CAPADOCIA II ✏️ Diarios de Viajes de Turquia

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Me desperté a las siete. Momentos de duda. Por un lado, “levántate, hay que aprovechar el día”. Por el otro, “que a guuuusssssto se está en la cama por la mañana, no me sacan de aquí ni con una grúa”. En esta ocasión se impusieron las ganas de disfrutar de la Capadocia. Mi mujer se quedó en la cama, cada día le preocupan menos mis rarezas. Al menos mientras no le afecten a ella.
Salí con el coche en dirección al Open Air Museum. Nada más salir de Goreme ya vi los globos que a esas horas estaban tomando tierra. Podía haber unos diez en una explanada que hay justo a la salida del pueblo, todos ya en el suelo. Me paré en medio de la carretera para ver las operaciones. No resultaron muy interesantes. No dejaban de ser unos globos en el suelo, y gente alrededor. Pero la parada me resultó muy útil. Descubrí dos letreros en los que no me había fijado a pesar de haber pasado por allí ya varias veces. Uno indicaba la entrada al Valle de la Miel y el otro al Valle de las Espadas.
Yo andaba buscando el Valle Zemi, que dicho sea de paso, no tenía muy claro si era uno de los anteriores u otro diferente. Seguí un poco más hasta el Open Air Museum intentando sin suerte localizar la entrada al valle. Y de nuevo hacia Goreme. A la vuelta tuve más suerte, la entrada estaba justo al lado de la del Valle de la Miel. No me lo pensé dos veces, para adentro. Con coche y todo. Era un camino de tierra en bastante buen estado por el que se podía circular tranquilamente. Fui avanzando poco a poco. Conducir y admirar el paisaje al mismo tiempo no es tarea fácil, sobre todo para un hombre, que como todo el mundo sabe somos incapaces de hacer dos cosas a la vez. Qué suerte tienen las mujeres que son capaces de atender a varias cosas al mismo tiempo. Yo, consciente de mis limitaciones, conduje a paso de tortuga, parando varias veces para poder observar con más detenimiento el interior del valle.


El valle es bonito, pero no es de los más espectaculares. Se trata de un camino que avanza encajonado entre dos paredes verticales. En el valle, hay bastantes árboles, y pequeñas fincas particulares que deben utilizarse para sembrar o lo que sea que hagan por allí. En la entrada del valle hay una iglesia escavada en lo alto de una pared. Hay una escalera de hierro para subir hasta la iglesia. Pero no disponía de tiempo, así que pasé de largo.
Avancé con el coche hasta que el camino se estrecho tanto que resultó imposible continuar. Aparqué en un portal, y continué caminando un rato más. El camino había desaparecido. Mejor dicho, se lo había tragado una pequeña corriente de agua. Eso me obligó a seguir por un lateral, por el interior de lo que parecían propiedades privadas. Pero como no había nadie, y no estaban valladas.
No llegué mucho más lejos. Finalmente aparecieron unas vallas que me impedían seguir avanzando, y bajar al camino tampoco era posible. Era el momento de dar media vuelta y volver al coche.
Durante el trayecto de vuelta, me paré junto a un camino que salía por un lateral. Dejé el coche de manera que no molestara y caminé un rato. El hecho de ir andando hizo que me pareciese más agradable si cabe. No tardé en llegar junto a lo que parecía una vivienda. El camino continuaba pero me pareció un buen lugar para dar por concluida la visita del valle.


Este valle sin ser uno de los más bonitos, si que me resultó muy agradable. El hecho de no cruzarme con nadie durante todo el rato que estuve dentro, hizo que disfrutase mucho del paseo.
Al otro lado de la carretera un letrero señalaba por donde estaba el Valle del las Espadas. Un camino de tierra que evidentemente no era la entrada al valle, pero que en teoría debería conducir al mismo. Recorrí unos cientos de metros antes de encontrar otro letrero. Por allí no podía en coche. Lo aparqué en un hueco y continué a pie. Una cuesta no muy larga me condujo hasta la parte superior de unas rocas. La perspectiva desde allí era preciosa. Se veía una amplia explanada con numerosas chimeneas de hadas al fondo. Muy, pero que muy bonito. El problema es que no había ningún lugar por donde bajar al valle. Busqué, busqué, pero no encontré. Así que me deslice por un terraplén intentando mantener el equilibrio para no romperme la crisma.
Una vez abajo, me dirigí hacia las chimeneas de hadas cruzando una explanada preciosa. Muy fotogénica. Desde allí tomé un camino que salía hacia la derecha, hacia lo que parecía ser el interior del valle.


