Llevaba un mapa y había buscado su ubicación en Google, pero como suele suceder en Marrakech nos hubiera resultado difícil encontrar el riad si no nos hubiera acompañado el chófer a pie hasta la misma puerta, ya que el coche allí no podía llegar. Y para empeorar las cosas había obras en la zona, lo cual obligaba a dar un rodeo. El traqueteo de las maletas rodando por las estrechas callejuelas repletas de gente con indumentaria diferente a la nuestra, motos y bicicletas impresiona un poco al principio, pero ya conocíamos esa inevitable sensación de otros viajes a otros sitios. De pronto, al cruzar un portal interior, nos sorprendió el sonido del silencio: un repentino e inesperado remanso de paz y tranquilidad.
Al fondo del callejón, se encontraba el riad Azcona, dirigido por una vallisoletana de nacimiento y vitoriana de adopción y su hija, que nos recibieron con una sonrisa y nuestro primer té marroquí, haciéndonos sentir cómodos desde el primer momento. El riad es bonito y tiene un patio central al que dan las habitaciones, decoradas con muy buen gusto y con un baño muy amplio. Al ser interiores, en los dormitorios no se escucha ni un ruido, lo que ayuda a descansar perfectamente.
Al fondo del callejón, se encontraba el riad Azcona, dirigido por una vallisoletana de nacimiento y vitoriana de adopción y su hija, que nos recibieron con una sonrisa y nuestro primer té marroquí, haciéndonos sentir cómodos desde el primer momento. El riad es bonito y tiene un patio central al que dan las habitaciones, decoradas con muy buen gusto y con un baño muy amplio. Al ser interiores, en los dormitorios no se escucha ni un ruido, lo que ayuda a descansar perfectamente.
Alrededores del riad e interior.



Aunque en principio y sobre el plano llegar a la Plaza Jemaa el Fna parecía una tarea complicadísima, con las explicaciones y el mapita que nos dieron resultó más fácil de lo previsto, si bien aprender a sortear a las motos es una asignatura que hay que aprobar incluso antes que la de esquivar a los “cazaturistas”. Recorrimos una serie de callejuelas estrechas y bastante tranquilas, en las que me llamaron la atención las puertas de algunas casas.



Encontramos rincones con mucho encanto, incluida una fuente casi escondida.


Salimos a una plaza, en la que torcimos a la derecha, para enfilar una calle estrecha y muy larga, que iba reproduciéndose a sí misma mediante arcos, mucho más concurrida y flanqueada por tiendas y tenderetes de todo tipo, creo recordar que era la rue Riad Zitoun Jdid. La tarea de hacer fotos resultaba algo complicada por la escasa distancia a la que estábamos de la gente, sabiendo, además, lo poco amigos que son allí de aparecer en las instantáneas, sobre todo las mujeres. Fui tomando algunas más o menos disimuladamente, aunque tampoco me gusta molestar a nadie pues creo que hay que respetar los deseos de cada cual.


En un cuarto de hora, estábamos en la Plaza, buscando el Hotel Ali con el fin de obtener nuestros primeros dírhams. Entre unas cosas y otras eran más de las tres y queríamos comer algo. Después de cambiar, nos sentamos en una terraza, en la que aún servían comidas. Pedimos una ensalada, brochetas de ternera y de pollo (con guarnición de arroz y patatas fritas), un postre que no recuerdo, dos coca colas y dos cafés cortados. Nos sorprendió la buena calidad del café. La leche nos la pusieron aparte, en un vasito para los dos. No servían bebidas alcohólicas, ni siquiera cerveza. La comida estaba buena, aunque tampoco nos dieron ganas de tirar cohetes. La cuenta ascendió a 178,00 dh, unos 16 euros.
Y tomando el café, repasamos un poquito de historia como solemos hacer en cada sitio que visitamos mientras contemplábamos el devenir de la gente en una de las plazas más concurridas y singulares del mundo.

