12 de julio, los pájaros caen directamente asados desde el cielo de Sevilla, facilitando la costumbre alimenticia a aquellos a los que les gustan los pajaritos fritos, pero este vez nos vamos a lo fresquito (luego comprobaremos que demasiado), huyendo de la caló en busca de aquellos paisajes idílicos con los que soñamos cuando vamos por la calle y los termómetros marcan 40 grados a la sombra. Sí, no hay nada más diferente a nuestra ciudad que los paisajes de montaña, el aire fresco (o gélido, según como se mire), la lluvia perenne, el verde intenso, los ríos corriendo caudalosos por todas partes, las casitas de madera llenas de flores contentas porque no se han chuscarrado...Este año toca Alemania, concretamente el Sur de Baviera con una breve incursión en Salzburgo.
La decisión fue tomada un poco al azar, aunque siempre había sido un destino deseado. Con poco margen para reservar los vuelos y teniendo en cuenta la escasa oferta del aeropuerto sevillano, iniciamos la búsqueda del destino más económico en el que no hayamos estado y al que nos apetezca ir. No fue muy difícil: MÚNICH. Transavia ha inaugurado la ruta hace poco y nos sale por 135 euros ida y vuelta (maleta incluída, que es donde te suelen sangrar principalmente); el horario es bueno y nos permite aprovechar la mitad del día, así que está decidido.
En un principio pensábamos quedarnos en Múnich todo el tiempo con alguna excursión desde allí, pero pensándolo bien es un destino al que podemos acceder fácilmente en cualquier puente, así tras leer muchos diarios y consultar información diversa, Múnich será sólo la puerta de entrada y salida, centrándonos en otros lugares. Ello implica la necesidad de alquilar un coche, sobre todo si queremos movernos por los pueblecitos de los Alpes. Nueva búsqueda, en este caso a través de www.rentalcars.com, que proporciona sospechosos resultados...Unas diferencias de precio abismales, pero como estamos en plan rácano (necesidad obliga) nos decidimos por la oferta más económica: Global Drive; es sorprendentemente barato, sólo 120 euros por 6 días de alquiler de un Ford Fiesta con recogida y entrega en el mismo aeropuerto de Múnich. No tienen página propia (en Alemania operan como BuchBinder) y nos resultaba un poco sospechoso, pero nos lanzamos a la aventura. Luego comprobaríamos que todo fue genial. Por si acaso, contratamos un seguro adicional que te cubre la franquicia por los daños que se puedan causar al coche (10 euros/día).
El destino se prevé frío y lluvioso, pero no importa, vamos al país de los pretzels y cualquier inclemencia merece la pena. Para ir aclimatándonos, el autobús al aeropuerto de Sevilla nos trae con el aire acondicionado a una temperatura bajo cero, con estalactitas colgando de los conductos de aire, lo que nos provoca alucinaciones con Pingu; todas las japonesas que nos acompañan han sacado el plumas de sus mochilas...Facturación y embarque sin problemas, es un aeropuerto muy doméstico. Vuelo tranquilo, con la ventaja de cambiarnos de asiento y situarnos en la ventanilla de la salida de emergencia (la azafata nos vería con cara de buenas personas para ayudar a ancianitas a desalojar el avión en su caso); menos mal, en el resto de los asientos te debes cortar un trozo de fémur si quieres sentarte.