El problema es que no tenía ningún plano de la zona, y continuamente aparecerían desvíos a un lado y a otro. Caminos que se cruzaban. Bifurcaciones sin ningún tipo de indicación. En una de esas bifurcaciones me desvié a la izquierda. El camino no tardó en convertirse en una estrecha senda. Y casi sin darme cuenta desapareció la senda y me encontré caminando campo a través. Estaba en un valle estrecho, con paredes de tonos amarillos. Paseando por terrenos sembrados con árboles. Muy bonito, pero lo mejor es que se notaba que por allí no se aventura mucha gente. Tan solo los propietarios de los terrenos.
Tenía el valle para mí solo. Un lujazo. Ahora que lo pienso bien, no estuve totalmente solo. Desde un poco antes de tomar el desvío empezaron a seguirme dos perros a unos metros de distancia. Una escolta de poca utilidad. En caso de apuro no creo que me hubieran echado una mano. Más bien creo que hubieran salido corriendo con el rabo entre las piernas. Y como guías tampoco fueron muy útiles, ya que en todo momento se mantuvieron detrás mía. Lo menos que podrían haber hecho era ponerse delante y marcar el camino como buenos anfitriones. Pero que puede esperarse de unos chuchos pulgosos. Lo que no entiendo es como consiguieron llegar hasta el final, ya que en ocasiones tuvieron que trepar por rocas bastante más grandes que ellos.


En esa zona del valle, el terreno va formando bancales. Eso me obligó a ir superando los desniveles subiendo por pequeñas escaleras de piedra. A media subida, en la parte izquierda se veía la entrada a un túnel muy estrecho. Recorrí unos metros por el interior, pero resultaba muy incomodo, así que enseguida volví a salir al exterior por una de las numerosas aperturas que tenía y continué por los bancales. El paseo se terminó al toparme con una pared de una altura considerable que impedía el paso. Era el momento de volver atrás.
Cuando llegué al camino principal dudé unos segundos. A la derecha, donde estaban las chimeneas de hadas que había visto al entrar en el valle. De frente buscando la salida. O a la izquierda para disfrutar un poco más de ese lugar.
Empezaba a ser hora de volver al hotel a buscar a mi mujer. Pero venga, un poquito más. Solo un poquito y vuelvo enseguida. Y así me metí en lo que realmente es el Valle de las Espadas. Precioso, como no podía ser de otra manera. Chimeneas de hadas, falos, iglesias excavadas en la roca. Una maravilla de lugar.
El poquito se convirtió en un poco. Es que el lugar es demasiado bonito para dar media vuelta y dejarlo sin más. Llegué hasta una iglesia bastante grande que había junto al camino. Medio en ruinas, pero muy llamativa. Me gustó tanto ese lugar que decidí volver al día siguiente con mi mujer para que también pudiera verlo.


