7 de julio de 2019
Van a ser dos semanas de viaje, tengo tendencia a la verborrea escrita y esto no es ni siquiera la etapa cero, si no más bien la etapa doble-cero. ¿Seré capaz de comenzar este nuevo diario sin que el número de párrafos se me vaya de las manos? Lo voy a intentar, pero temo la respuesta.
Está siendo un julio de los que intimidan en Mallorca. Aunque la ola de calor haya abandonado los medios de comunicación hace ya varios días, en la isla los termómetros han continuado agarrándose a los 38, 39, e incluso temperaturas superiores a los 40 grados cuando permanecían al sol. Y por si fuera poco, en las fechas más recientes una humedad que parecía habernos dado una tregua ha reaparecido provocando así el combo perfecto, la joya de la corona, el heraldo que trae consigo un agobio y abatimiento del que es difícil escapar: El Bochorno.
¿Qué tiene que ver esto con un diario de viaje? Pues más de lo que parece. Y es que hoy empiezan las desventuras para huir, durante dos semanas, de ese implacable calor. Volvemos a una zona que se ha erigido como nuestra Tierra Prometida, esa a la que huiríamos cada verano de ser posible... y cuidado, ya que las últimas novedades en nuestra vida profesional podrían allanar el camino para ello. Pero por ahora nos conformaremos con pasar unos días por la zona en condición de turistas: volvemos a Asturias y, ya de paso, nos adentraremos por primera vez en Cantabria. Amenazas de lluvias y temperaturas máximas de 25 grados son conceptos que tal y como están las cosas, nos hacen la boca agua.
Hace dos años visitamos el Principado por primera vez llegando hasta él en avión y alquilando un coche para recorrerlo. Un año después, nos acercamos a Huesca llevando nuestro propio vehículo a la península vía Barcelona. Si metemos las dos experiencias en una coctelera y agitamos fuerte, se podría decir que del vaso saldrá lo que nos proponemos vivir esta vez: transportar nuestro coche hasta Barcelona metido en un barco de Baleària y desde allí conducir durante nueve horas hasta nuestra primera parada en tierras cántabras.
Y así llegamos a esta mañana de domingo, en la que mi Renault Modus sale del garaje a las 8:00 rumbo al puerto comercial del Port d'Alcúdia, al norte de Mallorca. Y en su interior no van dos personas si no una sola: abordando el problema de que L sea propensa a marearse al navegar y que los billetes de barco son más caros que los de una compañía aérea low-cost, solo yo me moveré por mar mientras que ella lo hará por aire esta misma noche, llegando a Barcelona con apenas dos horas de diferencia.
A las 9:00, tras una hora de carretera en compañía del último programa de la temporada de Nadie Sabe Nada, alcanzo la entrada de vehículos del puerto donde tan solo hay otros dos coches esperando. Tras presentar mi tarjeta de embarque y confirmar que está todo en orden solo queda esperar a que den luz verde al embarque. Aunque las instrucciones de la compañía naviera son de personarse 90 minutos antes de la hora de salida para los pasajeros que lleven su vehículo no es hasta las 10:00, a una hora de zarpar, cuando la rampa nos recibe con brazos abiertos. Esta vez soy de los primeros en subir a bordo, dejando para el final a los coches que bajarán del buque en la temprana escala que el navío tendrá en la ciudad menorquina de Ciutadella.

Que empiece el show...
Con el coche ya aparcado en la cubierta 6, subo hasta la cubierta 7 donde me espera la sala de Butacas Sirena. Confirmo lo que venía esperando: el barco está impecable, como nuevo, y es que este Hypatia de Alejandría parece que es uno de los navíos recién estrenados por la compañía. Cada asiento cuenta con dos enchufes USB y uno tradicional así como entrada de auriculares para el entretenimiento a bordo que se proyecta en una televisión en la pared a la que apuntan todas las butacas.

El patio de butacas
Paso los primeros cinco minutos prácticamente solo, sin nadie más que haya subido a esta planta. La sala de butacas está estrategicamente ubicada junto a una cafetería y, echando la vista atrás, la terraza de la cubierta 7. Y en dicha terraza espera una ventanilla -ahora cerrada- con el título de "Barbacoa", un buen puñado de tumbonas de jardín y, lo que más llama la atención, dos bañeras de hidromasaje cuya agua, según puedo comprobar, ahora mismo está fría. Mi bañador se ha quedado en una de las bolsas del abarrotado maletero del coche, así que será la última vez que toque ese agua.

La cafetería junto a las butacas...

