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La etapa del domingo nos iba a llevar al Mont Saint Michel, uno de esos lugares con encanto, con algo especial. En principio íbamos a parar antes de llegar en Dinan o Vitré, pero nos hacía tanta ilusión ver la isla-abadía que fuimos directamente allí. El GPS, que nos indicó perfectamente durante todo el viaje, nos desvió unos kilómetros antes de llegar por carreteras secundarias, lo cual nos permitió ver los maravillosos pueblos que rodean a la abadía.
Es espectacular ver por primera vez el Mont Saint Michel.
Llegamos temprano, sobre las 11, y no podiamos pasar al hotel hasta la una, así que dejamos las cosas en el coche y dimos un primer paseo por el pueblo y por las murallas. El pueblo está perfectamente conservado, tiene una calle con restaurantes y tiendas, y al final de la calle se accede a la abadía. Para aparcar, si tienes reserva de hotel, en el parking te dan un código que te permite acceder a un tramo reservado de aparcamientos por 4 €, si no tienes reserva hay que pagar 16 € por aparcar.
Fue una pena que no hubiese mareas el día que estuvimos allí, debe ser un fenómeno espectacular, pero no teníamos otra fecha para visitarlo y no lo pudimos ver. En la página www.ot-montsaintmichel.com/ ...res_gb.htm se pueden consultar las fechas y horarios de las mareas.
Las tiendas están repletas de galletas, en cajitas de distintas formas. Se puede recorrer el pueblo por las murallas, con vistas impresionantes de la abadía y de la bahía. Después de comer hicimos la visita a la abadía, tras subir bastantes escaleras y pagar 8.50 por persona llegas a la entrada, donde hay visitas guiadas en distintos idiomas. Construida sobre el siglo VIII o IX, se convirtió en lugar de peregrinaciones hasta la revolución francesa, tras lo cual pasó a ser una cárcel durante casi un siglo, hasta que en 1888 se crea la posada de la Mere Poulard para acoger de nuevo a los peregrinos, y fue en esta época cuando comenzó la fama de sus recetas, entre las que destacan la tortilla y las galletas.
Decidimos cenar en un restaurante junto a la muralla, con una terraza con vistas al mar y a la abadía. Los menús rondaban los 20-25 euros por persona, en general caros, pero merece la pena ver anochecer en un sitio tan privilegiado. Probamos la famosa tortilla, parece ser que el secreto es batir muchísimo los huevos para conseguir el volumen que tienen.
Si durante el día el monte es un hervidero de gente, durante la noche quedan unas pocas personas en los restaurantes y paseando por las calles. Fue muy curioso que, al anochecer, junto a la entrada a la abadía, la gente no hablaba en alto, se susurraban para no perturbar el mágico ambiente que se vivía. Fue una sensación única, al igual que dar un paseo por las zonas más alejadas de la entrada donde ya no queda nadie. Habíamos reservado el hotel dentro del pueblo, el precio fue de 90 euros la noche, lo cual no es caro tratándose de un lugar con tanto encanto.
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