
LALIBELA-KOMBOLCHA (312 KMS)
Llegó la hora de despedirnos de Lalibela. De Etiopía, nos queda la pernoctación de hoy en Kombolcha, a 312 kms, mañana otros 364 kms hasta Adis Abeba, y por último, lo que quede del día en la capital, hasta que salga el vuelo de regreso a la 1'30 de la madrugada del día siguiente. De momento, vuelvo a escalar al tejado, como cada día al amanecer sobre las 5 y pico, despertado por las plegarias que se alargarán durante más de una hora. La previsión es arrancar a las 8, así que hay tiempo suficiente para un poco de relax, café, y bajar la bolsa, que casi no he deshecho durante todo el viaje, al patio de entrada al hotel para cargarla en una van, que desde la agresión, permanece con una ventanilla tuerta tapada por un plástico.

Tras una parada en una librería papelería del centro de Lalibela, para gastar lo que queda del fondo recaudado por Víctor, comprando material escolar, comenzamos a rodar en el día del fiestón, viendo escenas gore de cabras desolladas colgando de un gancho a la entrada de las chabolas, que a la hora de la comida, se consumirán junto con toda la injera y cerveza preparadas con cariño y devoción estos días de atrás.

Pasado el aeropuerto, ya rodando por las pistas de tierra que llevan a Gashena, detectamos el arco de entrada de una escuela rural, y nos desviamos para hace entrega de todas las libretas y bolígrafos que hemos comprado hace un rato.

Como era de preveer, los chavales se arremolinan alrededor nuestro,excepto los que están en clase. Nos desperdigamos cada uno a lo suyo, y yo me dedico a hacer unas cuantas fotos por los extensos y áridos terrenos que tiene la escuela, o a observar como van entrando bajo el arco, grupitos de niños que vienen por la carretera sin tránsito, desde puntos indeterminados de las montañas aledañas.

La entrega oficial del material finaliza, al igual que terminan entre carreras y risas, los corrillos de chavales curiosos que nos rodean, al ser pastoreados con cariño y sonrisas, por maestros que con largas varas, los encauzan de nuevo hacia unas clases desnudas de mobiliario pero creo que llenas de vocación, y de protección y fe en un futuro mejor para los pequeños.

La comida, en mi caso unos buenos macarrones con una cerveza Dashen por un par de euros, la hacemos en el hotel “Lal” de Weldiya, a mitad de camino de Kombolcha, donde nos sentamos en una mesa al fondo del restaurante, justo al lado de una larga mesa con una decena de comensales etiopes bien vestidos, sobre los cuales, voy viendo laborar a través de un ventanuco situado encima de ellos, a un obrero de la construcción.
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Johan, que ha caido en las garras de las diarreas, se ve obligado a visitar los servicios del hotel, y a recuperar sales con el sueroral, mientras en el exterior, en el patio de entrada frente a unos autocares coloreados y un par de guardias con sandalias de plástico última moda, calculo el destino a corto plazo de un carnero que me mira desde entre las piernas de un tipo, sin necesidad de sumar los hechos en los que está inmerso: un grupo de etiopes vestidos de gala; una conversación entre un par de ellos y unos hombres que arrastran al animal; el bicho que es tumbado en el suelo, atado por las patas y cargado en un maletero; los engalanados que se reparten entre los autos aparcados, y se marchan.

El paisaje cambia drásticamente durante la ruta, y pasamos de unos fértiles valles a las montañas y tierras altas de la región de Wollo, de bosques húmedos cubiertos de nubes bajas, vegetación subtropical y clima lluvioso, que va terminando hacia al sur al ir llegando a la ciudad de Dessie, a un tiro de piedra de Kombolcha. Durante este tramo, no hemos dejado de cruzarnos con sorprendentes reatas de camellos, cargados de leña o forraje.

El Sunny Side International Hotel de Kombolcha, está ubicado por supuesto en la misma carretera, a unos dos kilómetros del centro del pueblo, y resulta claro y evidente que es un hotel de paso, y bastante descuidado, a la vista de las tiesas toallas amarronadas de la habitación, unas duchas poco apetecibles, y de la suciedad y cadáveres de insectos que aparecen por los rincones de los pasillos. Sin embargo, todo hay que decirlo, tiene una animada cafetería, muy concurrida por gente joven y no tan joven del pueblo, que conversan mientras se toman unas cervezas, un café o algún combinado de alcohol.