... y la terraza tras ellas
A los cinco minutos se termina la tranquilidad, y es que empiezan a entrar en la sala un puñado de adolescentes en lo que a todas luces parece un viaje de fin de curso. Muchos de ellos pasean pulseras y camisetas del "Mallorca Island Festival", una suerte de viaje organizado para cursos que han terminado el bachillerato. Vienen acompañados del alboroto y revuelo hormonal propio de su edad, aunque viendo el lado positivo de las cosas, podría haber sido mucho peor y parecen respetar al resto del pasaje.
Dan las 11:00 y el buque se empieza a mover, dando así comienzo a las largas nueve horas y media que acabarán con nosotros en Barcelona. Con una temperatura exterior que ya supera los 35 grados, no queda más remedio que pasar la mayor parte del viaje refugiado en el aire acondicionado del interior alternando lectura, series, películas o música, según lo que cada cual haya traído para su gozo y disfrute y así no volverse loco durante la travesía. Yo aprovecho las circunstancias para dar el último empujón a un objetivo que me marqué hace ya algo más de tres meses: leer toda la saga literaria de Harry Potter en inglés. Enciendo mi Kindle y sigo leyendo el último tomo, Harry Potter and the Deathly Hallows, con la perspectiva de haberlo terminado cuando salga del barco.

Hasta otra, Alcúdia
Son las 14:00 cuando ya hemos abandonado la escala en Ciutadella, he leído un par de capítulos, he almorzado un hojaldre de tomate y un perrito caliente que compré ayer en Lidl y me he echado una intermitente cabezada patrocinada por las dos pastillas de Biodramina sin cafeína que me he tomado media hora antes de zarpar. Aunque la butaca se esfuerce en ser cómoda no es apta para pasar nueve horas con el trasero encajado en ella, así que empiezo a explorar toda la zona visitable del barco para acabar concluyendo que la cubierta 5 es el lugar en el que quedarse. Se concentran aquí los acogedores sofás, mesas y sillas del restaurante, una pequeña sala de butacas junto a ella y dos terrazas en sendos laterales del barco, ofreciendo muchas mejores vistas que las de una cubierta 7 abarrotada de gente tomando el sol y cuya principal panorámica consiste en coches aparcados y la inmensa chimenea junto a ellos.

Nuestro efímero paso por Ciutadella

Y a partir de aquí, solo el Mediterráneo
A las 18:00 llego al último párrafo de JK Rowling y paso a ser un Potterhead de pleno derecho, dejando para más adelante la misión de maratonear las ocho películas, leer el guión de la obra de teatro y ponerme al día con la nueva saga de Newt Scamander. Con el libro electrónico de nuevo en la mochila, mi enésimo paseo por el barco me lleva a una cubierta 7 en la que ha comenzado un espectáculo de magia que me hace ver la posibilidad de tirarme por la borda con renovada ilusión. Vuelvo al restaurante, mi espacio favorito, para sacar por primera vez de la mochila el portátil y escribir estos primeros párrafos. Para este viaje el objetivo es volver a casa con los textos y fotos del diario de viaje prácticamente terminados, ya que a mi vuelta me esperan unas semanas algo ajetreadas debido a que estaré estrenando un nuevo puesto de trabajo. Son las 18:45 y por mis auriculares bluetooth suena Jamiroquai a todo volumen para amortiguar los llantos de un bebé que, a una mesa de distancia de la mía, empieza a desear salir de esta jaula flotante tanto como yo.

Tantas horas dan para ponerse artístico

El restaurante, ahora vacío
Salgo al exterior esperando seguir viendo agua y más agua, pero para mi sorpresa la costa de Barcelona ya es perfectamente distinguible. Veo la Montaña de Montjuïc tras las grúas del puerto y la silueta del Hotel W tras el efecto borroso del polvo en suspensión de un mes de verano. El barco ya ha reducido la marcha para acercarse lentamente al puerto, pero por mucho que aminore todo parece indicar que llegaremos mucho antes de las 20:30 programadas. Y así es, ya que gracias a que apenas somos 20 coches en el parking más superior y que no hay que desalojar antes el resto de plantas, a las 19:30 ya estoy encendiendo el motor y enfilando la rampa que me devuelve a tierra firme. Según lo acordado con mi hermano, me dirijo a la Estación Marítima para en una parada rápida encontrarlo y que suba con su familia al coche, pero me encuentro unos conos que impiden entrar en el pequeño aparcamiento y, con tal de no dar vueltas por la Plaça de Drassanes sin saber dónde parar, instintivamente enfilo la entrada al parking del World Trade Center.

Barcelona asoma

Carrera sobre el mar
Los 20 minutos que dejo el coche aparcado esperando a encontrarnos me cuestan 1,20€, y a las 20:30 tras dejar el coche en el aparcamiento de mi hermano estamos ya en casa de mis padres esperando a que L llegue en autobús desde el aeropuerto dentro de hora y media. Tiempo de sobra para echar una partida de dominó en familia con la inestimable compañía de dos ventiladores que palían el tremendo bochorno que Barcelona y Mallorca tienen en común estos días.
Son las 23:00 cuando estamos cenando ya con la vista puesta en el inicio del viaje mañana a primera hora. Una ducha, un poco de charla familiar, y a descansar para enfrentarnos con frescura al buen puñado de kilómetros que nos esperan mañana. Tras ellos, la promesa de un clima mucho más soportable.