Tocaba volver al coche, y eso significaba volver a cruzar por las rocas que enmarcaban el valle. En lugar de intentar cruzar por el mismo sitio por donde había bajado, lo intenté por otro punto. Subí más arriba. Las vistas eran todavía mejores. De esas que quitan el hipo. Por eso en lugar de volver directamente al coche, me dediqué a pasear por ese punto elevado. Eso me sirvió para descubrir que se podía acceder al interior del valle en coche. Solo había que seguir un poco más adelante.
Y con esto di por finalizada mi escapada matutina. A las nueve estaba de vuelta en el hotel donde mi mujer ya me estaba esperando. El desayuno igualito que el día anterior. Sencillo pero sabroso.
A las diez salíamos del hotel. Teníamos dos opciones, cambiar dinero o buscar a alguien que nos volviese a dejar dinero. Lo de ir de prestado nos había salido bien el día anterior. Solo teníamos que encontrar a seis incautos más, uno por cada día que nos quedaba de viaje, y problema solucionado. Pero nos gusta innovar, probar cosas nuevas, así que optamos por cambiar dinero. Paramos en correos y cambiamos 300 $ a 221,38 TL. El euro estaba a 306,78 Tl.. La comisión era del 2%, por lo que salimos con 651 TL en el bolsillo (663 TL – 12 TL de comisión).
Sin más dilación salimos hacia Kaymakli. 30 kilómetros de nada. Durante el trayecto se puso a llover. Mal empezábamos. Por fortuna la lluvia fue breve y cuando llegamos a nuestro primer destino ya había dejado de llover.
Localizar la ciudad subterránea resultó muy sencillo. Está junto a la carretera. Y justo al lado hay una amplia zona de aparcamiento. Más fácil no nos lo podían poner. No nos enredamos mucho, ya que aunque había dejado de llover, hacía un frío del carajo, y el cielo amenazaba con volver a soltar un chaparrón en cualquier momento. Para llegar a la entrada tuvimos que pasar por delante de un mini mercadillo donde no había nadie. La cosa estaba tan muerta que los vendedores ni se inmutaron cuando nos vieron pasar. Debieron pensar, “por esos dos matados ni me levanto de la silla”. Quieras que no estas cosas me tocan la moral. Nunca compro recuerdos; ¿para qué?. Es más, hasta me molesta que me intenten vender de manera insistente cosas inútiles. Pero uno tiene su orgullo, y ver como unos vendedores tan agresivos como los turcos pasan de mí, me desmoraliza. ¿Qué pasa, tanto se me nota que no tengo ni un duro?. O es que llevo escrito en la frente, “turista de tercera, no perdáis el tiempo con él”. ¡Ehhhhhh!, que estoy aquí, que estoy pasando por delante de vuestro chiringuito. No pido mucho, solo un pequeño amago, para subirme la moral. Pero no, nada de nada. Y esto es algo que cada día se repite con más frecuencia. Me da miedo pensar que a este paso, algún día, no es que no se molesten en intentar venderme algo, sino que como me pare ante algún chiringuito me acabarán echando a patadas. “Tú qué haces aquí. Largo, no molestes. Esto no es para ti. Qué te largues. Es que no me entiendes, que no quiero venderte nada, guirufo”. Pensaréis que soy un exagerado, pero al paso que vamos me veo implorando de rodillas ante un tenderete que por favor me dejen curiosear. “No tengo dinero, pero por favor, no me eches, déjame mirar un poco. Sólo quiero saber que se siente, solo quiero ser como los demás, aunque no sea más que por un minuto. ¡Por favor!.
Echo a faltar la posibilidad de incluir efectos especiales. Leído así, sin más, queda un poco soso. Pero ambientadlo un poco y darle al discursito un tono lastimero acompañado de unos lagrimones de cocodrilo. Si no os ha conmovido es que no tenéis corazón.
La entrada a la ciudad subterránea está incluida en la Museum Pass por lo que nos evitamos pasar por taquilla. Antes de pasar los tornos se nos ofreció un guía. Nos pidió 15 TL. Realmente barato. Pero no sabía español, lo que nos obligó a rechazar su oferta. Bueno, esa fue la excusa perfecta. Si hubiera sabido español también lo habríamos rechazado. Nos hubiéramos buscado otra excusa, pero el resultado hubiera sido el mismo.


Y para adentro. Unas escaleras que parecía que bajaban al infierno. Y cuidado con el techo. El camino está señalizado con unas flechas, rojas a la ida y azules a la vuelta. Y menos mal de las flechas, porque aquello es un laberinto de túneles y habitaciones sin ningún orden ni criterio. Sin las flechas hubiéramos acabado perdidos. ¡Seguro!.
Descendimos lo que debían ser varios pisos de altura. Muchas veces agachados, casi de rodillas. Y así fuimos pasando por pasillos, túneles, habitaciones, salas, agujeros en el suelo y chimeneas de ventilación. En algunas zonas; pocas; un letrero indica que era aquello. Todo muy extraño pero llamativo. Nunca había estado en un lugar así. Siempre que había oído hablar de ciudades subterráneas, o ciudades colgantes o cosas parecidas, la supuesta ciudad se reducía un par de casas o agujeros. Pero esta si que es una verdadera ciudad. Es enorme. Y eso solo la parte que se puede visitar. Es algo digno de ver. La visita nos llevó casi una hora. Este es el tiempo mínimo con el que debéis contar para hacer esta visita. Nosotros somos de los que no nos detenemos en detalles. Caminamos y caminamos sin detenernos. Una ojeada rápida desde la puerta sin entrar en la mayoría de las habitaciones y hacia fuera. Así que si sois de los que os gusta analizar hasta el más mínimo detalle podéis estar horas allí dentro.


