ALLARIZ.
Allariz y Orense capital están separadas solamente por 22 kilómetros, apenas 20 minutos por la A-52.
Perfil en GoogleMaps.


Desde/hasta Madrid hay 480 kilómetros, que se recorren en poco más de cuatro horas y media si se va por la AP-6 hasta Arévalo, desde allí, la A-6 hasta Benavente, y luego la A-52 hasta Portelos de Allariz, donde se toma la N-525 que lleva al centro, si bien nosotros no sé por qué extraña ocurrencia del GPS (quizás estaba cortado el otro acceso) aparecimos por la OU-320, en la rua do Piñeiro.
Perfil en GoogleMaps:


Llegamos por la mañana, un día de julio, de esos de sol y calor en la Galicia interior que tanto comentan los lugareños pero que los que somos de otras tierras no acabamos de creernos del todo hasta que los vivimos en persona.
Dejamos el coche en un aparcamiento público de la Avenida de la Alameda y nos acercamos a la Oficina de Turismo que hay antes de cruzar el puente de vehículos que da acceso al casco histórico, donde muy amablemente nos informaron e lo que se podía visitar y nos dieron un plano detallado. Nos aconsejaron visitar un parque que hay a la vera del río, pero había que pagar entrada y no teníamos demasiado tiempo, así que preferimos dirigirnos directamente hacia el centro. Era lunes y la mayor parte de edificios monumentales y museos estaban cerrados, pero pudimos movernos por la población para ver lo esencial y, de paso, probar unas empanadas caseras muy ricas con rellenos variados.

El origen de esta villa se remonta a tiempos prehistóricos y está documentado su pasado suevo, aunque su auténtica prosperidad empezó en 1075, cuando Alfonso VI levantó murallas a su alrededor. Alfonso VII le otorgó privilegios reales y Alfonso X el Sabio se educó aquí, donde aprendió la lengua gallega en la que luego compondría algunas de sus famosas Cantigas de Santa María. El haberse convertido en residencia real le dio una prosperidad que continuó durante bastante tiempo gracias a los talleres de lino. Después se sucedieron siglos de lenta decadencia, iniciada en el siglo XIV por las represalias que tomó Enrique II de Trastamara al haber apoyado Allariz la causa de Pedro I. En la actualidad, está resurgiendo con el turismo, las fiestas típicas como La Festa do Boi (fiesta del buey, que se celebra durante la semana del Corpus) y la instalación en el pueblo de destacados diseñadores de moda, que han aprovechado algunas hermosas casas señoriales para instalar talleres y tiendas outlet con gran éxito. Su casco histórico fue declarado Conjunto Histórico-Artístico en 1971 y en 1994 recibió el Premio Europeo de Urbanismo por sus trabajos de rehabilitación integral

En nuestro paseo, nos llamó la atención la poca gente que había y, sobre todo, el escaso número de turistas que deambulaban por sus calles empedradas, que suben y bajan salvando desniveles como buena ciudad medieval, flanqueadas por robustas casas de granito, muy al gusto gallego. Seguramente el motivo había que buscarlo en el intenso calor que se dejaba sentir ya a media mañana.
,Calle que sube hacia la zona donde antaño estaba ubicado el castillo, marcada por una bandera gallega.


Siguiendo las calles hacia arriba, llegamos la zona más alta, cerca del barrio judío, donde una bandera gallega marca el lugar más alto donde se levantaba el castillo, del que hoy no quedan ni las ruinas. Sin embargo, es interesante subir hasta allí para contemplar las vistas panorámicas del pueblo, el río y los campos circundantes, si bien el gran número de casas modernas que surcan las laderas verdes le resta un poquito de encanto al panorama que se obtenía hacia la zona del puente y el río. Las vistas hacia el casco antiguo son mejores, pero a esa hora el sol reflejaba de tal modo que fue imposible sacar una foto decente.


