En nuestro viaje de vacaciones a Francia en automóvil, queríamos hacer una parada intermedia para almorzar y estirar un poco las piernas, una forma de “cortar” un poco el largo trayecto que nos esperaba hasta Andorra, donde dormiríamos esa noche. Mirando el mapa me fijé en Calatayud, que nos quedaba a una distancia perfecta teniendo en cuenta la hora a la que saldríamos de Madrid. Además, está junto a la A-2, con lo cual no tendríamos que desviarnos apenas. La distancia hasta allí es de 232 Km y se tarda algo menos de 2 horas y media.
Perfil del trayecto desde Madrid en GoogleMaps:
Aunque íbamos a estar muy pocas horas, leí algunas cosas acerca de la ciudad (que cuenta actualmente con más de 20.500 habitantes), un tanto desconocida a nivel turístico. Y es que lo primero que recuerda casi todo el mundo al nombrarla es la famosa copla de “si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores…”. Pero, bueno, no quiero entrar en eso, pues a los bilbilitanos (gentilicio por el que se conoce a los aquí nacidos en recuerdo del Bílbilis romano que fue su origen) no les agrada demasiado el tema y prefieren que se conozca a su ciudad por asuntos más notables, como su historia (que se remonta a asentamientos de tribus celtíberas, como los lusones ya en tiempo de los romanos) y, sobre todo, al extraordinario legado mudéjar que conserva y que está declarado ni más ni menos que Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Confieso que no lo sabía hasta que me decidí a hacer esta parada intermedia en nuestro viaje.
Llegamos poco antes de la una de la tarde. El sol apretaba de lo lindo y hacía bastante calor, como corresponde a una mañana del mes de julio en tierras aragonesas. Encontramos hueco para aparcar en la Ronda Puente Seco, apenas a unos pasos de la Plaza de Santa Teresa y de la Puerta de Terrer que da acceso al casco antiguo.
Allí mismo vimos la Oficina de Turismo donde nos informaron muy amablemente y nos dieron un plano. Hay varios recorridos recomendados, pero como no disponíamos de demasiado tiempo, decidimos seguir más o menos la Ruta Monumental de 1,5 Km, y 2 horas de duración, según el folleto. Sin embargo, la realidad nos demostró que íbamos a tardar bastante menos porque muchos de los lugares señalados estaban en obras de rehabilitación y bien había restricciones para visitarlos por dentro o no nos coincidían los horarios.
Plano del casco histórico que vimos en un cartel informativo, en la calle.
Dejo el enlace a la página de turismo del Ayuntamiento, donde podéis ver un mapa detallado con los lugares más importantes para visitar en la ciudad e información sobre los mismos, que también me ha servido para preparar algunas reseñas de esta etapa:
www.calatayud.es/ .../plano.pdf
En la misma Plaza de Santa Teresa nos encontramos con la Fuente de los Ocho Caños, de estilo renacentista, construida a finales del siglo XVI para traer agua a la ciudad. Como curiosidad decir que uno de los caños estaba reservado para el verdugo y otro para personas consideradas indeseables.
Desde la fuente, mirando hacia la Cuesta de la Peña, pudimos ver en lo alto el Santuario del Castillo de la Peña.
Muy cerca de la fuente, está la Puerta de Terrer, uno de los símbolos de Calatayud y, quizás, su imagen más conocida. Data del siglo XVI, tiene dos torreones unidos por un arco y encima está el ángel custodio. Figuran esculpidos dos escudos (un poco deteriorados), el de Armas de la ciudad y el de los Austrias.
Cruzamos la Puerta de Terrer y seguimos caminando por la Calle Herrer y Marco, ya empezando a ver las calles del casco antiguo, algunas rehabilitadas, con las fachadas pintadas de vivos colores, y otras pendientes de algún arreglito.
En esta misma calle nos encontramos con nuestro primer contratiempo, y fue que el lugar donde queríamos comer y que nos habían recomendado muy especialmente tanto por calidad como por precio, La Taberna Restaurante Puerta de Terrer, estaba cerrado por vacaciones. Así que nuestro gozo en un pozo, tendríamos que pasar al plan B en cuanto al almuerzo se refería.
