Burdeos nos recibió con un temporal de lluvia y frío, algo que mina un tanto la moral pero que no nos detendría en nuestro afán de conocer la quinta ciudad de Francia.
Aparcamos el coche en uno de los parkings disuasorios del tranvía, los llamados P+R (pincha aquí para más información de estos aparcamientos) y nos olvidamos de él toda la tarde. Estábamos en la estación Les Aubiers y la linea C nos llevó directos al centro. Nos apeamos en la Porte de Bourgogne para comenzar a visitar la ciudad y el Puerto de la Luna, declarada Patrimonio de la Humanidad en 2007.
Burdeos cuenta con una historia apasionante, de la cual es fiel reflejo su fisionomía actual. Como muchas otras ciudades no estuvo exenta de los vaivenes bélicos y políticos, cambiando de manos y moradores a lo largo de los siglos. Existen vestigios que demuestran la presencia de Neandertales en la zona, aunque la ciudad como tal no fue fundada hasta el siglo III a. C. por una tribu gala, antes de que llegaran los romanos a estas tierras. Vándalos, visigodos, francos o Merovingios pasaron por aquí antes de que la ciudad logrará una cierta estabilidad allá por el siglo XII.
Sin embargó no fue hasta el XVIII, el llamado Siglo de las Luces, cuando Burdeos comenzó a florecer de forma notable, siendo de esa época muchos de los edificios que hoy podemos apreciar.
A tal punto llegó la valoración de la urbe que durante las dos grandes guerras, cuando París se encontraba en peligro, el gobierno francés se trasladó a Burdeos.
Durante el siglo XX la ciudad dio la espalda a su magnifico patrimonio sin preocuparse de su estado o conservación, ello le valió el apodo de “bella durmiente”. Sin embargo esta actitud cambió radicalmente con la llegada del XXI. El consistorio se preocupo de dar lustre a uno de los centro históricos más importantes del país, de hecho la UNESCO se hace eco de un dato muy relevante, y es que “Burdeos es, después de París, la ciudad francesa con más monumentos históricos protegidos”.
No perdemos más tiempo y nos lanzamos a descubrir este lugar que nos ofrece mucho que ver y que a priori tiene muchas cosas que ofrecernos.
Nos habíamos apeado del tranvía junto a la Porte de Bourgogne, donde también se sitúa el puente de piedra, aunque tanta cercanía no nos permite ver toda la magnitud de este puente de 17 arcos. Construido por orden de Napoleón I entre 1810 y 1822 tiene la curiosidad de que sus 17 arcos corresponden con el numero de letras de su precursor. Tuvo el honor de ser el único puente sobre el Garona hasta 1965.
De hecho la Puerta de Bourgogne es una continuación del puente, para ser más exacto al revés, el puente se construyó alineado con esta puerta que daba acceso a la ciudad.
Nosotros no atravesamos la puerta, si no que continuamos junto al río hasta la Place de la Bourse, quizá el lugar más llamativo de la ciudad. Es un conjunto de varios edificios y otros elementos. Los edificios están ocupados por la Cámara de Comercio y el museo de la aduana, en el centro la fuente de las Tres Gracias, donde están representadas la Emperatriz Eugenia, la Reina Victoria e Isabel II de España, quienes le dan nombre.
Frente a la plaza encontramos un espacio muy peculiar, el Espejo del Agua (Miroir d´eau). Una superficie de 3450 metros cuadrados cubiertos por una fina capa de agua que generalmente esta remansada ( a veces se activan unos propulsores que la elevan a unos metros de altura) y refleja los edificios de la plaza.
Llegamos hasta la explanada de Quinconces, donde nos encontramos instaladas las atracciones de una feria que tenía lugar durante esos días. Este motivo no nos dejó apreciar la magnitud del espacio, una plaza de 400 metros de largo por 380 de ancho, dando lugar a la plaza más grande de Francia y una de las más amplias de Europa, constituyendo a su vez un lugar de los que ya es muy difícil encontrar en pleno centro de una gran ciudad.
Nos ayuda a comprender por qué queda tal espacio en la ciudad el hecho de que aquí se levantaba el Castillo Trompette, erigido en la segunda mitad del siglo XV y demolido a principios del XIX.
En un extremo de la plaza, el que da al río, flanquean la entrada dos columnas de 21 metros de altura, situándose en el otro extremo el Monumento a los Girondinos; una columna de 43 metros coronada por una estatua de la Libertad en bronce blandiendo las cadenas que le oprimen y entregando al pueblo las palmas de la victoria.