Bajamos hasta las orillas del río Arnoia, afluente del Miño, para cruzar a pie el puente de Vilanova, románico del siglo XII, y pasear un rato por el parque del Arnado, uno de los lugares más bonitos del pueblo, donde se respira paz y tranquilidad, además de sentir el agradable frescor del agua y la sombra gratificante que ofrecía la abundante vegetación.



Cruzamos de nuevo el puente para volver al centro y en unos pocos pasos llegamos junto a la Iglesia románica de Santa María de Vilanova, frente a la que se encuentra uno de los típicos cruceiros gallegos, que se utilizaban durante el medievo como protección contra la peste.


Otros edificios destacados de Allariz son:
- La Iglesia de Santiago, iniciada en 1119, de estilo románico y ábside semicircular, que conserva su estructura primitiva. Se encuentra en la Plaza Mayor, donde también se puede ver una bonita fuente de piedra de dos caños.



- La Iglesia de San Esteban o Santo Estevo, de finales del siglo XII, aunque reformada con posterioridad.

- La Casa Torre de Castro Ojea, de principios del siglo XVI, con fachada barroca de 1748.
Por último, hay que citar la Iglesia de San Benito y el vecino Monasterio de Santa Clara, fundado en 1268, que forma un conjunto monumental de varios estilos. Tiene el claustro barroco más grande de España, pero no se puede visitar ya que está ocupado por monjas de clausura.
ORENSE.
Nos parecía mal pasar por las inmediaciones de Orense de camino a la Ribeira Sacra y no detenernos siquiera a echar un vistazo, así que decidimos aprovechar para comer en la capital orensana, que, como he mencionado antes, se encuentra a unos escasos 20 minutos de Allariz, por la A-52. Con 38 grados y un sol de justicia, nos dirigimos hacia el centro de la ciudad, viendo de paso el Puente del Milenio, de diseño vanguardista, que mide 275 metros de longitud y 36 metros de altura en su centro. Este puente se inauguró el 1 de septiembre de 2001, tres años después de que se cerrase al tráfico rodado el Puente Romano por motivos de seguridad. Además, se ha pretendido que sirva a los peatones como pasarela y mirador.

Dejamos el coche en un aparcamiento subterráneo para que no se derritiese al sol y fuimos hacia el casco histórico (Casco Vello), buscando un restaurante. Por el camino, fuimos viendo algunos de los lugares más destacados de Orense, ciudad que cuenta con una historia de dos mil, ya que sus orígenes hay que buscarlos en un campamento fundado por los romanos, que encontraron estas tierras muy de su agrado por el oro y las aguas. Y su importancia creció en la época medieval, dada su estratégica situación, junto al río Miño.
Fotografía de un panel turístico municipal.


De la Plaza do Ferro, donde antiguamente celebraba mercado el gremio de los herreros, seguimos por la calle Lepanto hasta llegar a la Plaza do Trigo, cuyo nombre se debe a que era donde se vendía el cereal en tiempos pasados. La fuente es del siglo XVIII. Aquí se encuentra la puerta sur de la Catedral románica de San Martín (San Martiño), la que mejor se conserva. La fachada principal se contempla desde la Plaza de San Martiño. La Catedral se construyó en el siglo XIII, siendo su carácter religioso y defensivo pues tiene varios elementos propios de la arquitectura medieval. Su interior conserva varias tallas de madera de más de 800 años y es digno de resaltar el Pórtico del Paraíso, un soberbio conjunto escultural románico sobre el Juicio Final.

Enseguida llegamos a la Plaza Mayor, donde se dice que instalaron los romanos su campamento cuando llegaron a estas tierras. Como suele ser habitual, aquí se celebraron durante siglos festejos de todo tipo, mercados, espectáculos y corridas de toros. También estaba en esta plaza el Palacio Arzobispal, que hoy alberga el Museo Arqueológico de Orense.