En cuanto al volumen de visitantes no me pareció excesivo. Había gente pero sin pasarse. Menos mal, con lo estrecho que es eso, si lo llenaran de gente se montarían unos atascos que ríete tú de la M30 en hora punta en un día de lluvia.
Sin perder demasiado tiempo volvimos a la carretera. Dirección Derinkuyu. Inicialmente no estaba previsto parar aquí, con una ciudad subterránea nos bastaba. Pero íbamos bien de tiempo, nos venía de paso, la ciudad subterránea que acabábamos de visitar nos había encantado, y no nos iba a costar ni un duro, ya que también estaba incluida en la Museum Pass. Demasiados factores como para obviarlos. El destino nos empujaba a parar en Derinkuyu. Y así lo hicimos.
Por cierto, el precio de la entrada para los que no piensen adquirir la Museum Pass es de 15 TL. En la entrada recibimos las inevitables ofertas de los guías que se ofrecían a acompañarnos por un módico precio. Pero nosotros somos muy cabezones, no queremos guías. Incluso si saben español, como fue el caso. ¡He dicho que no, y punto!.


La visita empieza como en Kaymakli, con una bajada por una escalera estrecha de piedra que parece querer descender a los infiernos. Pero aquí se baja mucho más. Por lo menos no tuvimos que agacharnos, pudimos bajar en posición erecta, algo que nuestras rodillas agradecieron. Lo que no mejoraba era la amplitud de la escalera. El último tramo de bajada era tan estrecho, que solo cabía una persona. Con el problema añadido de que se subía y se bajaba por el mismo lugar. Y aquí apareció Murphy. El de las tostadas y la mantequilla. Siempre he sentido una curiosidad malsana por este individuo. Me he pasado noches enteras en vela dándole vueltas a si su ley fue el resultado de un experimento empírico, o si simplemente es que era un inútil integral al que continuamente se le caían las tostadas al suelo. Pero la cosa no acaba ahí. Si era un torpe, pobre hombre, se debió pasar la vida con una fregona en la mano para limpiar tanta mantequilla derramada por el suelo. O además de torpe era un guarro y no limpiaba el suelo cada vez que se le caía la tostada. Solo pensar esto último, me da una rabia. Y lo del experimento no es mucho mejor. No dejo de preguntarme cuantas tostadas tuvo que tirar al suelo antes de poder enunciar su famosa ley. Y de nuevo siento lástima por él. Me lo imagino untando montañas de tostadas para poder tirarlas al suelo. ¡Qué trabajo tan ingrato!. Así día tras día. Y todo para qué, para acabar enunciando una de las leyes más funestas de la historia de la humanidad. Aprovecho estas líneas para realizar un llamamiento público. Si alguien conoce la historia de este señor, le agradecería eternamente que me la haga saber. Así acabaría con este come come que me tiene en un sinvivir.


Bueno, pues la Ley de Murphy se materializó en una de mis peores pesadillas, un enorme grupo de asiáticos. Japoneses, chinos, coreanos, o lo que fueran. Da igual, son todos iguales. La cuestión es que cuando nos disponíamos a atacar este último tramo aparecieron en tropel obligándonos a retroceder unos metros para cederles el paso. Y empezaron a pasar japoneses. Todos igualitos, con sus sandalias con calcetines, y sus megacámaras colgadas del cuello. Venga japoneses y japoneses. Una caterva de japoneses que no se acababa nunca. Era imposible que hubiera tanta gente allí abajo. De alguna manera estaban dando vueltas en círculo y pasaban por delante nuestra una y otra vez. Estoy convencido de que a uno en concreto lo vi pasar por lo menos siete veces.
Gracias a dios todo tiene un final y la manada de japoneses también. Por fin pudimos llegar al fondo de la ciudad. Siendo lo mismo que Kaymakli, es a la vez diferente. La parte inferior de la ciudad consiste en varias salas bastante más grandes que las que habíamos visto en Kaymakli. Tal vez por eso esta ciudad me impresionó menos.
A partir de aquí la visita es en subida. El camino está indicado con unas flechas rojas y azules. Solo hay que seguir las flechas. O mejor dicho, hay que preocuparse de seguir las flechas, ya que como te pierdas no encuentras la salida en una semana.
La subida si que me recordó más a Kaymakli. Escaleras estrechas. Pequeñas habitaciones a ambos lados. Pasillos más estrechos todavía. Y puertas para gnomos. Un poco antes de la salida, un desvío que casi nos saltamos nos condujo a unas salas bastante interesantes. Al fondo se podía distinguir lo que en su época debió ser una iglesia.


