Día 4: Belém y LX Factory ✏️ Diarios de Viajes de PortugalMe he despertado antes de que salga el sol y la idea de quedarme durmiendo un rato más se me hace cuesta arriba cuando pienso en cómo será una mañana casi veraniega desde el mirador de Santa Luzia . No sé si las brumas del atlántico también están...Diario: Lisboa en invierno y en primavera⭐ Puntos: 5 (4 Votos) Etapas: 12 Localización: PortugalMe he despertado antes de que salga el sol y la idea de quedarme durmiendo un rato más se me hace cuesta arriba cuando pienso en cómo será una mañana casi veraniega desde el mirador de Santa Luzia. No sé si las brumas del atlántico también están presentes en los amaneceres de junio, o si, por el contrario, el sol brilla con fuerza desde el momento en que empieza a asomar entre los tejados de Alfama. Esta ciudad no me va a dejar descansar. Tengo que ir a comprobarlo. Salgo en dirección al mirador. Todo está cerca de la Baixa, así que llego en menos de 15 minutos. El canto de los pájaros anuncia la salida del sol y las flores, que en primavera invaden la fachada de la Iglesia de Santa Luzia, empiezan a refulgir con los primeros rayos. De repente pasa lo que siempre me encuentro aquí, que se levanta la bruma marina y la luz se vuelve difusa. Todo suave y todo dorado, igual que en invierno. Poco después, cuando el sol atraviesa esta primera capa de humedad, empieza a lucir con fuerza sobre la ciudad, pero detrás de una capa fina de nuves. El mejor mirador para ver atardecer es el del castillo, y para ver amanecer, este. Me asomo para ver qué está pasando en el de Portas do Sol, pero no llego hasta allí porque no me puedo pasar toda la mañana en modo contemplativo. Vuelvo al hotel para recoger mis cosas y dejar la maleta en la recepción. Tenemos hasta las cinco de la tarde para estar en Lisboa y queremos aprovechar bien las horas que nos quedan. Salimos en la dirección a la estación de Cais de Sodré. El plan del día será dar un paseo por Belém y visitar el LX Factory. Paramos en una de las esquinas que hay antes de llegar a la estación, en la Pastelaria Recife, y tomamos un café más bien malo y un croissant mantecoso. No pasa nada porque nos podremos resarcir más tarde comiendo un pastelito de Belém. La estación está cruzando la calle. Las máquinas para recargar las tarjetas de viaje están justo antes de los andenes, en el centro del hall. No nos da tiempo a mirar el edificio de la estación porque nuestro tren sale de inmediato. Tardamos unos 10 minutos en llegar a Belém en un tren puntual, cómodo y medio vacío. Desde la parada de tren hasta la zona monumental del barrio hay un paseo de unos 10 minutos que, a pleno sol, en verano, puede convertirse en un infierno. De todas maneras, el barrio está bien para pasear incluso cuando no se planea visitar ningún monumento, como es nuestro caso. Lo primero que vemos es el edificio del MAAT (Museo de Arte, Arquitectura i Tecnología) y su cubierta ondulante sobre la que se puede caminar. Qué bueno es encontrar arquitectura contemporánea perfectamente planificada sobre el espacio en el que se ha construido. Toda esta parte está formada por naves de ladrillo rojo de aspecto industrial, rehabilitadas como museos, salas de exposiciones, etc. con paseos al lado del Tajo y algunos bares. Por aquí hay museos para todos los gustos y animo a los visitantes a que encuentren el suyo. Llegamos a la fábrica de pasteles de Belém, en la Rua de Belém, y apenas hacemos cola para conseguir el nuestro. Es muy agradable quedarse en el interior clásico de esta pastelería en invierno, pero ahora que hace bueno, el mejor plan es comprarlo para llevar y comerlo en parque que hay al lado, el Jardim Vasco de Gama. Paseamos a la sombra de los árboles mientras saboreamos el botín. El pastelito está muy bueno, como era de esperar. Hojaldre suave y crujiente por