El edificio más destacado es el Ayuntamiento o Casa do Conceillo, de 1899. Los soportales estaban llenos de terrazas de bares, seguramente muy concurridas por la tarde/noche, cuando la temperatura bajase. A la hora que nosotros estuvimos por allí, lógicamente, no había ni un alma tomando el inclemente sol, que apenas mitigaban un manojo de toldillos blancos. Vimos un trenecito turístico parado en la plaza, seguramente también aguardaba horas más propicias para empezar su recorrido sin derretirse.
De una de las esquinas de la Plaza Mayor, sale la Rúa de Santa María, donde asciende una escalinata que llega hasta la Iglesia de Santa María Nai, en el lugar donde se supone que se fundó la primera catedral orensana, en el siglo VI, tiempos de los suevos. Se dice que las columnas de mármol de la portada datan de aquella época. Lo cierto es que se obtiene una estampa muy bonita de esta iglesia desde la Plaza Mayor.
Portadas de las iglesias de Santa María Nai y de Santa Eufemia del Centro.


Seguimos por la Rúa Barreira, otra de las calles que salen de la Plaza Mayor, y giramos a la derecha, en la Rúa das Burgas, donde tras bajar unas escaleras llegamos a las famosas fuentes termales. Por cierto, que existen otras más grandes y modernas, en forma de piscina termal, junto al río Miño.

Las fuentes de As Burgas son manantiales de aguas termales, conocidos y apreciados desde hace siglos por sus propiedades curativas, sobre todo en afecciones de la piel y el estómago. El agua alcanza una temperatura de entre 65 y 68 grados, con un caudal de 300 litros por minuto. Hay tres fuentes, la más antigua, la de arriba, del siglo XVII. En 1979 fueron declaradas Conjunto Histórico-Artístico. La verdad es que impresiona lo caliente que sale el agua, y en un día con tanto calor, más que quemar, espantaba. Sin embargo, el conjunto es bonito y merece la pena verlo.


Volvimos a la Plaza Mayor, donde, como he dicho antes, apenas había nadie en la calle, así que deseosos de ponernos a la sombra y comer algo, preguntamos en un bar a un camarero, que nos aconsejó ir a la calle Fornos, donde al parecer está la zona de restaurantes. Y, en efecto, vimos varios, aunque la mayoría estaban cerrados. No sé si fue la mejor elección, pero con el calor que hacía no estaba la cosa para indagar demasiado, así que nos sentamos en una agradable terraza a la sombra, en la esquina de una plazoleta, no puedo decir cuál, la verdad. He intentado situarme, incluso utilizando planos, pero no sé dónde fue realmente. Lo que sí recuerdo es que, tras rechazar la opípara mariscada que nos ofrecieron, pues yendo de viaje y con tal calorina no era cuestión de “ponernos hasta las cejas”, y haciendo caso del resto de las sugerencias, comimos varias tapas de productos locales. Siento mucho no acordarme del nombre del local y de lo que comimos porque todo estaba realmente rico, especialmente unos tomates enormes y de color rosa, típicos gallegos, con un aliño buenísimo. Seguro que muchos sabéis a los que me refiero.
En fin, parece que el calor obró sus malas artes, incluso para producirme amnesia respecto a algunos detalles de la comida, como el lugar concreto y el precio, aunque no recuerdo fuese caro. Y como poco más se podía hacer en Orense dadas las circunstancias, fuimos a buscar el coche y pusimos rumbo a la Ribeira Sacra.
LA RIBEIRA SACRA.
En este viaje pretendíamos simplemente llevarnos un pequeño esbozo de la zona porque el tiempo disponible no nos permitía empresas mayores. Así que preparamos un itinerario que nos permitiese conocer algo de lo más renombrado de la parte orensana, con intención de volver en otra ocasión con más tranquilidad, incluyendo también el lado lucense y alguna ruta de senderismo.
Ruta que hicimos sacada de GoogleMaps.


