NOTA: Esta etapa la publiqué hace varios años, pero la he tenido que copiar nuevamente por la restructuración del diario, pero no quiero se pierda. Próximamente, incluiré una actualización, ya que volvimos posteriormente a Sigüenza y nos alojamos en el Parador.
SIGÜENZA.
Ya conocida en tiempos romanos como Segontia (de la cual toman su nombre los naturales del lugar, o seguntinos), Siguënza es una pequeña ciudad situada al norte de la provincia de Guadalajara, en el valle del río Henares. Dista 135 Km. de Madrid y es fácil llegar hasta ella por la Autovía A2. Se puede llegar desde la salida 106 o desde la 119. Lo más aconsejable es entrar por una y salir por la otra, para contemplar los bonitos alrededores que ofrecen ambas carreteras de acceso. No hay que perderse la última, que enlaza con la carretera GU 118, de Torremocha del Campo a Sigüenza puesto que en ella se encuentra el llamado Mirador de Félix Rodríguez de la Fuente, que domina todo el Barranco del Río Dulce, del que comentaré después.
El 22 de marzo, a pesar de ser sábado, encontramos poco tráfico debido a que el tiempo estaba un poco revuelto después de unos días auténticamente primaverales. Habían retornado las nubes y la temperatura era baja, pero sin amenaza de lluvia. El viento que soplaba era frío y resultaba un poco desagradable, aunque solo en las zonas más altas. A resguardo del aire y con el solecito, el paisaje se ofrecía luminoso y limpio. El pueblo está a casi 1.000 metros de altitud, con lo cual es bastante frío en invierno y fresco en verano, por lo que recibe muchos veraneantes en el periodo estival. Los fines de semana también está muy concurrido, pero nosotros encontramos pocos visitantes ese día. Si el tiempo es bueno, mejor reservar con antelación hospedaje y, sobre todo, restaurante. Aparcamos junto al Palacio Episcopal y subimos caminando por la calle del Cardenal Mendoza hacia la zona de la Catedral.
El 22 de marzo, a pesar de ser sábado, encontramos poco tráfico debido a que el tiempo estaba un poco revuelto después de unos días auténticamente primaverales. Habían retornado las nubes y la temperatura era baja, pero sin amenaza de lluvia. El viento que soplaba era frío y resultaba un poco desagradable, aunque solo en las zonas más altas. A resguardo del aire y con el solecito, el paisaje se ofrecía luminoso y limpio. El pueblo está a casi 1.000 metros de altitud, con lo cual es bastante frío en invierno y fresco en verano, por lo que recibe muchos veraneantes en el periodo estival. Los fines de semana también está muy concurrido, pero nosotros encontramos pocos visitantes ese día. Si el tiempo es bueno, mejor reservar con antelación hospedaje y, sobre todo, restaurante. Aparcamos junto al Palacio Episcopal y subimos caminando por la calle del Cardenal Mendoza hacia la zona de la Catedral.

La ciudad, aunque pequeña, es muy interesante desde el punto de vista monumental y se recorre cómodamente a pie de un extremo a otro, aunque no faltan las cuestas. Hay varias oficinas de turismo (una justo enfrente del pórtico principal de la Catedral) donde facilitan mapas e información. Existen visitas guiadas que muestran el casco antiguo, a las que es posible apuntarse en las oficinas de turismo. Nosotros fuimos por nuestra cuenta, pero sí hicimos la visita guiada a la Catedral (4 euros) porque de lo contrario no se puede visitar algunos de sus mejores tesoros: la capilla en la que se conserva la Sepultura del Doncel y la Sacristía de las Cabezas, además del claustro. Hay que preguntar los horarios y saber que se requieren 6 personas como mínimo para que se realice la visita. Los lunes no se realizan visitas
.Así que, mapa en mano, nos dispusimos a visitar los monumentos más importes de Sigüenza.
La Catedral.
Se empezó a edificar en el Siglo XII como fortaleza defensiva en estilo románico. Posteriormente, se continuó su construcción a lo largo de varios siglos, adoptándose el estilo gótico e incluso existen elementos renacentistas. Lo primero que llama la atención es su tamaño en comparación con el de la ciudad, pero la explicación se debe a que Sigüenza era sede episcopal.


Aparte de otros atractivos, ya compensa la visita poder contemplar la célebre estatua semiyacente del joven comendador Martín Vázquez de Arce, conocido como El Doncel, que murió guerreando contra los moros en Granada en 1486. Lo normal era que las estatuas de las sepulturas representasen a los difuntos tumbados, en fin, muertos, pero se dice que los padres del joven, que le sobrevivieron 20 años, estaban tan apesadumbrados que encargaron esculpir su figura como si estuviese vivo, recostado y leyendo un libro. Realmente impresiona su realismo, los minuciosos detalles esculpidos en el alabastro como las venas de las manos, la redecilla de la malla de las vestiduras, los ojos, la expresión de su cara… No se conoce el nombre del autor de la que Ortega y Gasset calificó como una de las esculturas más bellas del mundo.



