Madrugón! Hoy toca Versalles.
Cogemos el metro, luego el RER y llegamos sin novedad a Versalles, tardamos como 40 minutos aproximadamente (metro hasta inválidos y el RER C). Una vez allí, desayunamos enfrente de la estación y nos dirigimos al Palacio, que está muy cerca.
De nuevo hemos llegado pronto, sobre las 8.45h. Mejor, porque dicen que luego se pone hasta arriba de gente, y es verdad, lo veremos con nuestros propios ojos más tarde. Sin novedad, entramos con el Museum Pass y recorremos las dependencias del Palacio, haciendo mil fotos y sintiendo que estamos cumpliendo un sueño, y pisando suelos llenos de historia. Nos sentimos pequeñitos ante tanta opulencia y hacemos amago de bailar en la galería de los espejos, pero nos miran raro (lógico) así que mejor nos comportamos como adultos, jeje.
Tengo que decir algo en este punto: la gente se queja de que en la visita al palacio vas como el ganado, con muchísima gente que no te deja pararte el tiempo que quieras y que te impide disfrutar de al visita. La solución a esto es sencilla: MADRUGAR. No os voy a decir que fuéramos solos, pero disfrutamos de la visita sin agobios ni prisas.
La visita al palacio nos lleva algo menos de dos horas. Salimos a los jardines, la idea es ir bajando viendo las fuentes de nuestra derecha, hasta llegar a los dominios de María Antonieta, ver el Grand Trianon, el Petit Trianon y toda esa zona, y volver por el otro lado para ver el resto de las fuentes.
(la fuente de Latone se está restaurando, lástima)
Empezamos mal: bajamos hacia la fuente del Dragón, la que más ganas de ver tiene mi marido (le encantan los dragones desde pequeño) y a mitad de camino nos paran, y nos cuentan que están grabando y que no podemos pasar, que volvamos más tarde. Nos enfadamos un poco, pero bueno, les entendemos y seguimos adelante.
Seguimos bajando, viendo la fuente del delfín, la de flora, la encelada (aunque está cerrado el acceso lo vemos a través de una reja), así hasta llegar a la de apolo. Nos maravillamos con el tamaño del gran canal y cogemos una vía que queda a la derecha, hacia el Grand Trianon. Llegamos cuando están a punto de abrir, pero como no hay mucha gente hacemos la primera parada técnica y compartimos una patata asada que, aunque es algo cara, nos sabe a gloria y nos hace entrar en calor (no os lo he dicho pero había unas nubes negras y un aire, que pa qué, miedo nos daba que se nos pusiera a llover estando en medio del campo sin ningún sitio para resguardarnos).
Después de la parada técnica, entramos al Grand Trianon, merece la pena la visita (en nuestra opinión). Nos gustó un montón. Esa galería de mármol rosa con sus columnas quedará para siempre en mi memoria. Y esos colores, esos tapizados, esas paredes...quién pudiera estar en una de las fiestas que se organizan aquí!
A partir de aquí, como nos perdimos un poco, fuimos paseando y encontrándonos cosas, más que buscándolas: los jardines del Grand Trianon, el teatro de la reina, la capilla, y jardines y más jardines....hasta llegar a los dominios de María Antonieta, que parecen sacados de un cuento de hadas. Todas esas casitas rústicas, con un lago en el medio...lo que digo, de cuento.
Cuando terminamos de visitar toda esa zona (con parada técnica incluída, estábamos agotaditos ya) nos dimos cuenta que no habíamos visto ni el templo del amor ni el petit Trianon! Así que desandamos lo andado y volvimos a ver si lo encontrábamos. Y lo encontramos! Y nos gustó muchísimo también. La verdad es que el camino es largo (se puede coger un trenecito o unos cochecitos de golf pero nosotros preferimos recorrerlo andando) pero merece la pena.
Volvimos hacia el gran canal, lo cruzamos y comenzamos la visita del otro lado del parque. Eso si, con menos entusiasmo, estábamos ya muuuuy cansados y un poquito empachados de tanto jardín, jajajaajja...así que dimos un paseo, nos paramos más en la zona de los parterres y el orangerie al lado del palacio, y a eso de las tres dimos por terminada la visita.