Tras una visita a Johan, que se ha quedado estirado en la cama para reposar y no menear sus intestinos, me voy a la entrada del hotel, a fumar y a ver las carreras de tuktuks, en Etiopía llamados “bajajs”, el medio de transporte más barato para moverse, y que junto con las flotas de furgonetas Toyota blancas o azules de 12 plazas, que hacen de minibuses, a menudo siempre atiborradas, y de los autos Lada, como no, también de color azul, que hacen de taxis, en los que hay que regatear porque no tienen tarifa fija, conforman la mayor parte del transporte público que se puede ver en las ciudades del país.

Un par de tuktuks, son los que paramos ya de noche, para que nos lleven al centro de Kombolcha, como dije antes, a un par de kilómetros del Sunny Side. Al llegar, nos acercamos al otro tuktuk que ha estacionado delante, de donde sale una música insoportable, y Arnau está discutiendo con una chaval de veinte y pocos años, que le acaba de hacer el truco del billete, o sea, uno de 50 birs, convertido por arte de morro en uno de 10 birs.

Arnau con un par de billetes de 1 bir que le ha devuelto el joven, que se le deshacen en la mano, trata de que el chaval recapacite, y deje de responderle que ha recibido uno de 10, en lugar del de 50 que le ha dado. Obviamente, es pedirle peras al olmo, y más sabiendo que Yohanes el guía, ya no es que no se moje, si no que se pone la máscara de “no paran de tocarme las pelotas estos guiris”. Kombolcha, no da para más, una entrada en un pasillo comercial vigilado por el enésimo guarda con sandalias de plástico, harapos, y kalashnikov al hombro; y vuelta y cena en el hotel, de una pizza que no está mal, aunque tras la preventiva retirada de los vegetales y del tomate crudos.

KOMBOLCHA-ADIS ABEBA (364 KMS)
Como no tengo terrado, me dedico a ver entrar y fichar a todos los empleados del hotel a las 6 de la mañana. Un par de horas más tarde, salimos a la carretera con Johan recuperado, y con ganas de llegar a la capital del reino. La interrupción para comer, ya no resulta interesante, y el dato tampoco, pero ahí queda: comemos en un hotel de carretera de Debre Birhan. En el camino, nos dedicamos a decidir sobre las propinas que les vamos a dar al guía y al conductor, y acordamos que se meterán en un sobre común, a pesar de que Johan y Rita, aportarán por su cuenta una cantidad sensiblemente mayor, que los 150 birs por cabeza a cada uno de ellos, que hemos decidido darles Arnau, Anabel, Víctor y yo.

Llegamos a Adis Abeba lloviendo, recorremos el gigantesco Merkato de la capital, sin bajar de la furgoneta, porque es un absoluto y caótico agobio de gente, lluvia, barro, atascos, vehículos y objetos, y en lugar de ello, nos vamos de compras, porque unos tenemos encargos, y otros han de pulirse los cientos de birs que todavía tienen en el bolsillo. Para ello, nada mejor que la Piazza, una archiconocida plaza cercana a la avenida Churchill, una de las arterias de la ciudad, alrededor de la cual hay constituida un área repleta de tiendas de regalos, joyerías, comercios, etcétera, en las que poder hacer desaparecer rápidamente el efectivo sobrante.

La primera parada, se me concede hacerla en la joyería más antigua de Adis Abeba, la Teklu Desta, controlada antes del viaje, y en la cual ya sabía que podía encontrar lo que finalmente compro, un colgante con un ópalo etiope. En la segunda parada, en una hilera de tiendas clonadas de regalos, Víctor hace felices en particular, a las dueñas de una de ellas, porque aunque todos los objetos son iguales a los de las otras tiendas, son agradables y excelentes comerciantes. La siguiente y última parada del shopping, algo agobiante por los vendedores ambulantes de cualquier cosa, que se apostan a la entrada, es el Café Tomoca, un clásico de la ciudad, que realmente merece una visita, por ser un local que ha sabido conservar su personalidad y por su excelente café. En el, por supuesto, hacemos una degustación y compramos una buena cantidad de paquetes, de cuarto de kilo a 48 birs, o de medio kilo a 96.

Con los deberes hechos, y el bolsillo vacío, nos vamos al último punto establecido de nuestro itinerario, antes del aeropuerto, el elegante restaurante Bata, donde con el licor de miel, una última injera, unos últimos movimientos de hombros de los bailarines que nos amenizan la cena, y un último encuentro con los cooperantes de la organización del Dr. Herman, nos despedimos de Adis Abeba para llegar al aeropuerto Bole, entregar los sobres de la propina al conductor y al guía Yohanes, despegar a la 1 y media de la mañana, llegar entre turbulencias a Estambul a las 7, y dispersarnos cada uno a su destino, en mi caso, para coger el vuelo de las 8'40 a Barcelona, donde acabo mi viaje a las 11'25 del mediodía.