El monumento se construyó en 1909 para conmemorar la desaparición de los diputados girondinos victimas de la “Época del Terror” durante la Revolución francesa.
Desde la parte trasera de Quinconces, nos desplazamos a la place de la Comedie, donde se sitúa el Gran Teatre. Es un gran edificio de 88 metros de largo por 47 de ancho donde destaca el pórticos de su fachada principal, compuesto por doce columnas corintias que soportan el frontispicio donde asoman doce estatuas ( las diosas Juno, Venus y Minerva acompañadas de las nueve musas). Fue inaugurado en 1780 y en 1871 sirvió como Asamblea Nacional Parlamentaria de Francia. Hoy es la sede de la Ópera Nacional y del ballet Nacional de Burdeos.
Frente al Teatro esta el Grand Hotel Bordeaux, un alojamiento que intuimos barato no debe ser.
En el lateral opuesto a Quinconces nace la calle por excelencia de Burdeos; la Rue Sainte Catherine. Una arteria peatonal de kilómetro y medio que a pesar del mal tiempo estaba atestada de gente, no obstante es la zona comercial más interesante de la urbe y aunque a nosotros no interesaba en demasía el tema comercial, es imprescindible recorrer esta vía si se visita Burdeos, pues sus edificios y el ambiente que se respira merecen mucho la pena.
Varias son las calles transversales que cortan la Rue Sainte Catherine, pero las obviamos hasta llegar a la Cours d´alsace et lorraine, esta nos lleva a la Catedral St André precedida de la Torre Pey Berland, parte de la Catedral pero separada del cuerpo principal de esta, justificándose en el riesgo de vibraciones peligrosas para el templo al tañer la campana de la torre.
El templo original fue construido en el siglo XI y consagrado por el Papa Urbano II en 1096, aunque de esa época poco queda ya. La Catedral fue reformada y reconstruida durante los siglos XII y XVI y remodelada en el XIX después de sufrir los saqueos y pillajes habituales durante la Revolución.
En la misma plaza que la Catedral podemos ver el ayuntamiento. El consistorio se encuentra en el Palacio Rohan, construido entre 1772 y 1784 y concevido como sede del arzobispado. Pronto se destino a servicios administrativos y fue empleado como vivienda por Napoleón Bonaparte en 1808. El ayuntamiento se instaló aquí en 1837.
Regresamos a la Rue Sainte Catherine para recorrerla en su totalidad y llegamos hasta la Place de la Victoire, un espacio de reunión en el barrio universitario. Para acceder a la plaza hemos de pasar bajo la Puerta de Aquitania, una especie de arco triunfal que en 1756 sustituyó la vieja puerta medieval. En la plaza llaman la atención un obelisco de mármol rosa de 16 metros de altura y, a sus pies, una tortuga gigante de bronce y su cría.
Deshicimos nuestros pasos utilizando de nuevo la Rue Sainte Catherine hasta que se nos cruzó la Cours Victor Hugo. Tomando esta calle en dirección al río llegamos hasta la Gran Campana. Se trata de una de las antiguas puertas de la ciudad medieval. La torre formaba parte del edificio del ayuntamiento en aquella época. La campana era empleada para avisar a la población en caso de incendios, ataques o para llamar a las vendimias, etc.
Pasamos bajo la Gran Campana y caminamos por las calles del caso histórico, pasamos también junto a la Porte Cailhau. Una bella entrada a la ciudad desde el río. De estilo gótico – renacentista, cuenta con techos y ventanas poco habituales en puertas defensivas.
Las inclemencias del tiempo hacían mella en nosotros, hacía frío y la lluvia y el viento nos calaba a pesar del paraguas. Nos dábamos por mas que satisfechos con la vuelta que le habíamos dado a la ciudad y decidimos dejarlo para la siguiente jornada, cuando la climatología prometía ser más amable.
Regresamos al tranvía, sacamos nuestro coche del parking disuasorio y nos fuimos a nuestro hotel situado en la zona del lago.
El día siguiente lo empleamos en pasear tranquilamente, ya sin el incordio de la lluvia, regresamos a algunos lugares por los que habíamos pasado con rapidez y nos dedicamos a ver los numerosos mercadillos que se ponen en Burdeos los domingos por las mañanas, en esta ciudad cualquier esquina es buena para levantar uno de esos mercadillos.
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