El aeropuerto de Múnich es enorme (bueno, un poco más grande) y podrías pasar media vida entre cintas transportadoras si no te das prisa y pones cara de cortar jamón. La zona de alquiler de coches está muy bien indicada, pero en otra terminal; tras los 20km marcha conseguimos llegar; allí hay mostradores de todas las compañías que operan (muchísimas) unos con mejor diseño que otros (lo que se refleja en el precio); en la parte más escondida, esta en el de Globaldrive/Buchbinder, el único en el que no hay casi cola (en los otros los chinos con sus traductores en el e-phone forman colas kilométricas). Nos atiende una chavala con seis capas de maquillaje y unas uñas como las de Drácula en la película de Coppola, mascando chicle (sí, una choni), sin ganas de complicarse mucho la vida. Nuestro inglés cortito y el suyo me hace envidiar a los chinos que llevar su traductor de voz en el e-phone...pero nos hacemos entender y los trámites no se eternizan mucho. Nos dan el contrato con el dibujo del coche con los daños marcados con cruces (mejor, son muy genéricos) y las llaves. Nos partimos de risa, ya que para indicarnos lo que significaban las cruces hace mímica simulando que arañaba algo (con esas uñas el coche debería estar hecho unos zorros) y nos mira con cara asesina. Con pocas indicaciones, nos dirigimos a un edificio contiguo en el que están todos los coches de las compañías. Es un aparcamiento gigantesco, con varias plantas (el del Ikea parece el de los micro machines a su lado) y nos damos unas cuantas vueltas, subidas y bajadas hasta encontrar el número de plaza en el que estaba nuestro coche; no se ve ni gota, así que con la linterna del móvil comprobamos que no tiene más daños de los señalados en el contrato y nos ponemos en marcha. El coche está prácticamente nuevo, aunque es un poco flojito de motor;da igual, tampoco hemos venido a disfrutar de la velocidad sin límites en las autopistas alemanas.
Ponemos rumbo a LANDSBERG AM LECH, una parada intermedia en nuestro destino para poder comer y estirar las piernas. Rodear Múnich no es tarea rápida, porque para ir del aeropuerto a la otra punta de la ciudad hay que recorrer muuuuuuuuuuuuuuchos kilómetros y, además, muchas zonas estaban en obras, lo que ralentiza más el camino. Nada más salir comienza a llover...Ya no dejaría de hacerlo hasta dentro de cuatro días.
Llegamos a la ciudad bajo un diluvio sobre las 3 de la tarde, sin comer. Atravesamos la ciudad, pasando por todo el centro y cruzamos el río (el río Lech, claro) para aparcar el coche. Todo es zona azul y nos ponemos chorreando para meter las monedidas en el parquímetro. Sigue diluviando y decidimos comer en el coche las provisiones que habíamos traído desde casa (primero de nuestras suculentos festines gourmet que nos daríamos durante el viaje: un bocata). Decidimos que, para una vez que vamos a estar por aquí, no importa empaparse y cruzamos el puente para volver al centro y dar una vuelta bajo nuestro precario miniparaguas.
Landsberg se encuentra dentro de la Ruta Romántica, aunque no es una de las ciudades más conocidas ni fotografiadas. Es conocida por tener el "honor" de albergar la celda en la fortaleza penitenciaria donde Adolf Hitler estuvo prisionero tras el Putsch de Múnich, en la que escribió Mi lucha en 1924. Su casco antiguo, con una impronta medieval, está más bien dominado por las remodelaciones posteriores y tiene bastante encanto. A partir de este momento declaro solemnemente que no voy a calificar ningún lugar como un cuento de hadas, me da un poco de rabia por lo manido y las hadas también son muy puñeteras y viven en sitios chungos metiéndose en líos. Prefiero llamarlo pintoresco.
Nuestra breve ruta comienza atravesando el larguísimo puente sobre el Lech, que ofrece las mejores vistas de la ciudad, con sus casas de tejados puntiagudos y el meando boscoso del río hacia el otro lado. El ruido del río es espectacular, ensordecedor, baja crecido, a lo que se suman las diferentes cascadas artificiales creadas para la producción eléctrica. En otros tiempos era un lugar de intenso paso de mercancías, especialmente la Ruta de la Sal que comunicaba Salzburgo con Suiza. Tan preciado material necesitaba estar protegido, así que se creó una fortaleza y una ciudad amurallada que bajo la mirada actual hacen que este lugar parezca un cuento de....¡pintoresco!. Todavía hoy se conservan dos grandes almacenes de sal.

