Uuuaayyyys.... qué sueño.... bueno, pues ya estamos a domingo 17 de Mayo y para hoy el día está totalmente planeado desde hace tiempo: recorrido por Arashiyama-Sagano y disfrute del Mifune Matsuri, así que tras desayunar bajamos a la estación de autobuses y tomamos el bus que nos dejará en las puertas del Daikakuji, primera parada del día.
Hoy vamos a tomar un bus que no va incluido en el pase de un día de 500 yens ya que la zona de Arashiyama está un poquito retirada del centro de Kyoto. El bus es el número 28 y se sabe que no es un bus de tarifa plana porque el número de línea va en negro sobre fondo blanco. En este caso, cuando subes al bus por la parte de atrás tienes que pasar el pase por el lector que hay al subir y luego lo vuelves a pasar por la máquina que tiene el conductor al lado, y te da el suplemento a pagar (190 yens, en este caso). Como es domingo las calles de Kyoto a estas horas están despejadas (hemos vuelto a madrugar, tónica general durante todo el viaje) y el trayecto se hace ameno, hay muchas ganas de ver cosas y aunque el día amenaza lluvia, estamos muy animados.
Vamos dejando atrás el centro y conforme llegamos a la parada de Matsuo-taisha-mae (Gran Santuario Matsuo, un torii enorme se ve desde el bus) ya nos invade la sensación de que un nuevo Kyoto, o mejor dicho, el viejo Kyoto que nunca desapareció del todo, se abre ante nuestros ojos: calles estrechas y empinadas, un río ancho y con buen caudal, pequeños comercios y sobre todo, unas hermosísimas montañas que nos dan la bienvenida con pañuelos de gasa cogidos a su verde cabellera. La vegetación es exhuberante y la sensación de atemporalidad cada vez es más intensa.

Cuando cruzamos el puente Togetsukyo para entrar de lleno en Arashiyama esta sensación aumenta medio punto más y dejamos atrás todo signo de civilización cuando nos bajamos del bus en Daikakuji, el templo de las montañas. Tenemos un poquito de sed, y siguiendo el consejo del Tío FunkyHouse compramos unas fantas con gelatina dentro, de las que hay que sacudir para que se distribuya el mejunje. Automáticamente bautizadas como chuchuglubs (bendito sea Homer Simpson) van a ser base de nuestra supervivencia en las largas caminatas que nos esperan las dos próximas semanas. Mis favoritas fueron las de naranja y las de limón, las de mi señora de melocotón y áloe vera.
Tras sacar los tickets del templo comprobamos otra singularidad del país: prácticamente nunca nadie comprueba que llevemos los tickets de los lugares a donde entramos, tú sacas tu entrada y se da por hecho que la llevas, nadie te pide el ticket al entrar, no te lo cortan... Esto tendrá una significativa excepción en Nikko, pero siendo una entrada combinada se entiende. Entramos al Daikakuji, un templo precioso, formado por varios pabellones bajos donde además hay exposición especial de ropajes de época y unos kimonos espectaculares. Las dependencias del templo están totalmente disponibles para visitar, y disfrutamos de unos jardines maravillosamente cuidados, así como de las vistas sobre el lago Osawa-no-ike, famoso por su enorme valor paisajístico. Es frecuente encontrarse con monjes vestidos completamente de negro (parece el uniforme de los institutos) trabajando, limpiando todo, y la sensación de caminar descalzo sobre las plataformas de madera es genial.