En lo que si que sale ganando Derinkuyu es en las famosas piedras que servían para cerrar los pasadizos. Hay bastantes más que en Kaymakli. Se pueden ver en bastantes puntos y sobre todo, en bastante buen estado de conservación. Inevitable una foto sentado sobre una de las piedras. Hay que cumplir con las obligaciones que nos impone el Manual del Guiri Total, nuestro libro de cabecera.
Kaymakli nos pareció más auténtica, más impactante por lo pequeño que es todo. Derinkuyu, permite bajar mucho más abajo, y quizás por eso resulte más llamativa. Las dos tienen su punto. No sabría con cual quedarme. Sea como sea, no os olvidéis de visitar por lo menos una de ellas. La que sea, pero al menos una.
Siguiente destino, Belisirma. De camino vimos el desvío hacia el cráter Goluve. Había leído algo acerca del cráter Narly y tenía previsto pararme. Aunque solo fuera para poder decir, he estado allí. ¿Será el mismo?. La parada en Derinkuyu nos había retrasado, por lo que ante la duda preferí no arriesgar. Pasamos de largo. Después el cráter Narly no apareció así que nos quedamos sin cráteres. Tampoco era una cosa que me quitase el sueño. Tan solo era una parada de relleno.
Al llegar a Belisirma cruzamos el pueblo. Bueno las cuatro casas que hay. Aparcamos junto al río y a comer. No me fijé en el nombre del restaurante. De hecho dudo que tuvieran nombre. Había varios restaurantes. Todos iguales. Con mesas junto al río, y unas plataformas sobre el mismo río donde también se podía comer. Si el tiempo hubiera acompañado nos habríamos decantado por las plataformas sobre el río. Pero con el frío que hacia no apetecía nada. Y acertamos. Antes de que termináramos de comer cayeron cuatro gotas. Poca cosa. Pero suficientes para que todo el mundo tuviera que salir corriendo con el plato en una mano y la bebida en la otra a refugiarse en el interior.


No había carta, así que comimos lo que tenían. Un pescado indeterminado, pollo a la cazuela y una botella de agua. Y de regalo una ensalada. 34 TL. Estuvo bueno, pero como ya venía siendo habitual, las raciones un poco justas.
El sitio es bonito. Con las casas de piedra en la ladera colgadas sobre el río. Los árboles, la corriente de agua. Un lugar con encanto. La única pega es que solo se puede dejar el coche en uno de los aparcamientos de los restaurantes, lo que te obliga a comer allí o por lo menos a consumir algo.
Finalizada la comida, y aprovechando que había dejado de llover, nos pusimos en marcha con la intención de dar un pequeño paseo por el Valle de Ilhara. Para nuestra sorpresa el acceso al valle estaba cerrado. Y no parecía algo momentáneo, parecía que llevaba tiempo así. Pasamos al otro lado del río y caminamos un rato por la orilla. Unos 20 minutos. Hasta que ya no hubo manera de seguir avanzado. No nos quedó más remedio que dar media vuelta y volver al coche. De vuelta al restaurante, el camarero se hizo el sorprendido cuando le dijimos que el camino del valle estaba cerrado. ¡Pájaro, como si no lo supieras!. Fue un paseo agradable por la orilla de un río, pero no para tirar cohetes.
¿Y ahora qué?. Al Monaterio de Selime, incluido también en la Museum Pass. Y los que no la tengan podrán entrar con la entrada del valle de Ihlara. En el aparcamiento tuvimos que hacer frente al impuesto revolucionario, que en este caso fueron tan solo 3 TL. Y para adentro.
La entrada no es muy alentadora. Una rampa de que esas que te dejan los gemelos para el arrastre. ¡Vaya pendiente! Menos mal que no patinaba. Flechas rojas para subir. Flechas verdes para bajar. Está bien eso de usar dos colores. Así se evitan confusiones absurdas.


