ITINERARIO DE LA JORNADA.
PONTA DELGADA. RIBEIRA GRANDE. MIRADORES DO CASTELO, DO PALHEIRO Y PONTA DO CINTRAO. SAO ANTONIO. MIRADORES DO SAO ANTONIO, DO NAVIO, PEDRAS NEGRAS. MIRADOR DO CARVAO. RUTA SENDERISTA DE SERRA DAVASSA. PONTA DELGADA.
Perfil en Google Maps de la ruta del día: 77 kilómetros y algo menos de dos horas en el coche.
De nuevo se cumplieron las previsiones meteorológicas y la mañana amaneció muy nublada, con amenaza de lluvia. Antes de decidir qué hacer, fuimos a desayunar, pero cambiamos de sitio respecto al día anterior. Al lado del hotel hay un centro comercial con bar y restaurante, así que fuimos a probar. Y no nos decepcionó, hasta el punto de que desayunamos allí los tres días siguientes. Había mucho para elegir (bocatas, bollos, empanadillas dulces y saladas...) y a buen precio. Además, te lo servían en la barra, lo pagabas y te lo llevabas a una mesa en la terraza. Todo muy rápido y cómodo, lo cual se agradece mucho en vacaciones.
Como el tiempo no estaba muy allá, pensamos aprovechar para visitar Ponta Delgada, pero cambiamos nuestra idea inicial de ir al centro a pie, ya que luego tendríamos que volver también caminando y perderíamos casi una hora; así que decidimos llevar el coche hasta el puerto y aparcar por allí, aunque tuviésemos que pagar algo. Nada más acercarnos nos dimos cuenta de que nuestra pretensión era una quimera: se estaba celebrando un desfile con carrozas y otros artilugios por el casco antiguo y entre los cortes de tráfico y la gran afluencia de gente nos resultó imposible acercarnos para hacer un poco de turisteo tranquilo. No somos muy aficionados a este tipo de festejos, la verdad es que, salvo en casos muy contados, solemos huir de ellos, así que variamos sobre la marcha nuestros planes y buscamos la autovía para dirigirnos a Ribeira Grande.
RIBEIRA GRANDE Y ENTORNO.
Ribeira Grande se encuentra en la parte central del norte de la isla. El día anterior habíamos pasado por allí sin detenernos. Apenas tardamos veinte minutos en llegar desde Ponta Delgada. Hay un gran aparcamiento a la salida de la población, pero tuvimos suerte y encontramos un hueco para dejar el coche en el mismo centro.
Pese a lo negro que estaba el cielo, Ribeira Grande nos gustó nada más dar los primeros pasos por sus calles. Nos pareció un lugar con mucho encanto, aunque carezca de monumentos importantes, que realmente tampoco abundan en la isla de Sao Miguel. Pudimos contemplar las fachadas de colores de sus casas y el blanco y negro de la arquitectura tradicional de las iglesias, como la de de Nuestra Señora de la Estrella y la Iglesia del Espíritu Santo; y también el Ayuntamiento del siglo XVI, que se puede atravesar por un arco.
Había fiestas y se estaban instalando numerosas casetas para la venta de todo tipo de productos, sobre todo alimenticios, y bancos y mesas para comer en la plaza, que lucía un aspecto un tanto diferente al que debe presentar en su pose habitual, aunque no le faltaba su aquel, engalanada con banderines.
El puente nos dejó una bonita vista del arroyo que atrajo a colonos franceses, dando origen a una importante industria textil. Asimismo, su cuidadísimo Jardín Municipal nos pareció un lugar muy agradable para dar un paseo y tomar algunas fotos. Recordar también que Ribeira Grande puede visitarse fácilmente el mismo día que la Lagoa do Fogo y Caldeira Velha.
Después nos acercamos a la orilla del mar para ver algunos de los miradores más atractivos de la zona. Por ejemplo, el Miradouro do Castelo y el Miradouro do Palheiro.
Cogimos el coche para recorrer los casi cinco kilómetros que nos separaban del más espectacular: el Miradouro do Cintrao, que ofrece una vistas magníficas de los cercanos acantilados y la un poco más lejana costa occidental. Como en muchos de los miradores, aquí también vimos la correspondiente mesa de piedra para pic-nic, con su banco y su techo para no mojarse durante la merendola si llueve, algo muy corriente en estas islas. Pero esto no era nada en comparación con los servicios con que cuentan otros miradores, que llegan a un grado de sofisticación inimaginable aquí. Ya lo contaré.
