AFRODISIAS Y PUMAKKALE ✏️ Diarios de Viajes de Turquia

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Nos levantamos a las 09:30. En el comedor nos esperaba el típico desayuno turco. Olivas, queso, un poco de fiambre, pan, zumos, café, te y mermeladas. Muy parecido al del hotel de Goreme pero con un poco más de variedad. Me gustan estos desayunos turcos. Cercanos, familiares, con sabores conocidos.
A las diez y cuarto salíamos del hotel en dirección a Afrodisias. 70 kilómetros que tardamos una hora y cuarto en recorrer. La mitad del camino por autovía y la otra mitad por una carretera no muy buena. Lo de las autovías merece un pequeño comentario. Autovía es toda carretera con dos carriles en cada dirección. Todo lo demás es indiferente. No importa si hay semáforos cada dos kilómetros. O si se atraviesan tropecientos pueblos. Ni si de repente los dos carriles se reducen a uno solo sin previo aviso. Si señores. Eso es una autovía. Cada vez estoy más convencido de que en España somos muy raros. Con nuestras autovías sin semáforos, sin pueblos, sin obstáculos de ningún tipo. Eso es antinatural. Espero que alguien ponga remedio a esto, ¡yaaaaa!. Tal vez no dé tiempo de levantar un pueblo antes de este fin de semana. Pero un par de semáforos acompañados de sus respectivos cruces, eso si. Le daría un poco de emoción a lo de conducir.
Pero volvamos a Turquía donde este problema ya lo tienen resuelto. ¿Dónde nos habíamos quedado?. Camino de Afrodisias. Ah no, que ya hemos llegado.
El yacimiento se encuentra a mano derecha, pero no se puede acceder en coche. Hay que aparcar en una zona habilitada para ello que se encuentra justo enfrente. Como no, de pago. 7 TL sin límite de tiempo. El precio del aparcamiento incluye el traslado hasta la entrada, montados en un cachivache tirado por un tractor.
Pero al ir a pagar, sorpresa. Nos habíamos dejado el dinero en el hotel. Todas las liras; y con las liras las tarjetas. ¡Vaya putada!. Nos salvó la costumbre que tenemos de dividir el dinero. Yo llevo el dinero de diario, lo que hemos cambiado a moneda local, y mi mujer se queda el resto, lo que no hemos cambiado. Al menos ella había cogido su parte. Solo nos hacía falta que alguien se prestara a cambiarnos. Los del bar nos hicieron el favor y nos cambiaron 50 $. Nos dieron 100 TL. Suficientes para salir del apuro.
Y ahora si, a montar en el tractor. La verdad es que la entrada no está muy lejos. Se podría ir andando sin problemas. Pero ya que nos ponían un vehículo motorizado a nuestra disposición, porque no utilizarlo.
La entrada a Afrodisias cuesta 10 TL por cabeza. Sin colas.


Nada más pasar la entrada, ya nos encontramos los primeros sarcófagos. Al aire libre, como si fueran unas piedras cualquiera. A pesar de eso están bastante bien conservados con unos grabados geniales. En algún sitio con menos de eso montan un museo y lo publicitan como si fuera la octava maravilla del mundo. Y aquí los tenían a la intemperie como si no tuvieran valor alguno.
Oficialmente la visita empieza en el museo. Me sorprendió muy gratamente. Me lo espera más pequeño, y sobre todo más cutre. Pero no, estaba muy bien. Varias salas espaciosas con numerosas piezas, sobre todo esculturas y algunos frisos. La mayoría en un estado de conservación bastante bueno.
Por proximidad el siguiente punto de interés es el Sebasteion. Un impresionante edificio reconstruido de dos plantas sobre una base de columnas. Y para completar el cuadro, delante una amplia columnata. Nunca he visto un edificio de la época romana totalmente reconstruido. Supongo que por eso me llamó tanto la atención. No era muy grande, pero el poder ver todas las paredes recubiertas de grabados y con el techo intacto me sorprendió mucho. Si lo piensas fríamente no deja de ser una reconstrucción; algo un tanto artificial. Pero bueno, a mí me gustó.


