Khojand, Istaravshan y Penjakent ✏️ Diarios de Viajes de TayikistanSegundo día de trayecto y primer día en Tayikistán. Me levanto pronto para cambiar dinero a primera hora. Entrego 500€ a la cajera y ésta me hace esperar en una mesa donde hay una tetera y una bandeja de caramelos. Tardó en darme el cambio dos...Diario: TAYIKISTAN: Pura montaña.⭐ Puntos: 5 (20 Votos) Etapas: 10 Localización: TayikistanSegundo día de trayecto y primer día en Tayikistán. Me levanto pronto para cambiar dinero a primera hora. Entrego 500€ a la cajera y ésta me hace esperar en una mesa donde hay una tetera y una bandeja de caramelos. Tardó en darme el cambio dos sorbos de té. A pesar de que la guía decía que la ciudad tenía un interés marginal, no pude por menos que acercarme al lugar donde Alejandro Magno se asentó en un promontorio a orillas del Syr Darya (Jaxartes, para los griegos). Me acerco a la estación y tomo un minibús rumbo a Istaravshan, una ciudad que la guía apunta a interesante y que se encuentra camino de Penjakent. Pasado hora y media, llegamos al destino. Como es habitual, el vehículo estaciona en el entorno del bazar. Son las doce y media y aquello es un no parar de entrar y salir gente. Paseo por entre los puestos y nuevamente la gente me pide que la fotografíe, ofreciéndome de todo lo que venden: uvas, albaricoques secos, comino,… Como de fábula en un puesto del mercado unos pinchos de carne estofada con puré, pan y té. Visito los prescindibles puntos de interés y vuelvo al bazar a recuperar la mochila que he dejado en un puesto de arcones. Cuando busco transporte a Penjakent, se me hacerca un hombre para completar su pasaje a Dushanbe, la capital, ofrecerme dejarme en Ayni, donde parte la carretera a mi destino. La carretera es la principal que une las dos ciudades más importantes de un país que sólo cuenta con un 7% de terreno llano. Algo que es fácil de asimilar nada más iniciar la marcha ya que pronto subimos las rampas que llevan hasta el túnel de Shahristan (—-). El asfalto está en buenas condiciones y el coche un cómodo opel astra familiar, así que el viaje se prevé corto y confortable. Una vez pasado el túnel, el chofer se para en una fuente para que los pasajeros llenen sus botellas de agua. Hay un chamizo con un puesto que vende cacahuetes y bolas de queso. Ya en el coche, me empiezan a preguntar y comparten conmigo el queso. Al llegar al cruce, y como de costumbre, el conductor me busca el nuevo transporte. Pasan pocos coches y tras unos veinte minutos pacta con un camionero que me acerque a Penjakent. Y como de costumbre, también me dice el precio, 20 somonis. Me mete en la cabina a presión sin apartar las garrafas de agua, ni la bolsa del conductor ni las hogazas de pan edl pobre hombre. Me acomodo como puedo y me despido. Son las 17h. Un cartel indica que quedan 98km para llegar a Penjakent. Arranca el ruidoso motor y empezamos a caminar. Estimé que la velocidad era de unos 15 a 20 km/h siempre que no hubiera que subir una rampa. Eché el cálculo y pensé que tardaríamos unas 5 o 6 horas en completar el trayecto. Total, no tenía nada mejor que hacer que contemplar el maravilloso paisaje a cámara lenta, hasta que se hiciera de noche. Al cabo de dos horas pasamos por una población. En el precario mapa de la guía aparece el como primer pueblo uno de nombre Urmetán, que se encuentra a dos tercios del final. Decido comprobar cómo van mis estimaciones de la duración del viaje y le pregunto: - ¿Urmetán? - Niet, Urmetán dalecó (lejos) - responde. Pongo cara de sorpresa y vuelvo a preguntar: - ¿Entonces, a que hora llegamos? - Zabtra (mañana). A los pocos minutos para a descansar (el motor). Mientras trato de salir de estre mochilas, garrafa y pan, el hombre vuelve para decirme que hay una marshrutka que me puede llevar. Perfecto. Cojo los bártulos, le doy la mano y las gracias. En el nuevo vehículo se vuelven a reproducir las mismas escenas de presentaciones con los nuevos pasajeros. El sol se oculta entre las montañas y empieza a oscurecer, pero en la penumbra se aprecian las elevadas cumbres que delimitan el valle. Por los bordes de la carretera, que más bien es una pista forestal, caminan los campesinos de regreso a casa con los burros acarreando la carga. A las ocho todo está oscuro y la conducción se hace pesada. Además, el tramo final está en obras. Únicamente se ve lo que alcanza los focos. Todavía se ve a gente caminando, a lomos de un burro o sobre un carro. Cuando estamos a punto de llegar, cada pasajero se baja despidiéndose de mi. Uno de ellos es el dueño de un colmado a quien le ayudo a descargar los productos que ha comprado en el bazar. Me regala un zumo. Aprovecho para coger unas galletas, ya que me temo que ese día tampoco iba a cenar. No me las quiere cobrar. El conductor, Alek, me pregunta por mi hotel. Le contesto que no tengo, pero que ya elegiré uno de la guía que llevo. Me parece entender que él se queda a 5km de Penjakent y que allí puedo descansar. Le digo que OK. Cuando el último pasajero se baja, le pregunto por el hotel y me responde que no hay hotel, que soy su invitado. Para frente a un bar para comprar dos cervezas. Sale con dos Xibecas tayikas de litro y medio. Se queja de que están calientes. Llegamos a las nueve a su casa, que en realidad es una dacha (residencia de verano). Me muestra la sala de invitados, que cuenta con un acceso independiente. Me presenta a su mujer y su hija mayor, el resto duerme. La mujer trae dos jarras de agua y dos pares de zapatillas. Alek se lava pies y manos. Yo le imito. Entramos al recibidor-comedor. Es una habitación desnuda con el suelo lleno de alfombras, una mesa baja alrededor de la cual se distribuían las colchonetas sobre las que nos sentamos a cenar. La mujer empezó a sacar platos enteros de comida: sandía, melón, un estofado, dos platos de sopa de yogur con hinojo y de ensalada de tomate y cebolla. Alek tenía 36 años y cuatro hijos. Parecía feliz. Estuvimos hablando largo rato sobre todo, hasta que él no pudo más. Estaba cansado, pero no marchó a dormir hasta que se acabó la cerveza. Intentaba recordar el poco inglés que estudió en la escuela antes de dejarla para ir a la guerra. Tayikistán sufrió una guerra civil a principios de los 90, después de su independencia. Me lavo los dientes en el porche a la luz de la luna, en cuarto menguante. Dormí como un bebé en la habitación de invitados de Alek. Índice del Diario: TAYIKISTAN: Pura montaña.
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