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Allá va el diario.
DÍA 1. LUNES 31 DE AGOSTO DE 2009
Aterrizamos en el aeropuerto JFK de NY a eso de las 12:00. Íbamos prevenidos ante los exhaustivos cacheos, medidores de temperatura ante la Gripe A y las innumerables preguntas del tipo “¿viene usted a matar al presidente Obama?”, aparte de algo asustado por aquello de que en la foto del pasaporte aparezco sin barba. Pues todo lo contrario. “Hola, buenos días, qué tal, viene de turista, muy bien, dónde se aloja, perfecto, perfecto, que pase un buen día, hasta luego, hasta luego”. Desde que nos bajamos del avión hasta que salimos del aeropuerto, 15 minutos. Supongo que dependerá de cómo se hayan levantado o de si el café del Starbucks de esa mañana les supo mejor o peor… tengo un compañero que viajó 20 días antes y se pasó 2 horas y media en inmigración, por culpa de su común apellido.
Al salir de la terminal, te pones a una cola de espera de taxis (no había nadie en ese momento) y un tipo oficial te da un ticket. La verdad es que parece que está bastante controlado para que no te timen ni cojas transportes no oficiales. He de decir que en las mismas narices de los taxistas, los “no oficiales” te ofrecen sus servicios, que recomiendo rechazar educadamente. En 30-45 minutos, estás en Manhattan.
La verdad es que ya desde el taxi te vas dando cuenta de que allí es todo a lo grande. Aquí nos asombramos al ver la torre Picasso de Madrid o la Agbar de Barcelona (ahora mucho más con las torres de la Ciudad Deportiva de Madrid). La verdad es que cuando llegas allí ves que los edificios españoles son chiquititos. Cuando empiezas a mirar para arriba y o sigues tirando del cuello o no alcanzas a ver el final, es cuando ves la magnitud.
Desembarco en el hotel y a patear. Primera parada, tienda de fotografía. Tenía reservado un objetivo fotográfico en Adorama, así que allá nos fuimos. Total, nos daba igual caminar para un lado que para otro, así que fuimos caminando hasta allí, degustando nuestro primer perrito callejero. Una vez comprado, el itinerario fue:
Catedral de St. Patrick: una de las más famosas, la verdad es que por dentro es preciosa. También por fuera, pero sorprende ver un espacio así en medio de Manhattan. Como con todos los sitios de culto, deberíamos ser más respetuosos al visitarlos. Siempre me ha parecido que salen fotos bonitas de las vidrieras, pero a la vez me parece de una palurdez absoluta hacerse una foto junto a una virgen.
Grand Central Terminal: callejeando entre la 5ª y Madison, bajamos hacia la estación central, escenario de algunos vídeos musicales y nudo de comunicaciones subterráneas. Merece la pena ver el hall principal y la fachada que da hacia la 42st.
Bryant Park: con destino Times Square, merece la pena pararse a tomar algo en Bryant Park. Una de las cosas que nos sorprendieron fue que en algunos sitios había mesas y sillas para sentarse a comer, leer o descansar, sin necesidad de consumir nada de ningún local.
Biblioteca Nacional: desgraciadamente, estaba tapada con andamios y obras, así que no pudo recordarnos las películas que allí s rodaron. No obstante, la visita mereció la pena, porque las salas son preciosas, exactamente como en las pelis. Lo malo es que con tanto turista no dejamos estudiar a la gente que allí se encuentra.
Times Sq: Esta plaza, símbolo entre otros de NY, es increíble. Miles de personas atravesándola constantemente, miles de neones relucientes… es impresionante. Tanto por el día como por la noche. No te deja indiferente, pero debes tener cuidado con las pertenencias, ya que el agobio agudiza el instinto de los amigos de lo ajeno. Por aquí hay buenos sitios para comer como por ejemplo, Virgil’s, hamburguesas y carnes varias a la barbacoa, o el Hard Rock Café.
Broadway: esta mítica avenida cruza todo Manhattan en diagonal, desde el Noroeste hasta el Sur. En este primer día decidimos subir desde Times Sq. Hasta Columbus Circle (y después hasta el Lincoln Centre), disfrutando de los escaparates y los anuncios de espectáculos musicales. Merece la pena pararse en una heladería pequeña de la que no recuerdo el nombre, según subes, en la acera de la derecha. Te ponen un buen helado y te lo recubren de trocitos de M&Ms.