Subiendo, se ven varias estancias. La bodega, una par de habitaciones, varios túneles. Pero lo mejor está arriba. El monasterio. De dos plantas. Pequeñito, tampoco os vayáis a creer. Que aunque la roca sea arenosa, excavarla cansa lo suyo y tiene su intríngulis. Se puede subir a la planta superior. No aporta nada nuevo. Pero si hay una escalera tengo que subirla, no vaya a ser cosa que allí arriba tengan un tesoro escondido. Hasta la fecha no he encontrado ninguno, pero no pierdo la esperanza. Seguiré subiendo escaleras. Aunque no conduzcan a ningún sitio.
Al lado está la iglesia. Y un poco más allá la catedral, la pieza más espectacular del conjunto. Un interior de tres naves separadas por unas columnas enormes. Una redonda, una cuadrada, una redonda, una cuadrada. Por desgracia no se conserva ninguna de las pinturas que adornaban sus paredes, pero si algunas tallas. El conjunto es precioso. Sencillo, pero precioso.
Todas estas estancias están comunicadas entre si por unos pasillos angostos y oscuros. El monasterio con la iglesia, La iglesia con la catedral. Esta parte es increíble. Y las vistas sobre el río y el pueblo de enfrente no se quedan atrás.
Un nuevo vistazo al interior de la catedral y del monasterio, y hacia abajo siguiendo las flechas verdes. Al llegar junto a la salida vimos que había más salas en un lateral. No podíamos irnos sin verlas. No eran más que unos simples huecos en la pared. Poca cosa comparado con el monasterio.


Antes de irnos nos compramos dos helados, por 2 TL cada uno. Muy baratos nos parecieron. Después de probarlos no nos parecieron tan baratos.
Nos quedaba uno de los puntos fuertes del día, el Valle de Ihlara, De camino, casi por casualidad, vimos un mirador al lado de la carretera que se anuncia como el plató de la Guerra de las Galaxias. El anuncio es un poco pretencioso y si bien hasta cierto punto es verdad lo que anuncia, hay que matizarlo. Se refiere a la escena de la carrera de vainas del episodio I. En realidad no se filmó aquí, pero este paisaje se usó como fondo en las escenas de la carrera. Al menos eso es lo que leí por ahí. La verdad es que no he llegado a comprobar si es cierto o no. Algún día será.
Se trata de un mirador con unas vistas espectaculares sobre un extenso valle, delimitado al fondo por una montaña con cuevas excavadas en la pared y chimeneas de hadas. Prestando un poco de atención, a un lado puede distinguirse el Monasterio de Belisirma. El paisaje es bonito. Al margen de la curiosidad que puede despertar entre los fans de la serie, merece una parada para disfrutar de las vistas. Y para los frikis de la Guerra de las Galaxias es una parada ineludible. Algo que por si solo casi podría justificar el viaje. Aunque para eso hay que ser muy, pero que muy friki.


Sin más interrupciones conseguimos llegar al valle. Eran casi la cuatro, y a las cinco cerraban el acceso. El llegar tan tarde tuvo su recompensa; ya no esperaban a nadie, por lo que los del parking se habían ido. En esta ocasión no tuvimos que pagar. Pero que nadie se lleve a engaño, es de pago. Si llegáis a horas normales no os salva de pagar ni el Tato.
Nos asomamos al mirador que hay en la parte superior. Las vistas son preciosas hacia ambos lados. Al llegar tan tarde casi había asumido que no bajaríamos. Pero tras ver esa maravilla de la naturaleza, no me pude resistir. No podía irme sin verlo desde abajo, sin recorrer un tramo aunque fuera corto. Mi mujer; que cada vez estoy más convencido que tiene poderes telequinéticos; viéndome las intenciones se anticipó y me dijo claramente que ella no se hacia esa escalera. Tropecientos escalones. La escalera más larga que he visto nunca. Solo con mirarla ya cansaba. Mi mujer no admitió replica. Sin darme tiempo a responder se fue a esperarme al coche. Yo me lance como un kamikaze escaleras abajo pegando saltos. Sin tapujos, la bajada se las trae.