Cascadas en el río Lech, Landsberg.
Pasado el puente se llega a la plaza principal, no tiene pérdida, el lugar más fotogénico de esta localidad. Las diversas casas de alegres colores se ven interrumpidas por la imponente Schmalzturm, del siglo XV, alta e inexpugnable torre defensiva y primera puerta de la ciudad erigida también para demostrar el poderío económico de la ciudad en la época. Hoy es el punto de encuentro de la ciudad bajo su precioso reloj.

Torre del reloj en la plaza principal de Landsberg.
En la misma plaza encontramos el Nuevo Ayuntamiento (Rathaus) de 1719, obra del genial arquitecto y estucador Dominikus Zimmermann, ciudadano de Landsberg, de la que llegó a a ser burgomaestre. Se trata de la fachada más interesante y suntuosa de la ciudad, con sus geniales y fantasiosos elementos decorativos. Hoy en día alberga la oficina de turismo.

Nuevo Ayuntamiento, Landsberg.
Ya tenemos los calcetines empapados, llueve más que cuando enterraron a Parrita (se dice en mi pueblo). Somos duros y queremos continuar otro poquito. La siguiente parada, en la plaza contigua es la Iglesia Parroquial (Pfarrkirche) , dedicada a la Ascensión de María. Se comenzó a construir en el siglo XV por Matthäus von Ensingen, arquitecto también de la catedral de Berna, que realmente logró una obra imponente. Destaca su portal gótico de ingreso, así como los grandes ventanales con arcos apuntados y algunas vidrieras de la época. La decoración interior fue totalmente cambiada durante el siglo XVIII en el estilo rococó que inunda la mayoría de las iglesias de Baviera, con sus característicos estucos de formas fantasiosas, pinturas escenográficas, colores pastel...y sus magnífico altar mayor en madera dorada. Por lo visto forman un gran belén en la época navideña. Durante todo el viaje nos daríamos cuenta que la muy católica, aspostólica y romana Baviera se parece muchísimo a España en el aspecto religioso.


Iglesia parroquial, Landsberg.
No nos habían dicho que a las hadas de los cuentos de estos lares les encanta la lluvia; estamos calados y helados, así que decidimos retornar al coche, al fin y al cabo sólo hemos parado a comer y estirar las piernas. Nos quedan muchas cosas por visitar en Landsberg, entre ellas la preciosa Bayertor, quizá la más bonita puerta de muralla de Baviera, pero es un buen motivo para volver en otra ocasión.
Seguimos nuestro camino mapa en mano (renunciamos al GPS, somos así de rancios). Las carreteras alemanas están en muy buen estado y la señalización es estupenda, tienes que ser bastante torpe para perderte. El paisaje comienza a cambiar poco a poco, nos acercamos a los Alpes y todo se vuelve más verde, las vacas campan a sus anchas, hay ríos por todas partes y la arquitectura se vuelve de montaña; a lo largo de la carretera hay miles de pensiones y establecimientos de turismo rural, debe ser una zona muy demandada. Tras un corto camino llegamos a STEINGADEN, pequeña población en la que destaca la Abadía de San Juan Bautista (Welfenmunster), poderoso monasterio que controlaba la zona en épocas pasadas y que, entre otras cosas, comisionó la construcción de la famosa iglesia de Wies. Del enorme complejo quedan algunos elementos como la entrada fortificada al compás, una capilla gótica de planta central, el cementerio, algunos edificios monásticos, parte del claustro y la iglesia, centro de nuestro interés. Su construcción se inició en ell siglo XII como monasterio premonstratense, orden religiosa fundada en Francia con anterioridad, por lo que en sus inicios fue una construcción románica, que devino en gótica tras una reforma a finales del siglo XV. Con el paso del tiempo sufrió numerosas vicisitudes, siendo quemada durante la revuelta de los campesinos alemanes y casi destruida por completo en la Guerra de los Treinta Años. Tras ser restaurada tiempo después, fue abandonada a comienzos del siglo XIX y pasó a manos privadas. En la actualidad se mantiene el templo principal, de origen románico con añadidos góticos y una espléndida decoración rococó en su interior perteneciente a la famosa Escuela de Wessobrunn.
Se accede a través del arco del compás, en la misma plaza de la población; tras una pequeña capilla gótica de planta poligonal, en el actual cementerio se abre la sencilla puerta gótica de la iglesia en la inmaculada fachada dominada por los altos torreones románicos con arquillos lombardos. Aunque parezca que está cerrada, sólo tenéis que empujar la puerta, durante nuestra visita no había nadie, así que pudimos disfrutarla para nosotros solos. Tras un sencillo atrio con otra capilla gótica anexa, se entra en la iglesia abacial, triunfo del rococó bávaro, inundada de luz, que no deja entrever sus orígenes medievales. Es nuestro primer contacto con el estilo de Wessobrunn, caracterizado por las aperturas de formas mixtilíneas, todas muy originales, los grandes y coloristas frescos de perspectivas imposibles rodeados de maravillosos estucos y espejos, casi todos combinando el blanco con el dorado, los paramentos en tonos pastel y los altares de madera dorada que ornamentan casi cualquier lugar posible, todo ello conjugando perfectamente las tres artes: arquitectura, pintura y escultura.