Columbus Circle: la verdad es que es una plaza agradable, puerta de entrada (de las muchas) hacia Central Park. Si estáis hambrientos y queréis algo más que un perrito callejero, en la Torre Trump podéis entrar en Jean Georges. Disponen de un menú diario para comer, por 24$ (cena por 35$), pero ojo con salirse del menú… muy caro.
9th Avenue: desde el Lincoln Centre, al que no le vimos mucho atractivo, bajamos por la 9ª avenida, comprobando que existía un buen número de restaurantes y locales interesantes que, por falta de tiempo u organización, dejamos sin probar.
Desde aquí, a la altura de Times Sq., atravesamos por dicha plaza y acabamos cenando en (no recuerdo el nombre, tengo que meter el enlace), unas geniales hamburguesas servidas por un tipo muy majete. Muy agradable, precios razonables para donde estábamos.
Rockefeller Center: terminada la cena, paseo hasta el hotel cerca del Rockefeller. La verdad es que el complejo asusta, porque paseas entre muros de cientos de pisos…
DÍA 2. MARTES 1 DE SEPTIEMBRE DE 2009
El planning para este día era visitar la zona financiera y la estatua de la libertad.
Leyendo comentarios de muchos foros, pensábamos que iba a haber cola multitudinaria para subirnos al ferry gratuito a Staten Island y poder ver la Estatua de la Libertad, asó que salimos pronto del hotel y cogimos el metro hasta Battery Park (Bowling Green, línea verde, South Ferry, línea roja o Whitehall St-South Ferry, línea amarilla). Allí, preguntamos a un viandante que nos indicó dónde estaba la terminal. Al llegar, no había nadie, pero cuando nos subimos al ferry, aquello estaba lleno de gente, la mayoría trabajadores. Lo cierto es que no tuvimos problema para coger buen sitio (a la ida, en estribor o a la derecha; a la vuelta, a babor o a la izquierda del barco). El viaje dura aproximadamente 20-30 minutos y se tienen unas vistas increíbles de la estatua, además de ver Manhattan y todo el panorama de rascacielos. Al llegar a Staten Island se tiene la opción de dar una vuelta por el parque o directamente, salir y volver a entrar al ferry. Escogimos la segunda opción y nos volvimos, nuevamente sin mucha espera ni problemas para escoger sitio. De nuevo en Manhattan, nos montamos un circuito bastante chulo.
En primer lugar vimos el Charging Bull, que es la estatua de un toro bravo americano, símbolo de la fortaleza de las finanzas estadounidenses. En definitiva, una estatua rodeada de guiris como nosotros haciéndose fotos. De ahí seguimos Broadway hasta girar a mano derecha por Wall St. De esta calle se tiene la opinión que vas a ver algo espectacular, pero cuando llegas descubres una especie de callejón cutre que alberga edificios importantísimos como la Bolsa de NY. Al llegar al final, buscamos la reserva federal en el 33 de Liberty St. Existen tours gratuitos diarios, pero para ello tienes que registrarte con antelación, así que no pudimos acceder a pesar de que no había nadie. Cosas de los americanos…
Atravesamos de nuevo Broadway y llegamos a la Zona Cero (WTC). Aquello no es más que un enorme agujero en obras con poca cosa que ver. Hay un museo conmemorativo y demás, pero en el fondo no es más que un agujero enorme, rodeado de carteles que recuerdan la barbarie.
Otra de las atracciones de la zona es el almacén Century21, donde acabamos comprando unas gafas de sol Ray Ban y poco más. Si uno se entretiene mucho, seguro que encuentra gangas como vestidos de Armani o Dolce&Gabbana de chica por 20$ (conozco un par que en su día se trajeron varios), pero es como un centro de oportunidades de El Corte Inglés. Un coñazo, feo, cutre y repleto de españoles buscando gangas entre montones de ropa desorganizada.
Después de patear bastante, acabamos en la zona del ayuntamiento (City Hall), en una plaza muy agradable donde la gente comía mientras tomaba el sol. Como la mañana se había dado bien y allí había poco más que hacer, cogimos el metro hasta la zona del Empire State, con el objetivo de sacar las entradas y no tener que pillar cola por la tarde-noche.
El Empire siempre está rodeado de gente y de trabajadores que te ofrecen el mejor tour por allí arriba. En el fondo, aparte de subir al piso nosecuantísimos, poco más que un vídeo en 3D pueden ofrecerte, así que simplemente sacamos la entrada para después poder ver al atardecer sin esperar colas.