Mientras contemplábamos la línea costera occidental, nos dimos cuenta con sorpresa de que allí estaba casi despejado mientras que en Ribeira Grande continuaba muy nublado. La decisión era obvia: “Cambio de planes: vamos para allá”.
SANTO ANTONIO, CAPELAS Y ENTORNO.
Dicho y hecho. De paso, decidimos almorzar en el restaurante 4 Plátanos de Santo Antonio, donde habíamos cenado muy bien la noche de nuestra llegada. Además, nos pillaba de paso para lo que queríamos hacer por la tarde. Tenemos muy aprendido que cuando vamos al extranjero si almorzamos temprano todos son ventajas. Y en Azores no fue diferente. Entre la una y la una y media, la mejor hora. Tomamos un estupendo arroz caldoso, vislumbrando de nuevo, aunque con una luz diferente, las magníficas vistas que ofrece este restaurante. Como se puede apreciar, el tiempo por esta zona era magnífico.
Después de comer fuimos a ver unos cuantos miradores cercanos, con panorámicas excelentes entre Capelas y Santo Antonio, tres kilómetros escasos, pero qué tres kilómetros.
El Miradouro de Santo Antonio, está en la misma carretera EN1A, y presenta un amplio balcón abierto al océano, con el pueblo de Santo Antonio, con su bonita iglesia, aposentado en una pequeña loma que domina el mar.
Miradouro de la Mare de Deus, más metido en el casco urbano de Santo Antonio. Presenta una vista estupenda de este pueblo con su pintoresca iglesia en primer plano. Unos azulejos en el propio mirador nos muestran las diferencias de Santo Antonio entre 1890 y 1958, que podemos comparar con su vista actual.
Después nos acercamos al puerto de Capelas, donde hay varios miradores seguidos muy interesantes, algunos de los cuales se pueden recorrer incluso a pie, dando un paseito: Miradouro da Vigia y el Miradouro do Navio, con su barca desde donde contemplar el horizonte
El Miradouro das Capelas y el Miradouro das Pedras Negras permiten apreciar la costa de roca volcánica y la llamada “Trompa de Elefante”, una curiosidad geológica que recuerda la forma a que se refiere su nombre. Muy recomendables estos cuatro miradores.
Una vez terminada la sesión de sobremesa de “miradouros” y viendo que el tiempo mejoraba por momentos, sobre todo en la punta noroccidental de la isla, decidimos aprovechar para hacer una ruta de senderismo que nos apetecía mucho, para lo cual nos dirigimos al aparcamiento de la Lagoa do Canario, donde habíamos estado la tarde de nuestra llegada a Sao Miguel. Así que tomamos la M501 para cubrir los doce kilómetros que nos separaban de allí, que se nos hicieron un poco largos porque la carretera es muy virada, aunque muy bonita, con vistas estupendas de la costa norte que acabábamos de dejar. Y antes de llegar todavía nos aguardaba otro plato fuerte, el Miradouro do Pico do Carvao, donde merece, y mucho, la pena parar. Las vistas son espléndidas porque abarca un buen trecho de la parte nororiental y central de la isla; además, la foto enmarcada por los macizos de hortensias queda fenomenal.
Por el camino vimos también el famoso acueducto do Carvao (Muro das Nove Janelas), con sus piedras comidas por el musgo, aunque no nos detuvimos porque pensamos pasar por allí en otro momento que no se presentó.
SERRA DAVASSA. LAGOAS DAS EMPADADAS. MIRADOURO DO PICO DO PAUL. (RUTA SENDERISTA).
Como ya he escrito antes, esta interesantísima ruta a pie parte del aparcamiento de la Lagoa do Canario, que se utiliza también para ir al Mirador de la Boca del Infierno, donde habíamos estado la primera tarde. Allí mismo se encuentra el panel informativo con sus características y un mapa muy útil para entender el camino a recorrer y lo que se va a ver porque con tanta laguna próxima alrededor en ocasiones cuesta trabajo ubicarse. Y leímos lo siguiente:
- Longitud: 4,9 kilómetros.
- Duración: 2 horas
- Grado de dificultad: medio
- Modo de ruta: circular.
Tal como está, la ruta comprende la Serra Davassa y las Lagoas das Empadadas. Sin embargo, nosotros alargamos un poco la caminata para llegar hasta el Miradouro do Pico do Pau, lo que supuso un par de kilómetros más y, lo peor de todo, con una pendiente muy considerable que primero hay que subir y luego bajar. Pero eso lo contaré luego.
