Abandonamos el Hotel Oceania Quimper, eso sí, después de desayunar como señores. La verdad es que es uno de los mejores desayunos que hemos tenido hasta ahora, con café como Dios manda, en lugar de agua con color, surtido de quesos y embutidos, pastas diversas y Far Breton, otro de los dulces típicos de la región, que se parece mucho a los sobaos pasiegos, pero más consistente.
El desayuno ha estado la mar de entretenido. Esta noche se han alojado unos equipos ciclistas y frente a nuestra mesa había todo un laboratorio: el nutricionista/preparador físico preparando los avituallamientos de los corredores.
Por fin hoy vamos a visitar la ciudad de Quimper, que se encuentra en la confluencia de los ríos Flout, Steir y Odet, de ahí su nombre (Kemper significa la confluencia).
Ya en tiempos de los romanos el comercio tenía una gran importancia. En el siglo XIII, los gremios se instalaron alrededor de la catedral, que estaba en construcción. Los ricos emisarios del rey de Francia confirmaron el auge de la ciudad y construyeron palacetes.
Tras esquivar a una persona que no deja de seguirnos por el aparcamiento y comprobar que, al ser domingo, el aparcamiento es gratuito, nos dirigimos hacia donde se sitúan las torres de la catedral.
La calle Kereon sorprende por la perspectiva de la catedral de Saint-Corentin, pero también por las casas del siglo XVI en saledizo que en ella se encuentran. Una de las casas más bonitas se encuentra en la esquina de la calle de Boucheries (carnicerías). ¡Lástima que el cielo esté tan gris!

La calle Kereon desemboca justo frente a la Catedral. La Cathédrale Saint-Corentin tardó tres siglos en construirse, pero la verdad es que el resultado vale la pena, ya que es uno de los mejores ejemplos del arte gótico. La fachada tiene un solo pórtico, las torres cuadradas están coronadas con dos agujas que se elevan a 76 m. En lo alto, entre las torres, el legendario rey Gradlon, fundador de la ciudad, monta su caballo mágico Morvac´h.


Según cuenta una leyenda, Gradlon reinaba sobre la ciudad de Ys, rica gracias al comercio y las artes. Un dique la protegía de las mareas. Una inmensa puerta de bronce permitía que los barcos entraran y salieran del puerto. La llave que abría esta puerta la llevaba el rey siempre colgada del cuello.
Gradlon tenía una hija, llamada Dahut, que había nacido en alta mar y de la que tuvo que hacerse cargo y educar, porque la reina había fallecido durante el parto.
Dahut solía frecuentar los acantilados en soledad durante el día y pasaba horas allí mirando el horizonte y por la noche iba de fiesta en fiesta. San Gwennole, amigo del rey, estaba convencido de que la joven llevaría a la ruina a Ys.
Un día llegó a la ciudad un extraño caballero, de piel muy pálida y ojos oscuros, que rápidamente conquistó a la princesa. Para que ésta le demostrara su amor, le pidió que le trajera la llave que su padre llevaba colgada del cuello y ella así lo hizo. Cuando se la entregó, abrió la puerta de bronce, dejando que el mar se apoderara de la ciudad. El rey, viendo lo que había pasado, corrió a buscar a su caballo, que tenía la peculiaridad de poder cabalgar sobre las olas. Por el camino encontró a su hija y la subió a la grupa para salvarla. Pero el mar seguía creciendo y el caballo, que llevaba demasiado peso, empezó a hundirse. Entonces el rey escuchó una voz que le gritó que arrojarase al agua a su hija, que le había traicionado. En ese momento Dahut resbaló y cayó al mar. Gradlon llegó a tierra y fundó una nueva ciudad, que llevó el nombre de Quimper.
La ciudad de Ys quedó enterrada bajo las aguas y se dice que las campanas de la iglesia aún se pueden escuchar con el mar en calma.
Y pasamos al interior de la catedral que posee cinco naves. Lo más curioso es que el coro está desviado respecto del eje de la nave principal. Esto se debe a que la construcción del palacio de los obispos se adentraba en el coro, y lo que hicieron fue adaptar la construcción de la catedral. Hoy no podemos ver esa parte del palacio episcopal porque quedó calcinada.