Del Empire fuimos a comer a Bryant Park, comprando un par de ensaladas en un Au Bon Pain. Después subimos la 5ª Av., entrando en la famosa Abercrombie, en la tienda de Apple, en la FAO de juguetes y sobre todo, viendo el ambiente. Llegamos a la esquina con Central Park y nos fuimos al hotel a descansar un poco. De ahí, taxi al Empire y a disfrutar del anochecer.
La verdad es que es un espectáculo en dos formas. Por un lado, lamentable, de los peores. Repleto de gente, me parece que se ha montado un negocio alrededor de este edificio, cuyas medias de seguridad carecen de toda lógica. Los pasillos por los que la gente avanza en la azotea están tan abarrotados de gente que no se puede caminar y los empujones son frecuentes. No me quiero ni imaginar qué ocurriría si a algún gracioso se le ocurriese gritar “¡bomba!” allí arriba. Además, hacer una buena foto tranquilamente requiere hacer cola para aposentarte en un huequito de valla. Si volviese, lo más probable es que subiese a otro edificio, porque la verdad, fue bastante incómodo. Por otro lado, el espectáculo que ofrece el atardecer y cómo van encendiéndose las luces de los edificios es algo incomparable. Algunos dicen que es mejor subir a la Chrysler o al Rockefeller, porque hay menos gente y se tiene espacio para disfrutar y ver las fotos, pero en el fondo lo que te pide el cuerpo es subir al Empire… cuestión sentimental.
Después de la paliza de este segundo día y de lo incómodo y cansado de la situación en el Empire State, decidimos que era una buena idea comprar algo de comida en algún sitio y montar el picnic en el hotel.
DÍA 3. MIÉRCOLES 2 DE SEPTIEMBRE DE 2009
En principio la idea era dedicar este día a ir de compras a un outlet, pero la previsión meteorológica poco favorable para el día siguiente nos hizo modificar los planes, así que decidimos visitar las zonas de Chelsea, Soho, Little Italy y Chinatown, a ver si nos hacíamos con unos relojes y unos bolsos de pega.
Para ello, comenzamos en la zona del Madison Square Park para bajar por Broadway hasta Union Square. Esta plaza en la que encontramos un mercadillo muy colorido, está muy concurrida y puedes encontrar todo tipo de gente por ahí. Desde luego, se nota que el paisaje humano empieza a cambiar hacia un aire más bohemio. Realmente, decidir un itinerario por estos barrios es algo que creo sobra. Lo mejor es caminar por donde te pida el cuerpo, perdiéndose por las callejuelas. Para nosotros, sin duda, lo mejor fue el cuadro formado por las calles Broadway, Canal Street, Houston y la 6ª avenida. A través de ellas, seguimos un poco las indicaciones de la Lonely Planet. Un barrio colorido, alternativo, con gente guapa. Para hacerse una idea, es como la zona de Fuencarral-Chueca en Madrid (sin el rollo gay), pero más pijo. Pateando encontramos un restaurante que nos hizo gracia y que resultó ser no sólo acogedor, sino con una relación calidad-precio muy buena. Eso sí, aseguraos de lo que pedís, porque a uno de nosotros le acabaron poniendo un bocata de verduras a la plancha que no resultó del agrado del personal… jisjis. A ver si encuentro el ticket y meto el restaurante que era.
Con el estómago lleno, rumbo a Canal Street, Chinatown que, por cierto, ha acabado por absorber Little Italy. Aquí encuentras un mundo diferente. Entras en un barrio cutre, muy cutre, donde el idioma oficial es el chino y donde es complicado encontrar letreros en otro idioma. Y a la vez, entras en un barrio enigmático donde perderse puede resultar, me dio la sensación, tan peligroso como fascinante.