Si se buscan referencias de la Ribeira Sacra, la primera que aparece es la de que en este lugar se encuentra la mayor concentración de construcciones religiosas de estilo románico de Europa, contando, además, con el aliciente de su bello paisaje, marcado por los ríos Miño y, sobre todo, por el Sil, cuyo profundo cañón entre las montañas marca el límite entre las provincias de Orense y Lugo. La Ribeira Sacra también es conocida por sus vinos, merecedores de una de las cinco denominaciones de origen de Galicia. Así que uno de los atractivos de cualquier ruta por la Ribeira Sacara es contemplar los socalcos, es decir los viñedos en bancales que trepan por los barrancos. Pese al microclima que permite el cultivo de unos caldos muy apreciados, la labor resulta realmente difícil por lo abrupto del entorno que hace imposible el acceso con maquinaria o animales. Por lo tanto, la recolección de la uva debe hacerse surcando caminos sumamente empinados entre el bosque y la hojarasca o bien acercándose con barcas y utilizando cuerdas para alcanzar los bancales. Estos detalles se aprecian muy bien durante el mini crucero por el cañón del Sil.

No hay unanimidad en la explicación de su nombre: hay quien dice que se debe a la gran cantidad de monasterios de su territorio, pero otras fuentes aseguran que deriva de los robles que surcan sus laderas desde tiempos inmemoriales.

Foto de un bonito panel turístico informativo que había en el Monasterio de Santo Estevo, con los lugares más importantes de la zona.

Monasterio de San Pedro de las Rocas. Esgos.
Desde Orense tomamos la C-536 hacia Esgos para visitar la Iglesia Rupestre o Monasterio de San Pedro de las Rocas. Es el conjunto monacal más antiguo de Galicia pues ya existía en época de los suevos, según demuestra una inscripción de 573 que se conserva en una lápida. A lo largo de los siglos sufrió diversas vicisitudes y fue abandonado, asolado por incendios y reconstruido varias veces hasta que cayó en el olvido tras la desamortización de Mendizábal. Hoy en día está cerrado al culto y apenas queda algo más que ruinas, pero una parte se ha reconvertido y alberga un centro de interpretación de la vida monástica en la zona que cuenta con un museo. La visita es rápida, gratuita y bastante agradable.



Lo más interesante es la iglesia que data del siglo XII, y que fue construida por eremitas para su refugio y retiro, reutilizando el paramento de tres capillas trogloditas abiertas en la misma pared de roca la montaña. También resulta muy fotogénico el campanario, de fecha muy posterior, al que se puede subir si no se tiene vértigo porque las escaleritas son bastante empinadas. El entorno, envuelto en bosques, resulta igualmente bucólico y seductor. Si se va con tiempo, se pasará un rato muy agradable dando un paseo por sus bucólicos y tranquilos alrededores.


Continuamos por la C-536, recorriendo bonitos parajes por las estribaciones de la Sierra de San Mamede, que cuenta con un buen mirador de la zona al coronar el alto de Rodicio. Pasamos por Castro Caldelas, donde se puede visitar los restos del castillo, que ofrece unas estupendas vistas.

Ya por otra carretera, cerca de A Teixeira, tuvimos la primera panorámica del Sil encajonado en su cañón, desde el mirador de Xiras. El sol de la tarde daba de frente y el agua reflejaba su brillante luz como un espejo.

Ruta a pie por las pasarelas del río Maó.

3 Km. 1 hora. Sin ninguna dificultad, aunque tiene varios tramos de escaleras.

Desde A Teixeira, tomamos dirección a Cristosende, y después hacia Parada de Sil. Sobre el Km. 47 se cruza un puente sobre el río Maó, y se toma una pista a la derecha que conduce a la Fábrica de Luz, una antigua central hidroeléctrica restaurada. Allí se deja el coche y se comienza la ruta a pie. Es un recorrido corto y sencillo pues va por pasarelas de madera, pero tiene varios tramos de escaleras para salvar las pendientes, de bajada a la ida y de subida a la vuelta. Sigue el curso del río Maó, primero desde la zona alta del barranco y luego junto a la orilla, hasta que se une con el Sil. Se puede volver por la carretera haciendo así un recorrido circular o deshaciendo el camino andado. Como no le encontramos demasiado aliciente a ir por la carretera, optamos por regresar por el mismo sitio pues el recorrido es muy agradable.