Una vez abajo me detuve un minuto delate de un pequeño mapa del valle. Muy práctico para situar las diferentes iglesias que hay en su interior y ubicarse un poco. Según el mapa lo más interesante se encontraba a mi izquierda según había bajado. Esa fue la dirección elegida.
Primer punto de control, la Iglesia del Jacinto, en el mismo lado que las escaleras. Localizarla resultó sencillo, y es que todas las iglesias están muy bien indicadas. Esta iglesia se encuentra en la ladera del valle. Para acceder al interior hay que subir por una escalera. No estuvo mal para abrir boca. La fachada es genial, y aunque en ese momento no lo sabía porque era la primera que veía, ahora puedo afirmar que esa fachada fue la mejor de todas las que vi en el valle. Y por si eso fuera poco, el interior tampoco estuvo nada mal ya que todavía conserva restos de pinturas. Aquello pintaba bien. Ya no me importaba la escalera que me esperaba para salir del valle. Aquella iglesita compensaba con creces el esfuerzo.


Crucé al otro lado del río por un pequeño puente y justo enfrente apareció la Iglesia de la Serpiente. Como la anterior también se encontraba en una posición elevada. Pero aquí ni escalera ni nada. A subir por la pared. De la fachada no queda nada. Y las pinturas del interior están un poco deterioradas. El nivel de la visita había bajado. Aún así merece la pena.
Por desgracia no pude entretenerme demasiado en ninguna de las iglesias. Disponía de poco más de una hora para hacer la visita, y quería aprovechar ese tiempo al máximo. Seguí caminando por esa misma orilla. Disfrutando del valle. Simplemente maravilloso. Un río encajado entre unas enormes paredes de roca bordeado por unos árboles sin hojas. Y junto al río un pequeño sendero por el que caminar plácidamente. Uno de esos lugares en los que uno se siente muy a gusto y que da pena abandonar. Caminé aproximadamente media hora antes de volver sobre mis pasos a un ritmo más apresurado.
Al llegar junto a la escalera comprobé que todavía quedaba gente por el valle. Podía dar un paseo hacia el otro lado, en dirección al pueblo. Me lacé un poco apresurado por la orilla opuesta a la escalera y tras unos quince minutos llegué a la Iglesia Oscura. Para acceder a ella tampoco hay facilidades. Toca encaramarse por las rocas. En cuanto a la iglesia consistía en tres aperturas en una fachada sin ningún tipo de adorno, totalmente desgastada. Tras la puerta de la izquierda no había nada. La del centro tenía dos salas, una a continuación de la otra. Las dos vacías y como única iluminación la poca luz que entraba por la estrecha apertura por la que se accedía a su interior. Esto hacía que la segunda sala quedara a oscuras y apenas pudiera distinguirse nada. Finalmente la de la derecha, la mejor de las tres. Con unas pinturas bastante bien conservadas. Una agradable sorpresa, ya que la simplicidad del exterior no anunciaba tan grato interior. Otra gran satisfacción. Otra iglesia muy bonita y van ya …….


Era hora de volver. Como suele ser habitual en estos casos había estado más tiempo del previsto. Aunque he centrado mis comentarios en las iglesias, el valle por si solo es un espectáculo. Aunque no tuviera ninguna iglesia excavada en sus paredes merecería una nota alta. Vamos, que el paisaje es precioso, y pasear junto al río resulta una gozada.
Vuelta al inicio. Tocaba cruzar de nuevo el río ya que me encontraba en la orilla opuesta a la escalera de salida. Y para ello que mejor que un puente. Lo de ir saltando por encima de las rocas con el peligro de acabar empapado y magullado tras un resbalón ya no me seduce. Será que con los años me he vuelto un blando. Crucé por el puente que está frente a la escalera. Las vistas desde encima del puente son fantásticas.
Antes de salir una última excursión por esa orilla en dirección al pueblo. Unos pocos minutos me bastaron para llegar a la altura de unas aperturas que había visto desde la otra orilla. No tenían nada especial. No eran más que unas salas vacías no muy grandes sin ningún tipo de decoración ni restos de pintura.
Ahora sí, ya está, ya me voy. ¡Qué te crees tu eso!. Junto a la escalera me encontré con la iglesia de San Damian. Acababa de pasar por delante y no me había dado ni cuenta. Menos mal que a la vuelta si que la vi. Se trata de la iglesia con las pinturas mejor conservadas de todas las que vi en el valle de Ilhara. Una iglesia muy pequeña y sencilla, pero con unas pinturas que la hacían destacar sobre las demás a pesar de esa sencillez.