fuera y cremosidad y sabor en el interior. Dicen que es diferente a los clásicos pasteles de nata. Yo no encuentro demasiada diferencia entre unos y otros, pero me da igual porque a mí me gustan todos. Pasenado, nos encontramos con el Pavellón Tailandés, un pequeño y curioso edificio que fue donado por el gobierno tailandés para commemorar la buena relación entre los dos países. Salimos del parque para entrar en la zona monumental del barrio. La primera parada es el Monasteiro dos Jerónimos, de estilo manuelino. La fachada impresiona por su enormidad y el interior, por su belleza. De entre todos los monumentos que hay en esta zona, creo que el que merece más la pena visitar es este. La Torre de Belém es una pequeña maravilla por fuera pero me pareció decepcionante por dentro cuando la visité. En los Jerónimos, tanto el claustro como la iglesia me parecieron impresionantes. Sobre el Monumento a los Descubrimientos, prefiero guardarme mi opinión. Ahora no vamos a visitar ninguno de ellos. Paseamos un rato por la zona y volvemos a la estación. El barrio, además de monumental, tiene grandes parques y paseos al lado del Tajo, y calles con edificios coloridos y muy cuidados. Estamos teniendo suerte con los horarios del tren, y en 5 minutos llega el nuestro. Bajamos en la sigiente parada, Alcantara-Mar, para llegar a LX Factory, que queda a otros 5 minutos caminando desde la estación. El letrero con luces en forma de arco de la entrada que da la bienvenida al recinto me recuerda al arco de entrada de Christiania en Copenhague. Esto es casi lo único que voy a encontrar en común entre estos dos espacios, porque el ambiente del interior no tiene absolutamente nada que ver. LX Factory, para quien no lo sepa, es un conjunto de tiendas, restaurantes y espacios de arte ubicados en una antigua zona industrial rehabilitada, en la que había fábricas téxtiles. Es un oasis de creatividad. No voy a decir que sea apto para cualquier viajero porque hay gente a la que le va a dejar indiferente, como a mi hermana, y gente a la que le va a encantar, como a mí. La pequeña hispter que habita en mi interior y que me da reparo reconocer que tengo, está dando saltos de alegría ahora mismo. Nada más entrar, vemos un par de bares con terrazas llenas de plantas, unos baños públicos decorados por diferentes artistas, y las paradas de un mercadillo de productos típicos. Paramos en la de los quesos para comprar el de la sierra, típico de Lisboa. Avanzamos y vemos que el recinto se divide en dos calles principales. Vamos hacia la trasera, donde está el mercadillo que se instala aquí los domingos, en el que hay ropa, tanto nueva como de segunda mano, y objetos de diseño artesanal. Las tazas de cerámica, los pósters, las agendas... todo nos gusta y nos tenemos que contener para no dar rienda suela al consumismo. Al fondo, onmipresente, se levanta el puente 25 de Abril, y la imagen me conecta otra vez con el centro de la ciudad, edificada a diferentes alturas. He leído de todo sobre este espacio, y, entre las críticas negativas, leí que era una trampa para turistas con precios inflados. Yo creo que una trampa para turistas es que un camarero te asalte con la carta en la Rua Augusta. Pagar 15€ por una pieza de cerámica hecha y pintada a mano es un precio justo que podrán entender las personas que sepan lo que cuesta, en concepto de tiempo, esfuerzo y, muchas veces, formación, idear y elaborar algo de manera artesanal. Se trata de apostar, en la medida de lo posible, por un modelo de produción local que se aleja de la producción en masa. Turistas, los hay, pero no tantos como para sentir que el espacio se queda pequeño. Después de dar la vuelta por el mercadillo y coger alguna tarjeta para seguir el rastro a alguna de las diseñadoras, entramos al edificio principal. Aquí, en los pasillos la fábrica, también se