Es un auténtico templo palaciego y a la entrada hay abundantes muestras de ikebana, arte floral que también da fama al templo en todo Japón.
Tras la visita decidimos bajar hasta Arashiyama de nuevo con el bus para meternos de lleno en el matsuri. Después de dejar el bus volvemos sobre nuestros pasos para cruzar el Togetsukyo y vamos a pasear para ver las barcas que forman parte esencial del matsuri y cuando nos dirigimos hacia allí nos sucede algo que nos va a dejar marcados el resto del viaje... Una señora nos sale al paso y nos empieza a contar cosas en japonés. Yo que no tengo casi ni idea del idioma me limito a sonreir y a decir "lo siento... no entiendo..." pero ella no ceja y nos señala hacia el otro lado de la estrecha calle por donde vamos, veo que señala una puerta roja con unas escaleras, pero una de las veces tan solo llego a entenderle "Mifune Matsuri", la situación es algo embarazosa porque la señora parece totalmente cuerda y se esfuerza por hacerse entender, pero no llegamos a sacar nada en claro, y cuando saca un sobre sellado del bolso y nos lo muestra, sigue hablando y señalando la puerta del frente, yo constato que no se trata de una oficina de correos y la confusión no hace sino aumentar... Cuando se harta de ver que no la pillamos, cruza la calle y dice algo así como "ico, ico" repetidamente. Gracias a la Play yo sé que "ico" significa "vamos, y efectivamente esta señora hace claras señas de que entremos con ella al local tantas veces señalado, así que con el miedo en el cuerpo por el berenjenal en el que nos podemos estar metiendo, la seguimos, entramos a un lugar bastante tranquilo donde dejamos los paraguas y la señora saca su carta para entregarla a un señor mayor que se encuentra en una especie de mesa-recepción. Tras una corta conversación le cambian la carta por unos tickets y ella vuelve a cambiar los tickets, ahora por unos pai-pais decorados con fotos de las barcas que saldrán en el matsuri y unos puntos de libro hechos de bambú sobriamente decorados con kanjis.
Nos hacen pasar a una sala contigua y hop!! otro salto en el espacio-tiempo, de repente estamos en un jardín cubierto con grandes bancos comunes donde chicas ataviadas con kimonos (yukatas) se afanan en servir a la asistencia, todo en un ambiente de ensueño. Mientras tanto, la señora en cuestión se afana en hablar con otra mujer ataviada de época y que parece estar al cargo, ésta se marcha y mientras, con cuatro palabras de inglés, por fin nos explica que es una ceremonia del té, aunque eso sí informal. Nosotros estamos que no nos cabe un cañamón en el culo, no queremos ni respirar no sea que se estropee todo y en estas traen a una japonesita joven con unos cuencos y unas wagashi (golosinas para el té) ¡HAN ENCONTRADO A LA ÚNICA QUE CHAPURREA INGLÉS! y nos explican entre todas que el té es fuerte, que la pasta (riquísima) es muy dulce para hacer contraste,etc. Nosotros nos tomamos el té disfrutando el momento sin poder casi ni respirar de la emoción y mientras tanto nuestra anfitriona saca unas bolsas que lleva cuidadosamente dobladas en el bolso, una de papel para los pai-pais y otra de plástico para que no se nos moje nada (llueve un poco), nos lo regala todo y tras salir del lugar, se despide con un bye bye y nos deja haciendo reverencias y diciendo "domo arigato gozaimasu" una vez tras otra, todavía sin creer lo que nos ha pasado.
Con la emoción todavía en el cuerpo procedemos a explorar el barrio, todos los comercios están abiertos para la ocasión y se ve bullicio. Aprovechamos para picar galletas y croquetas de los puestos de comida callejeros y sumergirnos en el ambiente y a la hora de comer, nos vamos a un puesto de takoyaki (bolitas de pulpo, ñam ñam). Por cierto, que nos hacen fotos, debemos ser raros raros para esta gente.
Un inciso: hay que ver la de gente que vemos con la mascarilla puesta, luego sabremos que la "gripe nueva" ha irrumpido con fuerza en el país y no deja de ser gracioso que en Tokyo veamos muchísimas menos mascarillas que en Kyoto y que mucha gente se ponga la mascarilla al ver a un extranjero, cuando los mayores brotes se han dado en ciudades donde el turismo tampoco es que sea abundante...
Bueno, pues empieza el festival. No es un típico matsuri, no se saca un mikoshi (altar portátil) en celebración aunque se haga un rito previo en un santuario cercano, lo importante es la escenificación de la era Heian, cuando el emperador vivía en Kyoto, de las barcazas de recreo bajando por el río con grupos de músicos, actores, cortesanas, etc. visitando la barcaza del Emperador (de hecho se pone una barcaza paralela a la otra) para entretenimiento del personaje en cuestión.





Los abanicos que veis en las fotos los arrojan desde unas barcazas para que la gente, que puede seguir el matsuri alquilando un bote de remos, los recoja. La mezcla de ambientación de época junto al ya mencionado paisaje hace que sea altamente recomendable, se celebra cada año el tercer domingo de mayo, aunque para el turismo ese mismo fin de semana suele tener la durísima competencia del Sanja Matsuri en Tokyo.
Tras el matsuri nos quedamos por la zona y disfrutamos de varios santuarios y templos dando un largo paseo (Nonomiya, Jojakkoji, etc.)


Debido a la hora, hemos dejado para otra ocasión visitar el Tenruyji, pero encontramos un fantástico bosque de bambú, el día nos ha salido redondo.
Tras el largo e interesante paseo cenamos de nuevo a base de puestecillos y rematamos en un restaurante de la estación de Kyoto. Hemos sido fuertes y a pesar de las tentaciones no hemos picado todavía en las compras.
Aprovecho para otro inciso/consejo: cuando vayáis a comprar algo en Japón, comprobad los precios por toda la zona, y cuando estéis seguros, los volvéis a comprobar. Varían muchísimo y salvo que sea algo que os conquiste a primera vista o algo que no podéis encontrar en otra zona fácilmente (como los típicos encurtidos de Kyoto), recomiendo esperar. En los mercadillos se encuentran grandes precios, mi señora se compró un obi por 500 yens nuevecito y hay kimonos por 1050 yens. También encotraréis artículos tres por 1050 yens que van muy bien como el típico recuerdo para compañeros de trabajo, etc. Cualquier duda, estoy a vuestra disposición. Ahhh, y que no se me olvide: en las tiendas Donki los cuchillos cerámicos (marca Kyocera, la que más vais a ver) están a unos 4000 yens cuando el precio normal son 5000. La explicación la encontraríamos más tarde en Kappabashi: Kyocera está sacando una línea de cuchillos con una gran R en el envoltorio y en la hoja, son cuchillos reforzados y los "antiguos" (que cortan como una espada láser) están ahora algo más baratos, pero no en todas partes.
Bueno, volviendo a la crónica del día, una jornada mágica. Recomiendo encarecidamente visitar Arashiyama, un lugar muy especial.