Siguiendo el camino llegamos al Gimnasio del Teatro. Lo vimos desde la distancia. Queda poca cosa, tan solo unos arcos al fondo. Casi tardamos más en descubrir donde estaba que en verlo una vez descubierto.
Justo al lado está el Teatro. Pequeño pero cuco. Las gradas están impecables, no falta ni una piedra. El escenario no tanto. Primero nos recorrimos todo el perímetro de las gradas, para después bajar al escenario. Y de nuevo para arriba. Después de la subida nos merecíamos un descanso. Y que mejor lugar para descansar que esas bonitas gradas de piedra. Una parada breve, que el deber nos llamaba.


Siguiente punto de interés, el Agora. Al salir del Teatro, desde lo alto, puede verse toda el área que ocupaba. Queda poca cosa, tan solo varias columnas y una piscina. Pero resulta sencillo hacerse una idea de lo que debía ser aquello en sus años mozos.
Enfrente se encuentran las Termas de Adriano, uno de los puntos fuertes del yacimiento. Solo pudimos verlas por fuera, desde detrás de una verja, por lo que tan solo pudimos hacernos una pequeña idea de lo que hay. Pudimos distinguir varios arcos y el suelo enlosado. Una lástima que no nos dejarán acceder al interior porque parecían muy chulas.


Le sigue el Templo de Afrodita. ¡Que si un templo enorme!. ¡Qué si un templo espectacular!. Y yo me pregunto ¿dónde?. Porque yo no lo vi por ningún lado. Tan solo quedan tres columnas en pie. Y no lo negaré, son enormes. Inmensas. Realmente tienen un tamaño que impresiona. Pero no hay nada más, tres columnas. Vistas las columnas, el templo debía ser enorme. Pero hay que echarle mucha imaginación. Más que Walt Disney, lo que ya es decir, que estamos hablando de un tipo que veía ratones gigantes que hablaban. Es una lástima que no quede nada más, pero es lo que hay.


No muy lejos pudimos ver los cimientos de una casa. La típica casa romana que se puede ver en todos los yacimientos. Dos palmos de pared enmarcando el patio central y la distribución de la vivienda, con restos de mosaicos. Vamos lo de siempre. Viendo la planta de estas viviendas siempre me hago la misma reflexión; no vivían mal estos romanos.
Le sigue el Bolouterion. Algo así como el ayuntamiento. Un pequeño hemiciclo de mármol, también en muy buen estado, al menos las gradas. De lo que debía ser el estrado no queda prácticamente nada. Aun así me pareció muy coqueto.
Un poco más alejado se encuentra el Estadio. El primero que he visto con gradas. Hasta ahora todos, los que había visto no eran más que una explanada, que por lo general no pasaban de ser un descampado. Y eso en el mejor de los casos, ya que la mayoría de las veces se han convertido en una avenida de una gran ciudad, con sus coches, su asfalto y todo lo que toca. Pero este no, conservaba las gradas. Un poquillo deterioradas, como si les hubiera dado un tembleque. Pero allí estaban, y en medio la pista. Y aunque no es ni de cerca el más grande que hemos visto, si que es el mejor.


Y por último, pero no por ello menos importante, el Pórtico de entrada al Templo de Afrodita. Espectacular. Para mi gusto lo mejor del complejo con diferencia. Como su nombre indica es una puerta que daba entrada al recinto de un templo. Porque a los romanos se les podrán criticar muchas cosas. Pero en eso de poner nombres no tenían rival. Si a algo le llamaban puerta, no dudes que allí habrá una puerta. No una piscina, ni una fuente, ni un muro. No; una puerta. Y es que los romanos eran gente seria poniendo nombres.
Pero vamos a lo que vamos, el Pórtico de entrada al Templo de Afrodita. Precioso. Alguien se ha entretenido en limpiar y pulir las piedras para después recolocarlas en su sitio. Y el resultado ha sido espectacular. He visto obras públicas de menos de cinco años con cinco veces más grietas que esta puerta. Resumiendo un frontón sobre cuatro columnas altísimas que actualmente dan acceso a una amplia explanada de césped. Hay que verlo. Lo mejor del complejo junto con el estadio.