Allí, en Canal Street, te abordan los chinitos ofreciéndote relojes y bolsos. Lamentablemente, a alguno de mis acompañantes le daba miedo realizar compras de este tipo, así que cuando dos de nosotros decidimos lo contrario, la situación fue un tanto incómoda. En primer lugar, te aborda el tipo. Tú le dices la idea que llevas (por ejemplo, “quiero un reloj Hublot o uno Tag Heuer”). El tipo te dice que le sigas, saca su móvil y llama a un tipo. Acabas en una de las calles aledañas, detrás de una furgoneta, mientras otro chinito te lanza una bolsa de basura llena de relojes de la marca que has pedido. Todos copias, por supuesto, pero bastante logradas. Otro de los mecanismos es encontrar tiendas cuyos propietarios te llevan a la trastienda y hacen lo mismo. Otros, te suben a pisos. La movida es bastante segura, pero incómoda, porque uno no suele moverse en ese tipo de ambientes delictivos y nunca conoce al mejor chinito para estas cosas. Llegamos a bajarle de 240$ por dos relojes Tag Heuer, a 120$. Como me niego a pagar más de 30-40$ por un reloj de pega, me negué en rotundo y cuando el chinito estaba a punto de bajar más el precio (quizá hasta los 40-50$), cometimos un error por falta de práctica en el regateo, así que nos quedamos sin reloj. A toro pasado, me alegro, porque vete a saber cómo hubiera resultado. Tampoco te da mucho tiempo a examinar la mercancía, así que te la pueden meter doblada sin que te des cuenta. Total, ni seguimos mirando, ni bolsos ni nada. Paseo por allí y fuera. Eso sí, no me quedé con las ganas de comer alguna guarrería de arroz con pato, grasaza a muerte y roña de los dedos del chino. En el primer sitio que vi, allá que fui a merendar.
Seguimos paseando por la zona y como los sitios para descansar y tomar un café no eran del agrado de las chicas (repito que es cutre que te cagas), decidimos acercarnos a la zona financiera y buscar un puñetero Starbucks… De ahí, café, aseo y hacia el puente de Brooklin, no sin antes comprar alguna chuminada en J&R.
Atravesar el puente merece la pena. Al otro lado, lo suyo es ir a un parque desde el que se tienen unas vistas tremendas. Al salir del puente, giramos a mano izquierda y bajamos toda la calle hasta el final. Allí podremos sentarnos tranquilamente en el césped a disfrutar de una magnífica puesta de sol y al igual que desde el Empire State, ver cómo se encienden poco a poco los edificios de Manhattan. Intentad quedaros hasta la total oscuridad del cielo, porque el espectáculo debe ser incomparable. Nosotros, desgraciadamente, nos fuimos antes y más que probablemente no tengamos otra oportunidad de disfrutar de esta vista. Lo tengo en el “debe”. No hagáis lo mismo.
De allí, metro a la zona del hotel, compra de la cena en algún puesto callejero (“chicken over rice” para mí… ojo con el picante) y Burguer King y picnic en la habitación.
DÍA 4. JUEVES 3 DE SEPTIEMBRE DE 2009
El día de hoy prometía ser una oda al consumismo. Sin más. Ataviados únicamente con nuestras carteras repletas de efectivo y tarjetas de crédito, nos abandonamos a los más bajos instintos adquisitivos.
Para ello, yo ya había elegido un outlet de antemano. La idea era ir a visitar Woodbury Common Premium Outlet que es como ir de compras hasta Segovia, si vives en Madrid. En la propia página web te dan varias opciones para llegar. Nosotros escogimos la típica, pagando 42$ por el billete de autobús, ida y vuelta, desde Port Authority (sí, 42 pavos… que se dice pronto). El billete de precio totalmente abusivo se puede sacar en el propio hotel, evitando colas en la estación. Te subes en el bus y ya vas viendo a gente predestinada a quedarse sin fondos, pues hay quien directamente se lleva maletas vacías para traerlas repletas de vuelta.
Al llegar allí te das cuenta de que aquello es como ir a Las Rozas Village, cerca de Madrid, pero en plan bestia. Sinceramente, si se van buscando gangas de firmas tipo Óscar de la Renta, olvidadlo. Sí, es más barato, pero no penséis que hay vestidos de diseñadores exclusivos por 10$. Eso ocurre buscando mucho en Century21, pero no aquí. Aquí lo que se tienen son marcas de ropa más o menos normal, cara, a precios tirados. Converse, Puma, Adidas, Levi’s, Dockers, Calvin Klein, BCBG, Tommy Hilfiger, Ralph Laurent, GAP… lo mejor, sinceramente, es bajarse un plano del lugar antes de ir y elegir las tiendas preferidas. Si no, acabarás entrando en todas, perderás tiempo y te gastarás pasta en cosas que no necesitabas, dejando de lado otras tiendas que te gustaban más. Os aseguro que no da tiempo casi en todo un día.
Cuando de vuelta llegas al hotel, no te quedan fuerzas ni para probarte todo lo que te has comprado. Acabas haciendo una foto con toda la ropa extendida sobre la cama para recordarla cada vez que ves un anuncio de Intermon Oxfam. Es lamentable y reconozco que soy el primero en ello.
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