Fachada de la abadía de Steingaden.
La Escuela de Wessoburnn es el nombre de un grupo de estuquistas y arquitectos barrocos que comenzaron a trabajar a finales del siglo XVII en la Abadía benedictina de Wessobrunn de Baviera. Pertenecieron a ella más de 600 miembros, la mayoría oriundos de la zona, ejerciendo una gran influencia y dominio del arte del estuco y la arquitectura en el sur de Alemania durante el siglo XVIII. La calificación como escuela procede del siglo XIX, cuando los historiadores del arte usaron por primera vez esta denominación para referirse a este grupo de artistas y artesanos.
Los más importantes miembros fueron los hermanos Johann Baptist Zimmermann y Dominikus Zimmermann, y las familias Schmuzer y Feichtmayer/Feuchtmayer families, que estuvieron activos durante varias generaciones. Algunos de ellos, incluyendo a Johann y Joseph Schmuzer y Dominikus Zimmermann ejercieron también como importantes arquitectos.
En Baviera la alianza entre los artesanos locales y los maestros estucadores italianos se remonta a finales del siglo XVI, siendo en el siglo siguiente cuando Wessobrunn se convierte en el centro especializado en estuco más importante de Europa y sus artesanos llamados a trabajar en varios países europeos, eclipsando la competencia italiana. Su obra maestra es la iglesia de Wies.
La pujanza comienza a declinar en 1750, época en la que ya se habían concluído las grandes iglesias de peregrinación bávaras en estilo rococó, desapareciendo prácticamente en el siglo XIX.

Interior de la iglesia abacial de Steingaden.
La iglesia se encuentra perfectamente restaurada y merece la pena una parada para su visita. Destaca particularmente el magnífico púlpito, de formas muy originales, los frescos de las bóvedas, el espectacular órgano y los preciosos altares, aunque la belleza recae en la maravillosa armonía del conjunto.


Púlpito y bóveda de la iglesia abacial de Steingaden.

Órgano de la iglesia abacial de Steingaden.
Salimos por una puerta lateral que da acceso a los restos del claustro, del que sólo queda una crujía que mantiene aún las arcadas románicas y una capillita con un Cristo de madera que debe tener bastante veneración en el lugar a tenor del número de velas encendidas. En Baviera nos encontraríamos Cristos de madera en todas partes, muchos de ellos a la intemperie, en cualquier pueblecito o en mitad del campo, todos ellos de calidad discreta (artísticamente, claro), pero muestra de la muy arraigada religiosidad de los bávaros.

Claustro de la abadía de Steingaden.
Vuelta al Ford Fiesta, ya lo vamos dominando. Mapa en mano, como buenos rancios, recorremos los pocos kilómetros que nos separan de la Iglesia de Wies (Wieskirche), literalmente "La Iglesia de la Pradera", sin duda la meta de nuestra etapa de hoy. El nombre resulta muy obvio cuando te acercas al lugar, evidentemente, una preciosa pradera donde las vacas parecen felices y deben dar leche condensada, con más pastos de los que se podría comer una legión de vacas en treinta siglos. Se nota que estamos muy cerca de Los Alpes, todavía supongo que son los Pre-Alpes, para ser precisos; la tarde va cayendo, unas nubes (esas que nos están empapando todo el día) bajan a mojar aún más el ambiente; las vacas deben estar tan felices que seguramente darán milkshake..

Pradera junto a la Iglesia de Wies.

Vacas felices junto a la Iglesia de Wies.
La entrada a la iglesia es gratuita, se supone que todos vamos en devota peregrinación, aunque, turismo obliga, no hay otra manera de dejar el coche que en el aparcamiento contiguo. Funciona con parquímetro, aunque una generosa familia alemana nos dio su ticket cuando se iban y todavía les quedaba más de una hora (To er mundo e güeno). Sí, somos jartibles, probablemente estemos más tiempo, nos arriesgamos a que una vaca-policía nos ponga alguna multilla. Comenzamos dando un agradable paseo por los caminos que rodean la iglesia, disfrutando del entorno y de los múltiples puntos de vista que se ofrecen del edificio. Debemos resultar cómicos bajo nuestro paraguas de 20 cm cuadrados de los chinos del barrio, pero da igual, ya estamos mojados de antes y un lugar así merece un potencial resfriado; nos sentimos como jugando a la ruleta rusa...

