CAPADOCIA I ✏️ Diarios de Viajes de Turquia

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Turquía, nuestro primer viaje hace ya más de veintidós años. Más exactamente Estambul. Nuestra incursión en Turquía se redujo a una visita de cinco días a la capital del país. Recuerdos vagos de una ciudad caótica, con gente vendiendo cualquier cosa en cualquier lugar. Cualquier sitio servía para vender. Tenderetes callejeros, mesas de camping, una manta en el suelo donde exponer el producto ofertado, o simplemente una bolsa donde llevar los perfumes para de esta manera no estar atado a ningún lugar y poder perseguir al turista por cualquier callejón. Vendedores agresivos que con frecuencia sobrepasaban el límite del respeto. Pero aún así me encantó esa ciudad. El Gran Bazar, con un bullicio que no había visto nunca antes. Y sobre todo sus mezquitas que se habían convertido en uno de mis mejores recuerdos viajeros.
Recuerdos muy agradables, de los que apenas tenía recuerdos gráficos. ¡Qué tiempos aquellos de las cámaras con carretes!. Todo un viaje resumido en 24 imágenes. Si, si que los carretes luego había que revelarlos, y 36 fotos salían por un pico. 12 fotos eran pocas, y 36 resultaban un lujo al alcance de pocos bolsillos. 24 fotos era la medida exacta.
Las fotos había que seleccionarlas muy bien. Nada de disparar al tun tun y ya veremos la que sale. Ni en broma; antes de pulsar el disparador había que pensárselo dos y tres veces. Un fallo significaba desperdiciar una foto. Y como el de la tienda de revelado no fuese un poco espabilado te la revelaba. Algo que acarreaba una doble consecuencia negativa. Por un lado te dejaba en evidencia al mostrar a las claras tu poca habilidad con la cámara. Y en segundo lugar, y no por ello menos importante, pagabas por un trozo de papel negro. Y si lo juntas todo, pagabas por quedar como inútil
Y es que ahora la cámara es tu amiga, tu inseparable compañera de viaje. Lo ve todo contigo, comparte todo el viaje contigo. Todo, todo. Es un viajero más. Y para muestra un botón. Cada vez paga entrada en más sitios, como si de un turista más se tratase. ¿Es o no un compañero de viaje más?. En cambio antiguamente la cámara era una trampa, un artilugio maléfico cuya principal función era la de martirizar al viajero. Que si se me han acabado las pilas. Que si cuidado al poner el carrete que no se vele. Que si cuidado no lo pases mucho que se pierden fotos. Para qué le sacas una foto a esa cosa tan horrorosa. Terrible, todo era un problema.
La cámara solo se sacaba en los lugares realmente importantes. No como ahora, que vemos una mierda pinchada en un palo y le sacamos como mínimo las 24 fotos que antes nos bastaban para todo un viaje. Ahora vamos con la cámara colgada del cuello, disparándole a cualquier cosa. En cambio en aquella época la cámara siempre iba protegida en la mochila. Pocas veces salía al exterior, e incluso en según que días no llegaba a ver la luz.
Había gente a la que se le llegaba a caducar el carrete de fotos. O al menos eso decían. No entiendo ni el como ni el por qué. Pero decían que se les caducaba. ¿Qué como lo sabían?. Tal vez por un olor a rancio que salía del interior de la cámara. O por el regusto amargo del objetivo al pegarle un lametazo para dejarlo como los paños del oro. O por ese polvillo verde, llámese moho, que se levantaba cada vez que pulsaban el disparador. Aunque al final el cómo es indiferente. Lo importante es que caducaba y ya no te lo podías comer. Aunque en verdad, yo nunca llegue a comerme ninguno, ni caducado ni sin caducar.
Pero vamos a lo que vamos. A Turquía. Para empezar un madrugón de los buenos. Es lo que tiene vivir en una isla. Siempre hay que hacer escala en la península. En este caso en Barcelona. Una vez más la compañía elegida para este primer vuelo fue Ryanair. Mira que me cae mal el O’Leary ese, pero esta gente no tienen competencia en cuestión de precios. Dos billetes PMI – BCN, ida y vuelta, 104 euros. Maletas incluidas. Ninguna compañía tradicional se acerca a esos precios ni por asomo. Y al final, eso pesa mucho. Más que las maletas, que no pueden pasar de los 20 kilos.
El vuelo salió puntual a las 06:30. y según ellos llegamos puntuales, a las 07:45. A mí las cuentas no me salen. Según tengo entendido, lo normal para un trayecto Palma - Barcelona es media horita. Así que decir que han cumplido con el horario, llegando una hora y cuarto después de la hora prevista de despegue me parece un tanto pretencioso. Ni que el avión fuera a pedales. Luego presumen de ser la compañía más puntual. ¡Toma claro!, así cualquiera. Y si en vez de una hora y cuarto, se dan un margen una semana y media, la puntualidad está totalmente garantizada, seguro que todos sus vuelos llegarían puntuales. De este modo hasta podrían presumir de llegar con antelación. Todo está en sabérselo montar.
Una vez en Barcelona, la primera en la frente, los mostradores de Pegasus, compañía con la que volábamos a Turquía, estaban cerrados. Mi gozo en un pozo. La idea era facturar las maletas nada más llegar y salir pitando hacia el centro de Barcelona. Pero con dos maletas a cuestas, como que no apetecía mucho. Cambio de planes y a esperar en el aeropuerto. Seis horitas de nada que toreamos a base de películas y comida.
El vuelo Barcelona - Estambul, salió puntual a las 14:10. Menos mal. Si después de seis horas y media de espera en el aeropuerto me dicen que el vuelo se ha retrasado me da un síncope. Lo de viajar está muy bien, pero lo de las esperas en los aeropuertos no me acaba de convencer. Creo que es algo mejorable. Que conste que esto es una apreciación subjetiva. No se me vayan a ofender ahora los enamorados de los aeropuertos. Si, si, como suena, “los enamorados de los aeropuertos”. Son como las meigas, nadie los ha visto nunca, pero haberlos haylos. Y es que gente rara la hay por todo el mundo. Cada día más. Por cierto, el precio de los billetes fue de 124 euros por persona por el vuelo de Barcelona a Kayseri con parada y trasbordo en Estambul.
Con tanta tontería, el avión ya ha llegado a Estambul. Ni que decir tiene que llegó puntual, a las 18:30. Faltaría más, si había salido puntual, no podía menos que llegar puntual. Es lo bueno que tienen los aviones. Nada de atascos por la operación salida, ni de paradas en áreas de servicio para descansar, y por supuesto nada de inoportunos pinchazos. Y es que no se me ocurre ningún motivo para que un avión que sale puntual no llegue puntual a su destino. Y todo este rollo a que venía. Ya ni me acuerdo. ………. Ah, sí, ya me acuerdo. Un avión que ha salido puntual difícilmente llegará tarde.
Ya estábamos en Turquía. O casi. Todavía nos faltaban unos pequeños trámites. El primero pagar la visa. Para ello tan solo hay que parar en unas ventanillas que están justo al lado del control de pasaportes y pagar 15 € ó 20 $, a elección del contribuyente. Se ha discutido mucho sobre si es mejor pagar en euros o en dólares. Unos que si las diferencias de cambio o las comisiones que te cobran por cambiar. Los otros que si mi banco no cobra comisión o que me hizo la oferta del 3 x 2. En esto no me voy a meter. ¡Qué ya es raro!. Pero lo que si que os recomendaría es que antes de pagar miréis que moneda lleváis en el bolsillo. Y si lleváis euros, pagad 15 €. No insistáis en pagar en dólares. No funcionará. En cambio si lleváis dólares en el bolsillo pagad 20 $, y olvidaros de pagar en euros. ¿Ha quedado claro?. Espero que si. En caso contrario parad en este punto y volver a releer este párrafo. Que nadie pase de aquí hasta que lo tenga totalmente claro. Por raro que parezca tiene su lógica. De verdad que la tiene, creedme.