No es una marcha de senderismo propiamente dicha pues está totalmente preparada con pasarelas y barandillas, pero resulta agradable incluso cuando pega el sol ya que va por el bosque, a la sombra, casi todo el camino. Muy recomendable para estirar las piernas y hacer un alto en la ruta de carretera por la Ribeira Sacra, aunque hay que recordar que se trata del río Maó por lo que en ningún momento de su itinerario se ve el cañón del Sil.

La carretera que va de A Teixeira a Parada do Sil es estrecha y sinuosa, con infinidad de curvas y continuas subidas y bajadas. Por supuesto, el sube y baja compensa con creces porque el paisaje es precioso, al menos con buen tiempo pues si hay niebla supongo que no lo parecerá tanto. El bosque es cerrado a tramos y las enormes ramas protegen del sol y a menudo impiden disfrutar de vistas panorámicas, pero cuando la vegetación se abre, incluso desde el coche, se puede contemplar el barranco arbolado, los bancales y, en ocasiones, el perfil azul del río muy en el fondo.
Para admirar el cañón del río Sil, lo mejor es acercarse a los numerosos miradores que existen a lo largo del camino. Casi todos están bien señalizados, aunque hay que ir muy atentos porque a veces el cartel está puesto en un lugar poco visible o sólo en un sentido de la carretera y se puede pasar por alto. Lo mejor es sacar de internet (o pedir en alguna oficina de turismo) un mapa con los miradores más importantes e ir prevenidos porque la carretera es estrecha y no siempre se puede parar donde se desea.
Estos fueron algunos de los numerosos miradores a los que nos acercamos y de cuyo nombre me acuerdo; otros, anónimos, simplemente sorprenden según surgen de improviso mientras surcas la carretera.
Mirador de Los Balcones de Madrid.
Es uno de los más bonitos y amplios en perspectiva y, seguramente, el más conocido. Se encuentra en el mismo pueblo de Parada de Sil. A la entrada, hay que seguir las indicaciones que nos llevan a un aparcamiento y, desde allí, caminar unos cuantos metros por un sencillo sendero hasta el mirador, que está perfectamente acondicionado. Según se cuenta, su curioso nombre se debe a que desde estos barrancos se despedían los lugareños de sus familiares que emigraban para buscarse el sustento en otras tierras, a menudo a la capital. En días claros, se puede divisar enfrente, ya en tierras lucences el Santuario de las Cadenas y, más a lo lejos, Monforte de Lemos.


Cuando llegamos estaba cayendo la tarde y el sol molestaba desde el oeste, pero para compensar la luz dorada brindaba una bonita vista hacia el este. En cualquier caso, es uno de los imprescindibles en la ruta.

Mirador de Triguás.
Me parece que esta vista está tomada allí, pero la verdad es que no estoy segura.

Mirador de Cabezoas.
Es uno de los que más me gustó. Está junto a la carretera. Lo vimos con diferente luz, al atardecer y a medio día. En ambos casos, las vistas nos parecieron de las más bonitas.


Mirador del Cable o de las Columnas.
Está muy cerca del de Cabezoas y tiene una panorámica espléndida pese al pequeño inconveniente que señala muy bien su propio nombre: los antiestéticos cables de la luz.



Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil.
Otro de los lugares imprescindibles para visitar en la zona. Por cierto que no nos resultó sencillo llegar porque los indicadores dejan bastante que desear; así que tuvimos que recurrir al navegador. Declarado Monumento Histórico-Artístico, se ha rehabilitado y actualmente alberga un Parador Nacional, en el que teníamos reserva para pasar esa noche. Un pequeño lujo que nos quisimos regalar porque el edificio es realmente magnífico y su ubicación una maravilla. Una lástima que no pudiésemos estar todo el tiempo que nos hubiese gustado, pero puedo afirmar que es uno de los paradores que más me han gustado en los que me he alojado hasta ahora, que tampoco son demasiados, es verdad. Un auténtico gustazo perderse por sus estancias y pasear por los claustros, contemplando las figuras esculpidas en sus capiteles.
De fundación bastante anterior, su etapa de esplendor no empezó hasta el siglo X, cuando el rey Ordoño II autorizó al Abad Franquila a reconstruir los antiguos edificios monacales y le cedió nuevas tierras para su ampliación. Según se cuenta, las nueve mitras que aparecen en su escudo se refieren a los nueve obispos que buscaron retiro aquí, lo que contribuyó a procurar mayor fama y riquezas al monasterio. Como ocurrió con otros establecimientos religiosos de la zona, la Desamortización de Mendizábal selló su decadencia, con la exclaustración en 1872 y su posterior venta y abandono. En el año 2004 fue restaurado y se convirtió en Parador Nacional.
El imponente edificio consta de elementos románicos, góticos, renacentistas y barrocos, entre los que cabe destacar la fachada, la Iglesia y los tres claustros. El templo data del siglo XII, es de estilo románico, forma ángulo recto con la entrada del monasterio (que es también la del parador) y delante se encuentra un cementerio, ya que tenía la condición de iglesia parroquial. Da un poco de “cosa” pasar junto a las lápidas cada vez que hay que entrar y salir del hotel, sobre todo de noche, pero eso también contribuye a la ambientación




El edificio se articula en torno a tres claustros.
-Claustro Grande o de los Caballeros, de estilo renacentista, tiene planta rectangular. Consta de tres cuerpos con arcos de medio punto y sin bóvedas.

-Claustro de los Obispos. Es el más antiguo, tiene planta rectangular y dos cuerpos, el primero data del siglo XII y es románico, el segundo es del siglo XVI y de estilo gótico con reformas posteriores. Como se puede comprobar en las fotos, las esquinas son todas diferentes.


-Claustro Pequeño o do Viveiro, es el más pequeño, se empezó a construir en el siglo XVI y consta de dos cuerpos con arcos de medio punto sobre columnas dóricas
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En teoría, solamente es de libre acceso el Claustro Grande o de los Caballeros, que se encuentra a la entrada del Monasterio y que comunica con el restaurante y la cafetería; desde aquí también se puede la magnífica escalera de honor, cubierta con una bóveda con rosetones del siglo XVIII. El resto de estancias está reservado para los clientes del hotel, aunque existen visitas guiadas, gratuitas para los huéspedes. Respecto a esta cuestión puedo decir que los claustros están separados por puertas que solo se abren con la tarjeta de la habitación y a mi me ocurrió que bajé a echar un vistazo, olvidé la tarjeta y me quedé literalmente encerrada en uno de los claustros. Menos mal que apareció otro huésped que me sacó del apuro. Además, me ofreció su propia versión de la visita guiada a la que había asistido y que nosotros nos perdimos por llegar tarde. Muy amablemente, me acompañó a ver lugares tan interesantes como las antiguas cocinas, la biblioteca, el jardín y otras estancias que no resultan muy accesibles si no se conoce el camino. Por la noche, hay una iluminación especial que resalta todo el conjunto.


Al día siguiente, me levanté temprano para dar una vuelta por los alrededores. Había una espesa niebla que casi no dejaba ver a unos pocos metros, lo cual añadía cierto tinte misterioso tanto al monasterio como al paisaje exterior. Me acerqué al pueblecito de San Esteban (Santo Estevo), que domina el paraje, justamente sobre el monasterio. Las vistas deben ser magníficas, pero apenas había visibilidad.

Sin embargo, cuando nos fuimos, poco antes del medio día, lucía un sol espléndido y el cielo se había despejado por completo, con lo que pudimos admirar el frondoso paisaje que envuelve el Monasterio y se prolonga en lontananza, una auténtica maravilla. Fue una pena no disponer de más tiempo para hacer alguna caminata por allí. Me lo apunto, la próxima vez tocará seguro.