Marrakech, es una de las cuatro ciudades imperiales marroquíes, junto con Mequinez, Fez y Rabat. Se la conoce también como la ciudad roja por ser ese tono entre rojizo y ocre el color natural de la tierra local utilizada tradicionalmente para la construcción de sus casas. Fue fundada como plaza militar en 1062 por los almorávides, que constituían la unión más poderosa de los pueblos bereberes y cuya intención era controlar las rutas comerciales que recorrían las caravanas. La muralla data de 1120, a causa de la amenaza que suponían los almohades del sur. Tenía 9 metros de alto, 200 torres, 20 puertas y unos 10 kilómetros de longitud, y cuya estructura se mantiene todavía. Esta prevención no evitó que los almohades expulsaran finalmente a los almorávides en 1147, edificando después una nueva ciudad, con imponentes monumentos que aún se conservan, como la mezquita Koutoubia, la mezquita de la Kasbah y la Puerta Monumental Bab Agnau. En 1269 fueron los benimerines quienes ocuparon Marrakech, que perdió la capitalidad en favor de Fez. En 1549, los sadíes procedentes de Taroudant derrotaron a los benimerines y devolvieron a Marrakech su importancia y la corte, expandiendo sus dominios hasta el Sahara occidental, Malí y Mauritania. Esta época fue de expansión y de esplendor monumental pues se construyeron bellos palacios como el majestuoso Badí, terminado en 1603, y del que, lamentablemente, sólo quedan los muros exteriores pues fue expoliado y casi derruido cuando a mediados del siglo XVIII los alauíes (dinastía que gobierna en la actualidad) expulsaron a los sadíes y trasladaron sus riquezas y la capital a Mequinez.
A lo largo del siglo XIX comenzó el interés europeo por las plazas norte africanas. Marrakech estableció relaciones comerciales con Gran Bretaña, aunque fueron Francia y España los países que al final instauraron su influencia política en Marruecos. El gobierno colonial fue aceptado por el cada vez más débil sultanato mediante la firma del Tratado de Fez en 1912, que ratificó el Protectorado Francés. Pero no por ello se alcanzó la paz y en Marrakech y el sur estallaron motines y revueltas, ante lo cual los franceses llegaron a un pacto con uno de los señores de la guerra del Atlas, Thami el Glaouni, que se instaló en Marrakech y gobernó con mano de hierro hasta 1955. A partir de los años 30 empezó a ganar fuerza el movimiento nacionalista, que tras la Segunda Guerra Mundial contó con el apoyo del entonces sultán, Mohamed V. En 1953, los franceses lo enviaron al exilio, colocando a un gobierno títere. El Glaouni había sido en parte promotor de este exilio y colaboró con el gobierno colonial para sofocar las revueltas que pedían el regreso del sultán. Sin embargo, el empeoramiento del conflicto con Argelia hizo que los franceses suavizasen su postura y permitiesen la vuelta de Mohamed V, a quien el Glaouni tuvo que suplicarle clemencia de rodillas. Aunque supuestamente fue perdonado, un año después murió en extrañas circunstancias que nunca fueron aclaradas. En 1955 Marruecos obtuvo su independencia. El rey actual es nieto de aquel sultán y primer rey, Mohamed V.

Marrakech cuenta actualmente con más de un millón y medio de habitantes y se encuentra dividida en dos zonas perfectamente delimitadas: la ciudad vieja o medina, rodeada por una muralla de bastiones de tierra roja, y la ciudad nueva, que empezaron a edificar los franceses durante la etapa colonial (Ville Nouvelle), donde destacan los barrios de Guéliz e Hivernage. Su arteria principal es la Avenida de Mohamed V, que desemboca en una de las puertas de la ciudad vieja, Bab Knob, que conduce a la Mezquita de la Koutoubia. La Medina, fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1985, si bien los protocolos de conservación de los bienes protegidos están bastante en entredicho.