Aclarado esto, debo decir que todo resultó muy rápido. No había cola. Ni una sola persona pagando el visado. Eso me afirmó en mi impresión de que en el avión éramos los únicos turistas. El resto turcos. O eso, o lo del visado era optativo y fuimos lo únicos primos que picamos. Prefiero pensar que no somos tan bobos.
Ya solo nos faltaba cruzar el control de pasaportes. Aquí si que había cola. Exactamente dos colas. ¿Y que se hace en estos casos?. Elegir la más corta sin entrar en consideraciones de por qué una era el doble de larga que la otra. Nada a la corta, sin pensarlo. Y al llegar a ventanilla, entendimos el por qué. Esa era exclusivamente para turcos. Los extranjeros tenían que ir por el otro lado.
Lo normal hubiera sido salir de esa cola y ponernos al final de la cola correcta. Pero un pequeño incidente nos disuadió de ello. Según el móvil de mi mujer, solo faltaban tres cuartos de hora para que saliera el avión hacia Kayseri. No llegábamos ni de coña. Hacer toda la cola, pasar el control y cruzar el aeropuerto hasta la puerta de embarque en menos de una hora, imposible. Solo nos quedaba una opción, echarle morro y colarnos. El precio, algunas miradas de reprobación. Pero mejor eso que perder el avión.
Lo del control de pasaportes, es un puro formulismo. Miran la foto del pasaporte, lo pasan por el lector, te ponen el cuño, y para adentro. O mejor dicho, para afuera. No pudimos ir directamente a la puerta de embarque sino que tuvimos que salir al exterior y volver a pasar un control de pasaportes. Vamos, que el pasaporte nos lo revisaron a base de bien.
Para pasar el control otra cola. ¡No llegamos, no llegamos!. Carreras por el aeropuerto mirando las pantallas sin pararnos. Y por fin la puerta de embarque. Estaba cerrada. Y según las pantallas el vuelo no había salido todavía. Ni tan siquiera estaba retrasado Algo no cuadraba. ¡El móvil, aparatejo del demonio!. Había cambiado de hora automáticamente él solito. Sin avisar. Nosotros creíamos que marcaba la hora española, cuando en realidad marcaba una hora más, la hora turca. ¡Menudo susto!. Menos mal que se quedó en eso, en un susto.
El vuelo a Kayseri salió puntual, a las 20:10. Una hora y veinte minutos después aterrizábamos en esa ciudad. Los turcos fueron recogiendo sus maletas y saliendo de la terminal. Cuando se paró la cinta sólo quedábamos seis personas. Todos extranjeros. Vaya casualidad. No entendíamos que pasaba, pero vimos que a los otros les hacían volver a la pista. ¿A dónde va Vicente?. A donde va la gente. Así que nos fuimos detrás. Cruzamos la pista y entramos en la terminal internacional. Allí estaban las maletas. Otro susto que no pasaba de eso.
Salimos a la calle. Ni rastro de los del rent a car. ¡A que se han olvidado de nosotros!. Tal vez estuvieran esperando frente a la otra terminal. Menudo trajín, desde que habíamos llegado a Kayseri no hacíamos más que ir de una terminal a otra. Al menos los paseos tuvieron recompensa. Allí estaban los del rent a car esperando. Nos llevaron a su oficina en Kayseri donde rellenamos el papeleo, y pagamos los 45 € del alquiler. Un chollazo que contratamos a través de Economycarrentals. Tres días, que con el pago previo a los de Economy nos salían a 18 € el día. Y con seguro a todo riesgo sin franquicia. Nos dieron un Renault Symbol. Un coche grande pero un poco viejo.
Lo primero, buscar la gasolinera más cercana para llenar el depósito. 214 TL. A 5,12 TL el litro. Carísima. Y sin más pérdida de tiempo a Goreme. 82 kilómetros. Los primeros 73 kilómetros por la autovía de Ankara. Los últimos 9 kilómetros por una carretera secundaria. En total tardamos una hora.
Habíamos reservado una habitación en el Erenbey Cave Hotel a través de Booking. 162 € por tres noches. Una habitación cueva, enorme y preciosa. En realidad todo el hotel lo era, sobre todo el patio interior. Todo un acierto. Y no solo por el hotel, sino sobre todo por los dueños, una pareja joven, que se portaron super bien con nosotros. Un diez para este hotel
Ya eran más de las doce, hora de irse a dormir.
Al día siguiente nos levantamos tarde. Las secuelas del viaje. Lo primero, desayunar. Nuestro primer contacto con los desayunos turcos. En todos los hoteles en los que estuvimos encontramos lo mismo con pequeñas variaciones. Olivas, queso, un fiambre parecido a la mortadela, pan, zumos, café, té y mermeladas. No había demasiada variedad, pero estaba bueno. Que digo bueno, muy bueno. Personalmente prefiero este tipo de desayunos, con sabores cercanos, que esos bufetes enormes llenos de cosas raras en los que acabas comiendo siempre lo mismo, salchichas, huevos y bacon. Colesterol en vena.
Listos para empezar la conquista de Turquía. No, un momento; no tenemos ni una lira en el bolsillo. El día anterior no quisimos cambiar en el aeropuerto, por eso de que el cambio siempre es peor. Y después con las prisas por llegar al hotel no pensamos más en el asunto. Así que tocaba cambiar algo. Preguntamos a los dueños del hotel donde podíamos encontrar un lugar para cambiar dinero. ¿Hoy, domingo?. Está todo cerrado.
¡Houston, Houston, tenemos un problema!
No podíamos salir por esos mundos de Dios, perdón, por esos mundos de Alá, sin una lira en el bolsillo. Los propietarios del hotel nos debieron ver muy apurados, y se ofrecieron a dejarnos dinero. No nos conocían de nada. Podíamos haber cogido el dinero y no volver a aparecer por el hotel, Y aún así nos dieron 200 TL sin pedirnos nada a cambio. No me parecía justo, así que cogimos 100 $ y se los dejamos en prenda. La verdad es que nos sacaron de un apuro de los gordos. Muchas gracias, os debemos una.
Y ahora sí, a por la Capadocia. Para empezar, el paseo de rigor por Goreme que nos dejó claro que Goreme es guirilandia. Un pueblo volcado al turismo. Pero aún así tiene su encanto. Las chimeneas de hadas elevándose por encima de las casas le dan un toque especial y diferente. He ido a ver pueblos que por mucho menos aparecen en la Lonely como la maravilla de las maravillas. Así que si uno logra abstraerse de las tiendas y restaurantes que lo inundan todo, y quedarse con lo que sobresale por encima de ellos, disfrutará de un lugar diferente.
A lo tonto, se habían hecho las once cuando logramos salir del pueblo. Y ahora sí, a por nuestro primer objetivo, el Open Air Museum. A tan solo dos kilómetros de Goreme. Dos kilómetros que nos bastaron para darnos cuenta del maravilloso lugar al que habíamos ido a parar. Unos pasajes de ensueño. Y eso desde la carretera. Rocas que llenan un paisaje irreal, seco, árido, pero maravilloso. La primera impresión es la que cuenta. Y ésta había sido buena, muy buena. La cosa prometía.
Aparcamos en una explanada, justo a los pies de la cuesta que hay antes de llegar al Open Air Museum. No nos había dado tiempo a bajarnos del coche y ya teníamos a dos individuos pegados a nosotros. Que si a esas horas hay mucha gente en el museo. Que si hace mucho calor para pasear. Que si es mejor venir más tarde. Muy convincentes. Tanto que nos convencieron y decidimos irnos y volver más tarde. Y ahí se acabó la convicción. El más joven se ofreció a servirnos de guía por el módico precio de 10 euros. Buen intento, pero no coló. Todo había sido una milonga para intentar pillar cacho. Para salir del paso nos montamos en el coche y seguimos para adelante. Ya volveríamos más tarde.
Pasamos por delante del Open Air Museum y justo antes de llegar al camping nos desviamos por un camino de tierra. Unos pocos metros y llegamos junto a lo que se suponía que era un iglesia excavada en la roca. No parecía gran cosa, y para colmo había que pagar entrada. ¡Anda ya!


