Día 3: Feira da Ladra y Castelo de São Jorge ✏️ Diarios de Viajes de PortugalHoy no parece que vaya a hacer tanto calor. Salimos en busca de una cafetería porque el desayuno del hotel no nos parece demasiado apetecible y porque nos gusta desayunar fuera cuando estamos de viaje. Acabamos sentadas en la terraza de la Marie...Diario: Lisboa en invierno y en primavera⭐ Puntos: 5 (4 Votos) Etapas: 12 Localización: PortugalHoy no parece que vaya a hacer tanto calor. Salimos en busca de una cafetería porque el desayuno del hotel no nos parece demasiado apetecible y porque nos gusta desayunar fuera cuando estamos de viaje. Acabamos sentadas en la terraza de la Marie Blachére de Rua Augusta. Yo, que tanto había criticado esto, ahora me estoy tomando un café y un croissant con mis palabras . Lo único que me salva es que a estas horas apenas hay gente. El plan para hoy lo componen 3 actividades emblemáticas: ir a la Feira da Ladra, comer en la Casa do Alentejo y, si nos apetece, ir al castillo. Empezamos la ruta por la parte sur de Alfama. Volvemos a pasar por la Casa dos Bicos y, en lugar de subir hacia el interior del barrio, seguimos por la calle que va paralela al Tajo. Nos encontramos con Chafariz d’El-Rei, la fuente más antigua de Lisboa que ahora no tiene agua. Parece un palacio a varias alturas porque su fachada se mezcla con la de las casas de la calle superior, cubiertas de flores. Muy decandente, colorida y muy lisboeta. Más adelante, vemos el Museo do Fado, que sabíamos que existía pero no que estaba por aquí, y justo enfrente, una placita que hubiera sido un buen lugar para desayunar. No sé qué tienen las placitas de Lisboa que me quedaría en todas a pasar el rato. Seguimos por la Rua Jardim do Tabaco hasta la pequeña iglesia ortodoxa que queda prácticamente escondida tras la subida que tenemos que tomar de la Rua Museo da Artillaria. Desde aquí, se empieza a dibujar, al fondo, la cúpula del Panteão Nacional. Pasamos frente a la fachada principal, de un barroco tan blanco y tan poco ornamentado que casi parece neoclásico, y nos vamos al mercado de Santa Clara, donde se ubica el mercadillo gigante de la Feira da Ladra. Aparecen los primeros puestos callejeros de cachivaches del pasado. Diría que aquí se puede encontrar prácticamente de todo. Miramos los muñecos apilados en una caja que hay en el primer puesto, las cámaras antiguas y los cuadros del siguiente, y nos paramos a buscar CD’s en el de más allá. Pregunto por Gisela João y su versión de Medo de Amália Rodrigues, pero me dicen que solo tienen una recopilación de Amálaia con la canción original. Seguiré buscando. Hay ropa nueva y de segunda mano, y también echamos un vistazo. Paramos a mirar las películas en DVD que hay en otro puesto, muy bien ordenadas y clasificadas. Aquí también se puede encontrar casi de todo. Me fijo en la sección de cine italiano, y justo al lado, en la de grandes directores como Haneke, Bergman, Wenders, Van Sant, Kielowsky... Me sorprende la calidad y la variedad del material que tienen. A estas horas, ya vuelve a hacer mucho calor, y nos tomamos un descanso en el parque que hay justo al lado. Es el jardín Botto Machado. Sus muros exteriores están decorados con murales, y tiene espacios de césped a la sombra de las flores lilas de las acacias, y unas vistas muy pintorescas del Tajo. Encuentro que, la mejor vista hacia la cúpula del Panteón se obtiene desde este parque, más concretamente, desde el pipicán que hay en él. Volvemos al mercadillo, esta vez a los puestos que hay en el mercado interior, que están abiertos hacia el exterior. Las antiguedades de aquí parecen de mejor calidad que las de las otras paradas, y también son más caras. Me fijo en unas cajitas de metal con forma de insectos y estoy muy tentada a llevarme una. Damos la vuelta al mercado, que también tiene alguna librería, y pensamos que es buen momento para otro descanso, esta vez en la Tabernita, que tiene una terraza bastante grande protegida por sombrillas. Pedimos un refresco, una ensalada de pulpo y unas croquetas de bacalao. Es muy fácil pasar aquí toda la mañana porque hay un poco de todo y buen ambiente. Eso sí, hay que vigilar la cartera en todo momento. Miramos un último tramo de puestos en el que encontramos productos hechos a mano. Hay una chica que fabrica bolsos tipo tote con frases de Pessoa. No puedo evitar llevarme el que lleva escrito “...Que amor é esse, que me faz ir e voltar, Lisboa?”