, algunas de perogrullo.

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