También merece mucho la pena conocer la Sacristía de las Cabezas, obra de Covarrubias (S.XVI). Su bóveda de cañón tiene múltiples casetones formados por cabezas de personas, rosas y querubines, de lo que se deduce que se trata del paraíso. Todas las cabezas, con sus sombreros, tocados, velos, representan a personas diferentes y hay más de tres mil. Corresponden a gente conocida del pueblo y sus alrededores, pero no se identifican con personajes ilustres. Además, hay que fijarse en la profusa decoración de varias puertas, el altar de Santa Librada, el Coro y el claustro. En resumen, muy interesante la visita guiada de la Catedral.


Frente a la Catedral, se encuentran la Playa Mayor y el Ayuntamiento, del siglo XV, obra del Cardenal Mendoza que ordenó derruir un trozo de muralla para crear un espacio donde celebrar un gran mercado semanal.

Junto a los soportales, está la Puerta del Toril. Si se cruza hacia el exterior de la muralla y se continúa por el camino de ronda (está indicado), se obtienen unas preciosas vistas panorámicas de Sigüenza, con la Catedral y el Castillo dominando el panorama en ambos extremos de la ciudad. Merece la pena dar un paseo por el exterior para apreciar las vistas tanto de día como de noche por la iluminación.




De la Playa Mayor arranca en cuesta la calle Mayor, que sube hasta el castillo. Según se asciende, a la izquierda nos encontramos con la Puerta del Sol, de acceso a la muralla y que comunica con el Paseo de Ronda, y a la izquierda con la calle de la Travesaña Baja. Un poco más arriba se encuentra una de las calles más bonitas de Sigüenza en mi opinión. pese a su corto recorrido: la calle de la Travesaña Alta, con la Casa del Doncel, la Plazuela de la Cárcel y, un poco más a la derecha, la Puerta de Hierro.




El Castillo, actualmente restaurado como Parador, ocupa el emplazamiento defensivo de la que fue ciudad romana (Saguntia), ciudadela visigoda, alcazaba musulmana y fortaleza medieval. Se puede visitar el exterior y, en el interior, solamente el Patio de Armas, el resto es para clientes alojados.



Hay otros edificios interesantes que se pueden ver según se pasea por las estrechas calles medievales, muy fáciles de distinguir siguiendo el mapa del folleto que entregan muy amablemente en las oficinas de turismo: Iglesia de Santiago, Iglesia de San Vicente, Callejón de los Infantes. También merece la pena acercarse al Parque de la Alameda, y en los alrededores el convento de las Ursulinas y la Ermita del Humilladero, y llegar hasta el puente sobre el río Henares.

En definitiva, disfrutamos tranquilamente del encanto medieval de Sigüenza pues, pese al frío viento que soplaba, sobre todo en la zona alta de la Catedral, en los lugares resguardados, el paseo resultaba agradable.
Comimos en el restaurante Nola (C/ Mayor, 41), con reserva previa telefónica el día anterior. Las buenas críticas que tiene están justificadas, aunque el precio es algo elevado (76 euros para dos personas, a la carta). Su cocina tradicional castellana con un toque de modernidad y refinamiento nos gustó bastante. Por la noche, nos alojamos en el Hostal Puerta Medina, al lado de la Catedral. La ubicación resulta excelente, la habitación doble con baño muy confortable, aunque sin lujos. Por 55 euros con desayuno incluido, me pareció una muy buena relación calidad/precio para pasar una noche en comparación con otras opciones.
Comimos en el restaurante Nola (C/ Mayor, 41), con reserva previa telefónica el día anterior. Las buenas críticas que tiene están justificadas, aunque el precio es algo elevado (76 euros para dos personas, a la carta). Su cocina tradicional castellana con un toque de modernidad y refinamiento nos gustó bastante. Por la noche, nos alojamos en el Hostal Puerta Medina, al lado de la Catedral. La ubicación resulta excelente, la habitación doble con baño muy confortable, aunque sin lujos. Por 55 euros con desayuno incluido, me pareció una muy buena relación calidad/precio para pasar una noche en comparación con otras opciones.



BARRANCO Y HOZ DEL RÍO DULCE.
Para los amantes de la naturaleza, el complemento ideal de la visita a Sigüenza es una caminata por el Barranco del Río Dulce o la Hoz de Pelegrina, como también se le conoce. Para llegar, hay que salir de Sigüenza por el lado contrario al que llegamos y tomar la carretera GU 118, en dirección a Torremocha del Campo. Según ganamos altura, nos encontramos con una preciosa vista de Sigüenza.

