
Ya me tengo que ir despidiendo de Macedonia del Norte porque debo seguir viaje y tengo un avión esperándome en Tesalónica. El problema es que las relaciones entre ambos países son pésimas y aunque la frontera está abierta no había formas en ese momento de cruzar de Ohrid a la frontera griega pese a estar solo a unos kilómetros. Toca deshacer el camino y volver otra vez hacia el norte a Skopje para tomar otro tren que vuelva hacia el sur y cruce la frontera con Grecia. Un despropósito terrible, pero cosas que pasan cuando la política puede más que la lógica. Así que me dispongo a salir temprano para poder descansar medio día en Skopje porque llevo demasiadas semanas de caminatas imparables y mi cuerpo pide descanso.
Antes de irme decido dar una ultima vuelta por la ciudad para ver por última vez los principales templos de la ciudad y aunque estoy en una de las ciudades más turísticas del país no siento para nada el agobio y tengo prácticamente la ciudad para mí solo. Pero, aunque quisiera seguir recorriéndola sé que tengo un autobús para Skopje y al mediodía decido tomarlo para poder llegar temprano a la capital y recorrerla una vez más. Skopje no será una ciudad bella, pero hay algo que me atrae en su estilo tan kitsch y a la vez antiguo, de su mezcla de culturas, pero con aire de pueblo.
Llego a la estación y subo al autobús. Dejo mis cosas debajo de mi asiento y me preparo para dormir, pero no puedo. El paisaje por la ventanilla es atrapante y me pierdo entre las montañas verdes y los valles del camino. Pasado un rato hacemos nuestra primera parada: Bitola.
No conozco absolutamente nada, pero en mi mente las ideas vuelan. El pasaje fue ridículamente barato, casi un regalo. En Skopje no tengo reserva de hostel ni nadie que me espere y en lugar de recorrer una ciudad que ya conozco puedo visitar una de la que solo se su nombre. En Skopje tengo planes, pero quizás esta sea la última vez en la vida que pueda estar en Bitola. No lo dudo y en el momento que el conductor grita que estamos llegando a la parada agarro mi mochila y salgo del autobús. Caigo en la estación de un salto y empezó a caminar alejándome del autobús. No quiero arrepentirme y siento que si me quedo en el mismo lugar voy a querer volver a abordarlo.

Me alejo, pero no se hacia dónde ir. No tengo mapas, ni información ni nadie que me ayude. ¿Qué se visita en Bitola? Solo tengo cuatro o cinco datos medio perdidos en la mente y trato de conectarlos. Lo mejor que puedo hacer es no poner las expectativas muy altas y tratar de resolver rápido. Miro los horarios de los autobuses a Skopje y compro uno para dentro de unas horas. Soy impulsivo, pero tengo mis límites y de ahí salgo a recorrer la ciudad.
Bitola es la tercera ciudad en población del país y es conocida en Macedonia como “la ciudad de los cónsules” ya que en la época Otomana muchos países tenían oficinas diplomáticas en esta ciudad. Sus orígenes son similares a los de Skopje. Pese a tener un origen griego su verdadero desarrollo surge en la Edad Media y al igual que la capital también fue capital del Primer Imperio Búlgaro. Se puede ir entendiendo el choque entre ambos y porque los búlgaros se resisten a entender que Macedonia del Norte es un país independiente. Los lazos culturales son muy fuertes y difíciles de entender.
Es en esta época es cuando se desarrollan la ciudad y empieza a adquirir su carácter religioso con la construcción de iglesias y monasterios. Justamente en el Imperio Otomano se la conoce como Manastir que significa monasterio. Durante siglos pasa de mano en mano entre distintos imperios hasta volver a dominio turco. La ciudad creció como nudo comercial en el sur de los Balcanes camino a Tesalónica y Constantinopla, pero también atravesó siglos oscuros hasta mitad del siglo XIX.
Bitola se convirtió en la sede diplomática para el Imperio Otomano de doce naciones y de ahí viene su sobrenombre. En esa época era la segunda ciudad más poblada de la región tras Tesalónica y un faro cultural fuertísimo con importantes escuelas y universidades. En una de ellas estudio Kemal Ataturk padre de la nación futura turca. La intelectualidad que surge comienza a florecer y nacen sociedades de nacionalismos como la albanesa, la búlgara o la macedonia que empiezan a pedir la independencia. La ciudad hierve de cultura y hasta la primera película de los Balcanes se proyecta en Bitola.
Durante la Primer Guerra Balcanica vuelve a manos serbias donde se la denomina con el nombre que la conocemos y al igual que Skopje durante el nazismo su población judía fue obligada a emigrar o enviada al capo de concentración de Trebinka. La ciudad fue liberada por los nacionalistas macedonios y durante el comunismo se convirtió en un centro industrial importante. Hasta el día de hoy es una de las zonas económicas más fuertes del país.
La estación queda bastante alejada del centro de la ciudad e intento orientar viendo hacia qué lado empezar. Empiezo a seguir al resto de la gente y me muevo con la multitud por una avenida grande que se convierte en una calle peatonal llamada Sirok Sirak o lo que vendría a ser “el callejón amplio”. Esto es el pleno centro de Bitola y sin saber bien cómo estoy en el lugar exacto para comenzar mi viaje. Camino lentamente viendo los negocios, pero también la gente que disfruta de un mediodía caluroso de primavera.
De algunos balcones veo banderas de países balcánicos, son los consulados que todavía se mantienen en la ciudad como Eslovenia, Bosnia o Bulgaria. La arquitectura es puramente centroeuropea y en algunos momentos me hace acordar a Sarajevo o Ljubljana. A mitad de camino me encuentro con la Catedral de la ciudad dedicada al Sagrado Corazón de Jesús. El edificio no es la típica construcción religiosa, sino que luce moderna, aunque un poco austera. Se integra al resto de las construcciones de la avenida y solo sobresale por el campanario y el color claro utilizado para su fachada. La razón de su modernidad es porque es de principios del siglo XX debido a que la original se prendió fuego y esta fue reconstruida en base a un hotel existente.


