[size=18]LOS IBONES AZULES DESDE EL BALNEARIO DE PANTICOSA.
Durante unas vacaciones que pasamos en el Valle de Tena (Husca), hicimos varias rutas senderistas muy bonitas, como no podía ser menos dada la belleza natural de esta zona pirenaica. Una de las que más nos llamó la atención al principio, seguramente por un nombre tan sugerente, fue la de los Ibones Azules, que comienza en el Balneario de Panticosa.
Situación del inicio de la ruta en los Baños de Panticosa según Google Maps.
Por la carretera, de camino hacia los Baños de Panticosa.
Esta ruta es bastante más seria que la de Sabocos, que habíamos hecho dos días antes. Tampoco es que suponga una gran dificultad, pero sí es larga y tiene tramos algo duros, con lo cual hay que estar acostumbrado a caminar por la montaña, llevar calzado apropiado, bocadillos y cantimplora. Naturalmente, estamos hablando de un día de verano, con sol y calor. En invierno, la situación debe cambiar mucho, teniendo en cuenta que nos encontramos en un lugar que todos los años se queda aislado por la nieve durante varios días. Y eso en la zona de los Baños, porque cerca de los Ibones todavía nos encontramos con neveros en la segunda quincena de agosto.
Datos de la ruta.
La distancia a recorrer está en torno a los 12 Km, la duración de unas 6 horas, dependiendo del nivel y el paso de cada cual y el desnivel que se ha de salvar es de unos 800 metros (de ascenso a la ida, y de descenso a la vuelta). El itinerario se realiza en la modalidad de ida y vuelta por el mismo camino. El grado de dificultad se puede calificar entre fácil y moderado, dependiendo de la habilidad y resistencia de cada cual. Personalmente, la ruta me pareció larga y dura, sobre todo la subida de la Cuesta del Fraile por el sol y las piedras, pero no recuerdo que tuviera lugares peligrosos.
Mirador de Panticosa.
En el Balneario de Panticosa, dejamos el coche en un aparcamiento. Ya con mochilas, botas y demás, llegamos a la Casa de Piedra (refugio de la Federación Aragonesa de Montañismo), desde donde sale la marcha propiamente dicha, que cubre el sendero marcado como GR11. La primera parte es una ascensión en zig-zag por un camino con muchas piedras. Llegamos al llamado Mirador de la Reina, aunque poco más arriba aún se obtiene una vista más bonita de la zona del Balneario de Panticosa.
Los tramos de subida se nos hicieron algo pesados, pero la recompensa no tardó en llegar en forma de unas preciosas cascadas que nos vinieron muy bien para descansar, refrescarnos y disfrutar al contemplarlas y juguetear con el agua.
La única nota discordante era que desde allí mismo podíamos ver la Cuesta del Fraile que nos aguardaba enseguida, ¡ufff!
Cuesta del Fraile.
Hacía bastante calor y la subida a pleno sol por una zona desnuda de árboles y con el suelo tan pedregoso no diré que fue una tortura pero tampoco un paseo agradable. Lo peor era que las posibilidades de descanso escaseaban por la falta de sombra. Era preferible continuar que descansar al sol. ¡Menuda chicharrera!
Por fin llegamos a los Embalses de Bachimaña, primero el bajo (2.170 m.), y luego el superior (2.207), con un islote en el centro. Habíamos pasado la parte más difícil y nos dimos un breve respiro, aprovechando para contemplar el panorama y sacar algunas fotos.
Hay quienes finalizan la excursión aquí, pero lo suyo es llegar a los Ibones Azules, así que continuamos la marcha, dejando los embalses a la derecha.
Llegó un momento en que perdimos el sendero entre charcas y neveros. Nos gustó mucho pisar la nieve helada en pleno verano, pero también tuvimos que buscar lugares de paso según avanzábamos.
Encontramos un lugar ideal para tomar nuestros bocatas, junto a las aguas cristalinas que descendían de la montaña y bajo la sombra protectora de un árbol, una suerte porque no había demasiados. ¿Qué más podíamos pedir? Pues había más, ya que en la distancia nos llegaba el bramido de una gran cascada que se precipitaba desde los Ibones Azules sobre una alfombra de nieve helada:
Dejamos la cascada para el regreso. Queríamos llegar cuanto antes a nuestro objetivo. Aunque no quedaba mucho trecho, la subida volvía a ser dura, pero no era cuestión de desfallecer porque nos aguardaban los Ibones azules. Y, en lo alto, pudimos contemplar unas espléndidas perspectivas mirando hacia atrás, con el Ibón Azul bajo, la zona de los neveros en la que habíamos comido y el Embalse de Bachimaña.
Cuando te encuentras aquí arriba y puedes echar un trago de agua fresca de tu cantimplora mientras contemplas la naturaleza en todo su esplendor, te olvidas de los sudores que te ha costado llegar. Sin embargo, no podíamos relajarnos demasiado: quedaba toda la vuelta. Casi tres horas, la mayor parte cuesta abajo. No tan fatigoso, pero con esa multitud piedras, las rodillas sufren. Menos mal que las vistas de las cascadas que forma el agua de los ibones que se precipita por los barrancos iba animando nuestra andadura.
Entonces decidimos acercarnos a la gran cascada que vimos de lejos al subir, y que luego me enteré de que se llama la Cascada de los Azules. Ya no había gente, estábamos solos y fue una auténtica gozada. Las fotos no hacen justicia al chorro majestuoso que caía de las alturas a la poza, como en una reproducción aragonesa del anuncio de “los limones del Caribe” en pleno Pirineo, . Si no lo veo, no lo creo. Apetecía darse un bañito, pero el agua estaba helada, poniendo cada cosa en su lugar .
Al final, tras un retorno que se nos hizo un poco largo y pesado por la pronunciada bajada que nos dejó las rodillas machacadas, llegó el momento de tomarnos una cervecita en la Casa de Piedra, donde iniciamos la caminata por la mañana. Luego aún nos dio tiempo a ver unas preciosas cascadas que hay frente al balneario.
Lo peor de todo fue que, a volver al hotel, me di cuenta que la cámara estaba feneciendo: no sé qué le ocurrió, pero en algunas fotos los colores salían un tanto raros.