Por la mañana me despertó el canto del gallo y el trinar de los pájaros. Me asomé a la terraza y me quedé con la boca abierta: había algunas nubes pegadas a los mogotes, pero brillaba el sol y la visibilidad era perfecta: el paisaje lucía maravilloso. El tiempo había cambiado en un par de horas bruscamente, incluso la temperatura superaba ya los veinte grados. Después de todo, seguíamos teniendo buena suerte con la climatología.
Vistas desde la terraza del Hotel la Ermita, con Viñales al fondo, a la derecha.
El desayuno en esta mesa del restaurante, con Viñales, su valle y los mogotes de fondo fue una auténtica gozada.
Además tuvimos la suerte de ver colibrís (los pájaros más pequeño que existen) y fotografiar a uno de ellos, una delicia:
La fama se la lleva el mirador del hotel Los Jazmines, pero éste tampoco está nada mal. Por eso decía que nos alegramos del cambio de hotel, así pudimos ver las bellas vistas panorámicas desde dos perspectivas diferentes (foto de arriba, La Ermita; foto de abajo, Los Jazmines".
Estuvimos toda la mañana recorriendo el Valle de Viñales, que se localiza en la Sierra de los Órganos. En 1999 fue declarado por la UNESCO Patrimonio Natural de la Humanidad. Su rasgo más característico son los mogotes, elevaciones del terreno de naturaleza kárstica y roca caliza erosionada, cubiertas de vegetación, propias de climas tropicales y subtropicales, que adquieren caprichosas formas redondeadas, como cúpulas. Estas formaciones configuran un paisaje único, que sólo resulta comparable a las que se encuentran en algunas zonas de China y en la península de Malaca. Fuimos al mirador del hotel los Jazmines, desde donde la vista es realmente espléndida. No te cansas de hacer fotos, rebuscando enfoques, matices y colores, aunque sabes que es el mismo paisaje y que te saldrán repetidas muchas veces; al final, te quedas contemplando el panorama con embeleso. No es el típico mirador de un par de fotos y de vuelta al camino, realmente cuesta marcharse de allí.
Estuvimos en el pueblo de Viñales, fundado en 1607 y tradicionalmente dedicado a la agricultura, aunque hoy en día se encuentra volcado con el turismo. Es una localidad alegre y bulliciosa (además era domingo), con bonitas casas con soportales, pintadas en llamativos colores. En muchas de ellas se pueden ver carteles alquilando habitaciones a turistas. Merece la pena pasear un buen rato por sus calles, su fondo enmarcado por el bello paisaje.
Todo el valle ofrece perspectivas hermosas. El Mural de la Prehistoria es... yo le llamaría una “incidencia” curiosa. En 1962, el pintor Leovigildo González acabo de pintar en la pared de un mogote una particular interpretación de la historia de la evolución humana, aprovechando las grietas de la roca para creer efectos especiales de luz y color. Acercándose mucho, se puede ver que las pinturas están hechas como con líneas y se ven colgando las cuerdas que se utilizan para su restauración. Hay opiniones para todos los gustos: quienes lo consideran un atentado contra la naturaleza y quienes lo encuentran muy bello y artístico. Los colores estaban perfectos, debía haber sido restaurada hacía poco tiempo. Hay que pagar para verlo desde la base, cerca de la cual se encuentra un bar-restaurante. Sinceramente, creo que no hace falta acercarse tanto (nosotros lo teníamos incluido), se aprecia bien desde lejos. En mi opinión, está curioso de ver y quizás sea un atractivo turístico añadido, pero yo prefiero la naturaleza tal cual es.
Visitamos también la Cueva del Indio, la única visita que no llevábamos incluida y que tuvimos que pagar aparte: 4 cuc por persona. Caminas unos 500 metros por el interior de una cueva con algunas estalactitas y estalagmitas y luego haces un pequeño recorrido por el río subterráneo en un bote hasta la salida al exterior, donde existe una zona de bar, restaurante y puestecitos de venta de souvenirs. La visita a la cueva está bien, pero tampoco resulta espectacular, por lo menos en mi opinión; quizás es más bonito el entorno que la cueva en sí misma. Si alguien quiere visitar cuevas y dispone de tiempo, mejor contratar a un guía para visitar las de Santo Tomás, el conjunto de cuevas más grande de Cuba, supongo que merecerá la pena.
También existía la posibilidad de hacer un recorrido a caballo por el valle, pero preferimos no hacerlo, el terreno estaba muy embarrado de las lluvias de los días anteriores y nos dábamos por contentos con lo que habíamos visto de la zona. Además, así nos daría tiempo de llegar a La Habana todavía de día.
Comimos en el restaurante del Palenque de los Cimarrones, un curioso lugar que me gustó visitar. Hay que atravesar la Cueva de San Miguel, en cuya entrada hay un bar. Esta cueva era un palenque, lugar donde se refugiaban antiguamente los esclavos africanos huidos, que se llamaban cimarrones. También hay un pequeño museo con objetos referidos a la vida de los cimarrones en los palenques. Al otro lado de la cueva, se sale al restaurante y a otra zona del valle, realmente bonita, con mucha vegetación, palmas reales, plantaciones de tabaco y plátano, rodeado de mogotes. Nos alejamos un poco, paseando, y un caballero en un carro de caballos nos pidió el ticket de entrada, vamos hay que pagar también por ir caminando hasta allí. Dijimos que la tenía la guía y que íbamos a comer en el restaurante, no insistió, pero nos miró con mala cara, creo que no se lo creyó. Esta vez no nos dieron opción: todos los entrantes tradicionales, más unas patatas asadas muy ricas, y pollo a la parrilla. Yo había aprendido que siempre que hubiera opción a elegir, mejor no elegir pollo porque el pollo sería sí o sí más de una vez.
Comimos en el restaurante del Palenque de los Cimarrones, un curioso lugar que me gustó visitar. Hay que atravesar la Cueva de San Miguel, en cuya entrada hay un bar. Esta cueva era un palenque, lugar donde se refugiaban antiguamente los esclavos africanos huidos, que se llamaban cimarrones. También hay un pequeño museo con objetos referidos a la vida de los cimarrones en los palenques. Al otro lado de la cueva, se sale al restaurante y a otra zona del valle, realmente bonita, con mucha vegetación, palmas reales, plantaciones de tabaco y plátano, rodeado de mogotes. Nos alejamos un poco, paseando, y un caballero en un carro de caballos nos pidió el ticket de entrada, vamos hay que pagar también por ir caminando hasta allí. Dijimos que la tenía la guía y que íbamos a comer en el restaurante, no insistió, pero nos miró con mala cara, creo que no se lo creyó. Esta vez no nos dieron opción: todos los entrantes tradicionales, más unas patatas asadas muy ricas, y pollo a la parrilla. Yo había aprendido que siempre que hubiera opción a elegir, mejor no elegir pollo porque el pollo sería sí o sí más de una vez.
También estuvimos en una plantación de tabaco, viendo como se cultiva, los secaderos y el proceso de fabricación de los puros. Naturalmente, se podía comprar. No puedo informar de precios porque nosotros ni fumamos ni conocemos a nadie que fume puros.
Por la tarde, ya de vuelta en La Habana, nos despedimos de nuestros dos compañeros de viaje suecos y del conductor y la guía. Habían sido tres días muy agradables.