Un poco más adelante, llegamos a la Plaza de Santa María, donde se encuentra una de las joyas monumentales de la ciudad: la Real Colegiata de Santa María la Mayor, construida sobre la antigua mezquita por el rey Alfonso I. Del templo original mudéjar de los siglos XIV y XV se conservan el claustro, la torre octogonal y el ábside. La torre mide 68 metros de altura y es la más alta de Aragón, realmente bella e impresionante. Para verla entera hay que colocarse justamente en su base y mirar hacia lo alto, ya que es imposible hacerlo desde otro punto por la estrechez de las calles que hay alrededor.
Colegiata de Santa María la Mayor.
También es preciosa la portada, concebida a modo de retablo y realizada en alabastro. Esta Colegiata es Monumento Nacional desde 1994 y también uno de los seis monumentos del mudéjar aragonés declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2001 (los de Teruel ya lo eran desde 1986), en concreto la catalogación se refiere a los ya citados claustro, ábside y torre. Los otros cinco monumentos están en Zaragoza (restos mudéjares de la Aljafería, Torre e Iglesia Parroquial de San Pablo y Ábside, Parroquieta y Cimborrio de la Seo), Cervera de la Cañada (Iglesia Parroquial de Santa Tecla) y Tobed (Iglesia de Santa María).
Portada de la Real Colegiata de Santa María la Mayor.
Detalle de la torre de la Colegiata de Santa María la Mayor.
Lamentablemente, no pudimos visitar su interior, teniéndonos que contentar con verla por fuera (lo que ya merece la pena) porque tanto la plaza como la iglesia estaban en obras, con andamios puestos y operarios trabajando, lo que de hecho era la tónica de la ciudad en aquellos momentos como pudimos ir comprobando en nuestro paseo, que tuvimos que variar respecto al recorrido indicado en el folleto, ya que había varias calles literalmente “patas arriba”. Giramos a la derecha, por la calle Baltasar Gracián, y llegamos a la Plaza del Fuerte, donde estuvo enclavado el Convento de la Merced, que se convertiría en Fuerte durante la Guerra de Independencia contra los franceses. El fuerte se demolió a principios del siglo XX, pero la plaza conservó el nombre. Actualmente tiene zona arbolada y un quiosco de música.
Plaza del Fuerte. Al fondo la torre de la Iglesia de San Juan El Real.
Desde esta plaza es muy fácil acercarse hasta el río Jalón, cuyas aguas bajaban rápidas y de color marrón por las tormentas habidas los días anteriores. Unos bonitos jardines bordean las orillas del río, invitando a caminar un rato a la sombra.
Río Jalón desde el puente del Paseo Sixto Celorrio
.Como ya era la hora de comer, nos dirigimos por el Paseo de las Cortes de Aragón hacia el Paseo de San Nicolás de Francia núm. 11, donde está el restaurante Casa Escartín, que nos habían recomendado en caso de fallar (como ocurrió) la Taberna Terrer. De nuevo nos encontramos con obras en la calle, incluso hasta en el puerta, igual que en la Colegiata del Santo Sepulcro, que está casi al lado, una de sus fachadas cubierta con un enorme andamio.
Comimos bastante bien, a buen precio y con excelente atención. Tomamos el menú aragonés del viajero (20 euros por persona, que incluye vino de la tierra), jamón, entremeses y ensalada con productos de la tierra, y arroz con caracoles y un huevo frito encima, especialidad de la casa. El postre no recuerdo qué era, pero sé que me gustó. También me han dicho que se toman buenas tapas en este restaurante que, eso sí, no es muy grande y en fin de semana seguramente requiere reserva.
Después de almorzar recorrimos nuevamente el centro, aunque no con el detenimiento que nos hubiera gustado porque el calor a esas horas y después de comer limitaba mucho los movimientos. Por ejemplo, resultaba imposible plantearse llegar hasta el recinto fortificado, que tiene cinco castillos, por donde existe una ruta de miradores con unas vistas seguramente espléndidas.