Justo antes de salir nos acordamos de la fuente del Dragón, y para allá nos fuimos. Según estábamos llegando, vimos a unos empleados de la grabación de la película que no dejaban pasar a la gente, y ahí ya me enfadé. Encontré a uno que hablaba inglés y le dije que lo sentía mucho, pero que no habíamos recorrido 1000 kilómetros para no poder ver la fuente que más ilusión le hacía a mi marido, y que íbamos a cruzar de todas maneras, hacer las fotos que nos diera la gana y que por mi podían seguir grabando o no, que me daba igual. Se que no actué bien pero es que en ese momento me salió así. Así que pasamos, vimos la fuente de cerca, nos hicimos un par de fotos y nos fuimos (tampoco era cuestión de abusar).
Llegamos al McDonalds de al lado de la estación del RER casi a las 4 de la tarde, con un hambre de la leche. Comimos y cuando nos levantamos para volver a París, mi marido literalmente no podía. Tenía los pies llenos de ampollas, se le habían hinchado mientras estábamos comiendo y le daban calambres en las piernas. Un cuadro, vamos. Además el día se iba estropeando, iba a empezar a llover en cualquier momento y empezaba a hacer frío.
Llegamos como pudimos hasta el tren, encima corriendo porque se iba uno justo en ese momento. El tren iba lleno hasta los topes, y claro, pensar en hacer todo el viaje de pie hacía que nos planteáramos si habíamos hecho bien en subirnos. Tuvimos la suerte (inmensa suerte) de que unas revisoras nos debieron ver la cara de hechos polvo que teníamos y nos dijeron que les acompañáramos. No sé cómo logramos pasar de un lado al otro del tren, que iba totalmente repleto, y nos abrieron para que pasáramos al siguiente vagón, que tenía sitios libres para sentarnos. Nunca se lo agradeceré lo suficiente

(por cierto, si os ponéis en el lado izquierdo del tren veréis la estatua de la libertad, que mira a su colega americana desde la isla de los cisnes)
La idea que teníamos para la tarde era, otra vez, subir al Arco del Triunfo, después de pasear por los Campos Elíseos, pero nada, de nuevo no estamos en condiciones. Llegamos a la conclusión de que es mejor irnos al hotel a descansar, porque no tiene sentido estar por ahí penando y sin disfrutar de lo que estás viendo.
Llegamos al hotel sobre las cinco y media, ducha, "reparación" de pies, estuvimos un ratito descansando y aprovechamos para hacer la maleta. Sobre las siete y media, teníamos mucha hambre y ya habíamos descansado, así que decidimos salir a cenar al Bouillon Chartier, que nos quedaba al ladito del hotel.
La cena fue genial. Yo lo recomiendo, pero ojo, que hay que compartir mesa y el sitio es tipo cantina, ruidoso y con manteles de papel. Lo digo para que nadie se lleve luego desilusiones. Nosotros sabíamos a lo que íbamos y disfrutamos muchísimo. El sitio, en mi opinión, tiene mucho encanto, nos pusieron en la mesa primero solos y luego llegaron una pareja de ingleses muy majos (tampoco es que habláramos mucho con ellos, les explicamos un poco la carta porque andaban bastante perdidos y poco más, pero eran majetes). Te apuntan las comandas en el mantel de papel, nosotros pedimos de primero caracoles y paté, y de segundo mi marido boeuf bourguiñon y yo el magret de pato. Buenísimo todo. Para beber tenían un vino tinto recomendado y estaba buenísimo. De postre mi marido eligió un queso tipo camembert y yo el marron glace, qué cosa más buena! Y todo por 50 euros. Super recomendable. Cuando salimos del restaurante, a eso de las 9 y media, había una cola enorme, así que mejor ir pronto!
Sólo nos queda la mañana de mañana, y volveremos a Madrid y a la realidad del día a día, snif, snif!