PANAMÁ
Nuestra siguiente etapa fue Panamá. Habíamos reservado en el Hotel Tryp Centro, con una oferta estupenda. Es un buen hotel con buenas habitaciones y bien situado pero con un desastre de desayuno (que estaba incluido en el precio). Se supone que se encuentra en un barrio céntrico acomodado. Sin embargo el aspecto no lo reflejaba: cables por todos sitios, edificios feos, aceras desconchadas, suciedad en la calle…En fin, que cuando se viene de Europa no es fácil encontrar una ciudad que te guste a primera vista. Después de esta pequeña decepción fuimos a dar una vuelta por la ciudad, muy extensa y con zonas muy diferenciadas. Bajamos hasta la bahía, atravesando un barrio residencial tranquilo y agradable hasta la cinta costera (avda. Balboa), una avenida ajardinada y bonita que recorre toda la bahía. En uno de los extremos, el barrio moderno de Punta Paitilla, un sorprendente conjunto de rascacielos -centro financiero del país- destinados a oficinas pero también a viviendas. Se ve que la ciudad tiene mucha actividad económica. Nos preguntábamos si serán capaces de ocupar todas esas viviendas y oficinas o se estará creando una burbuja inmobiliaria como en España.
En el otro extremo de la bahía está San Felipe, el barrio antiguo, uno y otro mirándose frente a frente, pasado y futuro, como el Bund y Pudong en Shanghai, pero mucho más alejados uno de otro. En el medio, jardines, paseos, mar, más allá el puerto pesquero y al final el casco viejo que están recuperando con mimo. Antiguas casonas de estilo colonial que se restauran para restaurantes, comercios, hoteles, alternan ahora con casas destartaladas de las que quedará solamente la fachada para llevar a cabo una restauración profunda y cara. Dentro de pocos años estará precioso. Pero eso será a costa de expulsar a los actuales moradores de esas casas medio cayendo. Personas con pocos recursos que ahora dan vida al barrio y ser verán obligadas a desplazarse a lugares anónimos y alejados de todo. Hoy quedan aún muchas pequeñas tiendas en las que se pueden comprar artesanías, fundamentalmente las “molas” de los indios Kuna y los famosos sombreros mal llamados “panameños” (porque en realidad se hacen en Ecuador) a precios bastante más baratos que en el aeropuerto. Hay muchas calidades, pero por 20/30€ se puede comprar un sombrero de bastante mejor calidad que los que venden en el aeropuerto mucho más caros. Es agradable pasear por sus calles y plazas o sentarse en una terraza a tomar un zumo de frutas tropicales al atardecer. Para regresar al hotel cogimos un taxi que aquí no llevan taxímetro. Hay que preguntar antes el precio. La primera vez nos cobraron 6$, pero la segunda nos pedían 8$, al final quedó en 7$ (aquí todo se paga en dólares).
Otro día paseamos por la Av. Central, una calle muy comercial en el modesto barrio de Santa Ana. Nos habían dicho que no era muy recomendada para turistas pero no tuvimos impresión de inseguridad en pleno día. Eso sí, es un comercio para locales, puestos callejeros con verduras y frutas, tiendas baratas con todo tipo de enseres, pequeños supermercados y una población multiracial porque Panamá es un país muy cosmopolita, con mucha mezcla, consecuencia de las obras del canal que atrajeron gente de muchos lugares: caribeños, chinos (hay un barrio chino entre San Felipe y Santa Ana), japoneses, indígenas de etnias diferentes, americanos, europeos y, naturalmente, criollos (descendientes de los españoles).
El día que dedicamos a la visita del canal cogimos un taxi y le pedimos que nos llevase antes a conocer el barrio de Balboa, al pie del cerro Ancón, hasta el que subimos para una vista panorámica de la ciudad. Este barrio forma parte de lo que ellos llaman “terrenos revertidos”, ocho kilómetros de tierras a cada lado del canal que fueron devueltos por EEUU a Panamá en 1999, junto con la gestión del propio canal. Es una zona bonita, con mucha vegetación y casas ajardinadas de lamas de madera blanca, en el típico estilo americano. Algunos edificios son ahora organismos oficiales mientras otros esperan aún a que se les dé un cometido.
Desde ciudad de Panamá lo normal es visitar el juego de esclusas de Miraflores. Hay un Centro de Visitantes con terrazas abalconadas desde donde se pueden observar cómo se abren y se cierran las esclusas para que los buques puedan transitar. En el precio de la entrada (15 $) está incluida una presentación en 3D de todo el complejo, y un museo que recorre la historia del canal. Iniciado por los franceses en el siglo XIX éstos se vieron obligados a abandonar las obras por imponderables como la fiebre amarilla que diezmó a miles de trabajadores y sus familias, además de una mala gestión. Tras ellos fue continuado por los norteamericanos, después de que de Panamá se independizase de Colombia, inaugurándose finalmente en 1914 bajo la gestión de Estados Unidos. En una de las salas hay una recreación del puesto de mando de un barco. Metidos allí se tiene la impresión de estar navegando por el canal, como si nos deslizásemos desde una altura imponente para hacerse una mejor idea de esta importantísima obra de ingeniería.
Después de la visita, el taxi nos llevó hasta lo que ellos consideran uno de los atractivos de la ciudad, el Causeway, una calzada que une tres pequeñas islas -más bien islotes- y que fue hecha con los materiales extraídos para la construcción del canal. Tiene buenas vistas sobre el skyline de los rascacielos de la ciudad, el casco antiguo, el puerto deportivo y el puente de las Américas que une los dos lados del país separados por el canal. Además de esto hay restaurantes y centros comerciales libres de impuestos para los extranjeros, siempre que lleven su pasaporte. Entramos en una de las tiendas y nos pareció que era como las todos los aeropuertos pero con una oferta más variada y mejores pecios que en el aeropuerto de Panamá.