En total estuvimos cerca de dos horas recorriendo todo el complejo. Y nosotros no somos de los que se entretienen demasiado. Somos de los que vamos al grano. Visto y a por otra cosa.
Al salir nos montamos en el tractor para que nos devolviera al parking. Pero va el conductor y nos suelta que podemos volver andando. Ya lo sabemos, tenemos piernas y sabemos usarlas. Pero si nos hemos montado en el armatoste éste es precisamente porque no queremos ir andando. Nos dio la callada por respuesta. Algo que tradujimos como, por dos pringaetes como vosotros no voy a poner el tractor en marcha. Cinco minutos y aparecieron los refuerzos. Y en un suspiro estábamos de nuevo en el coche rumbo a nuestro próximo destino, Pamukkale. A 98 kilómetros.
Para empezar deshicimos los 38 últimos kilómetros que habíamos hecho antes de llegar a Afrodisias. La carretera seguía siendo igual de mala que por la mañana, con el añadido de un desvío por un atajo de los que le gustan a nuestro GPS. Por unas carreteruchas estrechas, llenas de curvas y sin marcas viales. Ideales para matarse. Hasta el GPS se dio cuenta de que se había pasado con nosotros, y para compensar los siguientes kilómetros nos llevó por autovía. Pero no os confiéis. Cuando menos os lo esperéis aparecerá de nuevo su verdadero yo. Porque esa vocecilla femenina suave y delicada, es en el fondo el eco de la voz de un ser maligno venido del averno. Un demonio venido a este mundo para atormentarnos. Y que mejor manera que infiltrándose en el interior del que debería ser nuestro mejor aliado durante nuestras tribulaciones viajeras, nuestro GPS. De esta manera puede torturarnos desviándonos por caminos imposibles y revirados que podrían acabar con la paciencia de cualquier Carlos Sainz. O dejarnos tirados en medio de la nada, sin nada ni nadie que pueda orientarnos. O inventándose carreteras que no existen. Solo por el placer de torturarnos, de hacernos sufrir. Porque sino ya me diréis que sentido tiene que a falta de 15 kilómetros para llegar a Pumakkale nos volviese sacar de la autovía y nos metiese por unos caminos horribles casi intransitables. Tengo pendiente una charla con el cura de mi pueblo para ver si es posible practicarle un exorcismo al GPS. Quizás si conseguimos expulsar el demonio que lleva dentro, los próximos desplazamientos sean más plácidos.
A mitad del trayecto paramos a comer en un pueblo llamado Karacasu. Lo de mitad del trayecto es un decir. Queda mejor que decir que en un punto indeterminado entre Afrodisias y Pumakkale. El restaurante se llamaba Dolunay Pide y su apariencia era bastante cutre. Pero era eso o seguir conduciendo sin saber cuanto tardaríamos en encontrar otro lugar donde comer. Y con la comida no se juega. El restaurante no nos defraudó. Fue exactamente lo que esperábamos. Restaurante cutre igual a comida cutre. Una pide de tortilla de queso, unas albóndigas fritas, una ensalada, y un agua. Comida de supervivencia. No la disfrutas pero te permite seguir vivo un día más. Por lo menos fue barata, 17 TL.
Y ya que estábamos en la Turquía profunda, atravesando pueblos sin ningún tipo de relación con el turismo, no se nos ocurrió nada mejor que intentar cambiar algo de dinero. Una idea de bombero, lo sé. Pero tan culpa es del que la tiene cono del que la oye y no pone ningún reparo (va por ti cariño). En uno de los pueblos por los que pasamos vimos una oficina del PTT. Traducido, una oficina de correos. En realidad era una tienda que hacía las veces de oficina postal. Pero solo en lo que se refiere a la recogida de cartas. No prestaban ningún otro servicio. Y de cambiar dinero nos os digo nada. Nos miraron como si acabáramos de llegar de la luna. Intento fallido.
Poco antes de llegar a Pamukkale por fin vimos una verdadera oficina del PTT. Aquí si que nos atendieron. Cambiamos 200 $ a 2,22 TL. Para los que no tienen una calculadora a mano, eso nos da un total de 443 TL. La comisión era del 2% (9 TL) por lo que salimos de ese lugar con 434 TL en el bolsillo.
¡¡¡Pumakkale!!!. Antes de empezar a preparar el viaje a Turquia ni tan siquiera había oído hablar de este lugar. Pero fue ver una foto, y tenerlo claro. Aquí vamos si ó si. Y allí estábamos, en Pumakkale. Uno de los puntos fuertes del viaje. Pero al llegar casi me da un tabardillo. ¡Pero qué es eeeeesssssto!. Una pared blanca. Bueno lo de blanca es un decir, porque estaba tan sucia, que tiraba más a marrón o amarilla. Que chasco. Y sobre todo, que asco de fotoshop. De verdad que horror de sitio.
No, no me he vuelto loco. Ya sé que es una maravilla. Ahora os explico lo que pasó, que enseguida os ponéis nerviosos. El GPS nos había hecho llegar por la parte de atrás, y esa zona no está tan cuidada. Pero como no lo sabíamos nos quedamos chafadísimos. Nos bastó seguir la carretera que lo bordea buscando la entrada para darnos cuenta del error. Fue ver la cara delantera y respirar aliviados. Tampoco era lo que esperábamos pero al menos aquello tenía otra pinta. La primera impresión que me dio fue la de una gran cantera blanca. De lejos no parecía gran cosa. Pero bueno, ya que estábamos allí podíamos ver en que consistía aquello.