El guion inicial de los lugares imprescindibles para visitar en Marrakech según todas las guías y recomendaciones es el siguiente:
-La Medina o conglomerado de callejuelas que forman la ciudad vieja amurallada y donde se encuentran los puntos turísticos más importantes: la Plaza de Jemaa el Fna, la Mezquita de la Koutoubia, la Mezquita de Al-Mansur, las Tumbas Sadíes, la puerta monumental de la muralla Bag Agnaou, el Palacio de la Bahía, el Palacio El Badí, la Medersa Ben Yusuf, la Kubba Ba’adyn y, naturalmente, los diferentes zocos.
-Fuera de la Medina: dar una vuelta por el barrio de Guéliz y los amantes de los jardines tienen los de la Menara (cerca del aeropuerto, jardín con árboles frutales, una alberca y un pabellón de tejado verde que se refleja en el agua) y los más sofisticados Jardines Majorelle, creados hace casi un siglo por el pintor francés Jacques Majorelle.
-Fuera de la Medina: dar una vuelta por el barrio de Guéliz y los amantes de los jardines tienen los de la Menara (cerca del aeropuerto, jardín con árboles frutales, una alberca y un pabellón de tejado verde que se refleja en el agua) y los más sofisticados Jardines Majorelle, creados hace casi un siglo por el pintor francés Jacques Majorelle.
Pero vayamos por partes porque las cosas no resultaron como habíamos previsto.
La Plaza Jemaa el Fna es la más representativa de la ciudad vieja de Marrakech. Su nombre se traduce como Asamblea de los Muertos y hace referencia a la época en que se exhibían allí las cabezas de los ajusticiados clavadas en picas. Es enorme, de forma irregular y está pavimentada desde no hace mucho tiempo. Se dice que es una de las plazas más grandes, animadas y caóticas del mundo, que transforma su aspecto completamente con el paso de las horas, tranquilo por la mañana, apenas con los puestos de frutas, donde hacen zumos al momento, para ir animándose por la tarde, con vendedores de toda clase y condición, tenderetes mil, cuentacuentos, encantadores de serpientes, domadores de monos, aguadores con estridentes sombreros, bailarines, tragafuegos, tatuadoras de henna (algunas ataviadas con el nikab que solo deja una rendija para los ojos), intérpretes de cualquier instrumento imaginable, etc. Ya por la noche adquiere su máxima ebullición, con los puestos de comida, la humareda de sus fogones esparciéndose hacia el cielo mientras cae la tarde. Según pudimos comprobar, resulta imposible pasear por la plaza sin que te ofrezcan todo tipo de cosas, intentando convencerte para que compres, mires, toques, comas o bebas por el mejor precio (siempre conforme a sus intereses), obtenido tras un consiguiente y cansino regateo. Si no se desea caer en los tentáculos de estos apremiantes vendedores, lo mejor es no detenerse e ignorarlos completamente. De lo contrario, no te dejan en paz, sobre todo los de los puestos de comida, los encantadores de cobras adormecidas y los de los monos, que te plantan encima para una foto al menor descuido. Me dieron mucha pena los monos, la verdad. Por lo demás, tampoco hay que exagerar ni entrar en pánico, que los vendedores no se comen a nadie. Se les dice “no, gracias” (se queda mejor si se dice en árabe, "la, sukran"), al tiempo que se sigue caminando y asunto liquidado. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a no responder; incluso alguno puede llegar a ponerse farruco y musitar un insulto (no es lo normal ni mucho menos), pero no hay que dejarse intimidar. No van a pasar de ahí, el turista está muy protegido en Marrakech, la ciudad en buena parte vive de sus ingresos y hay muchos policías tanto uniformados como de paisano vigilando. Lo cierto es que no tuvimos sensación de inseguridad.
Claro que como en cualquier otro lugar del mundo con gran número de turistas, hay que mantener las precauciones habituales: no hacer ostentación de dinero en la calle, tener cuidado con la cartera y llevar el bolso bien sujeto, a ser posible cruzado en bandolera. Por lo demás, la forma más sencilla de contemplar el devenir de la plaza es sentarse en alguna de sus terrazas, a ser posible en los pisos superiores, desde donde se contempla todo el tinglado sin recibir pesadas proposiciones y donde también es posible hacer fotos tranquilamente, sin herir la susceptibilidad de nadie. Pero esa experiencia decidimos dejarla para por la noche.

Tras pasear durante un rato por la plaza, la abandonamos por una calle amplia, en cuyo lado izquierdo se encuentran aparcadas las calesas turísticas. No sé cuánto cobran. De frente, aparecía la inequívoca estampa de la Mezquita de la Koutoubia, otra de las atracciones monumentales de la ciudad, que sólo puede verse por fuera ya que no se permite el acceso al interior a los no musulmanes. Las puertas se abren para la oración y como nos coincidió pudimos contemplar desde la calle una parte del interior, con sus arcadas blancas y el suelo cubierto de alfombras. Fue construida en el siglo XII y el arquitecto de su alminar, cuyos cuatro lados presentan decoraciones diferentes, proyectó también la torre de Hassan en Rabat y la Giralda de Sevilla. Al lado de la mezquita se han descubierto los restos de una antigua mezquita almohade, construida en 1147.

A un lado se encuentra la Koubba Lalla Zohra, un mausoleo blanco que contiene los restos de la hija de un esclavo que según dice la leyenda se transforma en paloma cada noche. Muy cerca hay unos bonitos jardines, con palmeras, árboles de hoja caduca y rosales. Las fotos salen muy chulas con la vegetación adornando la esbelta estampa del alminar.

