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Nos levantamos temprano para aprovechar al máximo las horas que nos quedan en Orchha. Desayunamos en el magnífico restaurante y nos vuelve a servir el mismo camarero de la noche anterior. Como la cena fue copiosa (a la foto anterior me remito) aún no tenemos mucho hambre y lo hacemos light. Hay posibilidad de desayuno buffet a un precio razonable, pero me siento incapaz de engullir. Así que vuelvo a mi chocolate calentito. Dejamos las mochilas preparadas y salimos hacia el pueblo. El camino que separa al hotel de Orchha es de tierra y piedra pero no se hace largo ni pesado (unos 5 minutos). Además el agradable paseo transcurre salpicado por la decadente visión de los antiguos palacios y templos que se yerguen diseminados.
Vamos haciendo altos en los diferentes vestigios invadidos por matorrales y maleza selvática. De repente oímos unos pasos, nos volvemos y nos topamos con un sadu. Ofrece sacarse unas fotos con Jose que sigue aumentando su colección de fotos con personajes ilustres, jejeje
. Aceptamos por no ser descorteses. Sabemos que lo siguiente son unas moneditas. Posa para la foto y después nos deleita con unas notas desgarradas improvisadamente del pequeño instrumento que cuelga complementando su atuendo.
Nos despedimos y vemos cómo afronta la recta final del camino hacia el pueblo inmenso en sus pensamientos. Un poco más tarde, nuestros pasos borran sus huellas.
El pueblo aún duerme cuando llegamos. Nos reciben una hilera de casas de un blanco níveo a lado y lado de calle. Todo es silencio a nuestro alrededor y por unos momentos creemos no estar en la India y haber despertado en otro país. Los “orchheños” u “orchhenses” se esconden de nosotros tras las mismas puertas que les protegen del sol; de ese sol que tanto da y tanto arremete.
Y caminamos lentamente, disfrutando de cada segundo de privacidad que se nos ha regalado.
Llegamos a la plaza del pueblo y el resultado es el mismo: sosiego y calma, calma y sosiego. Plácidamente, pero ávidos de nuevas vistas, recorremos el entramado de callejuelas que conforman Orchha guiados por las puntas sobresalientes de sus gloriosos templos.
Poco a poco la aldea despierta y sus habitantes se asoman tímidos y vacilantes salpicando ventanas, puertas y calles de ese color humano que es India, porque solo la India lo tiene.
Con la ayuda del miniplano proporcionado por el hotel intento encontrar la agencia recomendada por la Lonely ( AR tours) para el transporte hasta Khajuraho. Para ir allí desde Orchha solo se puede ir en coche o en coche
porque el tren no llega. Tenemos el precio orientativo que nos dieron los del hotel de Khajuraho y que imaginamos será un poco más caro. Al lado de la agencia se encuentra otro sitio recomendado, pero esta vez para disfrute del paladar (Bhola Restaurant). Cuando nos acercamos vemos a varios occidentales sentados desayunando. Todos tienen platos con crepes y comienzo a salivar. Joseeeeee, arreglamos el tema del transporte y venimos a por crepes? Sí, es su resignada respuesta, jejeje.El señor de la agencia es muy agradable; para quien interese, además del transporte tienen servicio de internet. Contratamos el coche para la una, sin aire acondicionado. Le damos una parte y el resto en destino. Y ahora a por crepes!.
El otro grupo sigue aún comiendo. Nos estudiamos la carta, que tiene una amplia selección de la delicia francesa. La elección no admite dudas: con NUTELLAAAAAA!!!! Y otro chocolate para el cuerpo! Debo tener el azúcar a 400!! ¿Quién dijo que en la India uno adelgaza?
Espero ansiosa la llegada del plato. El local es sencillo pero “apañau”; bueno, más que local es “minilocal” con varias mesas dispuestas adecuadamente en la calle. No nos hacen esperar mucho y no dudo un segundo en clavarle el tenedor. La masa está buena pero percibo cierta tacañería en la cantidad de Nutella. Sí, reconozco que en mi casa más que crepes con crema de cacao hago crema con crepes(ejem, ejem) pero es que la encuentro tan empalagosamente deliciosa... que no puedo resistirme!!!!
Se está bien allí, sentados. El aire fresco de la mañana trae consigo fragancias hechas de especias: pimienta, jengibre, nuez moscada, cúrcuma, cardamomo... y algún murmullo lejano. ¡Qué lejos quedan ahora el bullicio y la algarabía de las calles de Delhi, Jaipur o Agra! Inhalamos tranquilos y relajados. No hay mareas de tuk-tuks de contaminación sonora inundando espacios inexistentes, batallando en carreras frenéticas en las que impera la ley del más fuerte y del más aguerrido, mientras ojos suplicantes alargan sus manos y sus miserias al acecho de monedas que saben cargadas de caridad, culpa y repulsión al mismo tiempo. Nada de lo anterior encontramos en Orchha, nada; y de lo vivido tan solo nos queda un vago recuerdo.
