Nuestros amigos, los cantantes matutinos, retoman sus lánguidas sonatas un amanecer más. Nos despertamos pero, de nuevo, su melancólica cadencia nos sirve de nana y nos rendimos al sueño y el cansancio. El despertador vuelve a ser el método infalible al cabo del rato. Subimos a desayunar a la terraza donde encontramos ya a nuestro camarero (nos resulta realmente agradable y simpático). El trabajo asignado para hoy: seguir callejeando e ir a recoger los encargos en las tiendas.
Salimos a la calle y disfrutamos de la furiosa actividad del ghat. Las mismas imágenes del día anterior nos acompañan y nos sentimos parte integrante de ese batiburrillo humano que trepa y salta de escalón en escalón, de escalera en escalera. Encontramos solos la tienda; no es difícil pues en la calle principal, justo engrente de la pastelería, hay un cartel que anuncia el callejón por el que debe entrarse.
Cuando llegamos el señor de ayer no está. Nos dicen que esperemos un poco. Tomamos asiento en el mismo rinconcito de ayer (después de la ceremonia del "desnudo de pies") y al momento ya está el señor y el chico "gancho" que nos convenció por la calle. Como nos gustó más la otra tienda de los ghats hemos decidido comprar allí la colcha de colores que le gustó a Jose y no hemos visto en ningún sitio más; la pashmina-colcha que me gustó a mi; el shari de encargo y unos cuantos pañuelos de los más baratos para pequeños regalos (dígase la mitad del vecindario de mi abuela, jajjaj). Le pedimos al señor que nos explique cómo hay que ponerse el shari, para luego hacer lo propio nosotros en España. Ante nuestra poca mañan, lo grabamos en video. Qué poco sentido del ridículo tengo haciendo de modelo
El regateo es duro, Pero Jose consigue rebajarle bastante el precio a la compra final entre trago y trago de Coca-cola y cantidades garabateadas en la libreta de cuentas
Nos lo empaquetan perfectamente y nos despedimos. De camino al hotel, y pese a haber dicho que no volveríamos a hacerlo, nos montamos en un ciclorickshaw. Y es que parece mentira pero los paquetes pesan y el sol aprieta. Y lamentablemente es su único modo de vida. Me consuelo pensando que el trayecto no es muy largo y que no le tocará pararse ante los coches. Bajamos en la rotonda y nos encaminamos hacia el ghat para dejar las cosas en el hotel.
El día anterior el chico del hotel que nos llevó a la otra tienda insistió en volvernos a acompañar. No hubo forma de negarse y quedamos en el hotel para irnos juntos hacia allí. Dejamos la compra en la habitación y preguntamos por él. Nos dicen que está en una excursión y que no tardará mucho. Esperamos un poco. Al final decidimos que es una tontería esperarle porque sabemos llegar solos. Se lo decimos a los del hotel. Le llaman automáticamente por teléfono y después de hablar un rato me lo pasan a mi. Le digo que tranquilo, que no se preocupe que ya vamos solos y que gracias por todo. Convencida de que lo ha entendido, cuelgo y nos marchamos. De nuevo andamos paralelos al Ganges. Cuando llegamos al Manikarnika (y como hoy vamos sin "guía indio") esquivamos el área de cremaciones subiendo las escaleras y yendo por detrás.
Seguimos las indicaciones pintadas en las paredes y llegamos a la tienda sin problema alguno. Nos metemos en la misma sala del día anterior y nos sacan todo lo que estuvimos mirando: colchas, pañuelos y los cojines que encargamos. Elegimos diferentes colores de pañuelos para regalos de más compromiso, las colchas de seda para nuestros padres (son maravillosas) y nuestro conjunto de seda formado por colcha y cojines algo más modernete. Cuando llevamos un buen rato uno de los trabajadores nos dice que fuera nos espera el chico del hotel. Me quedo alucinada de que habiéndole dicho que no hacía falta que viniera se presentara allí... pero la comisión se lo vale!. Los de la tienda confirman lo que estoy pensando. La suma de la compra es considerable pero se puede pagar con tarjeta. Nos preguntan si queremos camisas de seda y nos sacan una caja entera con una preciosidad de camisas tanto para hombre como para mujer. Pero no es nuestra talla, o demasiado grandes o pequeñas. Qué pena! Nos dicen que nos las pueden hacer a medida, pero claro, les digo que lo tendrían que haber dicho el día antes (cuando los cojines) que nos vamos en unas horas de Varanasi. OHHHHHHHHHH! camisas de seda por menos de 7 euros! Otra vez será!
Le pedimos descuento pese a saber que trabajan con precios fijos y que son bastante fiables. Sin embargo conseguimos una rebajilla y hasta unos pequeños regalos (una especie de bolso-monedero hecho con trozos de seda sobrante). Estos indios se las saben todas y nos preguntan si en las bolsas que llevamos caben algunas de las compras para que el de la comisión nos vea con pocos paquetes y no les exija mucho. Nos lo empaquetan casi al vacío,
Cuando salimos de la habitación se levanta al momento. Le saludamos y le repito que no tenía por qué venir. Nos despedimos de los de la tienda y tras ponernos los zapatos... a la calle! No hemos andado 2 pasos que nos dice que se ha dejado el móvil en la tienda, jajajajaj. A por la comisión!