. Más adelante, hay una artista, Simona Accattatis, que diseña postales y otros objetos, y compro una postal de tamaño grande que me ha gustado mucho. La salida del mercado se hace muy agradable por la calle que atraviesa el arco que pertenece a la Igreja de São Vicente de Fora. También es la primera vez que la voy a ver de tan cerca, y, igual que el Panteón, luce de un blanco casi inmaculado. Vamos por algunas calles secuandarias para evitar el calor, y acabamos igualmente en el mirador Portas do Sol, que a estas horas está lleno de turistas y tuktuks. No podemos evitar asomarnos otra vez. Pasamos de largo el mirador de Santa Luzia y aceleramos un poco el paso porque hemos reservado mesa en la Casa do Alentejo para comer. Tardamos unos 15 minutos en llegar desde Alfama hasta Rossio porque el camino es cuesta abajo. La entrada al restaurante es un portal justo al lado de la Taberna Casa do Alentejo. Subimos al primer piso y nos encontramos con un patio interior que es una pequeña fantasía oriental. No tenemos tiempo para pararnos y subimos otra planta hasta que encontramos los salones. El primero que vemos parece el de un palacio, con techos altos, pintados y llenos de molduras, lámparas de araña y grandes ventanales. Se está celebrando algo, así que salimos de allí. Encontramos otros dos salones, más modestos en comparación con el otro pero igualmente bellos y cubiertos de azulejos, y el camarero nos conduce al interior de uno de ellos. Pedimos las “entradas”, las bebidas, una tabla de quesos y un arroz con pescado para compartir, que viene en una cazuelita honda. La ración para una persona nos hubiera parecido enorme. La comida nos sale por 48€ entre las dos. Recomiendo muchísimo venir a comer aquí. La comida está muy buena y los precios, aunque no son baratos para ser Lisboa, no son prohibitivos. Y si no se viene a comer, recomiendo entrar para ver el palacio. Ahora sí, volvemos al salón principal para verlo con más detalle, nos paramos un rato en la escalera principal, que también tiene lo suyo, y damos una vuelta por el patio, de estilo neoislámico. Comer bien da sueño, así que cojo un café para llevar en uno de los bares que hay en la misma calle del restaurante, la Rua das Portas da Santo Antão, que está llena de cafeterías, de tiendas de souvenirs y de gente, y me lo tomo de camino al hotel. Volvemos a salir por la tarde con la intención de ir a ver el Castelo de São Jorge. Vamos hacia el elevador del castillo para tomar un primer ascensor que nos deja en la calle superior. Desde aquí, hay que caminar un poco para encontrar el siguiente ascensor, en el Largo Chao do Loureiro. En la entrada al elevador hay un supermercado bastante grande que nos puede venir bien. Subimos hasta la última planta y vamos primero al mirador que hay en la terraza, detrás del ascensor. No está mal pero no tiene nada que ver con lo que nos espera más tarde. Subimos una cuesta siguiendo siempre las indicaciones hacia el castillo. Por el camino, pasamos por Chapito a Mesa, un restaurante de tapas-club de circo-tienda al que fui hace unos años. Recuerdo que una parte de la sala tenía vistas panorámicas hacia Alfama y que las tapas, a precio más de Barcelona que de Lisboa, estaban bastante buenas. El ambiente me gustó mucho, con una carpa de circo a modo de techo. El paseo hasta el arco de entrada al barrio Castelo, que no es Alfama, es de unos 5 minutos cuesta arriba. Antes de cruzar el arco, encontramos un rinconcito en el que nos apetece quedarnos a merendar, en la Travessa de São