La excursión prevista para hoy es Grasse. No hay autobús directo, así que tenemos que ir a Cannes en el Nº 200 y allí coger el nº600 hasta Grasse. Entre lo que tarda en cada trayecto y la espera entre uno y otro, nos lleva llegar unas dos horas y media. Bufff.
Grasse está más hacia el interior y hace un calor terrible. Nada más llegar, y antes de ver nada, nos tomamos unas Oranginas. Grasse es la capital mundial del perfume. La industria perfumera lleva desarrollándose y proporcionando riqueza a sus habitantes desde muchos siglos atrás. Aún sin el atractivo de todo lo relacionado con el mundo del perfume, el pueblo de por si es interesante, con un centro histórico compuesto por callejuelas de intrincado trazado medieval. La catedral de Notre Dame du Puy del SxIII merece una visita. Tras su austera fachada, alberga en su interior varias obras maestras de la pintura, de autores tan importantes como Rubens y Fragonard, el más ilustre Grassois nacido en 1732.

También en Grasse es alargada la sombra El Perfume, la soberbia novela de Patrick Suskind. Mientras recorremos calles y plazas, no me puedo quitar de la cabeza algunos pasajes que relatan las correrías del protagonista, Jean-Baptiste Grenoullie por los rincones de la ciudad.
Como colofón a la visita de Grasse, entramos en la fabrica-museo de Fragonard. Aunque esa casa cuenta también con unas instalaciones más amplias y modernas a la entrada del pueblo, preferimos ver esta, que es la fábrica antigua y cuenta también con un pequeño museo de la historia del perfume.
La visita es gratuita y guiada, se hace en grupos de unas 20 personas. Nos toca hacerla en francés, pero la quia se explica muy claramente y no tenemos mayor problema para seguirla. A parte de contarnos los diversos procesos de extracción de las esencias de las flores y la posterior elaboración del perfume, también nos aporta datos muy interesantes sobre la tradición perfumística de Grasse y en particular de la historia de la casa Fragonard. En esta fábrica aún se mantienen muchos de los procedimientos artesanales de siglos atrás. Me quedo con un dato que me dejó asombrada sobre el perfume más delicado y costoso, el de jazmín, se necesita una tonelada de la flor para obtener un litro de esencia.
Con mucho olfato, la visita finaliza en la tienda, donde puedes probar unas cuantas fragancias. Ni que decir tiene que sales tan embelesado que es difícil resistirse a realizar alguna adquisición. Personalmente los precios no me parecieron nada disparatados tratándose de perfume, y ahora tengo un Fragonard en casa.
Emprendemos el mortífero camino de vuelta, el bus nos lleva por otra ruta diferente, más desesperante si cabe, y por este recorrido avistamos alguna de las granjas de flores que rodean la ciudad y que suministran materia prima a las perfumeras.
Cuando por fin llegamos a Antibes es media tarde, y aprovechamos lo que queda para ir a la playa, arañamos hasta el último rayo de sol, pero es que luego el invierno es muy muuuuuy largo.
Por la noche volvemos a Antibesland para divertirnos un rato, repito de nuevo que fue una suerte inesperada tener esta feria a solo un paso del camping. No contábamos con ello y nos dio mucho juego.
Grasse está más hacia el interior y hace un calor terrible. Nada más llegar, y antes de ver nada, nos tomamos unas Oranginas. Grasse es la capital mundial del perfume. La industria perfumera lleva desarrollándose y proporcionando riqueza a sus habitantes desde muchos siglos atrás. Aún sin el atractivo de todo lo relacionado con el mundo del perfume, el pueblo de por si es interesante, con un centro histórico compuesto por callejuelas de intrincado trazado medieval. La catedral de Notre Dame du Puy del SxIII merece una visita. Tras su austera fachada, alberga en su interior varias obras maestras de la pintura, de autores tan importantes como Rubens y Fragonard, el más ilustre Grassois nacido en 1732.
También en Grasse es alargada la sombra El Perfume, la soberbia novela de Patrick Suskind. Mientras recorremos calles y plazas, no me puedo quitar de la cabeza algunos pasajes que relatan las correrías del protagonista, Jean-Baptiste Grenoullie por los rincones de la ciudad.
Como colofón a la visita de Grasse, entramos en la fabrica-museo de Fragonard. Aunque esa casa cuenta también con unas instalaciones más amplias y modernas a la entrada del pueblo, preferimos ver esta, que es la fábrica antigua y cuenta también con un pequeño museo de la historia del perfume.
La visita es gratuita y guiada, se hace en grupos de unas 20 personas. Nos toca hacerla en francés, pero la quia se explica muy claramente y no tenemos mayor problema para seguirla. A parte de contarnos los diversos procesos de extracción de las esencias de las flores y la posterior elaboración del perfume, también nos aporta datos muy interesantes sobre la tradición perfumística de Grasse y en particular de la historia de la casa Fragonard. En esta fábrica aún se mantienen muchos de los procedimientos artesanales de siglos atrás. Me quedo con un dato que me dejó asombrada sobre el perfume más delicado y costoso, el de jazmín, se necesita una tonelada de la flor para obtener un litro de esencia.
Con mucho olfato, la visita finaliza en la tienda, donde puedes probar unas cuantas fragancias. Ni que decir tiene que sales tan embelesado que es difícil resistirse a realizar alguna adquisición. Personalmente los precios no me parecieron nada disparatados tratándose de perfume, y ahora tengo un Fragonard en casa.

Emprendemos el mortífero camino de vuelta, el bus nos lleva por otra ruta diferente, más desesperante si cabe, y por este recorrido avistamos alguna de las granjas de flores que rodean la ciudad y que suministran materia prima a las perfumeras.
Cuando por fin llegamos a Antibes es media tarde, y aprovechamos lo que queda para ir a la playa, arañamos hasta el último rayo de sol, pero es que luego el invierno es muy muuuuuy largo.
Por la noche volvemos a Antibesland para divertirnos un rato, repito de nuevo que fue una suerte inesperada tener esta feria a solo un paso del camping. No contábamos con ello y nos dio mucho juego.