Convencidos de que nos habían tomado el pelo en el parking, decidimos volver al Open Air Museum. Pero como somos unos inconstantes en cuanto vimos un hueco junto a la carretera nos detuvimos. Seguro que hay algo. Efectivamente un letrero indicaba que por allí se accedía al Valle de las Espadas. Sin pensarlo dos veces bajamos por un camino de tierra y a caminar por el valle. Al principio el camino resultó sencillo. Agradable pero sin llegar a ser espectacular. Un sendero que avanzaba entre paredes amarillas y arbustos medio secos. Pero la cosa no tardó mucho en ponerse sería. El camino se estrechó, y quedó encajonado entre unas altas paredes de piedra. El suelo de tierra dio a paso a un terreno irregular de rocas y piedras. Aquello ya era otra cosa. Guaaaauuuu. Tras saltar por encima de varias rocas que parecían querer bloquear el camino llegamos a un punto en el que había que bajar por una pequeña escalera de madera. Mi mujer me dijo que por ese día ya había tenido bastante. Que si el primer día poníamos el listón tan alto, que haríamos los próximos días, ¿tirarnos en parapente, salto base?. Sutilmente me estaba diciendo, anda ves tú un poco más y luego me lo cuentas. Y así lo hice, seguí caminando por el corte un rato más. No mucho, que una cosa es que me dejen ir poco y otra que me tome según que confianzas.