Las vidrieras, de los siglos XV y XIX narran desde los primeros días de la ciudad hasta las “correrías” de los siete santos fundadores de Bretaña, sin olvidar las tradicionales escenas bíblicas.




Cerca de la catedral, en la calle du Guéodet, núm. 4, se encuentra la curiosa Casa de las Cariátides, declarada monumento nacional y que está ocupado por un restaurante.


En la Place de Saint-Corentin, está la estatua de René Laënnec. Este médico, nacido en Quimper en 1781, es conocido por ser inventor del estetoscopio, instrumento que creó porque le daba vergüenza acercar su oído al pecho de las pacientes, que era la forma habitual de auscultación de la época. En esta plaza también se encuentran el ayuntamiento y el Museo de Bellas Artes.

En el otro lado de la plaza se encuentra Art de Cornouaille, donde nos resguardamos de la lluvia el día de nuestra llegada: no hay que perdérsela.

En las proximidades están la plaza au Beurre y la calle Elie-Freron, ambas de gran belleza. Rue Elie Freron es una tranquila calle en la que se encuentra una antigua casa de entramado de madera. La Place Au beurre es una preciosa plaza llena de restaurantes y creperías con mucha animación.

Poco a poco el cielo empieza a abrirse y deja pasar los rayos de sol, cosa que se agradece.
Paseando entre calles con casas de entramado de madera llegamos al Jardín de la Retraite, un pequeño jardín botánico que está protegido por los restos de muralla de la ciudad.
Y bajamos de nuevo hacia la catedral. Con el sol, la calle Kereon se muestra de otra forma.


Tras dar una vuelta por las Halles Saint-Francois, un mercado cubierto que tiene muchos puestos abiertos, a pesar de ser domingo, nuestro siguiente destino es la Plaza Terre aux Ducs (Tierra de los duques) que albergaba el tribunal, la prisión y el mercado. Está rodeada de preciosas casas de entramado de madera y de piedra.

Nos despedimos de Quimper y ponemos rumbo hacia Auray.
Está llegando la hora de comer y, por primera vez, no hacemos caso de las coordenadas que habíamos buscado antes de iniciar el viaje. Gran error: aparcamos en lo que parece el centro de la ciudad, pero ninguno de los restaurantes nos acaba de convencer.
Después de una caminata nos encontramos en el Belvedere, ante una espléndida vista de la zona del puerto conocida como Saint Goustan.

Auray tiene su origen en la Edad Media. Su emplazamiento, en el fondo de una ría, era propicio para la edificación de un puente, un puerto y un castillo, todo ello elementos esenciales para los intercambios comerciales durante la Edad Media, lo que favoreció el nacimiento de una ciudad.
Esta localidad está divida en dos: la parte alta, donde se encuentra el centro propiamente dicho, y la zona del puerto conocida como Saint Goustan, con un conjunto de casas de entramado de madera y que es una maravilla.
El Castillo de Auray, del que hoy en día no queda nada, se menciona por primera vez en 1082. Actualmente su lugar lo ocupa el Belvedere, desde donde se obtienen unas bellas vistas de Saint Goustain. Desde aquí se desciende hasta el Puente Medieval por unas rampas.
El Puente Medieval del siglo XIII es otro de sus emblemas. Su aspecto actual es del siglo XVIII, ya que debido a las fuertes corrientes ha sufrido varias reparaciones importantes. En uno de los extremos está el edificio de arbitrios, donde se cobraba una tasa por la entrada y salida de mercancías.

El puente nos cruza hacia el Puerto de Saint-Goustan, que recibe el nombre del santo patrón de los marineros y pescadores. Auray era un puerto de cabotaje: la descarga de trigo, pescados, cueros, vino, hierro o acero, aseguraron su prosperidad.
Y ya puestos, nos vamos a comer a La Licorne , donde comimos como señores (si no hubiese el típico olor a andouille, habríamos comido como reyes).


