Aprovechando unas pequeñas vacaciones en año nuevo y el buen tiempo de que disfrutábamos durante las horas de sol (18 grados el 5 de enero a mediodía), decidimos hacer una ruta a pie que teníamos pendiente desde hace algún tiempo ya que el verano no suele ser el momento más propicio para presentarse en la que está considerada como una de las calas más bonitas de la provincia de Alicante: la cala de La Granadella, en el término municipal de Xàbia/Jávea. Como bien se puede suponer, en época estival está a tope y, además, el calor y el sol no hace demasiado recomendable emprender una caminata que se desarrolla buena parte por crestería. Y acertamos plenamente. Pero iré por partes.
Situación de la Cala La Granadella en el mapa peninsular.
Ubicación
La cala se encuentra en la Marina Alta, a sólo 11 kilómetros de Jávea, pero se tarda unos 20 minutos en llegar porque la carretera tiene un trazado bastante sinuoso por un terreno abrupto, con muchas curvas, subidas y bajadas; además, recorre una zona de urbanizaciones con muchas calles, entradas y salidas, por donde resulta fácil perderse. En el cruce que lleva a la cala, sale una carretera que conduce al Cabo de la Nao en dos kilómetros, y que también se puede tomar como referencia.
Desde Alicante, la distancia es de 107 kilómetros, la mayor parte de los cuales se hace por la autovía A-70 y la autopista AP-7. Se sale pasado Calpe y el peaje nos costó 7,15 euros. Parece ser que dentro de poco este tramo de autopista podría ser gratis. No sé si ahora, ya, lo es por la noche. En cualquier caso, compensa pagar porque en este tramo por la N-332 hay mucho tráfico y se pierde bastante tiempo.
Situación la Cala La Granadella desde Jávea/Xábia y respecto a Alicante
Google Maps reconoce la Cala de la Granadella, así que no tiene pérdida. Para los navegadores que no reconozcan el nombre de la cala, en Jávea, hay que poner Avenida del Tío Catalá, 4. Hay indicadores, pero puede resultar un tanto complicado llegar si nos fiamos exclusivamente de ellos. Al estar en invierno, pudimos llegar hasta la misma cala y aparcar junto a las casitas que están frente al mar, donde se encuentra el cartel informativo de la ruta. También hay un aparcamiento antes de llegar a la cala, aunque según he leído en alguna parte, en verano el acceso está restringido. Se anuncian servicios y restaurante, pero ese día estaba todo cerrado, lo que no resulta extraño ya que éramos cuatro gatos (bueno, cuatro gatos y seis o siete turistas,

).
La cala.
La cala es pequeña, pero preciosa, cerrada por dos grandes rocas laterales que caen en vertical sobre el mar, formando abruptos barrancos hacia el interior, con una gran masa boscosa de pinos… Bueno, eso, desgraciadamente, cambió a partir de 2016 como luego explicaré. La cala tiene una longitud de 220 metros y unos 24 metros de anchura, es de grava y roca, con guijarros y cantos rodados, aunque unos metros mar adentro cuenta con un lecho arenoso que la convierten en muy agradable para el baño. Tiene bandera azul, sus aguas aúnan fantásticamente los tonos azules y turquesas y es un lugar muy agradecido para el buceo y el snorkel. Como ya he mencionado antes, lo peor es el grado de masificación que puede alcanzar en julio y agosto.
Datos de la ruta.
El sendero es el PR-CV-354. Es circular y se puede hacer completo o acortarlo mediante dos variantes, Teularía y Gurugú, también circulares, pero a las explicaciones no les encuentraba ni pies ni cabeza en el panel informativo al verlo de inicio (me estoy haciendo mayor claramente). El recorrido completo tiene 13,65 kilómetros y su duración es de unas cuatro horas y media.
Como llegamos más tarde de lo previsto (que raro

) y en esta época anochece temprano, decidimos empezar a caminar y ver sobre la marcha que opción nos interesaba dependiendo de lo que nos encontrásemos por el camino. Lo que teníamos claro era que no íbamos a perdernos los dos puntos más bonitos de la ruta y el camino que lleva a ellos: el Castell de Granadella y el Mirador de Llevant.
Paneles informativos de la ruta.
Nuestra ruta.
Al final, hicimos la variante corta, Teularía, que con la medición de wikilock en mi teléfono, resultó tener 6,52 kilómetros, un desnivel subiendo de 339 metros y una duración total de 3 horas y media (contando con paradas para fotos y el bocata), 2 horas y 13 minutos en movimiento. El grado de dificultad es medio, más que nada porque hay zonas un tanto incómodas con bastante pendiente y una parte de crestería, no recomendable para quienes padezcan vértigo. Se han colocado dos cadenas para ayudar en un par de pasos algo más complicadillos, pero nada del otro mundo.
Según miramos de frente a la cala, hay unas barandillas de madera tanto a la izquierda como a la derecha. Sin embargo, no llevan a ninguna parte, así que hay que seguir el indicador, que retrocede hasta una zona donde hay una urbanización. Pasamos junto a las casas, dejando el cauce seco del río a un lado, y seguimos por una pista de cemento que pica hacia arriba que da gusto. El itinerario está muy bien señalizado en todo momento, con marcas blancas y amarillas.
