Día 2: Hohenschwangau, Neuschwanstein, Rottenbuch, Ettal y Linderhof. ✏️ Diarios de Viajes de Alemania

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Amanece en Oberammergau y las montañas del macizo del Ammergau, que parece que se van a derrumbar sobre el pueblo, están cubiertas de nubes, es precioso y, por no variar, sigue lloviendo. Tendremos que asistir a la terapia de Linda Papadopoulos para superarlo (los que hayan visto el programa Mi secreto al desnudo lo entenderán). Son las 6:30 y habremos perdido unos dos kilos con el nórdico (sólo líquidos, claro). Hoy es un día grande, vamos a perseguir a Luis II, hemos leído mucho sobre él y somos ya fans incondicionales. Bajamos a la sala de desayunos, que está decorada como una cabaña alpina, con su mobiliario de madera con corazoncitos y todo, una estufa de cerámica preciosa, santos y muchos animales disecados. Bromeamos pensando que un conejo con cara de mala leche tiene una cámara de videovigilancia dentro. El señor del hotel, todavía descalzo, nos prepara el café y disponemos del buffet para nosotros. Tenemos hambre y lo debe notar, porque nos mira con recelo. Hay un poco de todo y está bien, no somos muy exquisitos. El doble de Chanquete se asoma por la ventana repetidas veces mientras tiende la ropa para ver cuánto del buffet hemos devorado. No es poco. Su señora se habrá quedado en la cama jugando al Candycrush porque la musiquilla se oye hasta aquí.
Nos ponemos en marcha hacia SCHWANGAU, donde se encuentran dos de los castillos relacionados con Luis II. Estamos hasta nerviosos. El camino es precioso, idílico, con las montañas de fondo, lagos, abetos, vamos, digno de cualquier paisaje de puzzle. Nos separa una media hora y las carreteras son buenas; además, ha dejado de llover. En el camino, casi llegando a los castillos, nos topamos con la preciosa Iglesia de San Colomán.



El sitio no puede ser más ideal: montañas de fondo, praderas verdes, iglesia pintoresca y, sobre todo, el castillo de Neuschwastein de fondo. Decidimos dar un paseo por las praderas rodeando la iglesia y sacar unas fotos. Dan ganas de revolcarse por la hierba; no lo hagáis, acabamos con las zapatillas perdidas de boñigas de las vacas vecinas; intentamos limpiarnos un poco, pero las manchas y el olor es persistente. Vaya carta de presentación que llevamos para todo el día...


Se trata de una iglesia de 1714 en el típico estilo de la Escuela de Wessobrunn, una iglesia de Wies en pequeñito, con su preciosa torre bulbosa. San Colomán era un religioso de origen irlandés o escocés que en el siglo XI, al pasar por Austria, fue acusado de espía; como no hablaba alemán, no se pudo defender y fue ahorcado. En el bastidor de la horca florecieron ramas y hojas (para eso era santo) y sus reliquias se llevaron a la Abadía de Melk (Austria), siendo muy venerado en Europa Central. Se le venera como protector frente a las enfermedades de los animales, algo lógico en esta zona rural.

Avanzamos unos cientos de metros por la carretera, pero tenemos que parar de nuevo. Las vistas del castillo de Neuschwastein son cada vez mejores y no podemos resistirnos a hacer más fotos. Nos ponemos tan pesados diciendo ¡Qué bonito! que decidimos penalizar la frase aportando un euro al bote común. Utilizamos algunos sinónimos, pero se nos vuelve a escapar (ya casi tenemos para la comida) y es que es tan bonito...