De vuelta al hotel nos paramos de nuevo en el Manikarnika hechizados por su atmósfera. Ya es de noche y los fuegos casi eternos brillan de nuevo con fuerza en la obscuridad. Nos despedimos del guía (que ya ha hecho su trabajo, jajajaj) pues queremos permanecer un rato más allí. En unas horas abandonaremos Varanasi. De pronto, algo llama nuestra atención: en un rincón inferior de las escaleras, medio-dentro medio-fuera del agua, varios hombres están anudando una losa a un pequeño cuerpo amortajado. Dedican varios minutos y dosis de fuerza y pericia en la ardua tarea de preparar el cuerpo para entregarlo al Ganges. Justo al lado un niño de unos 8 años juega con una cometa. De nuevo la vida y la muerte se manifiestan a escasos centímetros de distancia la una de la otra, se enfrentan cara a cara, se muestran con descaro, con insolencia.
Cuando los hombres terminan, suben a la barca que espera junto a ellos y se adentran en el río madre. Aproximadamente a la mitad dejan de remar y arrojan el cuerpo al agua sagrada que lo espera. Solos los niños y los hombres santos son arrojados al río sin pasar por el ritual purificador de la cremación. A nuestro alrededor todo sigue igual, quizás somos los únicos que han seguido con su mirada a la fúnebre embarcación. Ha sido la primera vez para nosotros; desgraciadamente, el resto habrá visto esa misma escena muchas veces más. Pienso que no es justo morir tan joven; ningún niño tendría que morir en ningún país del mundo. No es justo morir y menos a esa edad.
Lanzamos la última mirada a las pilas ardientes, a los que trabajan y a los que observan. De nuevo al fuego purificardor y, mientras nos alejamos, volvemos varias veces la cabeza intentado guardar para siempre esa última imagen en nuestras mentes, en nuestra memoria.
De regreso al hotel nos despedimos de todos, cogemos las mochilas que nos guardaban en la sala habilitada para ello y abandonamos el Man Mandir. No tengo ninguna queja del hotel porque estaba muy bien. Lo único el incidente con el chico-guía que me fastidió un poco porque no era necesario que nos acompañara, yo solo preguntaba por la dirección aproximada; pero también entiendo que en la India las cosas funcionan así y que hay que ganarse la vida como uno pueda. En su situación creo que cualquiera haría lo mismo. Por tanto hay que aprender a tomarse estas cosas con sentido del humor. Y da igual que estés en un hotel normalillo que en uno de 5 estrellas porque son todos iguales. Nosotros no hemos tenido ningún problema de robo o similares en los hoteles, pero nos encontramos con una chica que dijo que en uno de 5 estrellas le quitaron dinero. No tiene por qué pasar, claro está. La necesidad qué mala es.
Bajamos por última vez las escaleras del hotel y emprendemos camino por el Man Mandir. Todas las tardes se celebra allí una ceremonia (Aarti) como parte de los rezos vespertinos durante la cual miles de lamparitas de aceite se ofrecen a la madre Ganga, en señal de agradecimiento por el sol y su luz divina mientras repican las campanas junto al sonido de los cánticos. Peregrinos, creyentes, sadhus, turistas, niños vendedores de flores, improvisados expositores de collares y pendientes de miles de colores abarrotan las escaleras y cualquier pedazo de ghat que quede libre. Caminamos despacio, empapándonos de la espiritualidad que flota a nuestro lado. Entonces un shadu se me queda mirando fijamente y de su boca, con una fuerza de la que carece su flaco cuerpo, salen las siguientes palabras: "Nunca olvidéis a Varanasi, llevadla siempre con vosotros. Varanasi no os olvidará". Puede parecer una tontería, pero a mi me emocionaron mucho sus palabras y cómo las dijo. Realmente nunca lo olvidaré.
Allí estamos como el día que llegamos pero en sentido contrario. Sabemos que tenemos que andar un buen trecho porque en esa zona no está permitido el tráfico rodado. Nos encontramos a los primeros autorickshaws que nos hacen propuestas de precio (son un poco más caros porque deben sobornar a la policía para que les deje entrar hasta allí). A los primeros les intentamos bajar el precio pero nos dicen que no. Así que seguimos andando. Aún en la zona del mercado lateral nos para otro y le preguntamos el precio. Le rebajamos un poco y como acepta y nos parece justo subimos con él. La verdad es que hay un buen trecho caminando y las mochilas pesan.
El conductor resulta ser el indio más cachondo y hablador de los que nos hemos encontrado hasta el momento (si ello es posible). En menos de un minuto nos ha contado toda su vida y nos ha preguntado por la nuestra. Va conduciendo y partiéndose de risa todo el rato, es muy simpático, jajjaaja. Nos explica muchísimas cosas sobre Varanasi y sobre él (por supuesto). Mientras a nuestro alrededor las calles se vuelven estrechas y obscuras. Pienso que realmente somos algo osados de montarnos en un carricoche sin saber cómo puede terminar la cosa. Espero que Jose no piense lo mismo que yo!
Llegamos a la estación bien de tiempo como siempre. Buscamos nuestro tren y el vagón de primera. No hay cosa que le guste más a Jose que ver su nombre escrito en los papelitos de los paneles, jajjaaj. Son unas 12 horas hasta Delhi. Tendremos tiempo de descansar en nuestro camarote. Como siempre nos reparten las sábanas, mantas y cojines. Y al momento la cena! Me encantaaaaaa! Nos pedimos una vegetariana y la otra normal, así lo probamos todo!. Está buenísimo. ¿Quién dijo que la comida de los trenes era picante? A una hora prudencial nos metemos en las camitas y nos disponemos a descansar toda la noche. Jose pone el despertador a las 7 de la mañana ya que se supone que sobre esa hora tenemos que llegar a la estación de Nueva Delhi (en Paharganj). La ciudad de Delhi nuevamente como parada en nuestro trayecto hacia el norte. Otra etapa empezará al día siguiente y nos aproximará más a la parte final de este viaje que inexorablemente va tocando a su fin.