Cruzo el rio Dragor hacia l orilla norte y vuelve a pasar lo mismo que en Skopje. Mientras la orilla sur es similar a una urbe más europea y moderna la orilla norte es un pequeño pueblo turco. Entro en el bazaar de la ciudad, uno de los más antiguos del país. Similar al de la capital, la zona esta poblada de casitas bajas y calles estrechas y laberínticas. Sus más de 80 locales se utilizan más para la alimentación que a los souvenirs ya que Bitola dista de ser un punto turístico importante. Se nota mucho más auténtico y más barrial que el de Skopje. La mayoría es gente mayor que aprovecha el día para tomar un café, jugar a las cartas o simplemente hablar con los vecinos. Se nota un poco más descuidado y algunos locales permanecen cerrados. Hay algunos lugares para tomar un té y se percibe la influencia turca en sus trazos.

El autobús seguirá su rumbo y al finalizar la tarde llegará por fin a Skopie. Estoy literalmente destruido y lo único que alcanzo a hacer es dar una pequeña vuelta por el centro y tomar algo en Plaza Macedonia. Mi despedida de Skopie será en un bar con una vista del fuerte y algunos edificios públicos del centro completamente iluminados y aunque este viaje pudo haber sido más largo, más planificado y mejor realizado me voy con la tranquilidad de haber descubierto un país nuevo, exótico, mágico y complejo. Mestizaje de culturas diversas pero orgulloso de su origen único. Patria de ilustres guerreros y de conflictos eternos. Como todo en los Balcanes, Macedonia es la mezcla exacta entre la miel y la sangre.
Pd: a la mañana siguiente me tomaría un tren a Tesalónica. El viaje seria de lo más tranquilo, pero al llegar a la frontera griega un soldado me para. Me pide los documentos y me dice que espere. Se toma su tiempo y cuando vuelve me pide perdón, que mis papeles están en regla. Que tiene que ser riguroso y comienza un discurso racista y xenófobo. Yo no entiendo nada y solo lo miro sin intentar contribuir a la conversación. Me pregunta cuantos días estuve en Macedonia del Norte. Le contesto que cinco y me responde que perdí mi tiempo. Nada bueno hay ahí para dedicarle tanto tiempo. Solo sonrió y pienso dentro mío cuan equivocado esta, cinco días fueron suficientes para declararme enganchado a su magia.