Eran las tres y media cuando aparcábamos delante del castillo de algodón. Enseguida se nos acercó un tipo para intentar vendernos un libro de recuerdo. Ni que decir tiene que no se lo compramos. Y el tío pesado insistiendo. ¡Que no, plasta!. Al final cuando por fin se dio por enterado empezó a increparnos. Como si estuviéramos obligados a comprarle el librito de marras. Fue el único indeseable que nos encontramos en todo el viaje. Anda y que te zurzan, cap….llo.
Para quitarnos el mal sabor de boca que nos dejó ese encontronazo, nos sentamos en bar frente a la montaña y pedimos un helado y un zumo de granada. 9 TL. Nos los tomamos rapidito y directos a la entrada. 20 TL por cabeza.
Los primeros metros hasta donde empieza la rampa de travertino los hicimos a la carrera. Y al llegar frenazo, nos quedamos parados observando de cerca esa subida blanca, blanca, blanca. Tanta blancura se presta a un cometario jocoso sobre anuncios de detergentes. Pero Pumakkale no se merece ser vilipendiada de esa manera. Por eso hacemos un pequeño receso durante el cual que cada uno se haga su propio chiste. En cuanto todos hayáis acabado con las chanzas seguimos con el diario.
(tiempo de descanso)
¿Ya habéis vuelto todos?. Uno, dos, tres, cuatro, ……. ciento cuarenta mil trescientos doce, ciento cuarenta mil trescientos trece. Faltan dos. Bueno ya vendrán, sigamos. Nos habíamos quedado frente a la rampa de travertino. Nos la miramos bien, sin prisas. Y sí, tiene algo especial. Gana mucho en las distancias cortas.


