Ubicada en el oeste de Rumanía, en la Llanura Occidental del Condado de Bihor, Oradea es una de esas ciudades que parece escondida a simple vista, pero que, al descubrirla, brilla como un tesoro olvidado. Con una mezcla fascinante de historia, arte y arquitectura, Oradea es como una caja de joyas donde cada edificio guarda una historia.
Lo que pocos saben es que esta ciudad fue, durante más de dos siglos, un referente en la astronomía europea. En plena Edad Media, Oradea albergó la primera observación astronómica del continente. Durante 200 años, el Meridiano Principal pasaba por aquí —mucho antes de que Greenwich se convirtiera en el punto de referencia mundial. Este meridiano fue utilizado por navegantes y cartógrafos para orientarse y trazar mapas, situando a Oradea en el centro del mundo conocido de la época.
Recorrer Oradea es como abrir una caja llena de piedras preciosas, donde cada una reluce con un tono distinto. El Palacio del Obispo Greco-Católico, por ejemplo, es la perla más preciada. Inaugurado en 1905, su arquitectura es una sinfonía de estilos: el dramatismo del barroco, la diversidad del eclecticismo y la espiritualidad del neo-bizantino. Las decoraciones parecen hechas de encaje tallado en piedra; hay arcos rotos que invitan a la contemplación y rosetas tan delicadas que parecen suspendidas en el aire. Aunque un incendio en 2018 dañó parte del edificio, los habitantes lo sienten tan suyo que luchan con firmeza por devolverle su antiguo esplendor.
A pocos pasos de allí, en la plaza principal, se alza el magnífico Palacio del Águila Negra, una obra maestra del estilo Secesión (la versión local del Art Nouveau), construido en 1908. Se levanta sobre los cimientos de una antigua cervecería, y su fachada, coronada por una cúpula que recuerda a una copa de champán helado, transmite alegría, lujo y celebración. En 1909 se colocó una vidriera que aún puede verse, donde un águila majestuosa sobrevuela la historia del edificio. Hoy, el palacio es un vibrante centro cultural, con auditorios, restaurantes y cines que mantienen viva su energía original.
Otra joya singular de la ciudad es la Iglesia de la Luna, construida en 1790 en un elegante estilo barroco con influencias bizantinas. Lo que la hace única es su mecanismo astronómico: una esfera pintada en negro y dorado que representa la luna y gira al compás de sus fases reales. Fue diseñada por el relojero vienés Georg Rueppe, y aún hoy fascina a quienes entran y alzan la vista. Es como un poema visual que conecta la Tierra con el cielo.
Pasear por Oradea es como caminar dentro de un museo al aire libre. El Palacio de los Moscovitas, decorado en estilo secesionista, presenta en sus fachadas escenas de la vida cotidiana, figuras alegóricas y paisajes rústicos, como si las paredes susurraran cuentos antiguos. Y si sigues la calle principal, te encontrarás con la Torre del Reloj y el edificio del Ayuntamiento, estructuras que parecen escapadas de las páginas de un cuento ilustrado, con su silueta elegante y sus tonos suaves.
La ciudad también alberga una de las sinagogas más bellas de Rumanía, construida en 1878 por la comunidad judía reformista. Su cúpula azul y sus vitrales le otorgan una atmósfera serena, ideal para la reflexión y el recogimiento. Aunque ya no se utiliza para el culto diario, puede visitarse fuera de los horarios de oración, y ofrece una ventana al pasado multicultural de Oradea.
Del otro lado del río Crișul Repede, se despliegan casas de colores vivos que parecen caramelos envueltos con esmero. Estos barrios, con fachadas restauradas y balcones floreados, aportan una nota alegre al conjunto urbano, como si la ciudad se empeñara en recordarte que la belleza también puede ser cotidiana.
Oradea no solo es hermosa: tiene alma. Es una ciudad que vibra en cada ladrillo, que canta en cada cornisa, y que invita al viajero a descubrirla sin prisas. No es exagerado decir que es una de las ciudades más encantadoras de Europa Central. Oradea no se recorre, se vive. Como una joya preciosa, espera paciente a que alguien abra su caja y la admire con ojos nuevos.