Abandonamos el minúsculo rincón francés y volvemos sobre nuestros pasos por las mismas calles, bajo el mismo cielo. Los puestos que las flanquean ya han abierto. No hay mucha cosa: solo quincalla. Recuerdo que alguien me ha dicho que no hay mercado en Orchha.
Llegamos a la plaza que nos recibe con más actividad que por la mañana. Una cola de fieles espera para entrar en el templo que hay al fondo, escondido tras los nobles árboles. Bajo su sombra se cobijan un grupo de sadus y mujeres que cantan y se mecen al son de la música sentados sobre el suelo. Nos acercamos, no sin vacilación pues no sabemos si estamos invitados a esta fiesta dominical. Distinguimos a nuestro sadu mezclado con otros a un lado.
En el centro de la plaza, varias mujeres tienden ropa y la exponen ante nuestras miradas curiosas. Otras transportan cestas sobre sus cabezas. Unos perros juegan a perseguirse. No son de nadie, son de todos. En un puestecito fríen una especie de hamburguesa de patata. Me gustaría probarla pero... Les saco una foto y posan sonrientes, uno incluso saluda a la cámara.
Es hora de volver al hotel para descansar un poco antes del largo viaje hacia Khajuraho. Pasamos por delante de la tienda de los globos y recordamos la escena del día anterior. El vendedor nos mira divertido y yo le imagino pensando en más ventas, jajaja
. Entonces algo tira de mi camiseta. Me giro y es la niña de ayer, la que pedía Coca-cola y finalmente obtuvo un balón-globo. Lleva el globo en las manos. Nos saluda y gesticula mostrando su blanca sonrisa. Le devolvemos la atención complacidos por habernos equivocado en el pronóstico ya que exhibe orgullosa su regalo. Somos nosotros ahora los que nos sentimos reconfortados.Y se marcha, tan rápida y silenciosa como llegó.Echamos un último vistazo a la plaza y tomamos la calle por la que muere el pueblo. De un grupo de casas sale un hombre de mediana edad cargando una máquina de coser. La planta en la entrada. Dentro se ve a una mujer joven agachada limpiando, en esa postura tan india. Nos fijamos en que solo hay una habitación. En ese preciso momento algo se ilumina en nuestras cabezas, nos miramos y nos ponemos de acuerdo con un leve movimiento. Le preguntamos si sería tan amable de reforzarnos unos cuantos botones sueltos de los pantalones, pues queremos hacerlos lavar y no nos atrevemos por miedo a que se pierdan con tanto golpe. Nos dice que sí y se prepara para el combate. Es meticuloso e incluso busca un color de hilo similar al de nuestra ropa entre su muestrario. Con Jose se inicia la sesión de costura en plena calle. Con gran habilidad y pericia sus manos firmes deslizan la aguja de un lado a otro de pantalón. Jose contiene la respiración y esconde tripa por si el señor falla el punto. Pero no hay peligro. En un instante todos los botones están reforzados. Yo soy la siguiente y la última,
.Cuando termina preguntamos cuánto le tenemos que pagar. Nos sorprende diciendo que lo que consideremos. No será la última vez que alguien nos responda con estas palabras. Y la verdad es que esta respuesta es comprometedora ya que siempre asalta la duda de si a la otra persona le parecerá bien, a pesar de que cualquier cosa que podamos dar es mucho mejor de lo que pensamos. Creo que es una respuesta muy inteligente.
Nos despedimos dándole las gracias de nuevo y regresamos al hotel. Aún falta un poco para la hora acordada con el taxi, así que dedicamos el tiempo restante a disfrutar de las instalaciones. El hotel es realmente precioso, como un palacio. Desde uno de los miradores se aprecian varias ruinas de los antiguos templos. Y en un extremo, rodeada de la zona de masaje, la fantástica piscina. Lástima que no es tiempo para baños.
El taxi llega a la hora prevista y lamentablemente abandonamos este sueño de hotel.