Al llegar a la desviación al pueblo de Pelegrina, seguimos unos 800 metros para ver el barranco desde el Mirador de Félix Rodríguez de la Fuente. Aquí se aprecia a vista de pájaro el camino que recorreremos más tarde, con el río y las cascadas; y la cárcava donde anidan las rapaces, escenario de muchos programas de televisión la famosa serie El Hombre y la Tierra. Realmente impresionantes las vistas desde el mirador. Aunque se vaya con prisa y no se desee caminar, hay que detenerse aquí unos minutos para admirar el paisaje.
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Después, dimos marcha atrás y tomamos la desviación hacia Pelegrina, no sin antes parar a tomar unas bonitas fotos panorámicas del pequeño pueblo y sus alrededores, con las ruinas de su castillo en todo lo alto, que le dan un encantador toque romántico y medieval.

Hay varios itinerarios a pie por el Parque Natural, el más largo une los pueblos de Pelegrina, La Cabrera y Aragosa, pero se necesita toda una jornada o utilizar dos coches. El más corto, pero también el más espectacular según nos dijeron, es el que sale de Pelegrina y recorre la hoz con el barranco que forma el río. El recorrido básico tiene unos 4 Km y dura entre hora y media y dos horas. Sale del aparcamiento donde se dejan los coches a la entrada de Pelegrina, ya que el pueblo tiene el acceso prohibido a vehículos no autorizados. Al principio, se camina por una pista amplia sin ninguna dificultad, mientras se divisa el pueblo, la cárcava y el río.



En esta época del año los árboles aún no tienen hojas, pero el viento hace que el paisaje sea nítido y los colores espectaculares. El aire que molesta en las partes altas, apenas se siente en los márgenes del río, con lo cual se disfruta realmente de la caminata. Al llegar a un puente de madera, no hay que cruzarlo sino seguir adelante por la orilla izquierda. Aquí la pista se convierte en un sendero sin ninguna deficultad. Por el camino nos encontramos con la caseta donde Rodríguez de la Fuente guardaba los equipos de filmación.


Se llega a unas piedras grandes que hacen de puente para cruzar el río. No presenta ningún problema salvo en época de crecidas del río, en cuyo caso habría que volver por el mismo sitio. En este punto, la excursión básica da la vuelta y retorna por la otra orilla del río hasta encontrar el puente de madera que dejamos casi al comienzo. También existe la opción de continuar hasta la base de las cascadas. Un cartel advierte de que no hay protecciones y puede existir riesgo de caídas al vacío. Aquí cada cual tendrá que decidir si proseguir hasta las cascadas o volver hacia Pelegrina. Si se sigue, hay que ascender por por las rocas hasta tomar un sendero que baja a la primera cascada. En principio, no tiene mayor dificultad para personas acostumbradas al senderismo salvo problemas de vértigo.

Una vez vista la primera cascada, hay que retroceder y buscar una bifurcación de la que sale el sendero que asciende hacia la pared vertical y lo rodea buscando la caída de agua llamada Cascada del Gallorío, que se ve a lo lejos. Este paso es algo más delicado y hay que pasarlo con precaución, sobre todo si se tiene vértigo. Hay unas cadenas para agarrarse en las zonas más expuestas que facilitan el paso; sin embargo, no me pareció nada recomendable para niños pequeños.



Finalmente, se obtiene el premio de ver la preciosa cascada desde su base, precipitándose sus aguas desde una altura de 50 m. Otro sendero que parte del Mirador de Rodríguez de la Fuente, en la carretera, permite alcanzar la parte superior desde donde cae el agua; también hay unas cadenas para facilitar la subida a este lugar desde la base de la cascada o la bajada a la base si se ha tomado el sendero que sale del Mirador.




Desde la cascada, regresamos por la margen contraria del río, alcanzando la parte superior de la primera cascada.

Se pasa alguna zona delicada, pero teniendo cuidado no resulta demasiado problemático si el suelo está seco. Con lluvia, habría que ir con mucha precaución para no resbalarse y caer, hay bastante altura y podría resultar peligroso. Una vez pasado el puente formado por las piedras grandes, el camino vuelve a convertirse en un agradable paseo.

Ya de vuelta a Pelegrina, visitamos el pueblo, muy pequeño pero con rincones pintorescos, y subimos hasta las ruinas del castillo, desde donde se divisan unas vistas panorámicas preciosas. Muy recomendable el pequeño esfuerzo.




Para terminar, comimos en el restaurante El Paraíso, que está a la entrada del pueblo, junto al aparcamiento donde se inicia el sendero. Aunque no tuvimos problemas porque había pocos turistas, supongo que los fines de semana conviene reservar a la ida. El comedor tiene unas vistas preciosas a la zona del barranco. Ofrece menús (sobre 20 euros por persona sin bebida) y carta de cocina tradicional castellana. Me gustó bastante (y eso no es uno de mis platos favoritos) el cordero asado con patatas panaderas y el surtido de dulces que nos pusieron de postre.
En definitiva, un fin de semana estupendo, con una combinación perfecta de cultura, gastronomía y naturaleza. Lo recomiendo.
En definitiva, un fin de semana estupendo, con una combinación perfecta de cultura, gastronomía y naturaleza. Lo recomiendo.