Crucero por el Sil desde el embarcadero de Santo Estevo.
Más de una empresa realiza estos cruceros. Lo mejor es consultar los horarios con anticipación porque no todas las salidas están garantizadas. Hicimos la reserva en el mismo Parador, desde donde se tarda unos 20 minutos en llegar al embarcadero. Por la virada carretera que baja hasta el río, pudimos contemplar unas bonitas panorámicas del Sil.
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La travesía duró hora y media y resultó bastante agradable porque aunque pegaba el sol de lo lindo, soplaba una brisa salvadora y el barco disponía de una amplia zona a la sombra. Nos dieron explicaciones sobre las particularidades de la zona, la vida monacal y el difícil cultivo de las vides en un terreno tan abrupto, los famosos “socalcos” o viñedos en bancales, muchos abandonados hoy en día y que cubren una parte de los abruptos acantilados, zonas a las que solo se puede acceder en barca o por vericuetos senderos con grandes pendientes y espesa vegetación. También resultaba curioso vislumbrar los miradores que surgen “colgados” al borde de los precipicios para ver el curso del agua en ambas laderas. Resulta interesante hacer este crucero si se dispone de tiempo, pero tampoco resulta imprescindible si se va con prisa o se quiere ahorrar (creo recordar que cada pasaje de adulto nos costó 12 euros) porque las mejores vistas panorámicas se obtienen desde la carretera.

Era la una y media cuando terminó el crucero, así que cogimos el coche a toda prisa para llegar antes que todo el gentío y subimos hasta la zona recreativa donde habíamos visto un par de restaurantes. Y menos mal, porque al cabo de media hora, no cabía un alfiler. Nos instalaron estupendamente en una terraza, a la sombra, y tomamos un buen menú a buen precio (creo que fueron 14 euros por persona). Después seguimos hasta nuestro siguiente destino.

Monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil.
Aunque no queden restos arquitectónicos de la época, existen vestigios de que este Monasterio ya existía en el siglo X. Al igual que sucedió con otros centros monásticos de la Ribeira Sacra, se aprovechó una construcción prerrománica para erigir un lugar de retiro y refugio para eremitas, pasando más tarde a convertirse en cenobio (comunidad de monjes). Su época de mayor esplendor se sitúa en torno al siglo XII, cuando consiguió privilegios reales y protección papal, además de las rentas recaudadas a los campesinos a cambio de la cesión de tierras de cultivo. Poco a poco entró en decadencia hasta que con la Desamortización de Mendizábal pasó a manos particulares que lo dedicaron a granja para ser finalmente abandonado.


Para llegar hay que tomar una carretera rural (está indicada) desde Parada de Sil, se atraviesa la aldea de Castro y se desciende por una pista asfaltada durante un par de kilómetros. Se puede visitar la iglesia románica (¡ojo con los horarios), descubrir el claustro con sus laudas sepulcrales de antiguos abades y pasearse por lo que fueron celdas y cocinas. Lo que queda son ruinas, pero las piedras y los muros que asoman entre la frondosa vegetación, abrazados por musgo y hojas, forman un conjunto realmente digno de ver en un paraje precioso, cercado por un espeso bosque de robles y castaños. Pese a estar apenas a 200 metros de la orilla, el único sitio desde donde se puede contemplar el río es desde el campanario de la iglesia, así que no hay que olvidarse de subir. Pero si no se quiere o no se puede ascender por las empinadas escaleras, el cañón también se puede ver en la carretera, desde un par de miradores.


Y nuestro periplo por la Ribeira Sacra acabó al cruzar el puente sobre el Sil, en dirección a la costa de Lugo. Íbamos muy justos de tiempo y solo nos detuvimos un momento para tomar un refresco en el embarcadero de Doade, ya en el lado lucense, pero incluso desde el coche, según serpenteaba la carretera por las escarpadas laderas, pudimos distinguir unas vistas extraordinarias del cañón. Tendremos que volver y disfrutar de la Ribeira Sacra con más calma. Realmente el destino lo merece.
