Tras la lluvia del día anterior el tiempo se había quedado regular. Desde la ventana se notaba el fresco y la gente se paseaba abrigada desde bien temprano. Como el chollo del desayuno económico en Wallgreens nos iba bien, repetimos una vez más.
Teníamos algunos posibles encargos de informática pendientes, así que fuimos a la tienda Apple de Lincoln Road. Las cosas se nos salían del presupuesto y además no eran del todo gangas, así que no hubo suerte (otra vez será…).
Hay que mandar una postalita a la familia
Mitigamos el fresco con un cafelito en el Starbucks de la misma calle y dando un paseíto de vuelta al hotel.
Más que frío hacía viento, pero aún así, un ratito de sol en la playa para Asun, mientras que yo avanzaba con el video. Volvió cubierta de arena ya que el aire pegaba como el levante en la costa malagueña y tras una reconfortante duchita, estábamos listos para afrontar el resto del día.
Un paseo para estirar las piernas
La comida de ese día la hicimos en Mc Donald´s, (nuestro bolsillo lo agradeció más que el estómago) y la siesta que nos dedicamos posteriormente nos dejó como nuevos.
Al sur de South Beach
Para la noche nos dejamos llevar por los amigos. Ellos nos recogieron, nos enseñaron lo que nos quedaba por ver de Miami, nos llevaron a cenar y nos devolvieron sanos y salvos.
Estuvimos en el Design Distric, el distrito más creativo y vanguardista de la ciudad. Donde se mezclan por igual zonas superchic con calles a las que da miedo entrar. Mientras buscábamos un restaurante en concreto pasamos delante de la “Living Room”. Que es la esquina de una habitación con su lámpara, ventana y sofá, pero de un tamaño de 13 metros de altura. No le hicimos fotos porque los grafitis lo han echado a perder.
El restaurante que buscábamos resultó ser un lugar llamado 28, tan de moda que tenían una lista de espera de 1 hora para dar mesa. Como no teníamos ganas de esperar mucho y los sitios de culto al diseño abundaban paramos a escasos 100 metros en un coqueto sitio de tapas llamado “Brosia”. Estaba igualmente atestado pero (como todo hay que decirlo), nos recibieron mejor, nos hicieron hueco en la barra y nos ofrecieron bebida. No pasaron más de 15 minutos cuando estábamos en sentados, 4 platos en plan tapas, una ensalada, dos postres y dos cafés nos costó por pareja 110$. Sin comentarios, pero una burrada para lo que comimos.
Eran las 00:30 cuando nos despidieron en el hotel, a pesar de todo había sido un día agradable, frio pero muy agradable. Una vez más pudimos ver la vida nocturna que se queda junto al río al cruzar por uno de sus tantos puentes en la zona de rascacielos de colores y de oficinas del downtown. Lástima que no pillásemos ninguno de los cambios color de la torre de Bank of América. Y ya solo nos quedaba descansar para poder disfrutar del último día en florida.
Teníamos algunos posibles encargos de informática pendientes, así que fuimos a la tienda Apple de Lincoln Road. Las cosas se nos salían del presupuesto y además no eran del todo gangas, así que no hubo suerte (otra vez será…).
Hay que mandar una postalita a la familia
Mitigamos el fresco con un cafelito en el Starbucks de la misma calle y dando un paseíto de vuelta al hotel.
Más que frío hacía viento, pero aún así, un ratito de sol en la playa para Asun, mientras que yo avanzaba con el video. Volvió cubierta de arena ya que el aire pegaba como el levante en la costa malagueña y tras una reconfortante duchita, estábamos listos para afrontar el resto del día.
Un paseo para estirar las piernas
La comida de ese día la hicimos en Mc Donald´s, (nuestro bolsillo lo agradeció más que el estómago) y la siesta que nos dedicamos posteriormente nos dejó como nuevos.
Al sur de South Beach
Para la noche nos dejamos llevar por los amigos. Ellos nos recogieron, nos enseñaron lo que nos quedaba por ver de Miami, nos llevaron a cenar y nos devolvieron sanos y salvos.
Estuvimos en el Design Distric, el distrito más creativo y vanguardista de la ciudad. Donde se mezclan por igual zonas superchic con calles a las que da miedo entrar. Mientras buscábamos un restaurante en concreto pasamos delante de la “Living Room”. Que es la esquina de una habitación con su lámpara, ventana y sofá, pero de un tamaño de 13 metros de altura. No le hicimos fotos porque los grafitis lo han echado a perder.
El restaurante que buscábamos resultó ser un lugar llamado 28, tan de moda que tenían una lista de espera de 1 hora para dar mesa. Como no teníamos ganas de esperar mucho y los sitios de culto al diseño abundaban paramos a escasos 100 metros en un coqueto sitio de tapas llamado “Brosia”. Estaba igualmente atestado pero (como todo hay que decirlo), nos recibieron mejor, nos hicieron hueco en la barra y nos ofrecieron bebida. No pasaron más de 15 minutos cuando estábamos en sentados, 4 platos en plan tapas, una ensalada, dos postres y dos cafés nos costó por pareja 110$. Sin comentarios, pero una burrada para lo que comimos.
Eran las 00:30 cuando nos despidieron en el hotel, a pesar de todo había sido un día agradable, frio pero muy agradable. Una vez más pudimos ver la vida nocturna que se queda junto al río al cruzar por uno de sus tantos puentes en la zona de rascacielos de colores y de oficinas del downtown. Lástima que no pillásemos ninguno de los cambios color de la torre de Bank of América. Y ya solo nos quedaba descansar para poder disfrutar del último día en florida.