Nos quitamos las alpargatas. Si las alpargatas. ¿Algo que objetar?. Nos gusta ir cómodos. Además somos de pueblo, y a mucha honra. ¡¡Señoritingos de ciudad!!.
El agua se deslizaba por el travertino hasta desembocar en una zanja. Primero un pie. Uuuuuhhh, qué fresquita. El otro, ahhhhh. Y así empezamos a subir poco a poco. Disfrutando de cada metro. A cada paso que daba, más cambiaba mi opinión sobre ese lugar. Cada vez entendía más a esa gente que habla maravillas de Pumakkale. Estaba a un paso de pensar como ellos. Así que solo tenía que dar un paso. Lo di, y ya era un enamorado más de Pumakkale. Y tan solo habíamos llegado a la primera piscina, en la que por cierto no había nadie bañándose.
A lo largo de la rampa había varias piscinas artificiales. No tienen nada que ver con las que se han ido formando de forma natural. Ni por asomo. Pero me parecen una buena solución para que la gente pueda bañarse y de esta manera mejorar la conservación del lugar. De todas formas no apreciamos mucho movimiento en el interior. Solo vimos una pareja de valientes que se bañaba cuando subíamos; y un matrimonio mayor con una niña cuando nos íbamos. Pobre bagaje si lo comparamos con el número de personas que en ese momento pululaban por la zona. La gente se limitaba a arremangarse los pantalones y meter los pies en el interior de las piscinas para hacerse la foto de rigor. Subimos poco a poco, haciendo muchas fotos. De la rampa, de las piscinas que cuelgan de la pared, de las paredes blancas, de todo el conjunto. Fotos y más fotos de lo mismo. Pero a pesar de ser lo mismo, con cada paso que daba todo cambiaba, todo lo que veía me parecía diferente. Y cuanto más veía, más me gustaba. Pumakkale de cerca es otra cosa. Se ven las formas que ha ido creando el agua. Y es ahí en las distancias cortas donde se aprecia verdaderamente la dimensión de esta maravilla. La primea impresión estaba totalmente superada, Sí, Pumakkale me había conquistado.


Subimos hasta arriba con los pies en remojo. Salvo en un pequeño tramo, por toda la rampa corre el agua. Apenas un dedo, lo suficiente para suavizar el tacto del travertino. En el lado del acantilado han excavado una zanja en la que recogen la mayor parte del agua que cae. De esta manera la controlan y la hacen caer por donde ellos quieren. Por lo visto no es bueno que el agua circule continuamente sobre las piscinas naturales. Así que las tienen vacías, y solo dejan circular el agua por una pequeña parte del acantilado que me imagino que deben ir variando según el día o el momento del día. Es una lastima, pero es lo que hay.
Una vez arriba se puede apreciar la magnitud del conjunto, la belleza natural del castillo de algodón. Es un lugar precioso. Único. Incluso con la mayor parte de las piscinas vacías. Solo un pequeño número de piscinas de la parte inferior junto a la entrada tenían agua. Más que suficiente para hacerse una idea de lo que debe ser ese lugar a pleno funcionamiento. Me hubiera encantado ver las piscinas de la parte superior, las más espectaculares, llenas de agua. Pero no pudo ser. Por eso aunque Pumakkale me pareció magnifico me quedó un pequeño regusto amargo. Lo que pudo haber sido y no fue. Un si pero no. Un quiero pero no puedo. Y aquí la decepción se apoderó de mí. Y eso que iba advertido. Había leído mucho sobre que estaba seco, que ya no es lo que era. Pero aún así, verlo seco me tocó la moral. La visita a Pumakkale fue un tobogán de emociones. Decepción, maravilla, nuevo bajón. No sé si será posible, pero creo que deberían buscar otra solución. Lo de no dejar circular el agua es como ver jugar un partido de fútbol con un balón de playa.


Empezamos por la zona de la izquierda. Curiosamente por allí se aventura muy poca gente. No entiendo el por qué. Eso nos permitió ver más piscinas vacías. Sin gente alrededor, pero peor conservadas. Se nota que a esa parte le prestan menos atención. Al final del camino volvió a aparecer el agua cubriendo unas pocas piscinas. Pero esta zona no tiene tanto encanto.
Desde allí nos dirigimos a las ruinas de Hierápolis que están pegadas a Pumakkale. De camino al Teatro pasamos por delante del Ninfeo. Todavía queda una parte en pie. Y como debía ser bastante grande pues llama la atención.


No nos detuvimos mucho, por la mañana ya habíamos tenido una buena ración de ruinas. Así que o nos daban algo espectacular o no nos iban a durar mucho. Nos atamos los machos y subimos hasta la parte superior del Teatro, ya que el acceso se realiza por la parte de arriba. Una subida pesada, sobre todo por el fuerte calor. Pero al llegar arriba desapareció el cansancio, el calor y todo lo demás. Ese Teatro justifica esa subida e incluso una más larga. Es muy grande, pero lo mejor es que está muy bien conservado. Nos solo las gradas, también la escena de la que se conservan la parte inferior y el primer piso. Cinco conjuntos de dos columnas con sus frontones. Cinco puertas. Es precioso. No dejan bajar hasta abajo, solo hasta la mitad de las gradas. Me parece una buena medida. Lo dicho es muy, muy, muy bonito. De los mejores teatros romanos que hemos visto. Y ya van unos cuantos.