Me gustó mucho ese paseo. Nos metimos en el camino por casualidad. Pero fue una buena manera de romper el hielo. Me quedé con ganas de más. Aunque hay que reconocerlo, el recorrido tiene su complicación. Nada imposible, pero si uno no viene mentalizado para hacer la cabra mejor dejarlo para otra ocasión.
Volvimos al coche dispuestos a llegar al Open Air Museum sin más dilaciones. Teníamos la firme convicción que de nada ni nadie iba a impedir que llegáramos a nuestro destino. Pero nuestra voluntad es débil. Una nueva zona de aparcamiento unos metros más adelante bastó para pararnos. ¿Y aquí q ué hay?. Si es que no tenemos remedio. Por suerte no había mucha cosa, era un simple mirador, por lo que la parada no nos robó mucho tiempo. Pero mereció la pena, las vistas sobre el Open Air Museum era espectaculares. Podíamos ver todo el conjunto desde una posición elevada. Ahí estaremos dentro de un par de minutos.
Ahora ya si, sin más paradas al Open Air Museum. Aparcamos justo enfrente de la entrada. Me imagino que en temporada alta resultará imposible encontrar sitio y habrá que bajar al aparcamiento de la zona inferior. Esta es una de las ventajas de viajar en temporada baja. Aquello no pasaba de ser una simple explanada. Pero eso no exoneraba del pago por su utilización. 6 TL, precio fijo con independencia del tiempo que se aparcara.


