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[size=18]Dos y media de la madrugada: a levantarse, recoger la bolsita del desayuno-picnic y camino a Abú Simbel. Como sabréis, hay que unirse al convoy que sale a las cuatro de la mañana (hay otro a las once) en dirección a los templos. Me comentó Ahmed que es el único convoy turístico que se mantiene vigente en Egipto: antes había que unirse a otros similares para moverse entre las distintas ciudades del país, pero según parece esa limitación se levantó hace un par de meses. Es una gran noticia, porque permitirá mucha más libertad a futuros viajeros. Advertid@s quedáis.
El viaje en el minibús a Abú- Simbel es francamente incómodo, pero merece MUCHÍSIMO la pena. Los templos de Ramsés II y su mujer Nefertari son un “must” de este viaje. Irrenunciable ir a visitarlos, a pesar de la paliza. Para colmo, de nuevo tuvimos bastante suerte, porque hacía fresquito y no había demasiada gente. Hora y media para disfrutar de los templos… y otras tres horas en la minibús hasta Asuán. Agotador, sí: pero altamente recomendable.
(las fotos de Abú Simbel las añadiré más adelante, porque aquí – gran drama- se me estropeó la cámara y necesito que me pase fotos ajenas!!!)
Las visitas a la presa alta y el obelisco inacabado me parecen muy prescindibles. En cambio, el paseo en faluca que dimos después de comer; y la posterior visita al poblado Nubio (con y traqueteo en camello; degustación de platos nubios y tatuaje de henna incluidos), a mí, personalmente, me encantaron. Son un remanso de paz después de tanta locura, y se agradece la experiencia.
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