Vila Franca do Campo. Lago do Congro (ruta senderista). Riveira do Caldeiroes. ✏️ Diarios de Viajes de Portugal

Esa noche había sido la última de nuestra estancia en el hotel Vip Executive de Ponta Delgada y nos tomamos el inicio de la jornada con calma. Hacía un día espléndido, con sol y bastante calor. Por la autovía del sur nos dirigimos hacia Vila Franca do Campo (a 25 kilómetros al este de Punta Delgada) con la idea de tomar el barco que iba hasta el atractivo islote que se encuentra apenas a un kilómetro, frente a la costa. Su curioso aspecto se debe a que se trata del cráter de un antiguo volcán sumergido, cuyas laderas están cubiertas de vegetación y en cuyo centro hay una piscina natural de forma circular que se comunica con el mar por un estrecho pasaje. Está catalogado como reserva natural y solo se puede acceder en un barco que únicamente presta servicio en los meses de verano.

Aparcamos cerca del puerto y nada más vislumbrar el muelle desde donde parte el barco, comprendimos que la tarea no iba a ser tan sencilla como habíamos pensado. Sobre las once y media había una cola enorme para acceder a la embarcación, que iba y venía llevando gente (unas veinte personas por viaje, calculo), a intervalos de media hora aproximadamente. A ese ritmo, tardaríamos algo así como dos horas en tener turno. De modo que, sin informarnos previamente en la taquilla (muy mal hecho por nuestra parte), se nos ocurrió que a la hora del almuerzo bajaría mucho la afluencia de gente, ya que la mayoría iban en plan de darse un baño. Mientras tanto, podíamos aprovechar para hacer una ruta senderista cuyo inicio no pillaba muy lejos y cuya duración era idónea para nuestros planes.

Desde la autovía EN1-1A, pasando Vila Franca do Campo y Ribeira Seca, hay que tomar la carretera EN4-2A , que como ocurre en cuanto atraviesas la isla de norte a sur o de sur a norte empieza a ascender rápidamente por las empinadas laderas centrales hasta que toca cumbre y luego, desde allí, baja otra vez a la costa. Como no puede ser de otra forma, los parajes que nos encontramos en un día luminoso y despejado como aquel eran espléndidos.

Durante el trayecto por esta carretera hay que ir atentos al cartel indicador que señala el desvío para la Lagoa do Congro. Lo mejor es llevar un track descargado en el teléfono para ver el lugar exacto donde se inicia la ruta, donde hay un aparcamiento para varios coches. Cuidado con meterse en algunas de las fincas privadas de los alrededores.

Como se puede en la captura tomada de Google Maps, el sitio es de lo más curioso y a vista de pájaro se aprecia perfectamente la laguna aposentada en el fondo del cráter y la exuberante vegetación que la rodea, en contraste con los campos verdes y de labor de alrededor, en los que también pastan las sempiternas vacas azoreñas.

Después de caminar unos quinientos metros, la pista abierta a los campos adyacentes primero y flanqueda por altos árboles se adentra en un tupido bosque, convirtiéndose en un sendero, que desciende continuamente. A ambos lados, no faltaban los típicos helechos gigantes que parecían querer engullirnos con sus enormes hojas.

La ruta es sencilla, aunque puede haber barro si ha llovido y también hay obstáculos en el camino, en forma de troncos de árboles caídos, raíces, ramas y piedras; nada problemático si se va con un poco de cuidado.

El camino es corto (un kilómetro y medio o dos, calculo), pero muy entretenido porque el bosque es bonito. En unos veinte minutos alcanzamos la laguna, de color muy verde. Al parecer, esta laguna tiene un origen diferente a otras de la isla, ya que se trata de un cráter volcánico provocado por la explosión de agua subterránea al entrar en contacto con lava caliente; y, posteriormente, el cráter se llena de agua.

El panorama resulta tranquilo y bucólico. Vi un camino adentrarse en la hojarasca, como si fuese paralelo a la orilla y lo seguí, pero no llegué muy lejos. Al cabo de unas decenas de metros, junto al agua, se perdía todo rastro de un sendero que avanzase más allá. De todas formas, se consigue una atractiva foto verde, muy verde, como la propia laguna.

Se trata de una excursión corta, fácil y bonita, sobre todo si hace buen tiempo. Si está lloviendo y hay niebla, no la recomiendo porque, muy posiblemente, será cuestión de llenarse de barro para apreciar poco o nada.

Contentos con lo que habíamos visto, dimos la vuelta y regresamos al coche. Era casi la hora de comer y volvimos a Vila Franca do Campo.

Aparcamos en un hueco libre cerca del puerto y fuimos caminando hasta un restaurante que habíamos visto al llegar. Entonces, nos dimos cuenta de que la cola del barco que va al islote había desaparecido: ¡qué bien! Tan contentos, nos acercamos a la taquilla para informarnos de los horarios de salida a partir de entonces y nuestro gozo en un pozo: ya se había completado el cupo diario de personas que podían ir a la isla y no habría más barcos hacia allí, solamente los que traían de vuelta a la gente que había conseguido llegar. ¡Qué faena! Si lo hubiésemos sabido, habríamos ido a primera hora. En fin, tendríamos que haber indagado previamente. Nos propusimos volver otro día, pero solamente nos quedaban dos más en Sao Miguel y ya no pudo ser. Una lástima, me hubiera gustado visitar el islote y pasear un rato por él.

