Nos levantamos a las 8, ya descansados, y vamos a desayunar por primera vez en el Hotel. Utilizan como sala de desayunos un restaurante irlandés que está en la planta baja. No es muy grande y puede darse el caso que no haya mesas y entonces se ocupan las barras y las mesas con taburetes altos de la entrada de la calle. El desayuno permite prepararse café, normal y descafeinado, tostadas, gofres, “bagels”, huevos revueltos o duros, jamón (no es exactamente bacon), variedad de donuts (normales, rellenos de crema, con chocolate), cereales y zumo de naranja. Hay unas pequeñas manzanas y naranjas naturales. En fín podemos que es suficiente para un desayuno energético, aunque, yo, echo de menos, yogures. Es por poner un defecto, pero me parece correcto.
Tras volver a la habitación y coger el equipo fotográfico, salimos rumbo al Empire. Vemos por primera vez el sol en todo su esplendor aunque dicen que se irá nublando. Las temperaturas máximas previstas son sobre 28º. Así que parece todo perfecto para el día de caminata que nos espera.
Cuando bajamos por la Quinta hacia nuestro destino, muy cercano, un enjambre de vendedores de entradas se dirige hacia nosotros. Los esquivamos diciendo que ya tenemos, como es verdad. Entramos en el edificio y al mostrar la “tarjeta” (en realidad es una hoja impresa en la impresora de casa) nos desvían hacia la entrada evitando la larga cola ya formada para comprar los tickets. Pasan la lectora y entramos, pero nuestro gozo en el pozo, pues nadie se libra de la cola para pasar los arcos de seguridad (y van…), tras ello nos separan en distintas filas (la verdad es que manejan a las muchedumbres, nosotros, con verdadera pericia) atravesando un pequeño museo con fotos de la construcción del edificio. Finalmente llegamos al pasillo de ascensores, donde hay unos cuantos. Entre una cosa y otra hemos recorrido toda la planta baja, observando el lujo de los mármoles de sus paredes. En el ascensor subimos los 86 pisos a una velocidad de vértigo que tapona los oídos.
Ya estamos en el Observatory.

Salimos a los miradores y tras buscarnos un hueco entre tanta gente podemos ver Manhattan a nuestros pies.
Vemos el sur, el Downtown, con los rascacielos de la zona financiera (la zona verde próxima que se ve es Madison Square).


Tras comprar unos recuerdos, bajamos del “cielo”. Y emprendemos el camino de la Quinta Avenida hacia el norte. Son las 12:30. Al llegar a la altura de la Biblioteca Pública, que ya vimos vamos a la parte de atrás donde se está el Bryant Park. Este es un territorio ganado para la ciudad en los últimos tiempos (la otra vez que vine no se visitaba por ser zona “peligrosa”).
El espectáculo que vemos: gente tomando el sol, haciendo picnic, oyendo música, muestra la vitalidad que hace de NYC una ciudad única.

Proseguimos el camino con una rápida mirada a la calle 47, llena de joyerías. Es el "Diamond District". Todavía se sigue viendo los judíos ortodoxos que rigen la mayoría vestidos con sus negros atuendos.
La siguiente parada es la Rockefeller Plaza,