Iglesia de Wies.

Iglesia de Wies.
La iglesia pertenece a la lista del Patrimonio de la Humanidad, no es para menos, como excepcional ejemplo del rococó bávaro, a la que se deberían sumar otras cuantas de la zona, según nuestra modesta opinión, como muestra de un conjunto excepcional. Nos preguntamos qué hace una iglesia de esta envergadura y calidad en un lugar tan apartado, pero los caminos de la fé son así y, milagro mediante esta es la causa: los monjes de Steingaden (a los que les gustaba bastante la Semana Santa, vamos que eran muy capillitas) encargaron, entre otras representaciones, un Cristo flagelado bastante sangriento que, con el paso del tiempo, acabó en un desván (entre nosotros, la talla es poco más que un maniquí, vamos que es mala); una campesina la compró para su granja y, casualidades de la vida o muestra de que lo feo también puede ser milagroso, Dios debe estar en todas partes, la talla comenzó a expulsar lágrimas (¿cómo os quedáis?...). Un auténtico milagro que comenzó a atraer a todos los campesinos de los contornos; su fama fue en aumento y se construyó una pequeña capilla que pronto se quedó pequeña, ya que su fama se extendió por toda Europa y, según se cuenta, llegaban peregrinos hasta de Cádiz...El abad de Steingaden no se quiso quedar corto y aprovechó el tirón para llamar al mejor arquitecto de la época: Dominikus Zimmermann, que tampoco se quedó corto e hizo su mejor obra. Seguro que contratarían a los Cantores de Híspalis de la época para cantar ¡Qué no nos falte de na!. Hoy en día recibe más de un millón de peregrinos/visitantes/japoneses con tarjetas de memoria cargadas al año.

Cristo flagelado de la Iglesia de Wies.
La iglesia comenzó a levantarse en 1743 y es el ejemplo perfecto del rococó bávaro. Dominikus Zimmermann (el máximo representante de la Escuela de Wessobrunn), se ayudó de su hermano Johann Baptist, pintor de la corte bávara y estucador. Diseñó una planta oval inspirada en la iglesia de Steinhausen, pero con ciertos requisitos al tratarse de un lugar de peregrinación: se crea un deambulatorio alrededor del espacio central para que los peregrinos no interrumpieran las celebraciones (en realidad es más estético que práctico, pero crea unas perspectivas y juegos de luces muy interesantes) y un par de naves paralelas al presbiterio, lugar donde los peregrinos depositan sus exvotos y desde el que se pueden contemplar y rezar al Cristo sin molestar a los asistentes a la misa.
El exterior, bonito claro, resulta tremendamente sobrio frente a la magnificencia de la nave, inundada de luz y perfecta conjunción de arquitectura, escultura y pintura.

Interior de la Iglesia de Wies.
La combinación de la planta central con la longitudinal es la que da la originalidad al edificio, junto con la combinación de los paramentos blancos con los estucos dorados o en tonos pastel con las magníficas pinturas de techos y altares. Las ventanas, algunas escondidas tras las arcadas o columnatas en el presbiterio presentan formas mixtilíneas muy originales características del estilo de Wessobrunn, creando juegos de luces que invitan al misticismo. Todo es armónico, tanto arquitectura como decoración, sin que ésta resulte cargante (nos gusta el rococó, aunque sea un estilo muy denostado hoy en día); todo tiene un sentido: la parte inferior, en la que arrancan las pilastras/columnas que sostienen la bóveda es más sobria, ya que simbolizan la tierra (para los mortales como nosotros), mientras que en la parte intermedia encontramos las esculturas de los Padres de la Iglesia (Jerónimo, Ambrosio, Gregorio y Agustín), vehículo de comunicación entre ambos mundos; la parte superior, que representa el Cielo, despliega toda la exuberancia decorativa. Alrededor de la bóveda central se abren unos balconcillos que acogía a trompetistas en las ocasiones importantes, sobre todo cuando acudía el abad de Wies (Él comisionó el templo), que también tenía su tribuna especial para asistir a las celebraciones frente al púlpito. El fresco de la bóveda central representa el Retorno de Cristo, la puerta aún cerrada del Paraíso y el trono desde el que tendrá lugar el Juicio Final (estamos advertidos).