El Quai (o muelle) Franklin recibe el nombre del impresor, editor, inventor del pararrayos y diplomático estadounidense Benjamin Franklin. Se dirigía a Nantes para negociar un tratado con Francia para ayudar a los americanos en la Guerra de Independencia. Pero debido al mal tiempo, su buque se acercó a las costas de Morbihan y desembarcó en Auray. Después continuó el viaje por carretera.
Damos un paseo por las calles y disfrutamos de sus rincones, de las casas de entramado de madera que se reúnen en Rue de Petit Port, así como en la plaza.


Ya de regreso al coche, ascendemos por la empinada Rue du Chateau y compramos unos magnetos que nos han gustado.
Nuestro siguiente destino es Carnac. Estamos en la región de Mor-Bihan, que significa “mar pequeño” en bretón. Hay menhires por todas partes que dan fe de que este territorio, cálido gracias a la corriente del golfo, ya estaba habitado en tiempos remotos y es por eso por lo que es conocido como la tierra de los menhires. 3.000 menhires se alinean a lo largo de 1 km.
Las alineaciones más importantes son las Menec, Kerlescan y Kermario. Junto a ellas, se hallan el túmulo de Saint-Michel y el gigante de Manio (Géant du Manio), un menhir de 6,5 m de altura.
La primera parada la hacemos junto al Moulin de Kermaux, un punto de observación, pero volvemos hacia atrás, al primer aparcamiento, desde donde se accede a los menhires más impresionantes de Kermario.

La verdad es que no se conoce la finalidad de estos alineamientos de menhires, aunque está claro que no están ahí porque sí. Una de las teorías indica que eran grandes necrópolis, pero otra considera que se trata de un observatorio astronómico, de esta manera, las hileras de menhires estarían orientadas hacia el sol de forma que se pudiese predecir diferentes etapas en una sociedad casi totalmente agrícola.
Abandonamos Carnac después de un intento infructuoso por visitar el Géant du Manio, un menhir de 6,5 m de altura. El acceso tiene una barrera conforme se están haciendo obras, pero como vemos coches estacionados, hacemos lo mismo. Pero las obras, junto con las lluvias del día anterior, hacen que todo sea un barrizal, totalmente impracticable. En fin, es lo que tiene que estas cosas estén en medio del campo…
Ahora nos dirigimos hacia la Península de Quiberon. Es el momento de ver lo que llaman la Côte Sauvage. La península tiene 14 km de largo y es curioso ver lo diferente que son la costa oeste, en pleno océano y la costa este, en el tranquilo Golfo de Morbihan. También es curioso ver que ambas costas no están separadas más que por el ancho de una carretera.
Así que dejamos el coche en el aparcamiento próximo a Pointe du Percho y empezamos la caminata por los senderos. El paisaje es espectacular, cambiando de color dependiendo de la luz. ¡Lástima que empieza a llover y no podemos llegar a los acantilados recortados!


Es aquí donde nació la Talasoterapia. En el siglo XIX, un médico de Quiberon llamado Dr. Bonnardiere de Arcachon (1869) descubrió los beneficios de la talasoterapia que se basa en el uso de sustancias extraídas del mar como el agua, las algas o el barro para realizar curas parecidas a las que se realizan en los balnearios (sólo que a éstas se une también el clima marino como agente terapéutico).
Y antes de que empiece el diluvio universal que ya anuncian las nubes (y la gente que regresa a toda prisa de donde nosotros pretendíamos llegar), decidimos emprender viaje hacia nuestro próximo destino: Vannes.
Nuestro hotel, el ibis Styles Vannes Gare Centre , donde pasaremos dos noches.
Y tras hacer el check in, es el momento de visitar la ciudad. Hasta que llegamos, hacemos un largo paseo.
Vannes tiene más de 2000 años de historia. La ciudad romana de Darioritum se convirtió en Vannes con los celtas. Con la proximidad del golfo de Morbihan y protegida por sus murallas, la ciudad vivió largos periodos de prosperidad gracias a ser un puerto comercial, al poder religioso y al poder político. Todo ello se refleja en las casas medievales de entramado de madera y palacetes que hay en la ciudad.
Nos decidimos por seguir las murallas por el exterior hasta encontrarnos con el río Marle. Aquí se hallan los lavaderos, construidos entre 1817 y 1821, y restaurados posteriormente en 2006, eran en lugar donde las mujeres de la época acudían a enjuagar la ropa. Entramos en ellos, pero ya verdad es que no son gran cosa.