Desde el teatro se puede ver la Iglesia de San Felipe a lo lejos. Mejor dicho, se pueden ver las ruinas de la Iglesia de San Felipe a lo lejos. Cuatro piedras mal puestas. Y el camino parecía largo. Sin un solo árbol que pudiera darnos algo de sombra. Caaaaaaaaa, déjala para otra ocasión.
Siguiendo con el paseo pasamos por detrás de otras ruinas que parecían en bastante buen estado, pero como estaban cerradas por una valla no pudimos verlas por dentro. Y desde fuera tampoco se veía gran cosa.
Caminando, caminando llegamos hasta la entrada de la ciudad. Durante el camino tan solo vimos piedras desperdigadas por todas partes. Nada de nada. Y la puerta, pues no me pareció gran cosa. Mejor volvemos a los travertinos. Esta vez nos fuimos hacia la derecha por una pasarela de madera. No deja de ser lo mismo, una pared blanca con piscinas vacías. Tiene su encanto, pero le falta algo. Le falta el agua. Es una sensación extraña. Es una auténtica maravilla, pero verla así a medias da algo de pena.
Ya iba siendo hora de salir. Volvimos a la rampa, nos quitamos los zapatos y empezamos a bajar. Muy poco a poco. Se estaba poniendo el sol, y disfrutamos de ese momento bajando por la rampa. Probablemente es cuando los travertinos están más bonitos. El color que adquieren con el sol a punto de ponerse les da un aspecto diferente. Además a esas horas ya no quedaba casi nadie, y quieras que no eso les da un mayor encanto. Pudimos hacernos fotos en las que parece que estábamos nosotros solos en la rampa.


Cuando llegamos al coche ya estaba empezando a oscurecer. Y justo cuando nos íbamos encendieron los focos que la iluminan por la noche. La iluminación no nos pareció gran cosa. Unos pocos focos, que no le sacan mucho partido al lugar. Con un poco más de luz situada estratégicamente podría quedar muy resultón. Lo que me sorprendió es que a esas horas todavía se podía ver a gente bajando por la rampa. Creía que estaba prohibido, pero por lo visto todo el mundo hace lo que le da la gana.
Al irnos de Pamukkale la primera sensación fue la de decepción. Esperábamos mucho de este lugar. Y verlo casi sin agua hizo que no brillase como esperábamos. Con el paso de los días la sensación ha dejado de ser tan amarga y ahora guardo un grato recuerdo de ese lugar. Es muy bonito, con agua o sin agua. Y sobre todo diferente. Está claro que no es lo mismo sin agua, pero aun así resulta impresionante.
Qué antes era mejor. Seguro, pero no por eso ahora deja de ser interesante, Creo que es un lugar de visita obligada, aunque eso sí, no esperéis algo tan espectacular como parece en las fotos. ¿Hay que ir a verlo?. Pues si, pero con unas expectativas más bajas.


Además, por muchas opiniones negativas que una persona pueda leer sobre este lugar, todo el que va a Turquía; yo el primero; tiene claro que irá a visitarlo. Es igual lo que digan los que ya han ido. Por eso no seré yo quien diga que no merece la pena ir a visitarlo. Pero lo que si que digo es que hay que bajar el listón.
Ese día ya no daba para más. 108 kilómetros más tarde, o por decirlo de otra manera, una hora y media después, estábamos de regreso en el hotel. Un trayecto por autovía, con sus semáforos y sus pueblos. Pero cómodo al fin y al cabo, y relativamente rápido.
Cenamos en el mismo hotel. Una ensalada de queso, un pescado que no sé que era, y unas pechugas de pollo. Una cena excelente con raciones abundantes por 37 TL.

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