Por fin llegamos a HOHENSCHWANGAU y, como nos temíamos, es un lugar muy turístico, se nota en el ir y venir de autobuses de excursiones organizadas, el tráfico, los hoteles y restaurantes por todos sitios. No os molestéis en buscar un aparcamiento gratuito, no existen. Es un pueblo pequeño y los únicos lugares en los que se permite aparcar son las parkings de pago. Hay cuatro, todos cercanos al Centro de Visitantes donde se compran o recogen las entradas a los castillos. (6 euros para todo el día).
El Centro de Visitantes está como la calle Sierpes en Jueves Santo. Es el único lugar donde se pueden comprar las entradas para los castillos de Hohenswchwangau y Neuschwastein, además del Museo de los Reyes Bávaros. No se compran en los castillos, allí no hay taquilla, se deben comprar antes de subir y te citan a una hora a la que tienes que presentarte en la entrada. Si llegas tarde, mala suerte. Es muy recomendable reservar la entrada a través de internet, ya que las colas para comprar las entradas para el mismo día son muy largas y no te garantizan que puedas hacer la visita ese mismo día; además, te puede tocar a una hora muy inconveniente. Si las reservas por internet te cobran un pequeño suplemento (1,80 euros por persona y castillo) y se pagan en el momento en que las recoges, garantizándote que vas a hacer la visita a la hora que quieres. En la cola de recogida de entradas reservadas había sólo tres personas. Antes de pagar compramos la Tarjeta de la Administración de los Palacios de Baviera (DieJahreskartenund Mehr tagestickets der Bayerischen Schlösserverwaltung en alemán) para 14 días que por 24 euros/persona o 44 euros/pareja te permite visitar más de 40 monumentos de Baviera (Neuschwastein, Linderhof, Herrenchiensee entre otros), lo que resulta muy rentable teniendo en cuenta que la entrada a cada uno de los castillos cuesta 12 euros. Así, pagamos la tarjeta y con ella también la entrada, por lo que sólo tuvimos que abonar 1,80 por persona por la reserva. Ya habíamos decidido no visitar el interior del castillo de Hohenswangau, así que nos entregan las entradas para la visita de Neuschwastein a las 11:20. Las entradas se deben recoger, como mínimo, una hora antes de la visita, ya que la subida al castillo lleva un ratito. Son las 9 de la mañana, así que tenemos todavía mucho tiempo.
Decidimos dar una vuelta por el pequeño pueblo, cuidado hasta el más mínimo detalle, todo es tan perfecto que parece que no pasan miles de turistas al cabo del día; se podrían comer natillas en el suelo tan tranquilamente. Se nota que es una zona cara, todos los hoteles son preciosos, los restaurantes muy puestos, tiendas de artesanía con precios para jeques árabes, joyerías (no sé a quién se le ocurre venir aquí para comprar joyas)...Se nota que fue un lugar de veraneo para la nobleza y alta burguesía, atraídas por la presencia de la familia real bávara. No eran ni un pelo de tontos, el lugar es una maravilla: fresco, limpio, tranquilo, ideal para disfrutar de la naturaleza y con su lago y todo.


Antes de continuar me gustaría contar algunas cosas sobre la fascinante vida y personalidad de Luis II de Baviera, promotor de muchos de los edificios bávaros más admirados hoy en día, gran fuente de ingresos de la zona. Renunciamos rotudamente a llamarlo El rey loco, denominación injusta con la que suele ser conocido. Nunca demostró tal cosa, sino ser una personal especial, quizá fuera de su tiempo y un tremendo soñador e incomprendido.