Esta ruta recorre las laderas de varios conos volcánicos, que se elevan entre los 750 y los 900 metros. De hecho, la primera parte del itinerario es todo cuesta arriba por un sendero muy bien marcado. En un entorno abierto, sin apenas árboles cercanos, según se asciende el panorama se muestra cada vez más amplio e impresionante, con la costa norte, el Muro Das Nove Janelas y varios cráteres coronados por árboles, en cuyo fondo hay lagunas, como la de Pau Pique. Tuvimos mucha suerte porque la visibilidad era perfecta y los colores fantásticos.
Más arriba, ya fuimos capaces de avistar también la costa suroeste, con algunas nubes más y el sol de frente, que aunque molestaba un poco no nos impedía disfrutar del sorprendente paisaje.
Al fin, divisamos un balcón con barandilla de madera, claro indicio de un mirador. Y al asomarnos contemplamos un cráter verde con una laguna redonda en el fondo, de aguas azules o marrones según el reflejo de luz que recibiese: la Lagoa de Eguas. ¡Qué bonito!
En el Pico de Eguas, el punto más alto de la ruta con 873 metros, las panorámicas eran preciosas.
El sendero descendió lentamente mientras bordeaba la ladera del cráter, enseñándonos la laguna en diferentes perspectivas mientras avanzábamos, divisando ya también de frente la Lagoa Rasa, de forma alargada y más grande que la anterior.
Dejando unos momentos la ruta, por un pequeño sendero bajamos hasta un punto que nos permitió contemplar las dos lagunas enteras a la vez, a vista de pájaro.
Recuperamos la ruta y llegamos hasta el lecho de la Lagoa Rasa, situada en la depresión de varios conos volcánicos. Pasamos por una gruta y la llamada Casa del Agua, tapizada de verde por el musgo y los helechos.
En esta zona la vegetación empezó a cambiar, volviéndose más rica y variada, cubriendo las laderas de las rocas que atravesábamos.
Bordeamos la laguna por la derecha y nos encontramos con una pista cómoda y enormes macizos de hortensias. La lagoa seguía ofreciéndonos bonitas estampas y, al fondo, el pico de Eguas, que habíamos coronado antes.
Llegamos al cruce que señala la opción de seguir la ruta original o desviarse para ver las Lagoas Empadadas, que en realidad un área recreativa donde, creo, se puede llegar en coche por alguna pista que ignoro de dónde sale. Sin embargo, tampoco lo puedo asegurar porque allí no nos cruzamos con nadie. Vimos un cartel que ponía que la zona se cerraba a las siete de la tarde, pero quisimos entender que era para acceder en coche y pasamos (después de estar allí, a kilómetro y medio, no íbamos a quedarnos con las ganas). Tras un largo y pesado descenso por una pista ancha, entre el bosque, llegamos al puente que cruza las Lagoas Empadadas.
Volvimos a la pista principal y vimos un cartel que señalaba hacia el Miradouro do Pico do Paul. Y no nos pudimos resistir. Creo que recordar que señalaba 500 metros. No sé si son 500 ó 5.000, pero la caminata por la pista en constante ascenso se nos hizo larguísima, hasta el punto de que estuve a punto de desistir cuando llegué a ver la Lagoa do Pau Pique. Sin embargo, ése no era final pues otro cartel señalaba hacia arriba para ir al Miradouro.
Al final, continuamos hasta alcanzar el Miradouro do Pico do Paul. Y, sí, unas vistas fantásticas: se divisaba gran parte de la zona central de la isla, de norte a sur, incluyendo ambas costas, Ribeira Grande y Ponta Delgada. Una maravilla y eso que empezaba a caer la tarde y ya había poca luz. Ignoro si se puede acceder a este mirador de otra forma más sencilla; quizás incluso sea posible llegar en coche por esa pista, no lo sé. Al final, mereció la pena la caminata extra.
De vuelta al sendero, seguimos bordeando la Lagoa Rassa, ya caminando por el bosque, entre una frondosa vegetación, siempre en descenso hasta que alcanzamos el aparcamiento donde habíamos dejado el coche. La escasa luz hizo posible algunos efectos extraños en la vegetación.
En resumen: nos gustó mucho esta ruta pues sin ser demasiado larga, ni tampoco muy dura, ofrece panoramas realmente bellos. Eso sí, para disfrutarla hay que escoger un día con buena visibilidad, porque con lluvia o niebla no creo que merezca tanto la pena.
Para rematar la jornada, volvimos a pasar por el Miradouro do Vista do Rei, en el que contemplamos de nuevo las preciosas Lagoas da Sete Cidades con una luz diferente a la de la vez anterior ya que estaba anocheciendo.
Y desde allí, ya al hotel, a descansar.