Presentaciones con el taxista y las típicas preguntas de información general ponen fondo al paisaje de Orchha que se aleja. El viaje hasta Khajuraho dura unas 4 horas; no por la lejanía, sino por el estado de la carretera. En los tramos en los que puede aumentar la velocidad el conductor intenta sacar el máximo partido, pero la realidad es que en la mayoría no puede sobrepasar los 40 km/h. Es la peor carretera que he visto hasta el momento. Hay tramos sin asfaltar y es tan estrecha que hay momentos en que debemos apartarnos, pues 2 coches no pueden circular a la vez. A pesar de todo, vamos cómodos y no se hace pesado. Cuando llevamos unos 30 km (aproximadamente) debemos parar ya que la carretera está invadida por manadas de vacas. En cuestión de segundos un río de animales nos engulle. Le preguntamos al taxista si sabe a dónde se dirigen. Lo consulta con los pastores que ponen fin a la procesión: hacia Orchha.
El resto del trayecto transcurre sin incidentes escoltados por el invariable paisaje al que ya estamos acostumbrados. Apenas se ven aldeas. Solo nubes de polvo que vamos dejando a nuestro paso. El conductor tiene ganas de hablar y ya va por el cuarto monólogo. Ahora nos cuenta que su hija se casa. Le felicitamos. Acto seguido comienza a enumerar la lista de gastos, quinto monólogo. Se queja del salario que recibe de su jefe, pues no cubre lo necesario para tan importante acontecimiento. Jose y yo nos echamos una mirada cargada de complicidad. E aquí una historia con un único objetivo: aumentar la propina. Es horrible y detestable pero pasamos de felicitarle por la boda a dudar de si hay boda, si hay hija o, si realmente la hay, cuántas veces se ha casado ya!
.Dentro del horario estipulado llegamos a Khajuraho. Distinguimos el aeropuerto, el río, el lago y los primeros edifficios. Volvemos al caos de las ciudades indias, al trastorno de sus calles. Nuestro hotel es el Surya Khajuraho y está situado en una de las calles principales, cercano al conjunto de templos importante. Comparado con el hotel del que venimos no es más que un simple antro apto para pasar una noche. Lo mejor: el patio interior que invita a compartir experiencias con otro viajeros. Los mismos trámites de siempre, paseo hasta la habitación, propina y las indigaciones rutinarias.
Cerca del hotel hay unos cuantos restaurantes recomendados. Nos decidimos por el Ganesh Restaurant. El edificio está un poco destartalado pero las críticas son muy buenas. El comedor está en el piso de arriba y tiene vistas a la calle. No hay nadie comiendo ya que no es hora. El señor que nos atiende es muy campechano y charla un rato con nosotros. Al momento llega otra pareja y se apresura a servirles.
Comemos bien y barato. Con los ánimos renovados decidimos visitar el conjunto occidental de templos. No hemos puesto un pie aún en la calle y ya nos rodean 4 niños de entre 9 y 11 años. De nuevo interrogatorio: de donde sois, de donde venís, a donde váis, os gusta India, estais casados, teneis hijos.... Nos da pena despacharlos y les dejamos hacer un rato. Llegamos a los templos y nos indican un camino que transcurre paralelo al recinto donde varios sadus tienen montadas sus viviendas. Al final del mismo hay un templo en uso. Nos piden cambio de euros en billetes. No tenemos. Quizás más tarde. Ansiamos poder andar solos y así se lo digo. El mayor de todos se enfada y me replica groseramente. Al final se van todos menos el más pequeño que nos sigue un poco apartado mientras juega con su móvil. Hacemos la visita de los templos desde el exterior pues están a punto de cerrar. El niño continúa siguiéndonos, pero apenas notamos su presencia. Ya es de noche. Deshacemos el camino que nos separa del hotel. En un solar próximo cientos de personas permanecen sentadas mientras un sacerdote repite una tonadilla. De nuevo me gustaría entender qué dicen y conocer el verdadero sentido de esa reunión insólita.
El hotel dispone de conexión a internet. Jose recuerda que en España está jugando su equipo de fútbol y prueba fortuna con una página en la que suelen retransmitirlo en directo. Tiene suerte y, para mi desgracia, aparece el campo en pantalla. Está terminando la primera parte. Me apropio del ordenador vecino y aprovecho para enviar e-mails y comprobar horarios del viaje. El fútbol mueve montañas y no conoce de fronteras
y al momento son varios los extranjeros que acaban sumándose al partido. Llegar a Khajuraho para terminar viendo un partido de la segunda división española... “están locos estos romanos” .No hay hambre por lo que decidimos tomar algo ligero en el mismo hotel y disfrutar del patio. Mañana hay que madrugar pues aún nos quedan templos por ver y salimos pronto hacia Varanasi. Temo a lo que podamos encontrarnos allí, pues muchas son las historias que hemos escuchado, pero a la vez deseo verlo con mis propios ojos y sentir la llamada del Ganges, ese río madre sagrado para el hinduismo.
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