En esta zona existen semáforos, lo cual viene bien para ayudar a esquivar el terrible tráfico de la ciudad, que no mengua sino todo lo contrario fuera de la Medina, aunque las calles son más anchas y hay aceras delimitando, al menos teóricamente, los respectivos reinos de vehículos y peatones.

A lo lejos, divisamos el alminar de la Mezquita de la Kasbah, que está junto a las Tumbas Sadíes, así que decidimos tomarla como referencia para llegar allí. Sorteando el inevitable caos circulatorio, pasamos cerca de un mercado y de una zona de talleres para coches y motos. Al fin, alcanzamos la puerta más bella y monumental de la ciudad, Bab Agnaou, del siglo XII, la única de la muralla realizada en piedra.

En Marrakech a cada paso hay arco o una puerta. Éstos aparecen en torno a Bab Agnaou y Bab Er Rob.


Cuando la cruzamos, nos topamos con una serie de puertas y callejones, que conducen a una animada plaza presidida por la Mezquita de la Kasbah, a cuyo costado derecho se hallan adosadas las Tumbas Sadíes.


Lamentablemente, se cierran a las cinco y ya eran las cinco y cuarto. Así que nos tocaba volver otro día. Aquí un individuo nos intentó camelar, intentando convencernos de que no quería nada, simplemente practicar el castellano, si bien lo que pretendía era llevarnos a una cooperativa de mujeres que trabajaban en no recuerdo qué. Como cebo, empezó a hablarnos de fútbol y como no nos vio muy entusiasmados con el Barça, enseguida pasó a hablar del Real Madrid, equipo del que se declaró seguidor, naturalmente. Para zafarnos de aquella cantinela, se nos ocurrió decirle que éramos del Atleti, lo que le dejó algo desconcertado; así que mientras pertrechaba un nuevo discurso, esta vez sobre los colchoneros, aprovechamos la ocasión para escapamos echando chispas. Y es que al final terminas metiéndote en algún episodio de estos aunque no quieras. Ay, qué pesaditos son. Pero tampoco hay que agobiarse, porque la mayor parte de la gente va y está a lo suyo, sin más.

Como ya no era hora de entrar en ningún monumento de los que nos interesaban, seguimos paseando sin rumbo por la Medina, recorriendo los zocos tranquilamente (bueno, todo lo tranquilamente que se puede ir con los gritos de los vendedores, los ofrecimientos de los falsos guías, y las motos y las bicicletas que te pasan por encima de los pies y la cabeza si te descuidas un momento). Nos fijamos en que muchas de las callejuelas de los zocos están cubiertas con toldos, rejillas, redecillas, cañizo, etc. Agradecimos la sombra porque empezaba a notarse el calor y la chaqueta estorbaba.


Volvimos al riad y tras descansar un ratito salimos de nuevo, investigando por unas callejuelas diferentes, de paredes aún más desconchadas, sin apenas turistas, abarrotadas de marroquíes que iban y venían ocupados en sus asuntos y también trabajando en talleres, principalmente de forja y madera. Nadie nos prestó la menor atención, cada cual se preocupaba de lo suyo y santas pascuas. Cuando quisimos enfilar hacia la plaza, vacilamos con el camino a seguir, estábamos un poco perdidos. Un chaval en bicicleta nos llamó a voz en grito para que le siguiéramos, pero entonces vimos en un arco una flecha que indicaba hacia la plaza Jemaa el Fna, justo en dirección contraria a la que quería dirigirnos el angelito. En fin, cosas de Marrakech…

Llegamos sin mayores contratiempos y fuimos a cenar a uno de los restaurantes recomendados en el foro, Chez Chegrouni. Subimos a la terraza, hicimos unas cuantas fotos y nos sentamos a contemplar el panorama al atardecer.

Pedimos sendas parrilladas de pescado y marisco pues presentíamos que no íbamos a tener muchas oportunidades de tomar pescado en los días venideros. Tampoco servían alcohol. No estuvo mal, aunque la cena no nos convenció del todo, sobre todo los calamares, que estaban tiernos pero insípidos.

Lo mejor, sin duda, las vistas.

Acabamos nuestra primera jornada en Marruecos con otro paseo por la plaza, esquivando a duras penas a los captadores de los puestos de comida, que son los más insistentes de todos con diferencia. Y recuperando la chaqueta porque la noche se había puesto fresquita, deshicimos el camino que nos habíamos aprendido perfectamente hasta el riad, adonde llegamos sobre las once, pues al día siguiente teníamos que madrugar ya que empezábamos nuestro tour por el sur marroquí.