Nació en 1845 en el castillo de Nymphenburg, cercano a Múnich, ciudad por la que no sintió ninguna simpatía, ya que era el centro de las intrigas del poder que tanto le molestaban y le hacían desconfiar de la naturaleza humana. Hijo del rey Maximiliano II y de María de Prusia tuvo una infancia muy particular en la que se entremezclaban los duros entrenamientos físicos, el severo control de sus preceptores y unos padres que le consintieron todos los caprichos, lo que le convirtió desde temprana edad en una persona excéntrica y soñadora; hay que sumar la presencia de su hermano Otto, a la postre su sucesor, aunque incapacitado porque tenía verdaderamente una enfermedad mental. Las leyendas que una institutriz francesa le contaba de pequeño sobre el maravilloso palacio en Versalles, hicieron que el heredero al trono de Baviera ambicionase construir palacios similares en los espectaculares parajes alpinos que le rodeaban. Por otra parte, recibió una refinada formación artística, lo que le convirtió en un ser sensible.
Su infancia tuvo momentos especialmente felices en el lago Stanberg y el castillo de Hohenschwangau, donde veraneaba con su familia y desarrolló su amor por la naturaleza y su admiración por las leyendas medievales germánicas que decoraban dicho castillo. En su adolescencia forjó una especial amistad con Maximilian Lamoral de Thurn y Taxis, miembro de una de las familias más ricas de Baviera. Los dos jóvenes cabalgaban juntos, leían poesía en voz alta y representaban escenas de las óperas románticas de Richard Wagner. Fue el primer gran amor de Luis, que se vio truncado cuando Maximilan empezó a mostrar interés por las mujeres. El descubrimiento de su homosexualidad junto con una profunda moral católica crearon un cóctel letal que le atormentaría durante toda su vida. Paralelamente, el príncipe había iniciado una amistad con su prima, Isabel de Baviera, más conocida como Sissi. Ambos amaban la naturaleza y la poesía, y en su mundo privado se llamaban «Águila» (Luis) y «Cisne» (Isabel). Tenía una relación de amor platónico, aunque se haya especulado que hubiera algo más; ambos eran dos espíritus libres, rebeldes e inadaptados, se comprendía y pasaban largas temporadas juntos.
La primera vez que el joven príncipe Luis presenció una obra wagneriana fue el 25 de agosto de 1861, cuando se representó ante él Lohengrin[color=olive], y desde entonces mostró siempre un entusiasmo inusitado por la música de Wagner. Posteriormente se convertiría en su mecenas y seguramente a él debemos parte de la gran obra wagneriana. Se dice que se convirtió en su consejero y amigo fiel (era mucho mayor que él), aunque tuvieron que separarse por motivos políticos, hecho que aumentó la frustración de Luis.
La inesperada muerte de Maximiliano II en 1864, convirtió al joven Luís en rey a la temprana edad de 18 años, situación para la que, evidentemente, no estaba preparado. Fue desde el principio un rey querido (aún lo sigue siendo); era alto, guapo, apuesto, educado, sensible, elocuente, aunque tímido, y suscitó la admiración del reino y de todos los que le conocieron. Pronto surgieron dos problemas: la necesidad de engendrar un heredero y su compleja relación con Prusia, que le llevó a ser derrotado en la Guerra de las Siete Semanas, sucumbiendo a la idea de un imperio alemán y con la autonomía de Baviera reducida. Esto chocaba con sus aspiraciones de monarca absoluto (Baviera era una monarquía parlamentaria), basadas más en sus ensoñaciones con reyes medievales y su admiración por Luis XIV que en una verdadera ambición política.
Se comprometió con la princesa Sofía, hermana de Sissi, aunque canceló el enlace pocos días antes del mismo, lo que constituyó un gran escándalo en la época. Fue, al menos, honesto; mantenía una excelente relación de amistad con su prometida, ambos admiraban a Wagner, pero no había ningún deseo amoroso y no quiso hacerla infeliz. Tenía un ideal romántico del amor.
A lo largo de su reinado se conocieron varios enamoramientos del rey con hombres apuestos, incluyendo al principal caballerizo de la casa real, Richard Hornig, la estrella de teatro húngara José Kainz y el cortesano Alfons Weber. En 1869 comenzó a llevar un diario en el que registraba sus pensamientos privados y hablaba de tentativas de suprimir sus deseos sexuales y mantenerse fiel a los dogmas católicos. Todos se aprovecharon de él de alguna u otra manera, lo que le agrió aún más el carácter al ser consciente de que nunca podría lograr el amor reflejado en las historias que tanto le apasionaban.
