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El segundo día iba a ser uno de los más movidos de todos, queríamos hacer muchas cosas para adelantar visitas y además, era Nochevieja...
Nos levantamos pronto y desayunamos cerca del Parc Champs du Mars, en Pâtisserie Schmitt. Una cafetería pequeña pero muy cuca y con desayunos abundantes. Se podía desayunar en el hotel pero preferimos gastarnos los 8€ que costaba fuera y tomar un café en condiciones
Cuando terminamos nos dirigimos a Eguisheim. Sin duda Eguisheim es uno de los pueblos más famosos y bonitos de la zona, además con todas las decoraciones de Navidad está todavía aún más reluciente
¡Cómo se lo curran!Al llegar hay un parking que cuesta 2€ pero que merece la pena pagar, te deja a la entrada del pueblo y no tienes que estar dando vueltas para dejar el coche. El recorrido es circular (hay 2: uno por dentro y otro por fuera, nosotros solo fuimos por dentro) y las casas son de película, hay mil rincones que fotografiar.
Uno de los puntos que no debéis perderos es el centro del pueblo: la Plaza de San León, donde os espera una magnífica fuente y la iglesia principal (no dejéis de entrar). Allí mismo nos comimos un par de quiches y probamos por primera vez el vino caliente (2€) que en Navidad sirven en unos vasos decorados que se pueden "coleccionar", eso si, cobran por el vaso (1€) y si no lo devuelves pierdes la fianza. La Eglise Saints Pierre et Paul también debe merecer la pena pero no llegamos a entrar.
Os encontraréis muchísimas tiendas con productos típicos, vino caliente, etc.
Partimos hacia Turckheim porque no nos daba tiempo a llegar al castillo antes de que cerraran así que seguimos intentando optimizar el tiempo
Aquí existen parkings gratuitos a la entrada del pueblo, nosotros lo dejamos en el de Place de la Republique. Tardamos poco más 1h en recorrer el pueblo entre fotos y entrar en la iglesia.
Es un pueblo con mucho encanto, con las calles menos estrechas que Eguisheim y con unas cuantas tiendas y restaurantes.
En la plaza de la iglesia instalan un original calendario de adviento tamaño "gigante" con forma de casas (3) y que va abriendo una ventana cada uno de los días. Cuando llegamos, obviamente, ya estaban todas las ventanas abiertas.
Nos resultaba algo pronto para comer y con el tentempié de las quiches decidimos seguir hacia el Chateau de Haut-Koenigsbourg. La carretera para acceder es algo sinuosa y puede "dar" algo de miedo el ascenso cuando ves que está tan arriba pero es un trazado bien cuidado así que se lleva maravillosamente. También es verdad que subimos sin pizca de nieve o hielo pero no creo que en esas situaciones se suba peor.
En este caso, el parking es gratuito y está en los arcenes de la carretera (veréis unas líneas blancas en el suelo que lo indican). Nuestra recomendación es subir lo más posible porque la cuesta es mucha cuesta
Paramos para hacernos unas fotos en el bosque que rodea al castillo; los altos árboles, las hojas por el suelo... ¡ídilico!Lo primero que hicimos al llegar fue disfrutar de las vistas que ofrece sobre todo el valle
aunque estaba un poco nublado, ¡era impresionante! La verdad es que no tenía todas conmigo cuando decidimos visitar el castillo porque pensaba que a pesar de estar muy conservado por fuera, iba a ser uno más. Nada más lejos de la realidad, los 9€ que cuesta la entrada están muy bien invertidos.
Según entramos parecía que acabábamos de entrar no solo en un cuento de hadas sino en las típicas películas de la edad media de lo bien conservado que está. ¡Le faltaban unos puestos de frutas o similar para que fuera real!
El caso, que recorrimos todo el castillo con su historia de reconstrucción, sus muebles, sus comedores, sus tapices, su cocina, sus cañones... Unos tejados muy llamativos, unas escaleras de caracol que seguro podrían contar mil secretos y unas vidrieras deslumbrantes. Eso sí, cuando llegamos a las torre casi nos volamos, menudo viento soplaba pero... ¡Nos encantó! De verdad, si podéis, no dejéis de incluirlo en vuestra ruta. Está muy habilitado para turistas, cuenta con restaurante y cafetería. Ya nos moríamos de hambre pero había una cola que nos hizo desistir.
Llegamos a Ribeauville, aparcamos (gratis) y nos lanzamos en plancha a la primera tienda con comida que vimos
Comimos una especie de breztles rellenos que nos supieron a gloria. Nos sentamos tranquilamente a comer y recorrimos el pueblo. En este ya empezamos a ver alguna tienda más, mercadillos... había bastante movimiento. Era el primer pueblo en el que nos encontrábamos dos iglesias: católica y protestante, aunque íbamos tan derrotados que no pasamos a verlas. Nos llamó la atención una tienda de comida que estaba suuuperbonita decorada. Aquí ya nos encontramos las puertas de la ciudad en forma de torre (bueno, en Turckheim también).
De vuelta a Colmar solo nos quedaba descansar un poco y prepararnos para despedir el año.
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