Parte superior de la Iglesia de Wies.

Espacio central de la Iglesia de Wies.
En el presbiterio hay gran cantidad de columnas de estuco que imitan el mármol (muy bien, por cierto), balaustradas, esculturas, estucos dorados y muchos más frescos. En el altar mayor encontramos la pintura que representa la Encarnación de Cristo y la hornacina con la escultura que originó esta maravilla del arte. El púlpito y el órgano a los pies son un ejemplo más de la calidad de todos los elementos de este edificio.


Hemos gastado casi media tarjeta de memoria de la cámara, lo reconocemos; hemos estado casi dos horas en la iglesia, lo reconocemos; nos hemos puesto hasta las trancas del estilo rococó, lo reconocemos; hemos sobrepasado la hora del parquímetro, nos hacemos los locos...Nos ha gustado muchísimo, es una visita imprescindible para cualquier persona, ya no amante del arte, sino con un mínimo de sensibilidad. Ya está casi anocheciendo, aunque por estas tierras esa sensación es mucho más duradera que en el sur, y debemos buscar nuestro alojamiento.
Nuestro hotel se encuentra en OBERAMMERGAU, un pueblo muy bien situado para visitar los lugares que queríamos y del que hablaremos más adelante. Nos alojamos en la Dedlerhaus, una pensión justo enfrente de la parroquia principal del pueblo (75 euros/noche, desayuno incluido). Se trata de una casa de 1745 con la característica decoración pictórica en la fachada típica de la zona; en este caso un gran fresco con Jesús, San Juan y el cordero, además de molduras que imitan rocallas. También es una tienda de recuerdos (caros) y hay que reconocer que por fuera es preciosa. El interior está totalmente reformado y adaptado a estos tiempos; no tiene ascensor y huele un poco a rancio, pero las habitaciones son amplias y están limpias. Se diría que es acogedora. Tras aparcar el coche en un callejón de dos metros de ancho (ese es parte del parking privado que ofrece la pensión), sale en nuestra búsqueda el dueño, un señor verdaderamente particular y nos preguntamos si es Chanquete, que no ha muerto y ha aprendido alemán; nos busca descalzo, aunque llueve a cántaros. Nos da las llaves sin más, no nos pregunta ni el nombre y su mujer nos enseña la habitación con cara de mosqueo porque le hemos interrumpido el panel final de La Ruleta de la Fortuna alemana. ¡Por fin a cubierto! Nos cambiamos de ropa y decidimos dar una vuelta para poder cenar algo.

Dedlerhaus, Oberammergau.
El matrimonio encargado del hotel sigue con mucha atención y a doscientos decibelios un programa de televisión parecido a La voz en la que un grupo punk hace que todo el jurado se dé la vuelta (sí, miramos de reojillo). Un grupo de alemanes se da un festín con todo tipo de embutidos y cervezas en la zona común (¡qué envidia!), pero no hacen intención de ofrecernos nada, aunque ponemos ojitos...En la maleta nos quedan unas ensaladas de pasta de lata y una carterilla de jamón, así que ya tenemos cena. Entre el equipamiento de la habitación, además de un hervidor de agua con el que nos hacemos un café, encontramos algo tan imprescindible como una revista con la programación de la televisión (como el Teleprograma de aquí), muy buen detalle que no tendría ningún hotel Hilton. Ponemos a secar otra vez la ropa y nos quedamos con las ganas de saber si el grupo punk se clasifica para la gran final alemana porque nuestra tele no funciona bien. Estamos un poquillo cansados, así que nos vamos a retirar (como diría Rajoy), ducha y a la cama equipada igual para cualquier estación: un nórdico de un palmo de gordo o nada. Vemos el macizo alpino del Ammergau en la penumbra y escuchamos llover (sí, también nos ponemos romanticones) y con la rasquilla que hace nos tiramos al monte y nos tapamos con el nórdico. Hasta mañana.