Un pequeño inciso. Cuando hablo de pinturas bien conservadas que nadie espere encontrar la Capilla Sixtina. Ni tan siquiera unos frescos impecables recubriendo todo el interior de la iglesia. Nada más lejos de la realidad. Son pequeños fragmentos, pero que siguen estando allí a pesar de sus muchos años, y que permiten hacerse una idea aproximada de lo que debió ser la iglesia en su momento de esplendor. Ya me gustaría a mí llegar a sus años y conservarme como ella.
Subí las escaleras corriendo, con un par de paradas para disfrutar de las vistas sobre el valle a diferentes alturas. Lo de las vistas es la excusa oficial. La extraoficial es que paraba para recuperar el aliento ya que el corazón me salía por la boca, y ya que estaba le echaba un vistazo al valle. Esas escaleras podrían acabar con cualquiera. Pero no se lo digáis a nadie, que uno tiene una reputación que mantener. Llegué arriba reventado y sudando como un pollo. Un último vistazo y al coche. Por fortuna mi mujer tiene una paciencia infinita. Cualquier otra se habría cansado de esperarme y se habría largado de allí con el coche. Aunque eso es algo que no descarto que ocurra algún día. Mientras tanto seguiré abusando de su paciencia.
Al iniciar el camino de vuelta a Goreme se nos planteó un dilema. Seguir las indicaciones del GPS que quería meternos por unas carreteruchas de mala muerte o salir en dirección Derinkuyu deshaciendo el camino que habíamos hecho por la mañana. Optamos por lo segundo, pero en un descuido, nos dejamos llevar por el GPS y acabamos en una trampa de caminos de tierra, de pavés y carreteras sin señalizar. 30 kilómetros de una lenta agonía al volante hasta que conseguimos salir a una autovía.
Lo del GPS ya es un clásico. No hay viaje en el que no nos la juegue por lo menos una vez. Pero lo mejor de todo es cada vez nos hace una put…da diferente. Nunca repite. Yo he llegado a pensar que esa señora que nos habla desde su interior está viva de verdad, y que su manera de vengarse de nosotros por llevarla siempre metida en la mochila y no poder disfrutar de los sitios que visitamos es esa. Puteándonos vilmente en cuanto nos despistamos. Y doy fe de que lo consigue. Como GPS tiene sus lagunas, pero puteando es toda una artista. Más le vale quedarse dentro del aparatito, porque como un día salga se las voy a hacer pagar todas juntas.
Finalmente conseguimos llegar al hotel pasadas las seis y media, ya noche cerrada
El día antes de emprender el viaje, habíamos reservado el viaje en globo a través de internet en una página que se llamaba Tours2dream. Tenía serias dudas de que aquello saliera bien. Pero al llegar nos encontramos con una grata sorpresa, los de Tours2dream habían cumplido y nos habían enviado los bonos para el vuelo en globo del día siguiente. Los dueños del hotel nos hicieron el favor de dejarnos imprimir los bonos. Y problema resuelto.
Más relajados, salimos a cenar. Paseíto de rigor por Goreme a la luz de las farolas. Resulta más romántico lo de a la luz de las estrellas. Pero esto es un diario de viajes y hay que atenerse a la realidad. Si queréis romanticismo os compráis una novela de Corin Tellado ¡qué antiguo suena esto!.
Cenamos en un restaurante cerca del hotel, en el Capadocia Pide. Pedimos una pide de atún, una ensalada de queso, berenjenas asadas con yogur, una cazuela de gambas, y un agua grande, 44 TL. Las raciones pequeñas, como ya estábamos acostumbrados. Por eso pedimos cuatro platos, para llenarnos de una vez. Y nos llenamos. Además la comida estuvo deliciosa.
Y a dormir prontito que a la mañana siguiente tocaba levantarse muy temprano.

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