Lo qué sí hicimos fue comer en el restaurante, con unas vistas espléndidas. Nos pusieron unos buenos pescados, pero fueron horriblemente lentos en el servicio y a la hora de cobrar, así que no lo voy a recomendar.

Aunque hacía bastante calor, fuimos a dar una vuelta por Vila Franca do Campo, antigua capital de la isla que perdió su estatus frente a Ponta Delgada, sobre todo una vez que fue destruida casi completamente en 1522 por un terremoto. Aquí se libró también una importante batalla naval en 1582, tras la cual Felipe II pasaría a convertirse en rey de Portugal. Actualmente es una próspera localidad de once mil habitantes y un pequeño puerto pesquero, que basa su economía en la ganadería, la pesca, la agricultura y la producción de piñas.

En cuanto a lo que hay que ver, aparte del islote, cuenta con un pequeño núcleo de calles con el típico pavimento portugués y un par de iglesias interesantes, en especial la de San Miguel, que fue destruida por el terremoto de 1522 y reconstruida después siguiendo el modelo de la original del siglo XV, la de San Pedro, del siglo XVIII, y la de San Andrés (siglos XVI y XVII). Los interiores cuentan con paneles de madera tallada y paredes decoradas con azulejos.

A la Capilla de Nuestra Señora de la Paz fuimos después con el coche, ya que está a unos tres kilómetros, cruzando la carretera principal. Además de su llamativa construcción, con la típica escalinata doble portuguesa adornada de azulejos que conduce a la ermita, su ubicación en lo alto de una colina la convierte en un mirador excepcional sobre Vila Franca, el campo adyacente y el mar, con su islote presidiéndolo todo. Naturalmente, no falta un componente espectacular de flores y si el día está despejado (como fue nuestro caso), las vistas son espléndidas. Vele la pena llegar allí, dejar el coche en el aparcamiento y subir las escaleras, aunque si no apetece subir, el panorama desde donde se dejan los coches tampoco desmerece ni mucho menos.

Volvimos a tomar la carretera EN4-2A, por la que habíamos ido por la mañana al comienzo de la ruta de la Lagoa do Congro, si bien esta vez seguimos adelante hasta que termina en la EN1-1A, la carretera rápida del norte de la isla; en cualquier caso cuanto más al este, menos circulación de vehículos apreciamos. Casi frente a la población de Achada hay que tomar, a la derecha, una carretera que conduce al parque de la Ribeira dos Caldeiroes, un conjunto natural modelado por la mano del hombre con cascadas, pasarelas y molinos de agua. Muy bonito, realmente, aunque el sol daba de frente a la cascada principal y era algo molesto para sacar fotos.

Sobre todo, llama la atención la gran cascada que cae muy cerca de la carretera y que, sin embargo, pudimos contemplar menos caudalosa que las fotos tomadas en invierno o en primavera. En cualquier caso, mereció la pena, detenernos, dejar el coche en el parking y dedicarle un buen ratito.
Frente a la cascada había un buen grupo de personas sacando fotos, pero sabíamos que por la derecha sale un pequeño sendero que en menos de diez minutos conduce a otras cascadas, más metidas en entre la vegetación y a las que apenas va nadie.

Para el final, dejamos la ruta del parque en sí, con un molino de agua, levadas, un pequeño lago y una bonita cascada. En esta zona hay un bar y creo que un restaurante. También un merendero de los que llaman la atención, con comedor cubierto, cocina y fregadero. Menudo lujo.

También miradores para contemplar todo el conjunto y sacar una bonita foto. Por lo demás, un paseo muy agradable en medio de una preciosa zona natural.

Desde Ribeira dos Caldeiroes a Nordete apenas hay 15 kilómetros, que se hacen en poco más de diez minutos, mientras que Ponta Delgada está a 58 kilómetros, unos 50 minutos por la ruta más corta, que es la carretera EN1-1A. Como ya he mencionado, al principio había reservado las seis noches de alojamiento en la capital, pero al final decidí estar las dos últimas en Nordeste, para aprovechar mejor el tiempo en la zona este de la isla. El hotel escogido (no había demasiadas opciones) fue el Lince Nordeste Country and Nature, un cuatro estrellas bastante nuevo, que tiene una ubicación muy buena, frente al pueblo (a cinco minutos caminando) y con unas vistas estupendas. Mención aparte merece su restaurante, donde cenamos de maravilla las dos noches que nos alojamos allí. En especial, recuerdo las sopas y la carne de res. Un poquito lento el servicio, pero se perdonaba por la calidad de los productos, aunque no le hice un buen reportaje fotográfico, la verdad, .

Y otra cosa que recuerdo son los atardeceres mágicos desde ese comedor. Una maravilla.