Cruzamos la carretera y ya estábamos en el Open Air Museum. Bueno, casi. Todavía nos faltaba un trámite, comprar la Museum Pass. El precio, 45 TL por persona que permiten la entrada además de al Goreme Open Air Museum, a la Dark Church, al Valle de Ilhara, al Zelve Open Air Museum y a las ciudades subterraneas de Derinkuyu, Kaymakli y Ozkonak. Pero cuidado, solo tiene una validez de 72 horas.
Por fin pasamos los tornos, y allí estábamos, en una de las principales o por lo menos una de las más conocidas atracciones de la Capadocia. Resumiendo, se trata de un pequeño valle con un montón de iglesias excavadas en la roca. Se realiza un recorrido circular preestablecido pasando por delante de las diferentes iglesias. Y lo que es más importante, se puede acceder al interior de las mismas. Salvando las distancias, es lo más parecido que he visto a la Petra jordana. Evidentemente Petra resulta mucho más espectacular por su grandiosidad. Pero para que me entendáis, entraría dentro del mismo concepto. La diferencia es que, en Petra lo que destacan son las fachadas monumentales, y en el Open Air Museun las fachadas pasan casi desapercibidas; lo realmente importante está en el interior.
Saciamos plenamente nuestra curiosidad. Entramos en todas las iglesias, incluso en la Dark Church, que tiene un precio aparte de 8 TL. Por fortuna también está incluida en la Museum Pass. Es sin ninguna duda, la estrella del complejo, de ahí que se aprovechen y hagan pagar un extra para visitarla. Pero su visita merece realmente la pena. Su estado de conservación es casi perfecto, y eso la hace destacar por encima de las demás.
Tampoco hay que desmerecer al resto. Si tenemos en cuenta que se trata de pinturas de unos mil años de antigüedad, su estado de conservación también debe considerarse excepcional. Al menos en algunos de los casos. Además hay variedad, algunas iglesias contienen pinturas de santos e imágenes de Jesús. Otras figuras geométricas en color rojizo. Unas están mejor conservadas y otras no tanto. Incluso algunas de las cuevas se encuentran vacías. Hasta pudimos entrar en dos comedores, con su mesa y sus bancos de piedra.


El conjunto resulta muy interesante. Es sin ninguna duda la mejor concentración de pinturas de la zona. Solo por eso ya se merece la visita. Pero no todo son iglesias. El entorno es precioso. Un pequeño valle con esas formaciones rocosas tan características de esta región. Un rincón maravilloso donde pasear es una gozada.
Por ponerle un pero, al ser la principal atracción de Goreme, es inevitable que todos los autobuses paren en este lugar descargando su contenido sin piedad junto a la entrada. Eso lo convierte en un lugar con bastante afluencia de público. El lugar donde más gente vimos en toda la Capadocia. De todas formas tampoco era una exageración, no tuvimos problemas para entrar en el interior de las iglesias. No tuvimos que esperar a que se vaciase en ninguna. E incluso en alguna estuvimos nosotros solos. No mucho rato, tampoco os vayáis a pensar, pero si lo suficiente como para disfrutar del silencio.
Con la satisfacción del deber cumplido volvimos al coche. Antes de que tuviéramos tiempo de refugiarnos en su interior, se nos acercó un hombre. “Ya hemos pagado, ya hemos pagado” le dijimos al tiempo que le mostrábamos el recibo. Pero no iban por ahí los tiros. Muy amablemente nos indicó que unos metros más abajo había otra iglesia, la Tikali Church. Pero que desconfiados somos, enseguida pensando lo peor. Damos asco. O quizás no tanto. En cuanto vio que nos dirigíamos a la iglesia, apareció el comerciante que todo turco lleva dentro. “Yo puedo hacerles de guía”. ¡Ya me parecía a mí!. La verdad es que tienen su gracia los jodíos. Se lo trabajan bien.


