El primer día lo dedicamos a visitar Erfurt, la capital del estado de Turingia. Para ello utilizamos el Sachsen Ticket, que te permite moverte en trenes regionales durante todo el día. Tardamos más de dos horas, y tuvimos que hacer transbordo en Weißenfels. Durante el trayecto vimos paisajes bonitos: campos de cereales, viñas, antiguos silos de madera, casitas asomando en la ladera de la montaña,… Era nuestro primer contacto con la Alemania agrícola y nos llamó la atención, ya que en nuestro anterior viaje por tierras alemanas estuvimos en una zona más industrial.
Nada más llegar a la estación, nos abordó un señor, en correcto español, para preguntarnos si teníamos alguna duda y podía ayudar. Diez pasos más adelante, mientras discutíamos si entrar a la oficina de turismo o seguir con el plano que me habían enviado, una chica, igualmente en castellano, nos ofreció ayuda sobre el recorrido turístico mas recomendable que podíamos hacer. Me llevé muy buena sensación de la amabilidad los habitantes de esta ciudad. Pero como en todo hay excepciones, tuvimos un pequeño incidente en el tren de vuelta con una pareja alemana bastante desconsiderada.
Emprendimos el paseo hacia el centro, por la Bahnhof Straße (calle de edificios de casas señoriales y alguna iglesia), hasta la plaza del Anger. Esta plaza es el centro neurálgico de la ciudad, con bonitos edificios (entre ellos el de correos), un centro comercial y una estatua en honor a Lutero, que vivió varios años en Erfurt.
Continuamos por Johannesstraße, admirando algunos edificios muy pintorescos como la casa del bacalao seco y la Torre de San Juan. Esta torre, que hoy día sirve de campanario al Monasterio Agustino, pertenecía a la Iglesia de San Juan, que fue demolida.
El Monasterio Agustino fue nuestro siguiente objetivo, aunque sólo se puede visitar la iglesia (al menos el día que nosotros estuvimos, que era domingo). Las vidrieras muy chulas, y el patio, al que no se podía acceder, estaba ajardinado de forma exuberante, con flores en los balcones, arreates... Erfurt está muy colorido en estas fechas.
Cuando nos apareció el hambre, nos sentamos a comer en Wirtshaus Christoffel, un restaurante ambientado de forma medieval, donde nos tomamos las primeras cervezas “oficiales” del viaje. Pedimos variedad de carne, con su guarnición correspondiente. Los dumplings de patata no me gustaron mucho, tenían una textura un poco extraña, pero el resto estaba muy rico.
Justo enfrente, el Kulturhof Krönbacken, un antiguo almacén de glasto, que hoy en día se dedica a cine y actividades culturales, además de albergar un biergarten. ¡Qué buen concepto el de los biergarten! (jardín de cervezas)
Seguimos nuestro paseo por Erfurt, entre casitas de entramado de madera. ¡Qué bonita es esta ciudad! Llegamos al Fischmark, que está totalmente en obras, y entramos en el Ayuntamiento. No teníamos intención de visitarlo, pero nos asomamos y el señor de la entrada insistió, recalcando que era gratis, así que subimos. Solo le entendimos que subiéramos a la segunda planta, y es que allí había una sala de conferencias muy bonita, con el techo de madera pintada, y las paredes con cuadros representando escenas de la vida de Lutero, al igual que las escaleras. Si está abierto, no dudéis en entrar, se ve rápido y merece la pena.
Desde allí nos fuimos a la Domplatz, para visitar la Catedral de Santa María y la Iglesia de San Severo. La plaza es preciosa, en un lateral, casas antiguas de entramado de madera, y del otro, tras una escalinata multiusos, las majestuosas Iglesia de San Severo y Catedral de Santa María. No pudimos hacer la típica foto de la plaza porque la escalera está acondicionada como escenario de una obra de teatro. Por lo que habíamos leído, en verano esto es lo normal ya que se celebra un festival de teatro allí mismo. Me pareció que tiene que ser un lujazo ver una representación en ese marco. Definitivamente, Erfurt se merece pasar alguna noche allí.
Ambas iglesias son muy bonitas, si bien la de San Severo es más sobria. De la Catedral destacaría el altar y la sillería del coro, y de la iglesia de San Severo su precioso órgano. Y por fuera, el conjunto formado por las dos iglesias es espectacular, la imagen inconfundible de Erfurt.
Desde allí subimos a la Ciudadela de Petersberg, una fortaleza del siglo XVII con unas vistas preciosas de la ciudad.
Finalmente, nos dirigimos a una de las atracciones más fotografiadas de la ciudad, el Krämerbrüke, el Puente de los Mercaderes, que aunque habíamos estado muy cerca, no lo habíamos cruzado. Se trata de un puente con casas habitadas a ambos lados. Es el único de esta característica que se encuentra al norte de los Alpes. De hecho, si no te dicen que es un puente, paseas por él como por una calle estrecha más, llena de tiendecitas y cafeterías. Solo desde los laterales se aprecia que es un puente. En uno de los extremos del puente está la Ägidienkirche. Subimos a la torre (1,50 euros) y las vistas desde allí son realmente espectaculares.
Bajamos para ver el puente desde los laterales y hacerle algunas fotos a las casas, y entramos a tomar algo en un bar con terraza sobre el río para reponernos del calor.
Desde allí tomamos el camino de regreso a la estación, aprovechando el recorrido para ver el Molino Viejo (donde nos vinos a saludar una garza) y la Anger Straße (calle de edificios señoriales, entre los que destaca el Angermuseum).
Cuando preparamos el viaje estuvimos dudando si ir a Erfurt o no, pues en trenes regionales se tarda bastante, pero no nos arrepentimos en absoluto, valió la pena el tiempo en el tren. Es una ciudad preciosa.
Ya de vuelta en Leipzig, sin plano, fuimos a dar una vuelta por el centro, perdiéndonos un poco y buscando un sitio para cenar. Al final nos sentamos en Pepper House, en una agradable terraza cerca de la plaza del Ayuntamiento. Comimos bastante bien, y probamos la Leipziger Gose, la cerveza local, que sabia un poco a limón. En esa terraza empezamos a sufrir los típicos mosquitos de Leipzig…