Bartolomeu. Pedimos unos zumos y un pastel de chocolate que está bastante bien. Aunque estamos en una petisqueira ( bar de tapas), aquí están preparados para cualquier petición de unas visitantes como nosotras a cualquier hora del día. Lo que nos ha gustado más es el ambiente calmado de esta calle, que, aunque está muy cerca del monumento más famoso de la ciudad, no está abarrotada de gente como las calles principales de Alfama. Ahora sí, cruzamos el arco, pasamos por delante de la figura de San Jorge, incrustado tras un cristal en el muro de piedra, y llegamos a las taquillas, que están prácticamente vacías. Nos preguntamos que cómo es posible que un sábado, 1 de junio, a algo menos de las siete de la tarde, no haya cola para visitarlo. Puede que sean los 15€ de la entrada, que echan para atrás teniendo en cuenta que en Lisboa hay muchos miradores gratuitos. ¿Qué se obtiene pagando los 15€ de la entrada? Para empezar, las mejores vistas de Lisboa, para mí no hay duda. En algún momento he podido decir que me gustan más otros miradores por muchas razones, pero ninguno ofrece la perspectiva que se obtiene desde aquí. Está muy cerca de la Baixa y del Tajo y no hay nada que impida la visión. Por no hablar de lo que aportan los muros y las torres de piedra al conjunto general de las vistas. Y, volviendo a las torres, tener la oportunidad de visitar las ruinas de una fortificación como esta, fundada como tal en el siglo XI (aunque excavaciones posteriores datan algunos restos del II aC), poder pasear entre sus jardines, recorrer sus muros... es toda una experiencia. Otra cosa que se obtiene pagando esos 15€ es calma. Es el único mirador de Lisboa en el que hay terrazas para tomar algo que están casi vacías. Apenas hay ruido, ni en ellas ni en todo el recinto. Ni de personas ni de tráfico. Ocasionalmente, el silencio se ve interrumpido por el canto de los pavos reales que pasean libremente por allí. En definitiva, lo que se obtiene es, en parte, exclusividad. “Exclusividad” no es una palabra que me guste demasiado usar para mi vida, pero la realidad es que es una de las primeras que me sugiere el hecho de estar en la plaza, enorme y vacía, que hay justo al inicio del recorrido. Encontramos muy pocas personas y algunos pavos reales, uno de ellos con dos crías que le siguen, a las que está alimentando. Hacemos una primera incursión a algunas de las torres para tener una visión general del recinto desde lo alto. La cámara oscura ya está cerrada pero sí que podemos visitar la exposición permanente compuesta por objetos de época medieval. Un poco antes de las ocho, el paisaje empieza a dorarse y hacemos una pausa para ir a la terraza del bar para tomar algo. Las sombras de los pinos se alargan sobre la calzada de piedra y la ciudad, desde esta perspectiva y bajo la puesta de sol, eleva su nivel estético x1000. La última puesta de sol en Lisboa ha sido la más mágica. Damos un último paseo por las murallas y las torres hasta que los pavos reales nos anuncian que van a ser las 21:00, hora del cierre. Literalmente, nos acompañan cantando hasta la puerta, y ellos se quedan allí, recuperando su espacio hasta que el castillo reabra al público al día siguente. Antes de bajar, damos una vuelta por las calles del barrio del castillo, llenas de macetas y de ropa tendida. Parece un pueblo detenido en el tiempo en el centro de la ciudad. Da la impresión de que las personas que no visitan el castillo no se plantean acercarse al barrio y creo que no hacerlo es un error. Alfama es un buen lugar para ir a ver cantar fados mientras se cena o se toma algo, pero pensamos que está bien dejar esa actividad para la próxima vez. Lo que hacemos es ir al supermercado a comprar alguna cosa para comer mientras damos un último paseo nocturno por las calles del centro. Cerezas y Pretzels: fresco y salado como el clima de la ciudad por la noche. Índice del Diario: Lisboa en invierno y en primavera
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