La iglesia estaba exactamente donde nos había dicho, a medio camino entre los dos aparcamientos. Aunque está fuera de lo que es el complejo del Open Air Museum, pertenece al mismo, por lo que la entrada es la misma. En realidad, no nos la pidieron, pero por si acaso llevadla a mano.
Es la iglesia más grande y su estado de conservación también es excelente. Junto con la Iglesia Oscura lo mejor de la visita. Y pensar que casi nos la perdemos. En realidad son cuatro iglesias juntas, de ahí que sea más grande que el resto. Que bien quedan estas cosas en un diario, como si uno fuera un auténtico experto en la materia. Al releer el diario me hacen gracia estas afirmaciones, porque yo la verdad es que ni me hubiera fijado en este detalle. De hecho, habiéndolo leído en la guía casi ni me percaté de ello. ¡Cuánto daño han hecho las guías turísticas!. Pero ya que la guía pone lo de las cuatro iglesias, yo lo repito y quedo como un señor. De las cuatro, la del fondo es la mejor, con unas pinturas muy buenas. En cuanto a la cuarta iglesia, está debajo, en los sótanos. Hoy sería un aparcamiento. Según el promotor para dos coches. Aunque en la práctica solo cabría un coche y ajustadito. De esos en los que hay que vigilar las columnas con mil ojos, porque a la que te descuidas se mueven para hacerte un rayón en el coche. A esa iglesia inferior no se puede bajar. Se ve la escalera de acceso y el interior se puede intuir por un cristal en el suelo.
Ese día no teníamos un plan de ruta. Lo único que se nos ocurrió fue volver a comer a Goreme. Paramos en un restaurante al azar. En el Serfen Restaurant. Pedimos unos champiñones con queso, una pide, vegetales al horno, y una botella de agua grande. Muy bueno todo. Y solo por 51 TL. Un regalo.
Aprovechamos el momento de asueto para consultar la guía y nuestros apuntes y marcarnos un objetivo para esa tarde. Algo teníamos que hacer. La elección fue el Valle del Amor que se encuentra en la carretera de Uchisar. Hacia allí nos fuimos, pero como no podía ser de otra manera, no fuimos capaces de encontrar la entrada al valle. Conociendo al personal era de esperar. Por lo menos aprovechamos para detenernos en dos miradores junto a la carretera. Las vistas eran espectaculares. Una amplia extensión de terreno salpicada de chimeneas de hadas y algún que otro pueblecito a lo lejos. Lo dicho, espectacular. Pero sobre todo diferente.


Por la tarde se había levantado un viento fuerte y frío muy molesto. Pero frío, frío, frío. De esos que hace cuando el grajo vuela bajo. Pero con unas vistas tan increíbles a quien le importa el frío.
Nuestra primera opción, el Valle del Amor, nos había fallado. Pero como somos gente precavida teníamos una bala en la recámara. Llegamos a Uchisar y nos metimos con el coche por sus estrechas callejuelas en cuesta. Acabamos en una calle cortada por obras. En una situación como ésta hay que tirar del Manual del Guiri Total que en su página 52 dice “Al encontrar unas obras, hay que hacerse el loco, como si no aquello no fuera con vosotros. Seguid adelante por en medio de las obras y con un poco de suerte nadie os dirá nada y podréis cruzar”. Si lo dice el manual, será por algo. Así que nos metimos en las obras. Por desgracia los operarios no debían ser avezados viajeros ya que no conocían el manual. Nos pararon y nos hicieron retroceder. Marcha atrás porque no había sitio donde dar la vuelta. Les enseñé el manual abierto por la página 52 pero fue inútil. No atendieron a razones. La conclusión que saqué es que la versión turca es diferente. O bien no habla de calles cortadas por obras, cosa que me extrañaría; o la solución que da es otra. Sea como fuere, la cosa es que tuvimos que recular.


La carretera nos condujo a la parte trasera del castillo. Junto a la carretera tenían montado un pequeño mercadillo. Vimos bastantes coches y autocares aparcados y decidimos imitarlos. El mercadillo no era gran cosa. Lo obviamos. Lo que nosotros buscábamos era como llegar al castillo. Estábamos a sus pies. Y podíamos ver un camino que ascendía hasta él. Un camino empinado y complejo. No parecía la entrada natural a una atracción turística, pero vete tú a saber, cosas más raras se han visto.
No tardamos en darnos cuenta de que efectivamente por allí no se accedía al castillo. Pero si que sacamos algo positivo. El camino discurría entre unas viviendas cueva abandonadas. Un pequeño pueblo fantasma construido en el interior de la roca para nosotros solos. No había nadie más. Nos paseamos entre las viviendas, e incluso entramos en alguna que ya no tenía puerta. No era un montaje para turistas, eran viviendas reales abandonadas. El estado de las mismas lo atestiguaba. Y el alicatado del interior no dejaba lugar a dudas. Baldosín blanco, de ese que tanto abundaba por aquí hace ya muchos años. Me encantó ese lugar, tenía algo diferente.
Volvimos al coche y de nuevo entramos en el pueblo. Por el otro lado. Esta vez tuvimos más suerte, llegamos hasta el castillo. Antes de entrar una parada rápida para echar un vistazo sobre la zona que habíamos recorrido minutos antes. Vista desde arriba no resultaba tan interesante, pero nos había gustado, se merecía ese pequeño homenaje.
La entrada el castillo es bastante barata, 5 TL por persona. Recorrimos un par de pasillos excavados en la roca que comunicaban pequeñas estancias vacías. No tardamos en salir al exterior, y a partir de ese momento empezó la subida de verdad. Se realiza por el exterior del castillo, por unas escaleras y pasarelas que han colgado de la pared. Que nadie se asuste, no da sensación de vértigo.