En las proximidades está el Bastión de la Garenne, del siglo XVII, es el último elemento defensivo añadido al recinto medieval. Su terraza permitía recibir grandes piezas de artillería. Los jardines fueron realizados en los años 50 y sirven ahora de teatro al aire libre para las grandes fiestas de Vannes.

El Castillo de l’Hermine fue la residencia de los duques de Bretaña entre los siglos XIV y XVI. Durante el siglo XVIII, se construyó una mansión en las ruinas de la antigua fortaleza. Actualmente el edificio acoge un hotel, aunque sigue siendo conocido como Castillo de l’Hermine.

Entramos a la ciudad por la Puerta de Saint-Vincent que es la antigua puerta de entrada a la ciudad desde el sur. Se abrió a principios del siglo XVII y desde 1840 está rodeada por edificios formando un hemiciclo que delimita la Plaza Gambetta. Bajo la figura del patrón de la ciudad, San Vicente Ferrer, el escudo con el armiño, símbolo de Bretaña, coronado de tres torres que simbolizan la ciudad fortificada y enmarcado por dos galgos, que recuerdan a los regalados por los bretones al rey de Francia Francisco I, en su visita a la ciudad.
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Al otro lado de la puerta aparece una calle bordeada de edificios del siglo XVII y después se llega a la Place des Lices, la antigua liza, donde se desarrollaban los torneos en la Edad Media. Aquí los palacetes se mezclan con casas medievales de entramado de madera de colores, algunas de la cuales están inclinadas.
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Un poco más adelante está la Place de Valencia, que recibe este nombre en recuerdo del lugar de nacimiento de San Vicente Ferrer. Aquí hay varias casas con vigas de madera coloreada. Y un poco más adelante, en la esquina de la calle Bienheureux Pierre-René Rogue con la calle Noé, nos encontramos con "Vannes y su esposa". Estos personajes aparecen pintados en la fachada de una casa del siglo XVI declarada Monumento Histórico.


Paseamos por otras calles, como Rue des Halles y Rue Saint-Salomon, también con sus viviendas de entramado de madera, lo mismo que la Place Henri IV. A partir del siglo XVII, progresivamente se dejaron de construir estas viviendas de entramado de madera para dar paso a construcciones de piedra.


En la Place Henri IV hay una “sucursal” de la pastelería donde compramos los kouign amann. La verdad es que da gusto mirar el escaparate, pero ya hemos llenado el "cupo" de este pastel.
En la Place Saint-Pierre se encuentra la Catedral de Saint-Pierre, un templo gótico que fue levantado sobre una antigua iglesia románica; de hecho, la torre del campanario es la parte más antigua y data de este periodo. Es hora de misa y no podemos visitar.

En la Place Saint-Pierre, además de la catedral y un gran número de casas de entramado de madera, se encuentra La Cohue. En bretón, la palabra "cohue" era utilizada en la Edad Media para referirse a un lugar de mercado. Y sí, la planta baja de este antiguo mercado cubierto albergaba las tiendas de los mercaderes de la ciudad. En el siglo XVII, con el exilio a Vannes de los parlamentarios bretones, fue sede del Parlamento de Bretaña. Más tarde fue teatro municipal y ahora es la sede del Museo de Bellas Artes.


Y para despedirnos, una vuelta por el barrio de Saint Patern, con sus calles que recuerdan las actividades que se desarrollaban: Rue du Four (Calle del horno), Rue de la Tannerie (Calle de la curtiduría) o la Rue de la Fontaine (Calle de la fuente). Numerosas casas con entramado de madera recuerdan ese pasado medieval.

Entramos en un supermercado y nos hacemos con nuestra cena.