Enseguida ganamos altura y empieza a surgir ante nuestros ojos una vista espectacular, donde desentonan un tanto las casas que coronan el acantilado izquierdo de la cala. Sin embargo, pese a los pedregales salpicados de verde, empezamos a intuir el desastre que aconteció en estos lugares en el año 2016 en forma de un voraz incendio que arrasó gran parte del bosque. En cualquier caso, las vistas de los acantilados y las aguas turquesas merecen mucho la pena.
Al final de la pista de cemento, alcanzamos un sendero que abraza el acantilado, limitado por una barandilla de madera. Este sendero trepa primero hasta lo alto de una primera cresta, a la que se llega tras superar un tramo de cadenas que aseguran un paso un pelín expuesto (nada del otro mundo) y otra cadena que ayuda a hacer una pequeña trepada. Aquí, un mirador nos ofrece nuevas vistas espectaculares de la costa.
Iniciamos después un tramo de empinada bajada hasta el morro que cierra al sureste la cala, sobre el que se asienta el Castell de la Granadella, mejor dicho, lo que queda de él, cuyos restos ya veíamos desde lo alto componiendo una imagen llamativa y sugerente con el mar al fondo.
Además, la vista de la cala es especialmente bonita desde aquí. Y, ¿qué decir del color del agua?.
Al llegar a él, un panel informativo narra que se trataba de una pequeña fortificación que formaba parte del sistema defensivo de las costas valencianas fundamentalmente contra los ataques de los piratas procedentes del norte de África. Los restos que se conservan corresponden a un fuerte construido en 1739, que fue destruido por las tropas francesas durante la Guerra de la Independencia. Se conserva todavía en buen estado un aljibe que proveía de agua a la guarnición.
A continuación, nos aprestamos a realizar el camino más durillo de la ruta, ya que debíamos ascender por la roca siguiendo un sendero unas veces visible y otras inexistente. En cualquier caso, había que ir con algo de cuidado porque las rocas están horadadas y no es difícil tropezar o meter el pie donde no se debe.
Al coronar el pináculo ya un poco con la lengua fuera (menudo desnivel), nos topamos con unas vistas realmente espectaculares de la línea costera, tanto al sur como al norte, aunque el sol molestaba para hacer algunas fotos hacia el sur.
Aprovechamos un lugar a la sombra para tomarnos el bocata con unas vistas espléndidas.
Después seguimos doscientos o trescientos metros por la cresta del acantilado, admirando el panorama. Aquí hay que tener un poco de precaución y quizás no sea recomendable para personas que tengan vértigo, pero no resulta peligroso salvo en puntos muy concretos, que se salvan fácilmente con un poquito de cuidado.
Llegamos, por fin, al Mirador de Llevant, desde el que volvimos a deleitarnos con las vistas. Aquí nos encontramos otro panel informativo y los indicadores de las variantes existentes si se desea acortar el recorrido final. Sigo pensando que no tiene mucho sentido la longitud que marcan estos indicadores, al final, creo que se refiere a la distancia desde ese lugar al desvío de cada ruta.
Como ya era tarde y no queríamos apurar la luz solar, decidimos tomar la primera variante, denominada Teularía, que nos condujo por un abrupto sendero que bajaba por el barranco hasta el lecho seco del río.
En esta parte se apreciaba claramente el efecto del incendio en forma de esqueletos ennegrecidos de los árboles que fueron pasto de las llamas. Realmente, daba mucha pena pensar cómo era este lugar antes y cómo es ahora.
Por fortuna, aunque la masa forestal tardará muchos años en recuperarse, los arbustos han empezado a aparecer y cubrían el camino, invadiéndolo incluso en varios tramos. Vimos muy abundantes plantas de lavanda, tomillo, romero, brezo… También había muchas flores que, junto con la vista lejana del mar azul, embellecían y alegraban lo que en caso contrario hubiese sido un panorama un tanto desolador.
Al caminar por todo el sendero, pudimos apreciar indicios de las antiguas minas de ocre, que se extraía de rocas y tierras ferruginosas, de colores que van desde el amarillo al vino tinto, explotadas a lo largo de generaciones en estas tierras hasta principios del siglo XX. El ocre se usaba como pigmento que mezclado con la cal servía para pintar las casas de color ocre o terracota.
Después de unos 45 minutos de descenso a través del barranco por un sendero incómodo al estar muy erosionado y estropeado quizás por el arrastre de las aguas torrenciales de las fuertes lluvias del pasado otoño, recuperamos el camino cementado por la urbanización y llegamos hasta donde habíamos dejado el coche al llegar.
Cabo de La Nao. Faro y miradores.
Ya con el coche nos acercamos hasta el conjunto de miradores que hay en el cercano Cabo de La Nao, que ofrecían unas vistas muy bonitas de cara ya al inminente atardecer. También se puede ver el faro entre los árboles, aunque está vallado y no es posible acercarse demasiado a él.
Esta zona no resultó afectada por el incendio y los pinos aparecen por todas partes incluso hasta llegar a Jávea. De todas formas, es una pena oír casi cada verano que algún incendio ha afectado al Parque Natural del Macizo del Montgó, cuyo valor ecológico resulta extraordinario en esta frágil zona medioambiental del Mediterráneo.
Si estáis por la zona y os apetece hacer una caminata guapa (evitando las horas de más calor en verano), ésta es una buena opción, que, con un poco de suerte, puede incluir un baño en la preciosa cala de la Granadella.