Subir por el exterior permite disfrutar del espectáculo de la Capadocia. Bueno, eso los que tengan buena vista. El resto disfrutará de casi toda la Capadocia. O de un poquito de la Capadocia, dependiendo de lo deteriorados que se tengan los ojos. De todas formas las vistas no nos parecieron tan impresionantes como habíamos leído. Están bien, pero no son para tanto. Tal vez al ser tan amplias todo queda un poco difuminado y no se aprecian con claridad.
El castillo de Uchisar me dejó un tanto frío. Y no solo por el tiempo que hacía, ya que para nuestro azote y castigo el viento soplaba con fuerza. Y en lo alto de una roca, al descubierto, se notaba. Y mucho. Me esperaba algo más espectacular en todos los sentidos. Las vistas no eran para tanto, En el castillo no hay nada, ni en el interior, ni en el exterior, ni en la cima. Y el supuesto laberinto de túneles se reduce a unos pocos pasillos. Una visita prescindible.


Saliendo del pueblo vimos un letrero que indicaba la dirección hacia el Pigeon Valley. Volantazo y cambio de planes sobre la marcha. Siguiendo los letreros salimos del pueblo y no tardamos en llegar al inicio del valle. En este caso si que estaba bien señalizado. De otra manera no lo hubiéramos encontrado.
Salimos a echar un vistazo, para comprobar el terreno y decidir que hacíamos. Las negociaciones empezaron con un amplio consenso. A ambos las vistas nos parecieron muy bonitas. Pero pronto aparecieron las posturas encontradas. Mi mujer miró el camino de bajada al valle y sin levantar la vista me dijo, “yo por ahí no bajo”. En realidad lo que quería decir era, yo por ahí no subo (a la vuelta). No es que fuera un terraplén ni nada parecido. Había un camino. De tierra lógicamente. Pero con una pendiente de esas que el Tour se catalogan como puerto de categoría especial. Para desbloquear la situación optamos por una solución de consenso. Mi mujer se quedó en el coche mientras yo bajaba al valle.
Aprovechando la pendiente, baje corriendo para ganar tiempo. Lo normal con una pendiente como esa hubiera sido tropezar y darme un tozolón. Pero no, llegué abajo sano y salvo. Todavía no entiendo como. Por suerte no me doy cuenta de las imprudencias que cometo hasta que ya es tarde. Mejor así.


Una vez en el valle empecé a caminar en dirección a Uchisar. El valle me pareció muy bonito. El camino avanza por el fondo del valle. Primero rodeado de unas paredes rojas con algunas iglesias excavadas en la pared y con unos agujeros más pequeños que supuse que eran los palomares que daban nombre a ese lugar. Más adelante, aparecen unas hendiduras laterales en las que si que se aprecian con claridad los palomares. No había duda, aquellos agujeros, en la parte superior de la pared en forma de panal eran los palomares. Por cierto, palomares había muchos, pero palomas más bien pocas. Esa zona es preciosa, lo mejor del valle para mi gusto. Más adelante, llegando a la altura de Uchisar, las paredes del valle pasan a tener un tono amarillento. Desde el fondo se puede ver el pueblo detrás de las rocas amarillas. Es una imagen de postal. El camino seguía, pero con mi mujer esperándome en el coche no me pareció oportuno continuar más. Así que me di media vuelta e inicié el camino de regreso. El paisaje el mismo, no lo habían cambiado. Algo que por otro lado puede considerarse positivo. Lo único que si que podrían haber cambiado era la subida que me esperaba al final. Pero no hubo suerte, y también seguía donde la había dejado.
El paseo puede considerarse sencillo. Salvo la bajada inicial, que luego hay que subir a la vuelta, es totalmente plano. Y sin obstáculos que dificulten la marcha. Apto para todos los públicos.
Repito la introducción, el valle me pareció muy bonito. No abundaban las chimeneas de hadas ni las iglesias. Pero los palomares excavados en la pared me parecieron muy curiosos y el pueblo visto desde abajo también.