Proseguimos y la siguiente parada NBA Store, donde puedes encontrar la equipación de cualquier equipo de la misma. Aunque todavía tenían la camiseta de Gasol con los Laker´s y no con los Bull´s de Chicago.
Seguimos hasta Hollister, que está casi esquina con la calle 53. Lleno de gente joven comprando y haciendo cola en los probadores, todo ello en la “penumbra” y con música tan alta que más parece una discoteca “chill out”. Uno trata, vanamente, de no sucumbir al consumismo que te va atrapando por momentos viendo estos comercios tan bien expuestos y originales y gente comprando en todos ellos como si de regalos se tratase.
Cuando salimos de aquella oscura tienda, uno queda deslumbrado por la claridad del día. Son cerca de las 14 h. y decidimos ir a comer a Ellen´s Stardust Diner que está en Broadway esquina con la calle 51.
Este es un restaurante estilo años 50, donde los mismos camareros que te sirven cantan canciones de famosos musicales. Lo cierto es que se pasa bien, aunque la comida no sea gran cosa. A la cena puede ser más difícil encontrar mesa que al mediodía. No es barato, pero es de las cosas que pienso que solo se pueden ver por estos pagos.
Para que se hagan una idea de cómo es, este video:
Pedimos tres “cheeseburguer” con bacon y patatas fritas y yo para variar un estofado de carne. De beber dos "cokes" y mis hijas pidieron agua (si pides "water", te traen agua del grifo, sin problemas, y no cobran nada). Salió todo 85 $ y mi mujer que le había gustado mucho las actuaciones les dejó ¡Un 20% de propina! Todo sea por el futuro de los escenarios de Broadway.
Al salir nos dirigimos al MOMA, que está en la 53, entre la 5ª y 6ª Avenidas. Era viernes y desde las 16 horas, la entrada es gratis. Sabía que las colas podían ser enormes para entrar pero lo que no esperaba era el verdadero tumulto que allí había. No soy en particular muy amante del arte moderno pero aquí hay ciertas obras que merecen verse. Pero aquello era un caos, pues para entrar había que sacar las entradas “gratis” y decían que las daban en las puertas de entrada, pero allí nadie sabía nada. Así que desistimos. Nos conformamos con ver los objetos curiosos de diseño que venden en la Tienda y volvimos a tomar la Quinta.
Lo primero que encontramos es Abercrombie, con gente en la puerta haciendo cola para fotografiarse con los chicos “cachas” de la marca. Trato de animar a mis hijas de hacer la cola pero no quieren. Así que entramos sin más y echar un vistazo a la tienda.
Enfrente está Tiffany y cruzamos para ver su entrada ¿Pero para qué entrar? Hacemos como Audrey Hepburn.
Ya que hemos cruzado, nos desviamos un poco hasta el 6 Este de la calle 57 para ver Niketown
¿Para qué explicar el porqué le llama “Town” a una tienda?
Vuelta a la Quinta y la meta: Grand Army Plaza, amplia plaza donde confluye la Avenida con Central Park. Aquí están el dorado monumento del General Sherman y el Hotel Plaza (No miré cuánto costaba la habitación aquí, a lo mejor…), pero nuestro destino era otro, la Tienda Apple y la Juguetería FAO.
El Apple Store, que es subterráneo solo deja visible un cubo de cristal transparente con el símbolo de la marca. Es el acceso a la tienda. Allí está toda la tecnología de la marca y como se pueden tocar y manipular te hace “dueño” por unos minutos de uno de estos aparatos. Como todo, estaba llena de gente.
Justo detrás, esquina con la calle 58 está la juguetería FAO Swartz. Inmensa juguetería donde hay juguetes de todos los tipos. Mis hijas “enloquecieron” con todos los tipos de animales de peluche que iban viendo.

Me hija menor no se resistió. Se descalzó y se puso a tocar “Cumpleaños Feliz” saltando sobre las teclas.




Así nos encontramos con el corazón de Manhattan: Times Square. Caminar por aquí es realmente difícil entre la gente y las obras. Las gradas que hacen techo de las cabinas de TKTS (ya saben dónde venden entradas para el día más baratas) a espaldas de la estatua del Padre Duffy están repletas


Según seguimos para el sur las calles se van quedando más solitarias, que no vacías. Y así buscamos un “Deli” (Es abreviatura de Delicatessen. Pero pese a su nombre, no son como aquí, lugares de comida de lujo. Son muy abundantes por todos lados, allí encuentras comida rápida o preparada y para hacerse ensaladas. Son relativamente baratos) para comprar la cena. Elegimos sándwiches, piña cortada (me encanta) y hasta un vaso de sopa que se le antoja a mi hija. Y así dispuestos regresamos al hotel con los pies pidiendo “rendición”. Mañana será otro día.