En cuanto a las iglesias, además de la Colegiata de Santa María la Mayor, también hay que mencionar la Iglesia de San Pedro de los Francos, que se fundó para el servicio de los franceses que acompañaron a Alfonso I el Batallador en la conquista de la ciudad, de donde deriva su apelativo. El templo que se conserva es doscientos años posterior, del siglo XIV y de estilo mudéjar, y cuenta con una magnífica portada gótica. En esta iglesia se celebraron en 1461 las Cortes Generales que juraron como príncipe heredero del reino de Aragón al futuro Fernando el Católico.
Una circunstancia curiosa respecto a esta iglesia es la notable inclinación de su torre, que se aprecia perfectamente hoy en día, y que obligó en el año 1840 a desmocharla, demoliendo el campanario, por el temor a que pudiera caer sobre el Palacio del Barón de Warsage, que está justo enfrente, donde iba a hospedarse la familia real durante una visita a la ciudad.
También son de destacar otros edificios religiosos (casi todos en obras de un tipo u otro cuando fuimos): la Iglesia de San Andrés, la Colegiata del Santo Sepulcro, el Santuario de la Virgen de la Peña y la Iglesia de San Juan el Real, que conserva en las pechinas de su cúpula pinturas de Goya en su juventud.
Iglesia de San Juan el Real. Su torre se ve desde la Plaza del Fuerte.
También es muy interesante callejear, sin olvidar la Judería (Calle de la Torre Mocha y la Cuesta de Santa Ana, por ejemplo), la Hospedería-Mesón de la Dolores y la Plaza de España o del Mercado, con sus casas que parecen estar “torcidas”. Aunque esta plaza tiene origen medieval, las actuales casas porticadas con columnas datan del siglo XVI. Además de mercado, fue zoco árabe y, como era habitual en muchas ciudades españolas, acogió varios tipos de eventos, incluidos los festejos taurinos. La diferencia con otras plazas mayores españolas viene dada por la irregularidad de las fachadas, que tienen balcones corridos. Esto era así porque suponía una especie de “derecho de paso”, ya que si los propietarios vendían las casas, podían seguir ocupando el balcón para ver los espectáculos, mientras que los nuevos dueños se veían obligados a abrir ventanucos en las fachadas para asistir ellos también a los eventos. Una curiosa historia, ciertamente.
El edificio más notable es la antigua Casa Consistorial que sirvió también como Lonja. Es un edificio renacentista, del siglo XVI la parte inferior y del XVIII la superior.
El edificio de las banderas es el antiguo Ayuntamiento, al fondo a la izquierda, con la fachada amarilla, está el Mesón de la Dolores.
El motivo de las casas “torcidas” lo he leído en la página web del Ayuntamiento y se explica por las características del suelo, yesos y calizas muy permeables, acentuado este hecho por la cercanía del río Jalón. Con el paso de los años fueron cediendo las cimentaciones de los edificios más antiguos, que no estaban preparados para esta situación, y se fueron inclinando, apoyándose cada uno en el contiguo, de ahí la apariencia de los balcones inclinados, dando la sensación de que están a punto de caerse las casas. Muy curioso también.
En resumen, una breve parada que nos supo a muy poco por el escaso tiempo disponible, el excesivo calor que hacía, la cantidad de edificios y calles en obras que nos encontramos y la imposibilidad de hacer visitas a interiores por las obras o porque no nos coincidieron los horarios. Vamos, que nos hemos quedado con ganas de conocer mejor esta ciudad, así que intentaremos regresar sin tantas prisas, a ser posible en primavera para evitar el calor, y también con la idea de acercarnos hasta las ruinas de la antigua ciudad romana de Bilbilis y hacer alguna ruta de senderismo por la zona. Cuando eso suceda, lo añadiré a esta etapa, que he decidido incluir ya en el diario porque lo poco visto me parece suficiente para recomendar una visita a Calatayud,