Volvimos hacia Goreme. Un poco antes de llegar al pueblo vimos lo que parecía ser la entrada al Valle del Amor. Otro volantazo y a por él. Nos metimos por un camino de tierra, sin baches pero estrecho Buscábamos un sitio donde aparcar el coche sin que molestara si venía otro coche por el camino. A lo tonto nos tragamos un par de kilómetros. Menos mal que íbamos en coche. De repente a nuestra izquierda vimos unas rocas con forma de falo. Estaban un tanto alejadas, pero era lo que andábamos buscando. Sin perder de vista las rocas, buscamos algún desvío que se dirigiera hacia allí. Y cuando apareció, dejamos el coche en medio de un descampado y continuamos andando por el camino buscando la entrada al valle. El camino no tardó en desaparecer, pero conseguí convencer a mi mujer para continuar campo a través. Hasta que llegamos a un punto donde ya no se podía continuar. Un pequeño precipicio nos impedía el paso. Pero no me di por vencido. Seguí buscando hasta que encontré un sitio por donde se podía bajar. Arrastrando el culo por el suelo. Pero se podía bajar. Casi tuve que empujar a mi mujer por el precipicio, pero bajamos.
Por fin estábamos en el Valle del Amor. Encontramos un sendero que pasaba junto a varias formaciones rocosas en forma de falo. Unos cuantos grupos de varias rocas de un tamaño considerable y alguna que otra roca solitaria. No tardamos en llegar a un camino más ancho de arena. El verdadero camino del valle. Seguro que siguiendo el camino hubiéramos llegado a la entrada que usa todo el mundo. Pero ya estaba hecho.
Desde el camino no podíamos ver las rocas, ya que las plantas y árboles que había a ambos lados limitaban la visión. A falta de algo mejor, mi mujer aprovecho aquel tramo para castigarme. Tengo que reconocer que en esta ocasión con razón. La había metido por unos andurriales que daban miedo. Y lo peor es que teníamos que regresar por el mismo sitio para volver al coche.


En cuanto vi la ocasión, nos salimos del camino. Era la única manera de acabar con la tortura psicológica a la que me estaban sometiendo. Todos los varones que tenéis pareja sabéis perfectamente de lo que estoy hablando. El resto ya lo sabréis cuando tengáis pareja. Empezamos a pasear por un campo sembrado de …., de ….., de falos. Si nos viéramos la cara, nunca usaría esta palabra; falos. Las llamaría por su nombre, po…as. Pero en un diario queda feo, y por más vueltas que le doy no se me ocurre otra manera de llamarlos sin resultar grosero. Pero volvamos a las po, perdón a los falos. Eran enormes, y los mirases por donde los mirases parecían esa cosa. Había muchos. Como formando grupos. Paseamos entre ese bosque de piedra, viéndolas de cerca. Pero no las tocamos, que luego las malas leguas ya se sabe. Pero sin duda lo menor es la vista del conjunto. Resulta espectacular con tanta …. cosa.
Cuando llegamos junto al último grupo, descubrimos que detrás había otro valle. Era tarde, y no nos daba tiempo a meternos dentro. Nos conformamos con verlo desde ese punto. Una gran explanada delimitada por unas rocas de color blanquecino con forma de champiñón. Champiñones o falos. Falos o champiñones. ¿Tienen la misma forma?. No, son diferentes. El eterno debate que trae a vueltas a todo el planeta. Tras un estudio minucioso a lo largo de los últimos veinticinco años he llegado a la conclusión, de que si bien guardan parecidos, morfológicamente hablando son diferentes. Achaparrado y regordete igual a champiñón. Estilizado y altivo, falo. Y para los que os estéis mirando la entrepierna y os preguntéis, entonces esto que tengo yo aquí que es, ¿falo o champiñón?. Si vosotros tenéis dudas, la respuesta está clara. Tenéis un champiñón. Si no os he convencido, os recomiendo que le hagáis una foto y la colguéis en vuestro facebook. Los comentarios de vuestros amigos y conocidos os resolverán el problema. Y para los que no tenéis amigos ni amigas (con un champiñón en semejante parte resulta muy difícil tener amigas) podéis colgarla en los comentarios al pie del diario. Como experto en la materia, 25 años de estudios me avalan, os daré una respuesta definitiva.


Pero bueno, a lo que estábamos. El Valle del Amor nos pareció muy bonito. Lastima no tener más tiempo para recorrerlo entero. Solo vimos un trozo, pero mereció la pena. Eso si, vimos el meollo de la cuestión.
Volvimos al coche campo a través, intentando no perdernos. Subimos por la misma rampa. Mejor dicho, trepamos por la misma rampa. Y a las seis menos cuarto podíamos respirar tranquilos, el coche seguía donde lo habíamos dejado. A las seis ya era noche cerrada.
De vuelta a Goreme paramos en el MM Café. Pedimos un expreso manchiato y un batido de chocolate, por los que nos cobraron 14 TL. El café flojillo, el chocolate para chuparse los dedos. Tras la merienda, un merecido descanso en el hotel. Una habitación como la que nos habían dado había que aprovecharla. Uno no siempre puede alojarse en un hotel con tanto encanto.
Para rematar el día a eso de las nueve salimos a cenar. Primero dimos una vuelta por el pueblo para verlo iluminado con luz artificial. La sensación fue la misma que por la mañana, la de un pueblo muy agradable. Las sombras y la luz de las farolas le dan un aire más fantasioso, más misterioso.
Para cenar nos decidimos por el Old Capadocia. Pedimos una brocheta de pollo, un pottery de ternera, y un agua grande, por los que nos cobraron 40 TL. La comida estuvo muy buena pero las raciones fueron un poco justas. Suficientes para cenar, pero no me hubiera importado tener dos bocados más.

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