Pronto surgieron las intrigas palaciegas contra Wagner. Los políticos más reaccionarios lo detestaban por su pasado revolucionario y por ejercer demasiada influencia sobre el monarca. Con el tiempo, toda Baviera estuvo contra Wagner y las personas próximas al rey comenzaron a presionarle en su contra. Luis II tuvo, finalmente, que someterse a la voluntad de su pueblo. Acompañó a Wagner hasta la misma frontera de sus dominios, con lágrimas en los ojos, prometiéndole que sería "suyo hasta la muerte" y que seguiría sufragando todos sus gastos. El proyecto del gran teatro de Múnich para representar las óperas wagnerianas cayó en el olvido. La necesidad de estar junto a Wagner llevó al monarca a plantearse la abdicación, pero había sido educado para ser rey y se sintió incapaz de abandonar sus obligaciones, de modo que, aunque nunca le gustó gobernar, finalmente, no abdicó.
Desilusionado de gobernar en la época en que le había tocado, Luis II se fue retirando cada vez más de la capital constitucional, Múnich, en que debía residir un número mínimo de meses al año, cumpliendo tan sólo el mínimo exigible, y haciendo que sus ministros se dirigieran al castillo de Linderhof, donde residía habitualmente, para firmar las leyes propuestas por éstos. Centró sus intereses en la construcción de los castillos de Neuchwanstein, Linderhof y Herrenchiensee (proyectó otro más cercano a Füssen que no llegó a realizarse), muestra de su amor al arte, la literatura y la música, lugares de retiro en los que huir de todo aquello que le había decepcionado y, a la vez, tarea apasionante que le mantenía vivo. Al contrario de lo que se dijo en su momento, la construcción de los palacios no arruinó las arcas del estado, sino las arcas de su propia fortuna personal y familiar que invirtió completamente en la construcción, teniendo verdaderos problemas económicos al final de su vida.
Entre las múltiples excentricidades que llevaron a sus detractores a calificarlo como loco, destacan los frecuentes paseos nocturnos en trineo sobre la nieve a la luz de los candiles, ya que vivía de noche; se cuenta que se pasaba las noches enteras leyendo y dormía durante el día, así podía huir del contacto personal y de sus obligaciones. Comía solo y detestaba la presencia de sus criados, por lo que en Linderhof y Herrenchiensee construyó un mecanismo que permitía bajar la mesa de su comedor al piso inferior para que fuese preparada y posteriormente subida; celebraba su cumpleaños solo, obligando a los criados a vestirse de gala, invirtió sumas millonarias en castillos en lo que sólo residió unos días. Cuanto más se sentía incomprendido por su entorno, más crecía su introversión.
La familia de Luis y los políticos de Baviera interpretaron que el carácter sensible, artístico y atormentado del monarca era el resultado de una enfermedad mental que le imposibilitaba para las tareas de gobierno. Decidieron sacarlo de su castillo de Neuschwanstein e internarlo en el castillo de Berg para que se sometiese a un tratamiento. Tres días después de ser recluido, el 13 de junio, el rey murió ahogado en el lago Starnberg con sólo 40años, frente al castillo que había sido su prisión. Al parecer, por la tarde, Luis pidió pasear con su psiquiatra Gudden (quien le había diagnosticado una demencia incluso antes de examinarlo). Como pasó el tiempo y no regrasaban decidieron ir en su búsqueda y al final los encontraron ahogados dentro del lago Starnberg. Como el monarca era un gran nadador, la muerte resultó muy extraña. Aunque la versión oficial fue la del suicidio, resulta difícil explicar la muerte de su médico. Se ha afirmado que pudo acabar con la vida de éste y después con la suya. Otra hipótesis sobre su muerte, sería la de su posible asesinato: Luis resultaba un extraño e incómodo gobernante que cuando intervenía en las cuestiones políticas lo hacía para ir en contra de la política oficial o para criticar a la casa imperial. De modo que pudo ser eliminado por los poderes de Baviera o de Alemania.


Realmente su vida fue apasionante,así que su legado artístico-ideológico también debe serlo y estamos deseando conocerlo para comprender aún más a este irrepetible personaje, romántico hasta las trancas en el sentido del siglo XIX. Alguien tan especial sólo pudo dejar para la posteridad obras especiales y ahora que ya somos fans creo que lo disfrutaremos mucho más.

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