ubican algunas tiendas, sobre todo de complementos, y algunos talleres de artistas y artesanos. Subimos a la planta superior por una escalera en la que los grafitis lo invaden todo, como las buganvillas en el mirador de Santa Luzia, y encontramos otros baños con las paredes pintadas a modo de papel de aguas. Al lado, hay una tienda de ropa de segunda mano, locales que preparan alguna exposición, y unas antiguas máquinas, bastante grandes, que decoran la zona de paso. No podemos evitar tocar todos los botones y palancas, que hacen un sonido muy satisfactorio. Encontramos arte urbano en casi cada rincón de este espacio. No sé qué tiene la decadencia industrial reconvertida para que me guste tanto. Me hace sentir como en casa. De hecho, a estas alturas del paseo, pienso que me quiero quedar a vivir aquí, entre los muros de metal y hormigón, los ventanales de cuadrados pintados de blanco, los cuadros de luz con mensajes reivindicativos, la efervescencia del arte, la luz de Lisboa... Cuando bajo de la nube, volvemos a salir, esta vez a la otra calle, en la que están la mayoría de los restaurantes. Casi todos son de cocinas de diferentes lugares del mundo, y casi todos tienen terraza. Pasamos por delante de una hamburgueseria. El logo me recuerda al de los juguetes Moltó y el interior nos parece muy noventero, así que reservamos mesa para comer un poco más tarde. Entramos en el resto de tiendas de la calle, algunas claramente más orientadas al turismo que las que vimos en el espacio interior, y encontramos la librería Ler Devagar, con la escultura del ciclista colgada del techo y la gran escalera de metal que son su seña de identidad. Estoy de acuerdo con las personas que dicen que es la librería más bonita de Lisboa. No tiene el encanto de la marquetería de madera antigua, pero sí el encanto de de lo industrial, que forma parte de su historia. Se ubica dentro de una antigua imprenta y, como todo en la ciudad, también se divide en diferentes alturas. Hay libros nuevos y de segunda mano y mucho donde mirar. También hay dos cafeterías y seguro que muchas otras cosas que hemos pasado por alto. Busco un libro sobre el pasado industrial del barrio, Alcántara, pero no tienen ninguno que me llame la atención, y acabo comprando uno muy bonito sobre los azulejos de la ciudad. Miramos sin prisa, y cuando nos cansamos, salimos para ir a tomar algo antes de comer, cosa que hemos convertido casi en ritual aquí, en Lisboa. Vamos a la Cantina, al lado de la entrada, bajo la escultura gigante de la abeja hecha con basura que decora la pared del LX Hostel. Pienso que, la próxima vez que venga a Lisboa, puedo alojarme en este hostel porque sería lo más cercano a vivir aquí, pero, ¿cómo voy a irme entonces de Lisboa si cada vez me lo pongo más difícil? Tomamos algo a buen precio y volvemos a la hamburguesería para comer. Se llama Micro Burguer & Music. La carta tiene opciones vegetarianas y muchos cócteles, porque creo que aquí, de día se come y de noche se baila. Pedimos dos hamburguesas, que están muy buenas, dos raciones enormes de patatas fritas, “bolo do caco” en su versión de pan de ajo, dos bebidas, y pagamos unos 36€ entre las dos. Nos despedimos del LX Factory después de comer, y llegamos a la estación caminando, aunque con todo lo que hemos comido podríamos haber llegado rodando. Bajamos en Cais de Sodré y buscamos una terraza donde tomar el último café con la calma de estar ya cerca del centro. Vamos a una placita que tiene bastante encanto, la de Sao Paulo, con la iglesia con el mismo nombre a uno de los lados, algunos restaurantes con terrazas al otro y un quiosco antiguo de bebidas, y pedimos el último café de Lisboa. Lo que viene después ya se sabe... le llaman saudade. Índice del Diario: Lisboa en invierno y en primavera
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